Este es el relato de aquello que estuvo a punto de suceder en varias ocasiones, pero los dioses quisieron que siempre hubiese una razón para que no sucediese. Sin embargo, Fuinmenel lo imaginaba, y probablemente Galaerys sueñe con ello algún día...



Inicialmente cohibida, Fuinmenel comienza con unos besos suaves en los labios, mientras eleva su mano izquierda y la pone delicadamente en la cara de Galaerys; Sin embargo, la semielfa aunque se deja hacer, quizá picada por la curiosidad de qué pueda pasar, no reacciona, o no sabe reaccionar, a lo que Fuinmenel hace. La elfa pone su mano libre justo sobre la cadera, y acaricia suavemente la curva descendente. Sorprendida gratamente por ser más pronunciada de lo que acostumbra, un súbito impulso la hace morder levemente el labio inferior de Galaerys.


La druida no sabe como responder a las caricias de Fuinmenel, y está como paralizada. La elfa siente la rigidez de su compañera, así que la susurra, “Relájate. Por favor. Confía en mí”. Después la mira a los ojos, muy de cerca, mientras toma su rostro con las manos. Galaerys respira hondo, e intenta hacer caso.


Fuinmenel vuelve a besar a la semielfa, que esta vez entreabre ligeramente sus labios. Poco a poco, la arquera comienza a juguetear, coqueta, con su lengua en los labios. Lleva lentamente sus manos a los nudos del jubón, y cuando está suficientemente suelto, se separa un segundo para tirar de él por encima de la cabeza de la semielfa, mientras la mira directamente a los ojos y se muerde el labio, con una enigmática sonrisa.


Paulatinamente, la elfa va cogiendo un poco de confianza, y el deseo se abre camino apartando la timidez. La mano de la cadera se desplaza al trasero, y muy poco después, tiernamente, baja la mano izquierda desde la mejilla hasta el pecho, que acaricia suavemente.


Liberada de la parte superior de la armadura, puede intuir mejor las formas del cuerpo de la druida, y las observa con descaro; está perdiendo el control y lo sabe. Se acerca de nuevo a los labios de Galaerys, pero no los besa; con la boca entreabierta, exhala un aliento anhelante, mientras se rozan las puntas de la nariz de ambas. Toma las manos de la semielfa, a todas luces más inexperta, y las guía despacio hacia las correas de su cota de malla, mientras mira fijamente a los ojos heterocrómicos. Esa
mirada transmite deseo, pasión, pero también ternura, y confianza.



Imitando lo que acaba de hacer su compañera, desata las correas de la armadura, y las mallas caen al suelo con su distintivo tintineo, Fuinmenel saca un pie, y con el otro, la empuja a un lado; comienza a desabotonarse la parte acolchada, y tras dos botones, para un segundo, mira a Galaerys, y de nuevo, con esa sonrisa, comienza a desabotonar el resto con más parsimonia, mientras se acerca contoneando todo lo que puede sus caderas; deja el último botón abrochado, y aparta sus manos, dejando que la druida termine. Mientras acerca la boca a la oreja puntiaguda , aunque no tanto como la suya, y susurra, “Me gustas, Galaerys. Me gustas de verdad”. Tras lo cual, recorre la oreja con su labio inferior, de la manera más suave y sensual de la que es capaz; Galaerys comienza a entender el juego, y juega su parte, desabotonando el acolchado de Fuinmenel, y empujándolo por los hombros. Parece más divertida que excitada, pero eso está a punto de cambiar.


Fuinmenel ya sólo tiene su ropa interior, así que está en desventaja. Por un momento se siente


vulnerable y asustada; hace mucho que no se siente tan indefensa ante la intimidad con otra persona. Sin embargo, la sensación solo dura un instante, aunque es suficiente para que se sonroje. Después, la mirada azul de la elfa vuelve a encontrarse con los hipnóticos ojos de la druida, uno de cada color, que la miran con timidez, curiosidad y algo de confusión. Fuinmenel recuerda que su primera vez también se sentía algo perdida. Por eso se acerca, y la besa con toda la ternura del mundo, mientras la aprieta contra sí en un abrazo firme pero lento.


Ambas sienten ahora el cuerpo de la otra. El deseo cada vez es más irrefrenable; Aun así, consciente del placer que puede producir, Fuinmenel trata de pausar ligeramente el ritmo, para disfrutar de cada paso que se está produciendo. Muy lentamente, lleva sus manos a los pantalones de Galaerys y los desabrocha con parsimonia, mientras disfruta del tacto de la piel del abdomen de la semielfa. Cuando termina, los empuja hacia el suelo con una mano en cada cadera. Cuando la prenda supera la curva de los muslos, y cae por su propio peso, Fuinmenel vuelve las manos de nuevo hacia arriba, acariciando con las yemas de los dedos la piel de las piernas, recorre de nuevo las redondeadas caderas y tras juguetear con la goma del calzón, continúa subiendo, una mano a cada lateral, por debajo de la camisa. Cuando llega a la altura de las axilas, espera a que Galaerys levante los brazos. Cuando lo hace un segundo después, tiempo que necesita para seguir comprendiendo el juego, separa los labios de los de ella, y la quita la prenda. Ahora ambas están igualadas. Fuinmenel vuelve a recorrer con su mirada el cuerpo de la semielfa, con genuina curiosidad, atraída por las formas tan parecidas, pero tan distintas.


