Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesión XIV:

La daimyo del Dragón Azul nos recibe con desconfianza extrema, convencida de que tenemos algo en contra de ella, saben los dioses por qué razones. Hay guerra, dice, y nos acusa de traición. A pesar de los esfuerzos de Samara por desviar el tema, Hana no se deja embaucar por la labia de nuestra compañera, y con un gesto, nos vemos rodeados de un séquito de torturadores, que nos amenazan con sus armas. Voto a Rezhias, ya que es Anthe la elegida para comenzar a ser torturada, convencida Yako Hana de que ocultamos algo, y está dispuesta a sacárnoslo mediante el dolor.

Samara continúa intentando llevar la conversación a otro derrotero, pero Hana no está dispuesta a hablar de otra cosa que no sea nuestra evidente traición. La tortura de Hana se va de las manos, y mientras nuestra compañera grita de dolor, o de placer, pues cuesta distinguirlo en Anthe, finalmente no puede resistir el trauma y el desangramiento mientras es descuartizada viva. Me las apaño para hacerme con su arma, armadura y símbolo sagrado mientras retiran los trozos de cadáver, mientras nuestra anfitriona asiste impertérrita al dantesco espectáculo. Los prejuicios contra los drows se quedan ahora cortos con la humana, que parece carecer absolutamente de piedad. Nuestra embajadora mediana mira con preocupación al grupo, sin saber cómo atajar el asunto, pues Hana no parece dispuesta a ceder ni un ápice hasta que no le digamos cómo hemos llegado a su ciudad, detallando cada paso, incluyendo la entrada al Inframundo que hemos utilizado.

Toma la palabra Naltiria, que con una sangre fría envidiable, inventa una historia bastante creíble acerca de nuestro viaje, que nada tiene que ver con la realidad. Sin embargo, las palabras de la archimaga suenan tan verosímiles en su boca, que incluso me planteo que tenga futuro en el mundo de la actuación, voto a Barenna. Incluso logra que acepte el “regalo” que traemos, y esto enciende nuestra esperanza de que la misión pueda salir bien.

Y quizá precisamente ayudados por Barenna, Hana, que nos sigue mirando con frialdad y casi odio, parece aceptar la historia de Naltiria como buena, y nos manda acompañar, a tomar unas exiguas gachas, primero, y a unos dormitorios, después, donde hemos de descansar de tres en tres. A un servidor le toca con Elian, quedando libre el otro futón, suponemos destinado a nuestra compañera caída.

Con nuestro nuevo compañero tengo una breve conversación, pidiéndole que en mejor ocasión me cuente su historia, pues me gustaría añadirla a mi colección para la crónica que vuestras mercedes están escuchando. No parece muy dispuesto en principio nuestro sediento compañero, siempre ávido de licores y aguardientes, pero tampoco se niega en redondo. Descansamos pues, siempre vigilados de cerca por Dragones Azules.

A la mañana siguiente, Hana nos llama a su presencia, y con la misma mirada llena de suspicacia, nos encarga la misión de eliminar a Vithanti Kismeth, enemiga acérrima, como bien saben vuestras mercedes. Aceptamos, unos más convencidos y directos que otros, conscientes de que si el plan sale bien, no será necesario, pero aún así con convicción. Con el tiempo corriendo en nuestra contra, pues el artilugio debe estar a punto de abrir el portal, intentamos retirarnos lo antes posible, a pesar de que la servidumbre trata de retenernos el máximo tiempo posible. Abandonamos la ciudad de Kuraitsuro a toda prisa, y emprendemos camino de vuelta a Kri’Xia. Cuando nos hemos alejado lo suficiente de la ciudad, Tenar comienza a conjurar y trae de vuelta a Kalanthe, que, benditos sean los dioses, regresa con nosotros. Aunque ella se lamenta de tener que penar un poco más en el mundo mortal, estoy seguro de que en el fondo, se alegra de poder disfrutar un tiempo más de los placeres mundanos. Le tiendo las escasas pertenencias que pudimos salvar, y ella parece satisfecha.

Naltiria utiliza su magia para teleportarnos de vuelta a las afueras de Kri’Xia, y a medida que nos acercamos a la ciudad, tanto el personal civil como el militar nos miran con mezcla de asombro y deseo; asombro por estar aun vivos, deseo por querer hacerse con nosotros como esclavos.

De la que nos conducen al castillo, tras ofrecernos harzuanes como monturas, el grupo tiene una breve conversación acerca de la resurrección, cosa que este humilde bardo nunca ha experimentado, y tiene poca prisa por comprobar si es capaz de hacer. Kalanthe, que se perdió gran parte de los acontecimientos, es puesta al día rápidamente por Samara.

Al llegar, nos recibe Kismeth, cuyo rostro refleja la misma sorpresa que el resto de sus paisanos. No esperaba volver a vernos vivos, y se dice sorprendida para bien, de nuestras capacidades. Nos hace pasar y decide comentarnos la segunda de sus peticiones, una vez nos confirma que Yako Hana ha sido eliminada.

La ambición de Kismeth pasa por Zelmistra, importante ciudad drow gobernada por Vhonless Ish’Za. No quiere sólo la ciudad, por supuesto, si no la cabeza de su matriarca servida en bandeja de plata. La diplomacia drow tiene poco de diplomática, y mucho de decapitación, parece ser.

Samara parece preocupada; Ish’Za es una aliada de la Emperatriz, y Anne ya tiene de su parte a esa matriarca, por lo que la mediana insiste que no podemos traicionar a una aliada que ya ha demostrado su compromiso con la causa.

Por un momento dejan esa negociación, pues Kismeth quiere conocer de primera mano la historia de cómo conseguimos cumplir la misión. Samara narra cada detalle y pormenor de nuestra estancia en Kuraitsuro, incluyendo el asunto de la petición de Hana para eliminarla. Naltiria parece disgustada al revelarse esa parte, pero no dice nada. Satisfecha, Kismeth vuelve a la negociación acerca de sus ambiciones. Samara, que al principio es totalmente reticente a quitar a Ish’Za de en medio, finalmente logra un acuerdo por el cual, los materiales proporcionados por los Kismeth, como la obsidiana, serán un 10% más baratos ahora, y un 15% cuando la matriarca logre hacerse con Zelmistra, cosa que quiere que suceda antes del fin de la guerra, que sabe, será larga. Con este asunto finiquitado, Samara pasa al último punto del orden del día…

Que no es otra cosa que anunciar a Kismeth que ella ha de quedarse en la corte de la matriarca para ser los ojos y oídos de la Emperatriz en la Infraoscuridad. Casi divertida, cosa que no nos extraña, pues recordemos que estas gentes parecen gustar de comer ciertos tipos de carne, Kismeth acepta pensárselo y nos comunicará su decisión en la cena. No llega el acuerdo sin embargo en el asunto del apoyo de la flota de Kismeth a Anne, pues la matriarca dice necesitar sus naves para cumplir con las obligaciones que todo este nuevo acuerdo la supone.

Para cenar, en esta ocasión, se nos ofrece guiso de kraken, que resulta delicioso y reconfortante en igual medida. Otra ración de carne podría saturar nuestros estómagos. Respecto del tema de la embajada, Kismeth acepta a Samara como su consejera y embajadora del Imperio de Athanae, a cambio de que nos llevemos a su hija pequeña, X’Valla, y su séquito de acompañantes, para que sea la protegida de Anne, y aprenda los caminos de los superficiarios. La muchacha, que parecía ignorar tal decisión trata de protestar, pero su madre acalla las quejas con autoridad, y X’Valla acepta su destino. Nuestra mediana acepta tales términos, y se sella con un brindis, un entrechocar de copas que suena discreto, pero cuyas ondas aun no sabemos, qué consecuencias en la historia del mundo, van a tener.

Al final de la cena, Samara pasa a despedirse de los miembros del grupo, pues a la mañana siguiente habremos de partir, dejándola a ella en Kri’Xia, para que comience a ejercer su nuevo puesto. A Neesa, le muestra su respeto por sus grandes poderes como conjuradora, además de reconocerla su cambio hacia el pragmatismo en recientes fechas. A un servidor, la mediana asegura que le gustaría leer el libro que vuestras mercedes escuchan, tras lo cual me dedica un pellizco. ¡Ah, sin duda echaré de menos a la pequeña halfling, tan decidida, tan profesional, tan diligente en su trabajo! Pero las conversaciones más interesantes, sin duda aun están por llegar, pues la mediana se dirige hacia Alix, y saben los dioses, que estos dos tienen una relación… especial.

 
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Sesión XIII:

La matriarca Kismeth, y sus dos hijas y pupilas, Azvira y X’Valla, nos esperan para tratar los asuntos que nos traen a la Infraoscuridad. Samara toma la palabra como portavoz del grupo y del Imperio mismo, y, valiéndose de un mapa del mundo, tanto superficial como subterráneo, que cuelga de la pared, da un discurso acerca de la importancia de las alianzas en tiempos de guerra como los que vivimos. Finalmente, tras exponer su alegato, hace su oferta: un matrimonio entre una de las hijas de Kismeth y el primer hijo que los Emperadores Anne y Arduin engendren, de modo que la hija de la matriarca será Emperatriz Consorte del Imperio de Athanae, y posible Emperatriz Regente cuando su marido fallezca, además de madre del futuro gobernante de las tierras de la superficie.

