HISTORIA DE LIZENE

Como buena Twi’lek, supongo que mi historia comienza hace unos años en Ryloth, aunque no sé exactamente cúantos, porque nadie me dijo nunca mi edad. No recuerdo nada antes de los 6 ó 7 años. Para entonces ya era esclava, así que supongo que me vendieron al poco de nacer; por eso no tengo apellido. Serví en varias casas a medida que crecía, todas ellas de altos cargos militares imperiales, donde aprendí a detestar al Imperio. Todos, en mayor o menor medida, gente mezquina sin escrúpulos, dispuestos a cualquier cosa con tal de agradar al Emperador, por cruel o sanguinaria que fuese.

Al llegar a los 16 o 17, mi dueño, el Almirante no-sé-qué, se cansó de mí, y en lugar de jugarme en una partida de sabacc con sus colegas, como era habitual, me vendió a un comerciante de esclavos twi’lek, que se dedicaba a coger muchachitas de nuestra especie, a ser posible monas, para vendernos a tugurios de mala muerte, donde las más afortunadas, o persuasivas, terminábamos bailando y sirviendo bebidas, y las menos, como prostitutas o cosas peores. Durante tres años estuve de camarera en un bar de un suburbio de Coruscant, y, gracias a mi experiencia anterior, se me daba bien escuchar las historias y batallitas de los soldados Imperiales que por allí pasaban. Historias igual de asquerosas que las que ya había oído antes. Lo que nunca supuse, es que un día me serían útiles para escapar de mi vida como esclava.

Empezó a frecuentar el bar un humano, de nombre Fent. Era un muchacho de ventitantos, bien parecido, aunque siempre iba sin afeitar y con unas terribles ojeras. Me cayó bien desde el primer momento, por alguna razón me parecía distinto a los demás; Contaba que era transportista, y que tenía una nave con la que hacía encargos aquí y allá. Supe enseguida que posiblemente, la mitad de esos encargos no eran legales. Cada vez que sus encargos le traían a Coruscant, pasaba a tomarse un trago, y comenzamos a formar amistad.

En uno de sus viajes, entre cerveza y cerveza, comentó que su siguiente misión le iba a llevar a Ryloth, donde tenía que recoger un paquete para traer a Coruscant. Llámalo destino, si quieres. El caso es que la noche anterior, me tocó llevar bebidas a un privado a un grupo de militares, que hablaban sobre tender una trampa a un contrabandista que usaba como tapadera recados imperiales, mandándolo a Ryloth a buscar un paquete, que en realidad iba a contener una bomba, que sólo estallaría si se desviaba de la ruta que ellos le especificaran. No le dí importancia hasta que oí a Fent hablar de ir a Ryloth a buscar ese paquete. En cuanto Fent se fue al baño, me escabullí de la barra y fui tras él para advertirle; Pero Fent se mostró susceptible, y se rió de mí. “Es imposible. ¿Qué iba a querer el Imperio de un humilde transportista?”

Fent tardó en regresar más de lo habitual. Pasaron semanas, y pensé que le habían pillado. El paquete había explotado, o algo peor. Y la siguiente vez que le vi, fue en mi habitación.

Yo dormía con otras chicas en una especie de barracón con literas. Pero ese día, cuando llegué, el barracón estaba vacío. Bueno, no era algo raro, dependiendo de los turnos y otros “servicios” que estuvieran atendiendo. Lo que si fue raro, es que cuando me iba a cambiar para acostarme, Fent saliese de entre las sombras. “Te debo la vida, Lizene” dijo. Lo tenía muy calculado. Había hecho su entrada cuando yo estaba semidesnuda. Lucía su mejor sonrisa, y ambos sabíamos que nos gustábamos. No opuse más resistencia.

Antes de dormirnos, me lo confesó todo por fin. Entre recado y recado, ocasionalmente servicios al Imperio para disimular, y a ser posible, conseguir algo de información, trabajaba para la Rebelión. Les pasaba toda la inteligencia posible, les desviaba algo de material que se “perdía”, y en general, les apoyaba como podía. “Llévame contigo”, o alguna tontería similar, le dije. “Sabes que no puedo”. Nos despedimos antes de la hora de la comida; prometió que volveríamos a vernos pronto, y nos dimos un último beso. Nunca volví a verlo.