Galaerys hace un amago de cubrir con sus brazos su cuerpo semidesnudo, pero entonces Fuinmenel la detiene con un movimiento rápido. “No hay nada de que avergonzarse, Galaerys. Eres muy bonita”. Para reforzar sus palabras, retrocede un pequeño paso, y se saca por la cabeza el sostén. Lo arroja a un lado, y entonces se baja las bragas, quedando completamente desnuda ante la mirada algo perturbada de la semielfa. Sin embargo, aunque roja como un tomate, y cabizbaja, la mirada de Galaerys no logra apartarse del menudo cuerpo de Fuinmenel, quizá ya con algo más que curiosidad. Ella avanza de nuevo, y toma de nuevo la mano derecha de la druida, la abre, y la coloca sobre su pecho izquierdo. Al sentir la palma cálida sobre su pezón erecto, su cuerpo se estremece, y no puede evitar un pequeño gemido mientras cierra los ojos, que enciende a ambas. La semielfa pone la otra mano en el otro pecho, y comienza a acariciarlos muy despacio, cosa que excita sobremanera a Fuinmenel, que vuelve a gemir, esta vez más fuerte. Retuerce su cuerpo, perdiendo definitivamente el control. Vuelve a pegar su boca abierta a la de Galaerys para sentir su aliento mientras le da el suyo. El sabor de su boca la excita aun más, y todo comienza a ir más deprisa. Fuinmenel besa un pecho de Galaerys, mientras le acaricia el otro pezón con su dedo. Al notar la reacción, comienza a utilizar su lengua juguetona, y cuando Galaerys se excita aun más, comienza a hacerlo más deprisa, pero deleitándose con el sabor. Recorre con su mano libre la espalda de su pareja, desde el cuello hasta el calzón, y cuando llega a él, mete la mano por debajo para acariciar sus nalgas. Lleva allí su otra mano, y baja la prenda, revelando finalmente su total desnudez. Nunca antes ha visto Fuinmenel vello púbico, herencia humana, que Galaerys tiene en pequeña cantidad. De nuevo la novedad y sorpresa de la elfa deja paso inmediatamente a un deseo irrefrenable de explorar lo desconocido, así que aprovechando que su cara está justo a la altura de las ingles tras bajar la ropa interior, besa con profusión el monte del pubis cubierto de ese fino vello. Mientras lo hace, estira sus brazos, buscando los pezones con los que antes ha jugado; vuelve a acariciarlos suavemente, tal y como le gusta hacerlo con los suyos propios cuando se masturba; Siente que a Galaerys también parece disfrutarlo.



Perdida de deseo y excitación por saborear el sexo de la druida, empuja por los hombros a Galaerys contra la cama, tumbándola, y mientras su cuerpo aun rebota suavemente contra el colchón, aparta con hambre, pero delicadamente las piernas de la semielfa, y comienza a besar y lamer energéticamente cada milímetro de la vulva que le queda delante, mientras vuelve a buscar los pechos con las manos. Juguetea con cada parte, deleitándose en el sabor particular, tan atractivo pero tan distinto de lo que ha probado nunca. Cuando llega al clítoris, y la excitación de su compañera está llegando a su punto más alto, comienza a juguetear con la punta de la lengua en él, haciendo que Galaerys comience a retorcerse de placer. Cuando siente que está a punto de llegar al clímax, utiliza el resto de su lengua para rematar la faena, y saborear con lascivia el orgasmo.


Se acuesta al lado de Galaerys, y con expresión de placer, se muerde el labio inferior, y recorre de arriba a abajo el cuerpo desnudo, y con la yema de su dedo índice, acaricia la voluptuosa figura de semielfa, sonriendo. Después, se coloca detrás de ella y la abraza, rodeando sus pechos, mientras coloca su cara de modo que sus labios quedan en el cuello. La druida aún respira agitadamente, y Fuinmenel la besa en el cuello con cariño, una, dos, tres veces.


Galaerys tiene una media sonrisa que la elfa nunca antes había visto, y cuando va a abrir la boca para decir algo, Fuinmenel se la adelanta.


- ¿Te ha gustado?

- Sí, claro, pero, ¿Y tú…?

-¿Yo? - sonríe de nuevo con picardía – en otra ocasión. Porque espero que haya más ocasiones.


Sin esperar respuesta, se revuelve ligeramente en la cama, acomodándose, y a pesar de que ninguna de las dos necesita dormir, ambas caen en un agradable sopor, abrazadas, sudorosas, sonrientes...

 


Diario de Fuinmenel, vol. II


Tras la batalla de Fenris.


No estoy muy segura de si hemos ganado. Al menos en parte, quiero creer, pues si un avatar del mismo Finallis vino para alejar a Fenris de los mortales, estoy segura de que en el peor de los casos, hemos evitado muchas muertes en vano.


Me siento en parte orgullosa de mi desempeño en la batalla, y aun me pregunto si esa visión que tuve justo antes de caer, fue una alucinación o quizá un recuerdo enterrado. Supongo que quizá nunca llegue a saberlo.