La matriarca, sonríe divertida y contraataca sin piedad: Los emperadores aún no tienen esa descendencia, y quizá nunca la tengan, arguye Vithanthi. Samara está ofreciendo castillos en el aire. Además, se plantea si los súbditos de la Emperatriz Anne serían tan dóciles con una gobernante drow sentada en el trono, o una semidrow. Por tanto, la matriarca rechaza de plano la oferta, y, siguiendo con un estudiado guion, pasa a hacer su oferta, que consiste en dos peticiones. La primera, es que desea la muerte de Yako Hana, la daimyo cortesana del Dragón Azul, que está siendo muy relevante en unas posibles alianzas que se están forjando en este mismo momento, entre el mismo Dragón Azul y Laethran Dru’Hax, una matriarca drow que controla esa frontera. Parece ser que estas dos mujeres están cerca de lograr un acuerdo para que la ciudad de Kuraitsuro sea enlace entre la superficie y el inframundo, estableciendo lucrativas relaciones comerciales y colaboración estrecha. Sin embargo, nuestra anfitriona no quiere tener nada que ver con la superficie, y por tanto quiere echar por tierra dicho plan. Para ello, cree que será suficiente con eliminar a Hana, principal valedora de este acuerdo. Nos envía a una reunión a tres bandas, en la que estarán Hana, Dru’Hax y nosotros como representantes del Imperio, y debemos aprovechar esta oportunidad para eliminar a Hana. Como ayuda para esta tarea, Kismeth nos proporciona un regalo que hemos de hacerle a la daimyo, una caja de obsidiana que, siendo agitada de cierta manera, abrirá un portal mágico que permitirá el paso de dos asesinos de la matriarca para eliminar a Hana, además de hacerlo pasar por un atentado de Dru’Hax; no obstante, la matriarca se conforma con la cabeza de Hana, siendo la trama de los asesinos, accesoria. La segunda parte de la misión se nos comunicará a la vuelta exitosa de esta primera tarea. Nos informa Kismeth que Hana es una mujer astuta, cruel, despiadada y acostumbrada a las intrigas y mentiras, información que tomaremos en cuenta para abordar la misión.

Nos dice también la matriarca que quizá queramos hablar con un extraño individuo que, a las afueras de la ciudad de Doki, hace preguntas sin discreción ninguna acerca de nosotros, y que quizá podamos usar su nombre para algo. Tras aceptar la misión, nos dirigimos a hablar con este hombre, que dice llamarse Daimon Tadashi, y parece llevar tiempo esperándonos. Nos conduce a un sótano, y comienza su discurso diciendo que nos ha visto en sus visiones y sueños, utilizando uno de los Artefactos vinculados a los Tomos, para eliminar a una joven deidad. Sin embargo, sólo reconoce a Naltiria, y dice que el resto, no encajamos en lo que vio en sus profecías, no obstante, parece muy seguro de que somos nosotros. Estamos un tanto confundidos, pues no recordamos haber utilizado dicho Artefacto, y Naltiria sugiere que quizá el hombre haya visto el futuro en lugar del pasado. La archimaga es quien lleva la voz cantante en esta conversación, pues aunque dice sentirse tremendamente atraída a, tal como sugiere Tadashi, mandar todo al carajo y centrarse en la búsqueda de los Tomos y los Artefactos, no puede hacerlo por su lealtad a la Emperatriz. El hombre insiste en que la guerra venidera es una nimiedad en comparación al poder de los Artefactos, y que si caen en malas manos, todo podría dar igual. La conversación gira entonces hacia, en lugar de buscar los Tomos, sería quizá más conveniente buscar a aquellos grupos que los persiguen, y detenerlos. Sea como fuere, la conclusión final es que a pesar de que Naltiria está de acuerdo en la tremenda importancia de los Tomos, debemos seguir cumpliendo la misión que nos ocupa, pues la Emperatriz tiene suficiente poder para impedirla entregarse completamente a la búsqueda de los Artefactos. Tadashi, decepcionado, nos emplaza a encontrarnos con él en Ikoro si finalmente decidimos emprender esta gesta, ciudad, que una vez empiece la guerra, será más bien inaccesible. Mientras, nuestro nuevo acompañante Elian, que se ha traído hasta la mesa todas las botellas de alcohol que le cabían en las manos, y las ha ido vaciando mientras conversábamos, se levanta completamente borracho y con un sospechoso bulto en la bragueta, grita algo acerca de venganza, Lhoereb, y drows, entre otras palabras que no logramos entender. Tenar, con la mano en la cara, sana a Elian, que al darse cuenta de la situación, se sienta avergonzado.

Regresamos pues a la Infraoscuridad para seguir elucubrando qué hacer con el asunto de Hana, ya que cada vez nos parece más claro que pueda tratarse de una trampa de Kismeth. Puede querer dejar mal a Athanae e involucrarnos, dada su poca simpatía por los habitantes de la Superficie, puede que simplemente quiera ponernos a prueba. El caso es que todo parece indicar que nos estamos adentrando en la boca del lobo.

Mientras estamos viajando de vuelta a Kri’Xia, divisamos una comitiva de drows, que parecen ser de la familia Lhoereb, la familia con la que Elian debe de tener algún asunto pendiente. Quiere perseguirlos, pero finalmente tiene que desistir, al estar escoltados por unos guardaespaldas de Kismeth. ¿Qué asuntos se traerá con los drows?

De vuelta a la ciudad drow, nos ponemos a buscar información acerca de Yako Hana y de Laethran Dru’Hax, para saber sobre qué terreno pisamos. De Hana averiguamos que es una hábil cortesana, que sabe moverse tan bien en público como en la sombra, y que como miembro del Dragón Azul, hará lo que sea necesario para el bien de su Imperio a cualquier coste; de Dru’Hax conseguimos descubrir que está casada con Xaegon, que parece darse ínfulas de grandeza, tiene fama de gran diplomática, pero también tenemos algunas informaciones que apuntan a que puede ser que sus subalternos sean quienes estén expandiendo esta fama que quizá no sea del todo merecida.

Pensando en cómo podemos abordar la reunión una vez conocemos estos datos, partimos a Kuraitsuro, no sin antes pedir a Kismeth un salvoconducto que nos pueda llevar tan cerca de la ciudad como sea posible, evitando los peligros que acechan en la Infraoscuridad. Lo único que nos ofrece la matriarca es la seguridad de que su familia no nos hará daño.

Por precaución, decidimos usar el mínimo de magia imprescindible durante el viaje, para no atraer miradas ilícidas no deseadas.

Cuando llegamos, unos días después, descubrimos una enorme urbe, donde multitud de razas entran y salen de las puertas, custodiadas por guardias y burócratas que anotan todo movimiento; es evidente que hay esclavitud, por supuesto. Según nos acercamos, los guardas parecen sobre aviso de nuestra llegada, así que tras intercambiar algunos susurros, nos escoltan hasta la fortaleza, donde la reunión a tres bandas nos espera… aunque tan sólo Yako Hana, nos recibe.

 

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Sesión XII:

Navegamos con destino a la Infraoscuridad, y, a falta aun de una semana, continúan nuestros discursos y formas de intentar convencer a Sharteen de que acepte el puesto de almirante, cosa que no parece tener ninguna intención de hacer. Alix, entretanto, vuelca sus esfuerzos en que la capitana le enseñe sus… pistolas. El chico apenas tuvo oportunidad de verlas antes de la entrega, y la curiosidad por ver estas piezas de tan alta tecnología le tiene desvelado. Finalmente Sharteen descarga una de las armas y permite al muchacho sopesarla en la mano y examinarla, cosa que hace Alix con la boca abierta en una mueca que va entre la sorpresa y el éxtasis.

A la mañana siguiente, mientras empezamos nuestros quehaceres marineros, Alix insiste en llamarme “Princesa”, momento que aprovecho para tener un conversación pendiente con él. Le recuerdo al chico que todos somos supervivientes, que todos hemos pasado por penurias y que no soy precisamente un noble al que todo haya ido bien siempre; la niebla me arrebató a mi familia, como a casi todo el mundo, y tuve que vivir en un inmundo cuchitril que era poco más que una letrina durante el asedio a Arrevignon. En la vida he ido dando bandazos de un lado a otro como todos. Puede parecer a los ojos del muchacho que todo me va con el viento de espalda, pero es todo pura fachada. Le ofrezco el punto de vista del bardo, que como cronista de las aventuras del grupo se siente especialmente impresionado porque un muchacho de menos de 16 años aporte tanto a un grupo de aventureros que le doblan la edad o incluso más, y que es sin duda el más meritorio de todos. Yo… yo sólo tuve a Fortunna de mi lado el día en que susurró a Shindalar que otorgara belleza, una belleza que en ocasiones es bendición, y otras, no tanto, como veremos más adelante.