Pasaron un par de meses. Terminé de trabajar una noche cualquiera, y cuando me disponía a subirme al speeder que me llevaba cada día al barracón, mi dueño, un sucio Hutt llamado Ged, me esperaba. “Te he vendido, esclava. Ven. Te llevaré ante tu nuevo amo” Fuimos a un bar, de mucha más categoría al que trabajaba. La música era suave, interpretada por una pequeña orquesta en un escenario al fondo. Las barras, una a cada lateral del local, estaban pobladas por clientes bien vestidos, algunos con uniforme; Charlaban calmadamente mientras bebían, y ninguno se volvió a mirar cuando entramos. Ged me condujo a un privado, donde un humano de mediana edad aguardaba. Vestía formal, pero sin estridencias. Me miró por encima, con desdén, e indicó con la mano el sofá frente a él. “Lárgate, hutt. Ahí tienes tu dinero” dijo, mientras lanzaba una pequeña faltriquera a Ged, que la recogió con avidez. “No entiendo qué has visto en esta esclava para pagar esta pequeña fortuna, pero espero que la disfrutes” dijo, mientras se relamía y daba la vuelta.

Esperaba sentada, un poco nerviosa. Por alguna razón, ese humano me incomodaba. Él seguía de espaldas, de pie, con una copa de flauta en su mano. Tras unos minutos, que se me hicieron eternos, finalmente apuró el contenido de la copa, la posó, y se volvió hacia mí. “Espero que valgas lo que Fent dijo que valías, Lizene” Mis ojos se abrieron como platos.

Mi nuevo amo era el tío de Fent. Decía llamarse Will, aunque creo que ese no era su verdadero nombre. Me contó que hacía un mes que no sabía nada de Fent. Lo último que supo, fue que le había mandado un críptico mensaje, “Lizene, Bar Ged, Cosruscant. Hazlo por mí” y desde entonces, silencio. “No sé qué valor tienes para mi sobrino, pero espero que me lo cuente cuando vayamos a por él” “Un momento” Contesté. “¿Cómo que… VAYAMOS?”

Will me llevó a Alderaan, donde asistí a una reunión que mantuvo con Bail Organa. El senador proporcionó a Will una nave y tripulación, para ir a buscar y rescatar a Fent, donde quiera que estuviera. “Sólo tengo la localización desde donde me envió el mensaje. Empezaré por ahí” Sólo dos días después, la Estrella de la Muerte voló el planeta.

Nos pasamos las siguientes semanas siguiendo pistas en busca de Fent. Los primeros días fueron duros; A nuestros dos compañeros les había hundido la destrucción de su planeta, y Will no andaba mucho mejor de ánimo. Yo sentía más bien rabia. Hacía tiempo que odiaba al Imperio, pero a partir de entonces comencé a odiarlo con más fuerza que nunca. Y cada vez veía más difícil encontrar a Fent, y eso me cabreaba aún más. Nos llegaron noticias de la caída de Palpatine, y de que el nuevo Emperador Plagueis estaba desmantelando la Estrella de la Muerte. Ya no nos creíamos nada. Sólo quedaba luchar.

Finalmente nos cazaron. Estábamos sobre una pista falsa, y al entrar a una cárcel en un planeta perdido del Borde Exterior, nos esperaba un pequeño pelotón de Soldados Imperiales. Hubo una escaramuza, y en el tiroteo, perdí a los otros tres. Les vi caer abatidos. Huí. Cogí la nave de Will, busqué en el ordenador destinos habituales. Salté.

El viaje me llevó a Dantooine. Unos cazas Rebeldes me interceptaron al entrar en el planeta, y me escoltaron hasta una pequeña base. Les conté lo de Will y Fent, y, al principio desconfiaron. Me llevaron a una celda, y me temí lo peor.

Unas horas más tarde, una Bothan entró en mi celda. “No sé si es lo que pretendías, o ni siquiera si es lo que más te conviene. Pero bienvenida a la Rebelión, Twi’lek”

He pasado los últimos meses realizando misiones para la Alianza Rebelde a bordo de la nave de Will, una YT-2400 llamada “Reina Estelar”. La Alianza me ha proporcionado un par de droides como “tripulación”. Aunque no he sabido nada de Will o de Fent. “Déjanoslo a nosotros” dijo Mon Mothma. “Tengo una misión importante para ti. Y cuando vuelvas, espero que Fent esté esperándote aquí. Te presento al Almirante Ackbar”

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