Estoy aun confundida por todo lo acontecido, y no soy la única. Durante los días posteriores a la batalla, Galaerys, a la que mientras más tiempo pasa, más siento que nos parecemos, apenas ha hablado. Cuando Arduin la ha preguntado, se mostró de ánimo decaído. He intentado animarla, dándole mi punto de vista, pues si, como creo, pensamos de manera similar en muchas cosas, creo que puedo ayudarla a poner las cosas en perspectiva. Ella sin embargo, se siente perdida y vacía. Por el contrario, yo me siento confundida, pero llena. Quizá no hayamos vencido a Fenris, pero me he dado cuenta del amor tan profundo que Judah implantó en mi corazón y en mi ser. El sacerdote dio sentido a mi vida, que antes de ese encuentro, era vacía, pero aún no lo sabía. Espero que Galaerys encuentre ese amor en su corazón después de todo, cuando por fin procese todos los acontecimientos recientes.


Por otra parte, como me temía, Soth se sacrificó en batalla, y no regresó de entre los muertos; su alma vaga ahora, supongo, a la espera del juicio de Finallis. Tozuda hasta el final, desoyendo las instrucciones de los más sabios, en este caso, la Emperatriz Hyandora, atacó a Fenris sabiendo que no podía derrotarlo. Quizá su sacrificio sirvió para que Hyandora tomase un respiro que posiblemente necesitaba, pero aún así, sacrificio vano y loco, desperdicio de heroína que pudo haber ayudado mucho más, tanto en la batalla como en los días que han de venir, donde aún hay tanto por hacer. La Niebla maldita de Fenris, ha dejado tras de sí, muerte, destrucción, y mucho trabajo por hacer. Trabajo que el resto del grupo vamos a comenzar. Después de todo, la loca Sotharyl será recordada. Me pregunto qué será ahora de sus hijos e hijas. Seguro que Holgen tiene algo que opinar al respecto.


Otros amigos cayeron también en la cruda batalla, entre ellos, yo misma, y Famir. Por voluntad de los dioses, la enviada de Finallis, Amber, nos trajo de vuelta, precisamente para cumplir con el trabajo, tan necesario como arduo, que he mencionado arriba.


La duquesa Von Xavras parece complacida por el resultado de la batalla, pues los problemas de Fenris ahora son cosa de los dioses, y nosotros, simples mortales, hemos de preocuparnos de otras cuestiones más acuciantes.


Tras organizar con la duquesa la “reconquista” de Athanae, volvemos al barco de Sharteen, camino a Re-Ionnae, para llevar a Hyandora a casa, y yo comienzo este segundo diario…


Viaje a Re-Ionnae, el regreso de Soth y Brian.


Justo antes de partir de vuelta a Re-Ionnae, Soth ha podido volver de entre los muertos. Ha tenido que pagar un precio, y además ha decidido hacer su entrada con una broma, una broma con poca gracia, pero que me ha dejado claro que Galaerys, quizá, podría estar interesada en mí. No hay mal que por bien no venga.


La vuelta a Re-Ionnae, sin embargo, ha resultado más dura de lo que preveíamos. Brian, un antiguo enemigo del grupo, que no conocía, había atacado la casa, secuestrado a los niños, y asesinado al servicio, Tras ello, nos emplazó a una cita para negociar la vida de los críos. Su petición es que le sirvamos en varias misiones en su beneficio, ya que parece querer recuperar un poder perdido, según lo que parece, por culpa del grupo. Aunque hemos dado nuestra palabra de ayudarle, es evidente que servir a semejante villano es completamente repulsivo, pero el tal Brian tiene la baza de aliados poderosos y los rehenes. Tenemos qué decidir cuál sera nuestro siguiente paso… Y todo apunta a que tendremos que seguir a Arduin, ya que ha dado su palabra, y cumplir las misiones, y luego lidiar con Brian… excepto Soth, que como siempre, tiene un punto de vista, digamos, diferente…


El debate, intenso, ha terminado como era de esperar, con Soth por su cuenta, creyéndose poseedora de la única verdad, y el resto del grupo, apoyando a Arduin. Por otra parte, por alguna razón, no puedo dejar de pensar en que Galaerys accedió a estar conmigo. Por supuesto, lo hacía como favor a Soth, por el bien del grupo… Pero no se negó de inicio, y no parecía parecerle algo tan horrible. Será mejor que deje de pensar en ello, pero siento que cada vez me cuesta más. Intentaré pensar en las duras decisiones que hemos de tomar.


Finalmente, en un arrebato de independencia del grupo, otro más, Soth decidió por su cuenta informar a toda autoridad de este continente y del otro, y como era de esperar, la amenaza de Brian se cumplió, y asesinó a los niños y al sirviente de la casa. Ha sido un trago amargo, un trago que sólo tiene el consuelo de que Hyandora se ha deshecho, definitivamente, de Brian. Soth decidió, por su cuenta y riesgo, sacrificar a sus hijos.


Tras los funerales, parece ser, que nos vamos a encaminar a unas ruinas en medio del desierto, en busca de una información acerca del pasado de Brian. Algo relacionado con un dragón. Entretanto, Zahir me ha pedido ayuda con los libros de Brian, que investigaremos en nuestros ratos libres, cuando volvamos del desierto. La verdad es que no tenía intención de tocarlos, pero por supuesto, echaré una mano al mago, con mis limitados conocimientos arcanos.