Naltiria y Neesa, tienen mientras tanto, otros asuntos que discutir, pues parece que la archimaga, que posee un instinto acerca de pistas de los misteriosos Tomos, cree que hacia donde nos dirigimos, la infraoscuridad, alberga pistas o incluso puede que algún tomo, quizá incluso más de uno. Neesa parece encantada con esta información, y acuerdan ponerlo en conocimiento del grupo más tarde. El hada, transmutado ahora en una mujer humana, aprovecha para preguntar a la archimaga si piensa en los que han dejado atrás: Korr, Pequezás, Ah Puch, Hägar, Snorri, Luca… la lista parece larga. Asegura Naltiria que cada mañana tiene recuerdos para cada uno de ellos, y precisamente esa imagen le da fuerzas.

Después de algunos días más de travesía, Samara y Alix tienen una conversación: Samara quiere dejar claro a Alix que se siente orgullosa de en lo que el muchacho se está convirtiendo, y el diálogo suena un poco a despedida. Como es sabido, el plan es que Samara se quede en la infraoscuridad como Embajadora del Imperio, y esto hace que no sepamos si volveremos a ver a la mediana… Sólo los dioses saben cómo se siente Alix respecto de esto, pero por lo que se puede intuir de lo que hablan, lo que parece seguro es que echará de menos a la halfling.

Nos reúne la archimaga, que tal y como había dicho a Neesa, tiene que compartir con nosotros que mantengamos ojos y orejas abiertas por si pudiéramos descubrir algo acerca de “nuestro objetivo primero” sin nombrarlo, por quien pudiese escuchar; todos asentimos.

El viaje continúa sin incidencias, y nos acercamos al objetivo; hemos llegado antes que nuestro contacto, que lo hace unas horas después. “La Concha Negra” es un barco que a primera vista parece mercante, pero un examen cercano permite descubrir que se trata de una galera de guerra, bien pertrechada y con expertos militares a bordo. La capitana Ishizake Hitsume, adusta mujer hiraneana, intercambia saludos con Sharteen, y nos invita a subir a bordo de su nave, que nos ha de llevar a nuestro destino. Tras despedirnos de Sharteen, nuestra nueva nave empieza la marcha. Hitsume nos mira con expresión ruda, y nos reúne para darnos una serie de recomendaciones, como mujer que conoce a la matriarca con la que hemos de negociar. Así, nos dice que Kismeth es una mujer extremadamente ambiciosa y poderosa, además de absurdamente rica. Esto último hace que no podamos comprar nada de lo que posee, pues nada tenemos que la pueda interesar, incluido el oro. Nos advierte la capitana que la matriarca está acostumbrada a obtener lo que desea, y si algo le impide conseguirlo, lo aplasta como a un insecto. Eso nos pasará a nosotros si no logra lo que quiere de nuestra visita. Nos dice también que nuestros anfitriones drows son conocidos por ser tremendamente sádicos crueles y ante todo, conscientes de serlo. Gustan de provocar a los extranjeros con sus exóticas y macabras costumbres, para poder tener excusas para atacarnos.

Tras toda la lista de recomendaciones, que agradecemos, nos presenta a Elian y su compañero animal Vronti, los únicos no hiraneanos a bordo a excepción de nosotros mismos. Dice que ha comprado un pasaje hasta Kri’Xia, pero luego no se hace responsable de su suerte, por si queremos unir fuerzas. Nos presentamos ante el individuo, cuyos rasgos, acento y nombre parecen tanacios. Parece nervioso, y dice que va a Kri’Xia a buscar una familia con la que comerciar con esclavos. Su argumento no parece muy consistente, y es Neesa quien nota que la voz le tiembla al decir esto. Algo oculta nuestro compañero de travesía, que procura cambiar de tema. Anthe parece interesada en él y se lo lleva aparte, pero ambos regresan pronto. La mujer parece un poco decepcionada, pero nada más lejos de la realidad; está interesada y él pone buenos ojos a las intenciones de nuestra clériga. Alix, con la curiosidad que aporta la juventud, ofrece regaliz a Elian, y quiere ofrecérselo también al grifo. Elian dice que lo haga, que no atacará, pero parece que al grifo no le apetece la aromática rama, y se revuelve, molesto por la presencia de Alix. Elian parece sorprendido por la juventud de nuestro cazabrujas, cosa que en el fondo enorgullece a Alix, pero cara a la galería, quita importancia a este hecho.

Concluidas las presentaciones, Samara nos reúne para poner de relieve las palabras de la capitana Ishizake: nos pide que mantengamos la calma, la mente lo más fría posible, y que no nos dejemos llevar por la ira que sin duda los drows tratarán de provocarnos. Asentimos, preparándonos para lo peor, aunque aun no sabemos hasta dónde están dispuestos a llegar nuestros anfitriones…

Atracamos tras unos días de navegación tranquila, y tras movernos por la ciudad de Doki, camuflados con unas capas con capucha proporcionadas por Hitsume, nos conduce a la entrada a la infraoscuridad, camuflada dentro de un edificio, tras el mobiliario. Allí nos espera una escolta de drows, que nos ofrecen unos Harzuanes como monturas, una suerte de corceles alados de dos cabezas, y garras en lugar de pezuñas. Llegamos tras un breve viaje a la ciudad de Kri’Xia, y de allí, nos llevan al castillo, donde nos están esperando para celebrar un baile. Vronti, el grifo de Elian, ha de quedarse fuera, tratado como una montura. El tanacio asiente preocupado, pero ha oído igual que los demás las palabras de Samara, así que asiente. Nos recibe la matriarca Vithanthi Kismeth y su marido Sorn, que interrumpen la pieza que bailaban para despacharnos bienvenida, invitándonos a disfrutar de la fiesta, para luego pasar a cenar.

Durante el baile, Kyrelle Kismeth, comerciante de la familia, saca a bailar a un servidor, y comienza a juguetear y poco menos que me ordena pasar a verla en cuanto nuestras obligaciones con la matriarca nos lo permita. Veremos si llegamos a tener tiempo para esa visita… otro día.

Tras disfrutar de unas piezas más, el baile concluye, y nos hacen pasar al comedor. Tras la protocolaria toma de asiento, y la presentación de nuestra cocinera Alyda Sareth, comienza bien el banquete, que según su creadora, ha de ser un simulado viaje por Athanae. El primer plato consiste en exquisita langosta. Durante la degustación de este marisco, nuestra anfitriona charla, principalmente con nuestra líder, hoy Samara por ser la embajadora. Se muestra sorprendida Kismeth de la variedad racial de nuestro grupo, insinuando que ella sólo confiaría en sus semejantes para asuntos importantes.

Continúa la velada con salchicha de pesadilla en llamas, un plato un tanto picante. Durante este plato, la conversación gira en torno a los sirvientes, la esclavitud y como Alix, tan joven, no es ninguna de esas dos cosas.

El tercer manjar que nos han de ofrecer son tacos de kraken. Están sorprendemente tiernos, he de decir.

Kismeth se fija ahora en Neesa, de quien dice que tendría gran valor en el mercado de esclavos por ser hada y conjuradora. Pero centra sus esfuerzos la matriarca en Tenar, la alta elfa. Drows y altos elfos son enemigos ancestrales y jurados, y Kismeth quiere medir a su rival. Así la trata, como rival y enemigo a batir, los únicos dignos de la atención drow. Sin embargo lamenta que estos se reproduzcan tan poco como lo hacen, pues de hacerlo como los drows, dominarían sin esfuerzo la superficie como lo hacen sus primos oscuros con el inframundo. Tenar asiente, y tiene a bien dar la razón a su anfitriona ante su sorpresa, mostrándose de acuerdo en tales afirmaciones. Visto que no logra provocar a Tenar, finalmente trata de insultarla por ser poco menos que una adolescente, pero nuestra clériga tampoco cae esta vez en el ataque.

Llega el plato principal. Ruego a vuestras mercedes me disculpen, pues el siguiente capítulo puede herir algunas sensibilidades, y tuve que hacer que Tenar borrase de mi cabeza lo que sucedió después. Así que dejaré que mi ayudante les cuente lo que se sirvió, mientras un servidor, se retira a tomar algo…

(Cambiando de voz) En una jaula, un niño halfling, perfectamente consciente, y ataviado con un taparrabaos y una bola metálica en la boca, mira a los comensales con una mezcla de terror y desesperación, suplicando ayuda en silencio. Nadie ha de prestársela si queremos que todo salga bien, así que la cocinera y su equipo comienzan el grotesco espectáculo: manteniendo vivo al pobre desgraciado, y consciente para más seña, pues así ha de ser para que el sabor sea el adecuado, comienzan a cortar con quirúrgica las capas de piel y grasa del abdomen del mediano, que, inmovilizado, sólo puede retorcerse de dolor, mientras le extraen el hígado, lo convierten el finos filetes, y tras pasarlos por la plancha, nos los sirven. Proceden luego a desangrarlo, pero no lo suficiente para matarlo, y nos ofrecen morcilla de halfling. Continúan cortando pedazos y tajas de mediano, que sorprendentemente, cuando aun queda apenas el esqueleto, la cabeza y algún otro órgano vital, como un pulmón, continúa vivo en agonía mientras los comensales disfrutan o sufren, de su carne. Elian come poco, aduciendo mareo del viaje, pero los drows están preparados para eso: le preparan una infusión que ha de curarle cualquier mareo, para asegurarse de que el hombre puede seguir comiendo.

No es la metáfora más adecuada, o sí, pero haciendo de tripas corazón, terminamos el macabro festín, siendo Samara la que acaba con la pieza, como invitada de honor, y a ella corresponden los sesos de su congénere. Nuestra compañera, que mira a su semejante como un carnicero mira al cerdo al que despieza, saluda a la anfitriona, y nos retiramos a descansar.

(Matt retoma la narración) A la mañana siguiente, hemos de presentarnos ante la familia Kismeth, para hablar de negocios, y allí, la matriarca y sus dos hijas nos esperan, para comenzar las conversaciones. Esperemos que el desayuno, sea más agradable que la cena...

 


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Sesión XI:

Nos encontramos a la espera de que Zhao reúna a su concilio pirata, momento en el que han de ponerse de acuerdo en el precio de sus servicios, pues los piratas no tienen más principio que el oro. Samara se acerca a Naltiria, con intención de zanjar el asunto acontecido a bordo del Sepulcro. La halfling comienza con un ataque, echando en cara a Naltiria que no parece estar donde desea, ni trabajando para quien se siente a gusto sirviendo, ni con los compañeros adecuados. Así pues, la astuta mediana pide a la archimaga que no desahogue con ella su frustración personal, y con la boca algo más pequeña, da una ligera disculpa acerca de la exagerada reacción a la bofetada. Naltiria, que escucha a Samara haciendo exageradas muecas, acepta las disculpas de la mediana, pero no parece de acuerdo con la otra parte del discurso. La halfling vuelve a la carga, y pide a Naltiria que haga la vista gorda ante ciertas decisiones y acciones, pues eso revertirá en beneficio del grupo. Naltiria admite que los métodos de la halfling son eficientes, y alaba la determinación y buen hacer de Samara, aunque no está de acuerdo en algunos de sus métodos. Tras un intenso tira y afloja, y con un acuerdo no demasiado claro acerca de futuras decisiones, estrechan sus manos y parecen poner fin al asunto.

Tras esta densa charla, la halfling parece necesitar jugar una partida de Tazos para relajarse, así que planta una bolsa repleta de monedas encima de la barra de la taberna pirata “El Delirio del Mar Escarlata” y el tabernero señala a la que sin duda ha de ser su compañera en esta partida. Jazmín Diabólico es una súcubo que no esconde su verdadera forma, y mira con lascivia y deseo prácticamente a todos los presentes. En efecto, la diablesa es el contacto de Samara de la Dulce Miel, para la misión de robar un cuadro y una carta del pirata conocido como Yzer “El Grande”, o “Gordo”, según a quien preguntes, además de cercenarle la mano para siempre. Urden un plan en las sombras ambas mujeres, mientras miran de reojo al enorme pirata, que pasea sus lorzas por la taberna.

Deciden dar un primer vistazo a la guarida de Yzer, pero descubren pronto que está custodiada por al menos cuatro hombres, aunque parecen distraídos en su partida de cartas. No obstante, lo que echa para atrás explorar más allá, es el descubrimiento de una trampa en la puerta, que por ahora, parece insalvable.

Entretanto, en la taberna, el resto del grupo toma tranquilamente unas copas del hediondo líquido pirata, que difícilmente pueda llamarse bebida. Tenar y un servidor tienen una charla distendida acerca de templos, tabernas y fe, cuando Naltiria se dirige a Tenar, y alaba las capacidades que esta ha exhibido en el combate contra Maxtor, el golem de entrenamiento. A la archimaga le gustaría sentirse más útil en combate, y pide a Tenar que la enseñe su profesión. Sin embargo, la especialización de nuestra alta elfa parece requerir alguna capacidad de conjuradora divina, algo que Naltiria parece tener complicado. Tras discutir acerca del asunto, queda en que quizá Naltiria pueda aprender a ser una Geomante, como Tenar, aunque tendrán que darle alguna vuelta más a la cuestión de la magia divina.

Mientras mantienen esta conversación, un servidor se ha retirado discretamente, y al poco de estar dando una vuelta por la concurrida taberna, un drow se me acerca y me ofrece una buena suma de monedas si canto una canción acerca de Yzer el Grande… llamándole Yzer el Gordo. Las monedas tintinean alegres en la bolsa, y pido un momento al elfo, para componer unas líneas.

Al tiempo que compongo la canción, Samara y Jazmín continúan buscando la manera de colarse en la estancia de Yzer, y consiguen introducirse. El plan consiste en que la diablesa adoptará la forma de una mujer indefensa, que dejarán en la cama del orondo pirata como “regalo” de algún otro capitán, cosa que Samara deja reflejada en una nota para que Yzer la vea a su llegada.

Pero Yzer aún no va a retirarse a su habitación, pues un atractivo bardo ha comenzado una canción acerca de sus hazañas… o no. Pronto la sonrisa del capitán se borra del rostro al oír la palabra “Gordo” y apartando borrachos a su alrededor a puñetazos, se desata una pelea multitudinaria. Yzer trata de llegar hasta un servidor, mientras profiere amenazas de muerte y cosas peores. El drow arroja la bolsa del dinero en mi dirección mientras ríe, y la atrapo al vuelo mientras huyo de la ira del capitán más fácil de saltar que de rodear.

La cosa se está poniendo fea… Pero llega Zhao, que detiene inmediatamente la violencia, preguntando qué ocurre. Con aliento entrecortado por el esfuerzo, Yzer habla acerca de “honor mancillado” por haber sido llamado Gordo, algo que en mi humilde opinión, no debiera ofenderle tanto. Es tan cierto que el pirata es un hombre gordo como que el cielo es azul.

Zhao parece divertido ante la situación, pero no tiene más remedio que advertirme que no se debe insultar entre piratas… de nuevo he de defenderme diciendo que no es insulto aquello que es simplemente descriptivo, pero en esta ocasión prefiero ser prudente. El concilio pirata decidirá mañana qué hacer con el asunto, así que se reanuda la fiesta. Yzer, ofendido, se retira a sus aposentos…

Aposentos en los que Samara ha encontrado ya el cuadro que ha de recuperar. Jazmín yace “indefensa” en el lecho del pirata, que llega y tras abroncar a los guardias de la entrada, pues parece evidente que alguien ha entrado, lee la nota, y aunque parece sospechar algo, no puede resistirse ante la idea de violar a la bella muchacha de la cama, amordazada y aparentando miedo. Con la baba cayendo por su rostro, se desnuda a toda prisa, y la halfling, hábilmente escondida, registra las prendas de Yzer, donde halla la carta que busca. Sale de su escondite, y ayuda a Jazmín a desembarazarse del abrazo baboso y sudoroso de Yzer, el bien llamado Gordo trata de defenderse, pero apenas tiene aliento por el esfuerzo de violar a la diablesa disfrazada. Aprovechando la indefensión del capitán, proceden a cortarle al mano y a cauterizar la herida. Una nueva victoria en otra partida de Tazos para Samara.

Mientras sucede todo esto, Naltiria, Neesa y Kaito surten la modesta coca con alimentos y aperos, y los agradecidos y confundidos esclavos, preguntan el por qué de las acciones del grupo. Naltiria les cuenta acerca de las difíciles decisiones que en ocasiones, hay que tomar. Asienten los hiraneanos, dispuestos a tomar la oportunidad que se les brinda. Intercambian bendiciones, y los tres aventureros se retiran mientras los esclavos preparan los últimos detalles de su embarcación.

A la mañana siguiente, Zhao se dirige a nosotros, para comunicarnos la voluntad del concilio pirata. Como primer asunto, pide el Rey pirata 1000 monedas de oro por cada vez que llamara Gordo a Yzer en la canción. Voto a Fortunna que sólo fueran dos, pero he de pagarla por duplicado, pues fueron también dos las veces que canté la canción. No me parece justo, voto a Finnallis, pero prefiero pagar que buscarme problemas mayores. Tiendo a Zhao las cuatro mil piezas doradas. Sabe Barenna que me han quedado mil limpias, y he disfrutado de la situación.

Pero vamos a lo importante, los capitanes piden 30000 monedas por nave hiraneana destruida. Samara y Naltiria empiezan ofreciendo 20000, cosa que le parece muy baja a Zhao. No parece el pirata muy dispuesto a rebajar esa cifra, pero tras una ardua negociación, en la que entran en juego el tamaño de las naves, incluir embarcaciones civiles, y algunas otras consideraciones, finalmente llegamos a un acuerdo de 25000 por nave, siendo que adelantaremos medio millón de monedas, y luego, con periodicidad, enviaremos un emisario a recoger las pruebas de las naves caídas, para continuar pagando hasta un total de dos millones y medio de monedas. Todos parecemos satisfechos con el acuerdo, quedando medio millón de monedas como emolumentos para el grupo.

Con el asunto pirata zanjado, subimos a bordo de La Aguja, donde Sharteen nos espera impaciente para llevarnos a nuestro próximo destino, el contacto con la infraoscuridad. El viaje ha de durar unos días… Días que Samara primero, y el resto del grupo después, aprovecharemos para intentar convencer a la capitana de que acepte el cargo de Almirante de Athanae, cosa que de inicio, parece prácticamente imposible. Sharteen detesta a los militares, la disciplina y no guarda especial aprecio por patria alguna, lo que nos deja con pocos argumentos. A pesar de que el regalo de la Emperatriz, las dos pistolas de repetición, parecen muy del agrado de la capitana de La Aguja Plateada, es el único punto a favor que parecemos haber encontrado. Voto a Fortunna que nos ha de sonreír, pues aun quedan unos días hasta nuestro destino, y podamos desplazar a Sharteen de su posición, por ahora... inamovible.



Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Elian (III)



Despertó días después. Se encontraba tumbado con Vronti hecho un ovillo a su lado, dormido plácidamente. Estaba en el suelo, pero no directamente sobre el duro adoquinado, alguien había tenido la delicadeza de arrojar un poco de paja antes de posarlo.

- Excusez-moi, ça va?1

- No entiendo – respondió Elian intentado levantarse, pero todo le daba vueltas y volvió a posar la cabeza.

- ¿Se encuentra bien? - volvió a preguntar la misma voz, esta vez en común, con acento tyrsalita.

- He estado mejor.

Apenas terminó la frase, tuvo una náusea, e intentó girarse para vomitar, pero no tenía nada que expulsar. La voz a su lado, que era de mujer, conjuró algo y se encontró mejor. La miró. Aun veía borroso, pero parecía joven, de cabello pelirrojo suelto. La chica le tendió una jarra.

- Bebe.

Elian se incorporó un poco, ya menos mareado, tomó la jarra de peltre y se la llevó a los labios. Parecía leche aguada, y la bebió con ganas.

- Gracias.

- De nada, extranjero. Deberías elevar una plegaria a Fortunna, si rezas a los dioses, o quizá a Ashtorgoth, porque es casi un milagro que viéramos que no eras un muerto y te rescataran de la muralla cuando chocaste con tu bestia.

- Lo haré, lo haré – dijo mientras se frotaba las sienes, intentado calmar el terrible pitido que tenía en los oídos – y, ¿a quién debo mi vida, además de a la Dama Suerte?

La chica rio sin muchas ganas.

- Sólo a ella. Yo sólo soy clériga de Alunne, y me dedico a atender a todos los enfermos y heridos. La Niebla está haciendo estragos.

- ¡La Niebla! - exclamó Elian, recordando todo de golpe - ¿qué es esa Niebla? Mis compañeros…

- Dalos por perdidos, y reza para que así sea – dijo la chica, con tono grave – porque si los encuentras de nuevo, será para mal.

- Llevo una temporada fuera, ¿puedes explicarme lo que ha pasado?


- La verdad que no demasiado – respondió la enfermera – de la nada empezó a rodearnos esa horrible bruma, convirtiendo todo lo que tocaba en muerte. Alaric del Grande, el archimago de la ciudad, ha reclutado a todos los conjuradores arcanos de la ciudad para mantener la cúpula y repeler a los no-muertos. Eres el primer superviviente que vemos llegar a nuestras fronteras que no es un cadáver ambulante o un engendro.

- Pero, ¿cómo…? ¿Quién…?

- Sabemos tanto como tú, extranjero… a todo esto, no sé cómo llamarte.

- Elian.

- Suena exótico – dijo la chica – yo soy Laetitia.

- Gracias, Laetitia – Elian apuró el último sorbo de leche, y le devolvió la jarra a la sacerdotisa.

- Eso es todo cuanto la ciudad y yo podemos ofrecerte, además de refugio, a partir de ahora deberás valerte por ti mismo. Alimentarte a ti va a ser un reto, pero a tu animal – dijo mirando al grifo – va a a ser imposible. Pronto te sugerirán que lo sacrifiques para ahorrar alimento, luego empezarán a pedirte que lo mates para comer su carne. Las cosas se van a poner feas si el asedio no acaba pronto.

- ¿Y va a acabar pronto?

- No tiene pinta – Laetitia sonrió débilmente, se levantó y fue a atender al siguiente paciente.

---



Las previsiones de Laetitia se fueron cumpliendo. El asedio se prolongaba sin visos de ir a mejorar, con los magos usando todo su poder sólo para contener a las hordas de no-muertos, que se volvían especialmente agresivas en las horas nocturnas. Algunos de los más desfavorecidos empezaron a señalar a Vronti como innecesario, y más tarde como carne fresca, hartos de la comida mágica convocada por los conjuradores. Ambos tuvieron que utilizar la violencia en más de una ocasión para defenderse de famélicos mendigos, o gente que perdía la cabeza por el encierro y la noche perenne.

Durante un tiempo, estuvo tan ocupado en sobrevivir, que la venganza y los drows quedaron en segundo plano en su cabeza, y sólo cuando iba a dormir, durante unos minutos, recordaba las palabras de su padre en su lecho de muerte, “Tan sólo asegúrate de acabar con los Lhoereb”

Empezó a visitar a Laetitia para poder charlar con alguien mientras ella atendía a los heridos, y descubrió que no era de Aldavia, pero cuando entró en la ciudad, semanas antes de que la niebla llegase, ya no la habían permitido salir, pues el Archimago advertía de un gran peligro que se acercaba y estaba aprovisionando la ciudad; como clériga sanadora, sus habilidades eran muy valoradas. No había templo de Alunne en la ciudad, pero la sacerdotisa se había hecho su propio altar. Como privilegiada que era, le permitían tener una pequeña estancia privada en un edificio cercano. Dedicaba todo el día a atender a los heridos, asegurándose que la niebla y la podredumbre no había entrado en ellos. Si así era, derivaba a esos heridos a otra sección de la ciudad, donde no sabía qué les pasaba, pero no era optimista respecto de su curación, así que sospechaba que los sacrificaban e incineraban.

- Hoy se cumple un año desde que la ciudad se selló y Alaric levantó la cúpula – decía Laetitia, triste – un año que vivimos en una noche eterna. Cada jornada es igual a la anterior. Ahora todos los problemas del pasado parecen tan pequeños…

- ¿A qué te refieres?

- Mi hermano quedó cojo hace años mientras trabajaba de guardia en Tysalevia, estuvimos meses litigando contra la guardia para que pagaran por el tratamiento para curarlo, sin resultados. Por eso me hice clériga – sonrió – Perdí a mi hermano en la Niebla, en una de las primeras batallas, ahora todo aquel asunto de los juicios parece una tontería comparado con… esto.

- No lo creo, esto es sólo una pausa – dijo Elian – en cuanto esto acabe, reanudaré mi vida anterior.

- ¿Y si no acaba? - dijo amargamente la clériga, mientras ponía unas vendas frías a un enfermo - ¿y si los muertos ganan? ¿Qué importa todo lo demás?

- Sólo espero que no lleguen antes que yo a matar a cierta gente. Que la niebla no me arrebate la venganza.

Laetitia negó con la cabeza, decepcionada.

- Déjame hacer mi trabajo, y ve a planear tu venganza, Elian. A veces pienso si merece la pena salvar a algunos…

El muchacho se sintió ofendido por las palabras de la sacerdotisa, y se marchó enfadado.

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No volvió a visitar a Laetitia en meses, meses que dedicó a buscarse la vida como buenamente pudo. En ocasiones le requerían de la milicia para reforzar posiciones en la muralla, sobre todo por Vronti, que resultaba un recurso valioso por su capacidad de combate. Su arco era mucho menos eficiente contra los muertos que las zarpas y mordiscos del grifo, aunque poco a poco, fue aprendiendo cómo hacerles más daño. Las lecciones de Irina acerca de puntos vitales no se ajustaban a los muertos, pero supo adaptar las lecciones al nuevo enemigo.

La echaba de menos, y pensó que quizá era la única persona que le había tratado con verdadero esmero a parte de su madre. Tragando un poco de orgullo, se encaminó al punto donde se atendía a los heridos, y buscó la melena color fuego de la sacerdotisa, pero no la vio. Se acercó a otro clérigo y preguntó por ella, pero no parecía saber nada de una seguidora de Alunne. Confundido, regresó al día siguiente, y al otro, sin resultados. Era como si se la hubiese tragado la tierra, y dado cómo estaban las cosas, cualquier cosa parecía posible.

Desistió unas semanas después, y continuó luchando en el frente, pues los muertos golpeaban la cúpula mágica cada noche, y a veces conseguían penetrarla por un instante, y eran los soldados los que tenían que contener los cadáveres mientras los magos restablecían la barrera. Las bajas en esos momentos eran grandes, y normalmente se producían esas grietas casi todas las noches. Los muertos no daban tregua, eran un enemigo implacable, indesmoralizable, invencible. Sólo podían aguantar, y la perspectiva de aguantar no era suficiente para elevar mucho la moral, que cada vez estaba más dañada en la ciudad, que sucumbía a la locura, al crimen, y a la desesperación.

Pasaron días, semanas, meses… años. Más de un lustro aguantando los embates de la muerte llamando a las puertas de la ciudad. La depravación dentro de las murallas era casi total, con agoreros vaticinando el fin del mundo, y gentes entregándose a placeres mundanos y crímenes de toda índole, dándolo todo por perdido. Hubo momentos en los que del lado de la milicia, aparecían horribles engendros casi tan abominables como los enemigos, y ya a nadie le preocupaban, sólo querían luchar y vivir una noche más.