Mientras escribo estas líneas, Galaerys ha aparecido pidiéndome que la conjure un Deseo, no sé con qué intención, pero como no puedo lanzar tal hechizo, la he aconsejado que vaya a pedírselo a Zahir, más versado que yo en el arte arcano. Sin más, se ha marchado a hablar con él, sin contarme todo eso que la hacía sentir tan mal. Algo trama, probablemente. Ojalá pudiese ayudarla a recuperarse.


Ha resultado, que fue a pedir ayuda para su deseo a Arena de Grebub, y no hemos llegado a tiempo de evitarlo; ha pedido su deseo, que desconocemos. Consecuencia de la escapada, Soth le puso los grilletes antimagia a Galaerys, intentando que dejase de hacer locuras. La druida, fuera de sí, se ha puesto a gritar, de modo que la guardia ha entrado en casa y nos ha hecho pasar una noche en el calabozo. Estamos perdiendo a Galaerys, por los dioses… Y no sé qué hacer para remediarlo. No puedo entender qué clase de crueldad puede llevar a nadie a perturbar de tal manera a un alma buena.


Decepcionada, Galaerys se ha escapado. He podido comunicarme con ella, y espero de todo corazón, que sepa lo que hace, y se cuide. Mientras, Arduin parece haber encontrado respuesta a sus plegarias, y dice saber una forma de deshacer las maldiciones que aquejan el grupo, algo sobre purgar Molcco de la influencia de Vyrtanne. Y esa ciudad es como una orgía gigante consagrada a la diosa, los habitantes están fuera de sí entregados sin pudor a todo tipo de actividades lujuriosas. Arduin parece haber perdido práctica en sus dotes negociadoras, pues su solución pasó por ir al templo, y decir a la sacerdotisa que se fuera. Obviamente, no ha funcionado… Vamos a buscar una solución alternativa, que parece pasar por pedir ayuda a Samir, y por consiguiente a Hyandora.


Tras la entrevista con Samir, no parece claro que nos pueda ayudar. La ley, como suele pasar, es poco útil, y el grupo tiene las capacidades muy mermadas. No se me ocurre cómo podríamos extirpar la influencia de Vyrtanne en la ciudad…


Después de esta visita, sigo en mi cuarto escribiendo este diario, mientras los demás piensan en qué podemos hacer con esta situación. En esta noche eterna, buscamos una luz que nos guíe. Cada vez parece todo más oscuro.

 


Diario de Fuinmenel, vol. I


Mes de Finnalander (XII)


En este viaje en tan singular barco, empiezo este diario, en el que anotaré las experiencias en el aún más singular grupo al que me he unido. Nuestra misión es tan grande, que se hace etérea sobre el papel, y hasta que no he visto con mis ojos el terrible Kraken muerto viviente que nos ha atacado hoy, no he tenido contacto real con el asunto en el que me he metido.


Mis compañeros, en esta empresa, son...

· Arduin, conocido por su apodo Lengua de plata, un bardo de tremendo talento, que hace honor a su sobrenombre, pues no sólo es un excelente orador y diplomático, si no que canta con la voz misma de los ángeles, dejando a todo aquel que pueda escucharle, fascinado. Ha demostrado, hasta ahora ser un compañero de corazón puro, bienintencionado, y aunque trate de disimularlo, un tanto atormentado por sus vivencias pasadas. Sin embargo, su actitud respecto de sus problemas es bastante resignada, acepta lo que le ha tocado y lo lleva como mejor puede, lo cual es digno de admirar. Poco a poco voy conociendo más aventuras anteriores del grupo, y no todas han tenido felices finales…


· Holgen, el semiorco, clérigo de Ilfaath, ha dejado atrás su vida como bárbaro, y ha abierto su corazón a su dios, con auténtica fe, de ese tipo de fe que te da ganas de ponerte a rezar con él cada vez que lo hace. No hemos tenido muchas conversaciones, pero le he cogido especial cariño, por su altruismo y bondad, temo que cuando llegue el momento sea el primero en poner su pecho descubierto delante del grupo para sacrificarse. No es de extrañar teniendo en cuenta el dogma de su dios, pero lamentaría profundamente perderle…


· Sotharyl, a la que llamamos Soth o Sotha, una humana alma predilecta de Ashtorgorth, que haciendo honor a la palabra de su dios loco, tiene poco de persona estable. Además, tiene gran influencia en el grupo, siendo el punto más voluble de él en cuanto a cohesión. Es imposible no fijarse en su atractivo físico, que me sigue haciendo morderme el labio cada vez que se mueve, pero todo el atractivo desaparece en cuanto abre su enorme bocota y comete una locura… Por suerte, de vez en cuando sus locuras conducen a salvar una niña esclava de manos de los drow.


· Zahir, el mago, de grandes conocimientos. Hemos tenido interesantes conversaciones metafísicas acerca de la magia y su naturaleza, y también sobre determinados conjuros y efectos. Es sin duda un miembro valioso por su basto conocimiento arcano, muy superior al mío en todo. Sin embargo, a veces decide dar un paso al frente y tomar las riendas del grupo, apoyado en su gran inteligencia, pero su cerebro carece de la calidez y habilidades sociales de Arduin, lo que nos suele llevar a situaciones poco propicias, como cuando decidió hablar con el gigante Gorikas de Ndaleth. Si algo he aprendido en mis anteriores aventuras con otros grupos, es a dejar que cada cual en el grupo haga su trabajo sin tratar de meterse en el de los demás…


· Famir, un hombre parco en palabras, pero eficiente en su trabajo como infiltrador. Por alguna razón, siempre que he conocido a gente experta en camuflaje y maniobras sutiles, suelen ser personas discretas también fuera de su trabajo. No sé si uno es consecuencia del otro o viceversa, pero es de seguro así. Apenas hemos cambiado palabras, y camina por la casa discreto, sin apenas hablar con nadie. Al menos esa es la sensación que despierta en mí… Bueno, yo tampoco soy muy sociable, de acuerdo.


· Judah, nuestro misterioso guía, es un hombre muy místico y grandilocuente, fiel seguidor de Khalah. Sus sermones son siempre inspiradores, y parece tener conexión más directa de lo habitual en los sacerdotes, con su diosa. Una especie de tercer ojo lo guía en nuestra misión, y camina firme en pos de lograrla. Intenta ser amable con todos y actuar también como guía espiritual, y a veces tiene demasiado trabajo que atender. Es sin duda un gran hombre, y su fe en el triunfo me inspira.


Durante mis primeras semanas en el grupo, Judah nos ha guiado para reclutar veinte clérigos de dioses distintos, todos con determinación y convicción para acabar con la niebla de Fenris, cada cual por distintas razones. Como decía al principio, en esta misión, que suena tan genérica y lejana, tan grande como inalcanzable, me embarqué sin pensarlo mucho, llamando a la puerta de una casa que ahora es la mía, un día de hace unas semanas, y desde el mismo momento en que Judah me miró supo por algo que debía unirme a ellos. No creo mucho en el destino, pero me sentí impelida a unirme, así que supongo que algo de divino hubiese en esa decisión.


Tras reclutar a todos los clérigos, nos embarcamos en una nave formidable, capitaneada por la señora Sharteen Tiffon para realizar un estudio preliminar de la Niebla. El viaje hasta Zargosh transcurrió sin incidentes, si excluimos una pequeña discusión de Zahir con la capitana y su contramaestre.


Y entonces la misión se hizo real. El Kraken. Con su aspecto terrible, no sólo por su tamaño, ya de por sí intimidante, si no por la terrible corrupción que emanaba. Estuve a punto de perder el control sobre mis propias acciones, aunque las canciones de Arduin y las oraciones de los clérigos a bordo, me hicieron retomar la compostura. A pesar de ello, a pesar de que la magia me hacia mantener la compostura, ver a ese terrible ser, hizo que algo en mi cabeza se despertase. Ese horroroso monstruo como representación de todo lo que está por venir, como símbolo de la corrupción y podredumbre a la que nos vamos a enfrentar. Ese ser de terrible presencia, tan enorme en maldad. Y ese tamaño, que me hace sentir tan pequeña, ante lo grande de la misión, a la que me uní sin pensar demasiado, y que tal vez sea la última…


Pero no. Los dioses están de nuestra parte. Contamos con excelsos sacerdotes, cercanos como nadie a sus respectivos dioses. Además, siento, en las noches de navegación, la guía de Alunne. Nunca me convertí en clérigo, pero Nuestra Señora de Plata navega también con nosotros.

Durante estas semanas, he aprendido nuevos y poderosos conjuros, que llenan sin parar mis grimorios, y me noto más poderosa de lo que he sido nunca. No obstante, durante el combate con el Kraken, me he sentido inútil, viendo como mis flechas rebotaban en su gruesa y pútrida piel, repasando de memoria mis conjuros mientras descartaba uno a uno todos ellos, para esta lucha que por fin, me ha puesto de pie en el terrible mundo que he de ayudar a combatir. Estuvimos a punto de perder a Holgen, que está entre nosotros aun gracias a la poderosa magia divina de Sotha. Doy gracias a los dioses por tal cosa.


Ah, se ven tan pequeños ahora los problemas antiguos en comparación. Me pegunto qué tal le habrá ido a Zildan en su búsqueda de Ral. Me pregunto, y rezo a Alunne la compasiva por su mejora, qué tal estará Galteas, y qué habrá sido de Dana. Aun están en mi corazón, todos ellos, pero lo veo ahora tan lejos… pareciera que hayan pasado décadas, cuando hace apenas días. Sin embargo, es tan grande la Niebla, que, maldigo a Fenris y su extrema maldad, no creo que pueda volver a ocuparme de otro asunto que no sea combatirla… Que los dioses me den fuerzas para ayudar al grupo a triunfar.



Desierto.


Escorpiones gigantes. Rocs tan grandes como los escorpiones. Sacerdotes cayendo, poco a poco. El desierto consumiendo nuestras fuerzas, haciéndonos sufrir sus inclemencias. Cuando por fin los dioses tienen a bien poner un oasis en nuestro camino, unos seguidores de Fenris, maldito sea su nombre, están allí. Tormentas de arena, que se llevan a Albar. Caminar, arena rozando la piel, calor, sed… Y por fin, Khalix, y su tienda, y su portal.