Cuando todo parecía irse al carajo, e incluso rumores de rendición e inmolación corrían de boca en boca, llegaron los Consagradores. Arduin, voz de Plata, el mejor bardo del mundo, el Bardo Mendigo, llegó con los estandartes de los Von Xavras ondeando, encabezando a su grupo de aventureros, “El Coro Cegado” liderando a su cohorte de Consagradores, Guerreros Sagrados que disipaban la Niebla a su paso trayendo luz divina. Liberaron la ciudad y se fueron tan rápido como habían llegado, avanzando a una nueva urbe que liberar. La luz del sol acarició el rostro de Elian y del resto de supervivientes por primera vez en años, y todos celebraron el fin de la Niebla.

Elian abandonó la ciudad tan pronto como tuvo oportunidad, recordando de repente las promesas que le habían llevado a ser quien era; la niebla había retrasado sus planes, pero no podía postergarlos más. La última información que tenía era muy vieja, pero era lo único por lo que empezar. Por suerte, viajar al este era tarea sencilla, pues los Consagradores venían de esta dirección, y por tanto, no quedaba apenas niebla hacia allí.

Reanudó las investigaciones de nuevo. Cada ciudad era una oportunidad de hablar con aventureros o investigar en bibliotecas acerca de la Infraoscuridad. Se preguntó si la Niebla habría llegado allí también, y de ser así, cómo la habrían enfrentado los drows. De eso poco o nada se sabía, pero a medida que avanzaba hacia tierras más alejadas de lo que conocía, empezó a encontrarse con que los hiraneanos se habían establecido por todo Athanae, ya que habían ayudado en la lucha contra la Niebla, y a cambio, habían obtenido permisos para quedarse por las tierras devastadas por la plaga, como repobladores. Los Dragones no se conformaban con esto, y su influencia política había crecido, y a menudo, entraba en conflicto con los antiguos pobladores de los territorios en los que se quedaban. Así todo, Elian continuó viajando al este y recopilando pequeñas pistas, de ciudad en ciudad.

Tardó algún tiempo todavía en encontrar una nueva oportunidad de incursionar en la Infraoscuridad. Tras muchas idas y venidas, y algunos fracasos, por fin parecía estar sobre una pista buena, que le llevaba a un barco llamado “La Concha Negra” capitaneado por una tal Ishizaki Hatsume. Así que sin dudarlo mucho, se encaminó al puerto donde se suponía que debía estar esta nave, dispuesto a hacerse con un pasaje, dispuesto a continuar, con su historia de venganza...

1Tyrsal. “Disculpe, ¿se encuentra bien?”

 Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Elian (II)



 


Elian e Irina hubiesen querido abandonar el cuerpo de Laertes en el bosque para ser devorado por alguna bestia, como mandaba el rito de Cromn, pero no se atrevieron a hacerlo por si el veneno pasaba al animal que comiese de la carne del hombre. Lo más seguro era incinerar el cuerpo, para evitar que algún carroñero lo desenterrara, así que prepararon una pequeña pira con los materiales de la cabaña, y le pegaron fuego.

El cuerpo de Laertes no emitió el típico olor a carne quemada al arder, si no una hedionda peste a podredumbre, probablemente debido al veneno en que se había convertido su sangre. Irina estaba convencida de que el hombre había muerto físicamente hacía tiempo, y sólo el odio lo había mantenido caminando y hablando durante años. Elian observaba con expresión neutra la hoguera. La exploradora dudaba de que el chico hubiese llegado a querer a su padre, es más, dudaba si el muchacho podría llegar a amar alguna vez, ya que nunca había visto ni experimentado el amor más allá del que su madre le hubiese podido despachar en su niñez esclava.

Cuando el cuerpo finalmente estuvo consumido, Irina tendió el arco a Elian.

- Esto ahora te pertenece - dijo la mujer.


  Elian tomó el arco asintiendo, y Vronti graznó, satisfecho.

Los tres abandonaron el lugar en silencio.

- A Cromn no le gustará este funeral – dijo Elian, con enfado.

- Ni a él ni a Geiath les hubiese hecho gracia que ese veneno pasara a los animales, y que luego alguien los cazara, se comiera la carne contaminada, y se generara una plaga. ¿A qué no? -respondió la mujer.

Elian gruñó algo ininteligible, pero no se volvió a quejar.

- Y ahora, ¿qué vas a hacer, Elian?

- ¿Estás insinuando que te vas?

- Por ahora no, chico, pero quiero saber qué te propones.

- Buscar nuevas entradas a la Infraoscuridad, procurarme un grupo mejor que el que hizo padre, tomar venganza.

- Sí, sí, esa parte ya me la sé, muchacho. Me refiero después. Imagina que bajas ahí abajo, con un maldito ejército, capturas a la matriarca, le arrancas la piel a tiras y le obligas a suplicar clemencia en nombre de tu padre y tu pueblo. Luego, ¿qué?

- No lo sé – dijo con expresión sombría Elian – no tengo ni la más remota idea.

- Tan obtuso como tu padre, digno hijo de él – dijo Irina con un deje de burla en la voz. - Pues vete pensándolo, porque si no mueres en tu empeño suicida de una venganza que ni siquiera es tuya, estaría bien que supieras qué hacer con tu vida después.

Elian la miró enfadado, sobre todo porque no tenía respuesta. Caminaron hasta la ciudad más cercana, y Elian comenzó a volcar sus esfuerzos en recopilar información acerca de la Infraoscuridad, preguntando y buscando en antiguos legajos en las bibliotecas, retomando el trabajo que su padre hiciera años atrás. El acceso por el que habían salido en aquella ocasión estaba sellado, y necesitaría uno nuevo. Encontró otro unos meses después, e incursiono con Irina y Vronti, pero parecía un callejón sin salida, pues aunque se adentraba bajo tierra, no parecía llevar más que a un conjunto de cavernas interconectadas entre sí, que no permitían avanzar. Quizá se tratase de una trampa o el camino estaba oculto para ojos poco entrenados, pero el caso es que tras unos días de expedición, habían descubierto que todos los caminos regresaban hasta la gruta principal. Un tanto desanimados, regresaron a la superficie en busca de alternativas.

Tal y como había dicho, Elian también buscó compañeros que estuvieran interesados en ir a la Infraoscuridad, pero no pudo encontrar muchos. Sólo un mediano que se hacía llamar el “Puertas” se les unió. Era experto en trampas y cerraduras, o eso decía, y estuvo con ellos en otro par de intentos, que acabaron de la misma manera que el primero. Los meses pasaban entre investigaciones e incursiones, sin éxito.

Tras unos años, unas pistas prometedoras llevaron al grupo hasta las afueras de Aldavia, donde se suponía que había una entrada que los drows utilizaban para comerciar con esta ciudad. Incluso compraron un mapa, que les costó una pequeña fortuna, que se suponía que habían robado de la última partida de drows que habían pasado por allí, así que Elian estaba emocionado, pues era la mejor pista que habían tenido desde la muerte de Laertes.

- Esta vez sí…

- ¿Y la parte de procurarte un grupo mejor que el de tu padre? - preguntó Irina.

- Podrías ayudarme en lugar de quejarte. - dijo molesto Elian.

- Estás cometiendo los mismos errores que él – dijo, con tono neutro – y bastante ayuda te brindo, que no me he ido y os he abandonado con tu loco plan.

- Preguntemos por Aldavia a ver si a alguien le puede interesar.

- Después de ti. - dijo Irina, cediéndole paso a Elian.

- Yo os espero en la taberna – dijo “Puertas”.

- Tú te vienes, que querrán ver el grupo completo.

- Bah – bufó el mediano – está bien.

Recorrieron tabernas, posadas y otros sitios de reunión de aventureros, y tras vender su expedición como una incursión de poco riesgo a unas ruinas de una ciudad duérgar destruida, para saquear tesoros, se les unió una maga semiorca, de nombre Zoida, un humano alma predilecta de Oceronte, llamado Román, y una guerrera abejal, de nombre un tanto impronunciable, a la que llamaban “Reina”.

Tras pactar un reparto justo del posible botín, y sabiendo que en realidad intentarían llegar tan abajo como pudieran, para hacerse con más información de los Lhoereb, partieron en busca del acceso. El mapa que tenían estaba en lo cierto; encontraron la entrada bien camuflada con un conjuro ilusorio que Zoida pudo disipar sin problemas, y comenzaron su expedición.

Como casi todas las entradas, daba a grutas laberínticas que se introducían poco a poco en la tierra, haciendo cada vez el aire más viciado y la visión más difícil. Cuando se acercaron al primer asentamiento, tuvieron que esconderse de las patrullas de soldados, y los nuevos empezaron a desconfiar.

- Demos la vuelta, no merece la pena arriesgarse tanto por unas ruinas. - dijo “Reina” zumbando.

- Seguro que la ciudad duérgar está cerca, solían aposentarse cerca de los pueblos drow – dijo vehemente Elian, consultando el mapa – un poco más al oeste hay una marca, aquí – dijo, señalando lo que podía ser una mancha de tinta, o una marca.

- Para eso hay que atravesar la ciudad – dijo Zoida, preocupada.

- Pues camúflanos con tu magia, y atravesémosla.

- Podría intentarlo… - la maga conjuró, y de repente, todos se vieron distintos.