El infierno de la Muerte, Finales del mes de Venucvander (I)


Cantidades absurdas de muertos vivientes, acosando al grupo, mientras que con la esperanza como arma, avanzábamos hacia la bendición de Khalah. Estuvimos a punto de perder para siempre a Holgen, quien, por pago, renunció a su vista. Agotamiento, sensación de impotencia ante los terribles poderes a los que nos enfrentábamos, pero también sobrecogimiento al ver los poderes de nuestro lado. El odio. El odio en la mirada de esos cadáveres ambulantes, el odio conque embestían contra el muro de luz de Judah, esa fuerza sobrenatural y el hedor… Y también la calidez de la luz de Khalah.



De vuelta a casa, mes de Orthegander (II)


A Sotha parece resultarle tremendamente divertida la pérdida de Holgen. Quizá sea complicidad entre ellos, pero me da la sensación de que el semiorco está un poco harto de la actitud de la mujer. Yo lo estaría, de ser él. Bueno, de hecho lo estoy no siéndolo. Es soez, tremendamente cansina y no comprendo su humor. No cabe duda de que es una valerosa guerrera, y su magia divina es ciertamente formidable. Pero su actitud… Es exasperante por momentos. Durante unas semanas, me he quedado por la casa, con poco ruido más allá de la jarana que hacen los niños. Leo tranquilamente en mi habitación, un tomo que he adquirido en una tienda arcana local, mientras pienso en añadir algunos conjuros a mi grimorio. Los demás han ido a realizar sus entranamientos y otros quehaceres, mientras la gente de Athanae espera, a que continuemos con nuestra tarea de extinguir la niebla… Son momentos de calma, antes de la tempestad. He elegido esta vida, me he embarcado en algo tan épico como grandioso. Que los dioses me ayuden…



Vuelta a Zhargosh


La Baronesa Von Xavras parece muy interesada en ayudarnos. Y Arduin, muy interesado en alejarnos de ella, tanto como para mentirnos a la cara y contarnos un cuento hiraneano acerca de su relación pasada con ella. Sólo los dioses saben qué clase de tratos y aventuras corrieron. Qué razones puede tener Arduin para ponerse tan nervioso, para inventarse tal folletín de fantasía. El caso es que necesitamos los recursos que la Baronesa, y ella está dispuesta a dárnoslos. Aprovechemos eso, y ya veremos cómo cumplir nuestra parte…


Reclutando al ejército


Vamos de ciudad en ciudad, buscando posibles consagradores. Gracias a los dioses las cosas han ido saliendo bien, y entre los conocimientos de Zahir y los míos, hemos ido dando con las ciudades que las visiones de Judah nos describían. Después de eso, hemos continuado buscando posibles bastiones de defensa. Una nueva experiencia desagradable nos esperaba en la ciudad tyrsalita de Zit, donde su líder, un drow seguidor de Idhaal llamado Quevlas Chazritz, decidió tomarse la justicia por su mano, y como las negociaciones no iban como a él le interesaba, decidió, si más miramientos, asesinar a Arduin. Mientras, sus seguidores de la ciudad, apalearon hasta la muerte a nuestra nueva compañera Galaerys, cuando estaa, druida de profesión, se estaba convirtiendo en pantera. Reconozco que la maniobra no fue quizá la mejor pensada, pero la reacción fue desde luego desmesurada. Me costó mucho de mi autocontrol no ponerme a disparar flechas en todas direcciones, pues esta ciudad y sus habitantes son sin duda corruptos y malvados, y no merecen mejor destino que la muerte. Sin embargo, estábamos en tal desventaja numérica que hubiese sido un suicidio. Aun consciente de esto, apenas pude contenerme. La tremenda prepotencia de la que hacía gala el tal Quevlas, consciente de su superioridad táctica, era exasperante, y con los dioses por testigos, que si Arduin o Galaerys no se hubiesen levantado de la muerte, a estas horas no estaría escribiendo estas palabras, y mi cadáver yacería en un callejón de esa maldita ciudad, no sin antes, haberme llevado algunos por delante.


Estoy convencida de la necesidad de cumplir nuestra misión, del divino propósito que nos empuja, pero a veces me cuesta, mucho, entender por qué los dioses quieren salvar semejante fuente de mal y corrupción. Si la niebla los alcanzase, y se convirtiesen en pútridos muertos vivientes al servicio del maldito Fenris, no creo que se acercasen más al mal de lo que ya están en vida, así de podridos están. Pero entonces caigo en la cuenta, de que sacrificarse por aquellos que amas, por tus amigos, es fácil. Lo difícil, es precisamente, empeñar tus esfuerzos en salvar gentuza que desprecias, seres que, precisamente, no merecen la salvación. Habrá de ser así. Pero desde luego, que si cuando todo esto acabe, tengo la oportunidad de volver aquí, y tener un encuentro con el señor Charitz, no sea en tan buenos términos. La venganza no ha sido nunca una motivación para mí, pero algo se revuelve dentro de mí cuando tratamos con este tipo de gente, que pone a prueba mi fe en la civilización en la que vivimos, y la que intentamos salvar…


En cuanto a nuestra nueva compañera, Galaerys, he de decir, que en parte me recuerda a mí. Es bastante callada, incluso menos sociable que yo. Supongo que va implícito en ser druida y estar acostumbrada a vivir lejos de las ciudades y pueblos. Estoy segura de que disfruta más de la compañía de animales, como su fiel Zetes, que la de otros humanoides, y sólo una determinación similar a la que me impulsa a mí a seguir adelante con la misión, la mantiene junto a nosotros. Creo que cuando llegue el momento, será una aliada valiosa, pues su conocimiento acerca de la naturaleza es mucho más amplio que el mío, y su magia druídica ya ha probado ser valiosa en el bosque de Tyrsis.


Oh, Alunne, dame orientación en estos días oscuros. Que allá donde mi vista élfica no llegue, tu intuición me guíe…


En el campamento de las Amazonas

Hemos llegado al campamento de las Amazonas de Virtanne, que están enfrentadas a sus primas seguidoras de Punienna. Quieren acabar con la líder de la facción opuesta, cosa que nos ha parecido, en general, no demasiado bien; estamos más por la labor de secuestrarla, quizá convencerla. Quizá no sirva de nada. Las Amazonas parecen bastante seguras de que cualquier solución que no sea cortar la cabeza de la líder, no surtirá el efecto deseado. Con el informe de las exploradoras, la situación no es más fácil. Una dura discusión moral siguió, con puntos de vista muy diferentes en el grupo. Mi compás moral me impedía ponerme del lado de quienes querían ejecutar a Xinrenna. Hasta el punto que, perdida en mi indecisión, elevé plegaria a los dioses, que tuvieron a bien mandarme una visión en forma de paz cuando la Amazona fuese decapitada por Vilaia y su hoja ardiente. Así se lo hice saber al equipo de infiltradores, para que supieran que, si significaba algo para ellos, contaban con mi beneplácito para asesinar a la líder de las amazonas de Punienna.

Todo pareció salir bien, y Vilaia acabó con Xinrenna. Después de la batalla moral del día anterior, creo que no me apetece hablar de esto en una buena temporada.


El Giro por Zhargosh


Soth ha decidido, que durante el siguiente año, mientras los sacerdotes entrenan a los Consagradores, es el momento adecuado para completar una de las misiones que nos encomendaron cuando se unieron a nosotros. Completar un “Giro” por Zhargosh, cumpliendo encargos aquí y allá ayudando a las distintas ciudades zhargoshianas. Los encargos parecían sencillos, hasta que nos encontramos con el gnomo loco que nos usó como cobayas en su proyecto, “La Mazmorra Definitiva” una suerte de mazmorra diseñada para poner a prueba aventureros tan locos como él. Y a instancias de Soth, nos tiramos de cabeza. Ello nos llevó a estar ahí encerrados un tiempo, y mientras descubrimos cómo funcionaba ese infernal sitio, algunos perdieron la vida. Gracias a los dioses, pudieron regresar.


Finalmente logramos salir de ese infernal sitio, y he de decir, que la recompensa fue generosa. Un nuevo arco, mucho más poderoso al Alma de Claude. No mereció la pena, pero al menos nos llevamos algo positivo. Para mí, este nuevo arco se llamará también Alma de Claude, pues quiero mantener el recuerdo de mi amigo vivo.


Nuestro siguiente encargo parece ser ayudar, o sabotear, que no me queda muy claro, a un noble local que parece enemistado con la Baronesa Von Xavras, un tal Villacia o algo así…


Soth y Arduin parecen llevar las negociaciones de esto, aunque de un tiempo a esta parte, Arduin ha delegado toda su influencia en el grupo. Parece absorto en otros pensamientos, no sé si coincidirá con su vocación como paladín o bien con nuestro trato con la baronesa. Ambas cosas sucedieron en no mucho tiempo, y creo que es desde entonces, que nuestro grupo es conducido por Soth, sin que Arduin haga nada más allá de acompañarnos… Mientras ellos se dedican a hablar con este noble, Galaerys y yo hemos tenido una conversación. Ambas somos poco habladoras, y nos han bastado unos pocos gestos y palabras para perdonarnos nuestras faltas en la mazmorra, y ahora, sólo con este acercamiento, ya la siento más cerca de mi corazón de lo que ha estado nunca Soth. Esto no deja de ser extraño, pues hasta este día, apenas habíamos tenido relación. Ella está muy arraigada en sus pensamientos rurales y naturales, y parece abstraída, pero creo que es simplemente una manera de ser tan válida como la mía, actuando por el bien del grupo y la misión desde un punto no tan locuaz.


Tras unas cuantas aventuras menores, como la de los Gigantes que robaban ganado, nos encontramos con la tarea de resolver el asesinato de la joven Daniela, que parecía haber muerto a manos de su pretendiente, el Hidalgo de Turanza, de nombre Adriano. Todo parecía preparado para que fuera evidente que lo había hecho, pero tras unas pesquisas iniciales, parecía menos claro que el noble la hubiese asesinado. Continuamos investigando… Conseguimos demostrar la inocencia de Adriano, pero no pudimos encontrar al verdadero asesino, lo cual fue bastante frustrante. Más frustrada aún, me dejó el hecho de pensar en que Daniela, la muchacha enamorada, murió pensando que su amado la había agredido, violado y asesinado. Me siento tan triste por su alma, no puedo imaginar el dolor que me causaría a mí, morir en una situación similar. Aunque ahora mismo no me siento apegada a nadie, aun recuerdo con gran cariño a Dana, y cómo me hacía sentir. Y hubiese sido tan doloroso morir pensando que ella me asesina de esa manera… Teniendo en cuenta que además lo veo lejano en el tiempo, y aun así me resulta inquietante, no quiero pensar en cómo tuvo que sentirse la pobre muchacha en esos últimos momentos. Ojalá algún día, podamos encontrar al malnacido que perpetró el asesinato, y también a quienquiera que lo encargó, y hacerles pagar por sus crímenes… Que Finallis les haga pagar por sus actos.