- Ahora somos percibidos como miembros de la raza que nos mira – dijo – es decir, yo os veo a todos como semiorcos, y los drows nos ven como…

- Como drows – dijo satisfecho Elian – ¡en marcha!

- Espera, a tu bestia habría que transmutarla en caballo, o en araña o algo de eso – dijo la maga.

- Adelante.

Una vez habían transmutado a Vronti en un palafrén negro, avanzaron decididos, y no tuvieron problema en entrar en la población. Elian buscaba nerviosamente el Escorpión morado, por si se diera la ocasión.

- Vamos a la taberna, quiero preguntar algo – dijo.

- ¿Seguro que es prudente? - dijo Irina, preocupada.

Elian hizo un ademán negativo, y se puso a caminar decidido hacia el establecimiento.

- Espera, idiota, deja que hable yo – dijo Irina, adelantando a Elian – recuerda que esta sociedad es matriarcal.

Entraron en la taberna, y la mujer pidió unos vinos, y preguntó discretamente por los Lhoereb a la camarera. Hablaron unos momentos, y luego, sirvió la botella con los vasos, que Irina llevó a la mesa.

- En esta ciudad no saben nada de ellos – dijo a Elian – estamos muy lejos de su radio de acción.

- ¿De quién habláis? ¿Qué estáis tramando? - preguntó Román, curioso.

- Nada, no te preocupes, asuntos personales. Acabemos esta botella y vayámonos de aquí. - dijo Elian.

- ¿En serio no me lo vais a contar? - se quejó amargamente el seguidor de Oceronte, siempre ávido de conocimiento, mientras salían de la taberna.

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Elian e Irina se las apañaron para mantener engañados durante semanas al resto del grupo, “en la siguiente ciudad” “el mapa debe estar equivocado” “oh, no era por aquí, sino por allá” mientras iban haciéndose con algo de información de los Lhoereb. Lograron escuchar que su líder, conocida ahora como Schzitsva “mediacara” continuaba traficando con esclavos, pero se había mudado de hogar, para evitar ser rastreada, y nadie sabía desde dónde dirigía las operaciones. La drow no se dejaba ver, pues como su sobrenombre indicaba, la herida de Servan nunca había llegado a curar, y su aspecto debía ser un tanto lamentable. De hecho, Schzitsva dirigía el cotarro desde la sombra, y era su hermana, Maegamp, la cara visible de su casa. Ya que se trataba de una casa menor, nadie prestaba demasiada atención a los trapicheos que se traían con la superficie. Todo esto sacaron en claro, además de que corrían rumores de que se habían trasladado al este.

De la que regresaban al acceso a la superficie por el que habían bajado, encontraron, por la gracia de Fortunna, unas ruinas de un asentamiento duérgar arrasado hacía años, posiblemente por el demonio Drek-Torn, quien había aniquilado a todos los Enanos del mundo, y del Inframundo. Lograron saquear algunas piezas de artesanía y armas oxidadas, que en manos de algún herrero hábil, quizá tuvieran algún valor.

Cuando estaban a punto de llegar a la entrada, una comitiva de drows entraba a toda prisa por el acceso, gritando aterrorizados en infracomún, algo acerca de no-muertos y de niebla. No les hicieron mucho caso, y agradecieron que distraídos, corrieran en dirección opuesta a donde se encontraba el grupo. Escalaron por el agujero que debía llevarles a la superficie. Era pasado el mediodía, pero no se filtraba ninguna luz desde la superficie.

La primera en salir a tierra firme fue Reina, que ayudó a Román, y entre los dos, a los demás. Cuando todos estuvieron fuera, se dieron cuenta de que parecía efectivamente, de noche, y se preguntaron si habrían errado los cálculos de tiempo. Apenas se veía más de diez metros, pues además de la oscuridad, una densa niebla lo cubría todo en todas direcciones. Estaban como en el ojo de un huracán, rodeados.

- ¿Por dónde se va a la ciudad? - pregunto Reina.

Irina señaló en una dirección, y la abejal dio unos pasos, y la perdieron de vista. Román se disponía a seguirla, cuando Irina lo detuvo.

- Algo no va bien – dijo la exploradora, olisqueando el ambiente – Huele a muerte.

- ¡Tonterías! - dijo Zoida, y se dispuso a seguir a Reina, cuando esta regresó por donde había venido. Pero ya no era ella. Era un abejal zombificado, con su arma desenvainada, y sin mediar palabra, agitó su mandoble y cortó en dos a la maga semiorca diagonalmente.

Irina y Elian comenzaron a disparar a la que hasta hace un minuto había sido su compañera, y el “Puertas” saltó a su espalda, clavándole sus dagas, pero Reina parecía ignorar las flechas y los puñales del mediano, que se le clavaban en la putrefacta quitina, con un desagradable crujido. Se sacudió a Puertas, y sin dejarlo caer al suelo lo bateó con su enorme espada, saliendo el mediano despedido hacia la niebla. Román se puso a conjurar su magia de custodias contra la muerte, mientras retrocedía y esquivaba los barridos de Reina, y luego sacó su propia arma y se puso a pelear con la abejal. Entre las flechas de los exploradores, los mordiscos de Vronti, y los mazazos de Román, el cuerpo de Reina se fue descomponiendo en trozos cada vez más pequeños, hasta caer derrotada. Los compañeros se miraron confundidos, cuando el cuerpo de Zoida comenzó a unirse de nuevo mientras se levantaba, también convertida en no-muerto, y comenzó a conjurar sus hechizos más destructivos.

- ¡Hay que largarse! - dijo Román, y estas fueron sus últimas palabras al ser alcanzado por el conjuro de Zoida, un Asesino Fantasmal.

La niebla los rodeaba, y no había por dónde huir. Todo parecía perdido.

- ¡Arriba! ¡Por arriba! - señaló Irina.

Elian vio a lo que se refería su mentora. La niebla les rodeaba en forma de cilindro, pero parecía no ser tan densa encima de sus cabezas. Elian montó de inmediato sobre Vronti y tendió la mano a Irina para que subiese. La exploradora la tomó mientras la bestia despegaba batiendo sus alas, que no eran capaces de despejar la densa bruma. Estaban elevándose, cuando la niebla, como si fuese un ser vivo dotado de inteligencia, pareció darse cuenta de su error, y comenzó a cerrarse intentando atraparlos. Irina, que colgaba de la mano de Elian, fue alcanzada por la nube y de repente, su cuerpo se volvió del revés, implosionando su piel y explosionando su esqueleto y órganos. No tuvo ni tiempo de gritar de dolor. Inmediatamente la carne comenzó a cubrir de nuevo los huesos, pero ya no había piel, sólo sanguinolentos músculos que intentaban atacar a Vronti y Elian. Horrorizado, el explorador soltó la mano huesuda de la que había sido su maestra y protectora, que cayó y fue engullida por la oscuridad.

Vronti voló a toda velocidad hacia la ciudad, y cuando se acercaba, empezaron a lloverle proyectiles provenientes de las balistas instaladas en lo alto de las murallas. Una cúpula mágica rodeaba el recinto, y Elian gritó desesperado. Vronti fue alcanzado por uno de los virotes, entró en barrena, y se golpeó con fuerza contra la muralla de Aldavia. Todo se volvió oscuro.

 Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Elian (I)


Mi querido público, lo más sorprendente de la heroica historia de Laertes, es que no siquiera es el protagonista de la historia que vine a contar. Porque la historia que vine a contar, es la de su hijo, Elian…

Tras aquel fogonazo, se encontraron a unos metros del acceso a la Infraoscuridad que habían utilizado para llegar, así que sin perder un minuto, Laertes arrastró al muchacho hacia allí, y salieron a los bosques de Tysalevia. Sin mediar palabra, el hombre guió al chico a través de la vegetación en dirección a la ciudad. Cuando a lo lejos empezaron a divisar los edificios, Laertes bajó por fin el ritmo, e incluso se detuvo.

- Y bien, ¿tú quién eres?

- Yo… - balbuceó el chico, mirando nervioso a todas partes – yo soy Elian, el hijo de Elma.

- ¿Cuántos años tienes?

- Trece, casi catorce – dijo, y de repente cayó al suelo, asustado como un niño - ¿Dónde está el techo? ¿Qué es eso? - dijo, gritando completamente aterrorizado, mirando arriba.

- Eso es el cielo – dijo Laertes, casi enfadado por la ignorancia de Elian – y por lo que veo, nunca lo habías visto. - El hombre echó cuentas mentales. ¿Hacía catorce años ya de aquella fatídica noche? Seguramente sí. Aquel chico había de ser su hijo, engendrado en la mañana del solsticio. Los drows se habían llevado a su mujer embarazada. Y el pensamiento de que quizá los elfos hubiesen esclavizado a más de sus amigos y conocidos cruzó su mente, pero lo apartó rápidamente, sustituyéndolo por la cara cortada de su enemiga, Schzitsva. Todos sus pensamientos giraban en torno a la venganza, al fracaso… a las palabras de su mujer, y las del cansino de Servan.

Con esos pensamientos en la cabeza, Laertes ofreció la mano a Elian, para que se levantase del suelo. Elian la miró desconfiado, pero finalmente la aceptó, titubeando.

- Necesito ir al baño, mi señor.

- ¿El baño? ¿Mi señor? Tengo mucho trabajo que hacer. Mea en cualquier lado, esto es un bosque – dijo, haciendo un ademán con los brazos. Y no me pidas permiso, no soy tu señor. Ahora eres libre, Elian. Por cierto, soy Laertes.

- ¿Laertes? ¿Eres… mi padre?

- Veo que Elma te habló de mí, entonces.

- Sí, padre, me dijo que eras un hombre bueno, cariñoso, un poderoso druida.

- Me temo que he cambiado en estos años, hijo, y ya no soy ninguna de esas cosas.

Elian miró confundido a aquel hombre que acababa de conocer, y trató de asumir todos los cambios que acababan de acontecer en su vida. Ahora era libre, había perdido a su madre, pero había recuperado a su padre. Había conocido el cielo, del que sólo había oído hablar en cuentos, y no necesitaba pedir permiso para ir al baño.

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Costó años acostumbrar a Elian a la vida en la superficie, y aun más, a la vida libre. Años en los que la herida de Laertes en la mejilla fue empeorando, expandiéndose lentamente en todas direcciones, haciéndole perder el pelo primero, a medida que la infección se extendía a su cabeza, además de ir perdiendo paulatinamente la movilidad y sensibilidad en el cuello y en el brazo izquierdo. Las venas se marcaban en un gris enfermizo, la piel se blanqueaba y la carne se moría, y a pesar de los preparados de hierbas medicinales que se aplicaba cada día, sólo conseguía retardar el avance inexorable del veneno drow. El hombre sabía que la ponzoña acabaría con su vida más temprano que tarde, así que se aplicó en enseñar a Elian todo cuanto sabía acerca de la naturaleza. Le inició en la fe de Cromn, el Cazador, y como le enseñó todo cuanto podía acerca del arte druídico. No obstante, no podía enseñar magia a su hijo, así que decidió que lo mejor sería buscarle un maestro en otro arte.

Después de algún tiempo, Laertes se había vuelto a casar con Irina, una exploradora allionita. Era bella, rubia, de piel pálida y penetrantes ojos grises, y habían coincidido en un par de aventuras. Era tan buena con el arco como lo había sido Laertes, pero él ya no podía disparar, por su parálisis en el brazo, y porque estaba perdiendo visión de su ojo izquierdo, así que ahora peleaba con una espada corta cuerpo a cuerpo. Era Irina la que portaba el arco mágico de Laertes, y lo manejaba con maestría al tiempo que enseñaba a Elian a disparar.

Irina y Laertes nunca se habían amado realmente, pero habían decidido casarse para dar una figura materna a Elian. La exploradora había visto en el chico el hijo que deseaba y nunca tuvo, y la propuesta de Laertes de enseñarle a ser explorador le daba la oportunidad de moldearlo a su antojo en las artes de la caza. Aunque Irina rezaba a Geiath, poco a poco también empezó a encomendarse a Cromn por influencia de su marido, y también de su hijo, que había aprendido de su padre la fe. También de Laertes había tomado su odio exacerbado por los drows, incentivado además por los años de esclavitud vividos. Poco a poco el muchacho empezó a amar su libertad y a odiar a los que habían sido sus captores, que además le habían arrebatado a su madre.

La relación con Irina era más de admiración que de cariño; no era una madre, si no una mentora, que le enseñó a rastrear y cazar presas, una guardiana, que protegía el campamento cuando viajaban. Con quien se llevaba mejor era con Vronti el grifo, con quien correteaba por los bosques y volaba, saboreando su libertad.

Se podría decir que eran una extraña familia, o bien un curioso grupo. Para cuando Elian cumplió los 18, Laertes, que ya cojeaba ostensiblemente, y le costaba hablar, creyó que era el momento en que su hijo visitara los restos de la aldea. Apenas podía distinguirse ya nada, pues la vegetación había crecido por lo que antes era un claro, y allí donde Laertes había sepultado los cuerpos, jóvenes árboles habían nacido y luchaban por crecer, benditos por Dreídita.

- Aquí yacen tus parientes, asesinados por aquellos que secuestraron a tu madre y al resto. Atacaron de manera traicionera, con precisión y malevolencia. Asesinaron, secuestraron, robaron, nos despojaron de todo.

Elian asentía mientras recorría con la mirada el paisaje.

- Nadie diría que este es el escenario de ese crimen, padre.

- Pero lo es – Laertes cogió del hombro a su hijo con fuerza con su mano buena, enfatizando las palabras – y si la naturaleza no quiere recordarlo, tú sí has de hacerlo, pues yo ya no puedo reclamar la venganza que nuestro pueblo merece. Pero tú tienes toda la vida por delante para hacer justicia.

- Justicia… - murmuró Elian, apretando el puño – Sí, padre.

Cuando se marcharon del lugar, Laertes, como era habitual, iba montado en Vronti, incapaz ya de caminar. Al lado iba su mujer, y unos pasos por detrás, el chico.

- Siembras odio en tu hijo, Laertes. Quizá deberías dejar que elija su propio destino.

- Tiene motivos de sobra para odiar a los drow, y a los Lhoereb en concreto.

- Entonces, ¿por qué te esfuerzas tanto? - preguntó la mujer.

- Porque es la única manera de redimir a la familia.

- Es la única manera de que tu alma cansada de odiar encuentre algo de paz, y por el camino, vas a condenar la de tu hijo, y único descendiente de la aldea.

Las palabras de Irina atravesaron el cerebro de Laertes como agujas, despertando las olvidadas palabras de Servan: Si no eres capaz de salvarte a ti mismo, al menos ten la decencia de no llevar a tu hijo contigo a la condenación.” Hizo un ademán con la mano, molesto.

- Déjame en paz, tú no lo entiendes. No eres de la familia.

- Quizá por eso lo entiendo mejor que tú, maldito cabezota. Pero haz lo que quieras.

Irina no dijo nada más en ese momento, pero por la noche, en el campamento, mientras Elian dormía, volvió a la carga.

- ¿Quieres que tu hijo sea un amargado como tú, sin más ideas en la cabeza que cazar drows?

- He dicho que lo dejes. Si tan amargado estoy, no entiendo qué haces conmigo.

- No me tientes, Laertes. Te soporto por él – dijo la mujer, señalando la tienda donde dormía el joven – porque de cualquier otra manera, eres inaguantable. Eres peor que llevar un clérigo de Rezhias dando la matraca con el fin del mundo, pero tu perorata es “venganza, venganza” como si fueras un golem.

- Idos al infierno.

- ¿Idos? ¿Quiénes?

- Tú, Servan, Elma. Todos.

Irina agitó la cabeza, impotente.

A las pocas semanas, Laertes perdió la movilidad en la parte derecha del cuerpo. Ya no podía moverse, tan sólo hablar, con dificultad, porque incluso respirar era un trabajo fatigoso. Tuvieron que parar, y entre Irina y Elian, con la inestimable ayuda de Vronti, construyeron una pequeña cabaña, con un lecho donde acomodar a Laertes. La hora se acercaba. Mucho había escapado del fatal veneno. El hombre, que lucía un aspecto terriblemente demacrado, enfermizo, había incluso perdido los casi todos los dientes, y los pocos que quedaban estaban podridos y grises. No llegaba a 50 años, pero su aspecto parecía el de un hombre de más de 150.

Cuando dormía, Laertes nombraba a menudo a un tal Servan, y a su mujer Elma. Por el día, negaba acordarse de nada que hubiese soñado, y sólo tenía palabras de odio contra el clan Lhoereb y su matriarca. “Has de matarla, Elian. A ella y a toda su familia. Y si puedes hacer que sufra, aun mejor”

Elian e Irina cuidaron lo mejor que pudieron al enfermo, preparándole sus ungüentos y haciéndole lo más confortable posible su convalecencia. Sólo el odio le mantenía respirando día tras día, a pesar del cariño con que el hijo acomodaba la cabeza de su padre, le limpiaba pacientemente sus excrementos, y le daba de comer a la boca. Finalmente, Laertes se sintió tan débil, que fue consciente de que todo se acababa, y llamó a su hijo.

- Tengo algo que confesarte, Elian.

- Dime, padre.

- Hice una promesa a tu madre justo antes de que muriera, y no la he cumplido.

- ¿Qué promesa?

- Prometí que no te arrastraría conmigo a la oscuridad, que te enseñaría el legado de nuestro pueblo.

- ¿Qué legado es ese?

Laertes tosió débilmente.

- Éramos un pueblo bueno, amábamos la naturaleza, rezábamos a Dreídita y ella nos concedía sus dones – tosió de nuevo, esputando un líquido verde – La culpé a ella de nuestra desgracia, del mal que nos infligió Schzitsva, renuncié a su fe y condené mi magia y la de mi familia. He fallado a tu madre. Y a Servan.

- ¿Quién es Servan?

Laertes tosió de nuevo, y miró a los ojos de su hijo, por última vez, viendo en su mirada el bien que anidaba en el fondo de su corazón, pero también la determinación por cumplir la venganza.

- No importa, hijo. No importa. Tan sólo asegúrate de acabar con los Lhoereb.

- Sí, padre. Lo juro ante Cromn.

Laertes asintió, y cerró los ojos.