Al poco de terminar esta misión, mientras escribía la entrada anterior, Galaerys ha decidido tomarse un respiro, asqueada por la sociedad humana en general, y la Zhargoshiana en concreto. Entiendo lo que quiere decir… muchas veces he pensado en dejar el grupo, en rendirme, en tomarme un respiro también… Tengo más cosas en común con ella de lo que pensaba. Lo pensé sobre todo tras la experiencia en la Infraoscuridad, experiencia que, pienso, Galaerys hubiese encontrado profundamente desagradable, y posiblemente hubiese tenido en ella una reacción aún más acusada, pues considero, que si bien en Zhargosh la sociedad es mayormente malvada e interesada, no es tan sádica y cruel como la de los Elfos drow… Me pidió un mechón de mi cabello, para encontrarnos, pero sospecho que al fin y al cabo, me ha tomado algo de aprecio después de todo. Al menos quiero pensarlo así, porque yo sí la tengo algo de cariño después de todo, y si no fuera tan retraída y poco social, quizá podríamos llegar a algo más. No obstante, soy consciente de que ella no está interesada en el apego de ningún tipo, y a pesar de que no soy humana, a sus ojos soy tan miembro de la sociedad que detesta como ellos. Es una lástima. La echaré más de menos de lo que quiero reconocer, y espero que vuelva pronto, con más fuerzas que nunca, pues su ayuda nos vendrá bien en la misión… La misión. En mi corazón sigo sintiendo cada día la fuerza y la determinación que Khalah nos dio en su Catedral, y no sé si los demás lo sentirán igual…


Y tras tres horas, se pone en contacto con nosotros, con una extraña misión acerca de la pluma de un ave elemental mitológica, para llevarla a su mentora, que parecía ser la verdadera razón por la que se separó de nosotros. También, claro, habrá verdad en su palabras acerca de su hastío con la sociedad, pero no fue del todo sincera… Parece que vamos a pregunta a Sharteen, por si ella supiera algo de la localización de ese ave mítica, con lo cual asumo, que Galaerys volverá con nosotros, al menos por ahora.


Todos se han vuelto locos. Zahir está obsesionado con convertirse en hechicero, y para ello, ha consultado con dos maestros que le han pedido una serie de rituales muy extraños. Luego Arduin ha recordado una historia igualmente rocambolesca de un gnomo tuerto y no sé qué más. Galaerys también anda buscando un ave mítica que no sabemos si realmente existe, impelida por sus maestros druidas. Holgen les da consejos metafísicos y filosóficos acerca de la fluidez de la magia y otras cosas raras, Soth aconseja a Galaerys acercad e cómo convocar el ave… Yo ya no sé si estos compañeros, son los mismos que encontré hace meses convencida de que un propósito divino nos llevaba hacia un destino grandioso…


Después de varios intentos, Galaerys consiguió por fin su pluma extraña, así que se va a pasar unas semanas entrenando con los druidas. Todavía no me quedó muy claro si el ave existía o no, pero el caso es que volvió de su viaje al plano etéreo con una gran sonrisa, y buen humor, así que supuse que había logrado su objetivo. Además parecía tan contenta que nos dio un beso a todos, momento que aproveché todo lo que pude… Y después de ver a Zahir rodar desnudo colina abajo, visión que posiblemente se repita en alguna pesadilla, y una vez completo el ritual del gato, parece ser que también él parece satisfecho con su entrenamiento. Espero que podamos seguir avanzando en el Giro, sin más distracciones.


El Fin del Giro


Después de unos cuantos meses continuando con nuestro Giro, con nuestras desventuras con los gigantes de la escarcha, el dragón loco de cristal Spec, las aventuras de los campesinos épicos, y el suicidio ritual contra las sirinas, y diferentes saludos y mensajes de punta a punta, por fin llegamos a Confina, donde nos concedieron la insignia de final del Giro. Estamos a veintiocho de Fotunnander (VIII) de Mil Ochocientos Treinta.


Y por fin pudimos continuar nuestra misión real, la de acabar con esta maldita niebla, y su creador, el malnacido de Fenris. La archidruida Mirenna nos ha llamado, y nos ha hecho saber la más que probable ubicación del malvado nigromante, en una impía Catedral. Que los dioses nos protejan, Oh, Alunne, que la luz de tu luna nos ilumine en esta noche que se avecina. Oh, Fortunna, que la suerte nos sonría en esta aventura. Oh, Khalah, danos valor en esta batalla. Oh, Finallis, danos rectitud, en esta justa batalla que ha de venir.


Nos embarcarmos de nuevo con la Capitana Sharteen, camino de vuelta a Re-Ionnae, para ir a buscar a la Emperatriz Hyandora, que nos ha de acompañar en el ataque a Fenris. El final de la misión divina se acerca, y la representante terrenal de Ilfaath se une a nuestra causa, lo cual hace crecer la esperanza en mi pecho. Hace tanto tiempo que no pienso en otra cosa que no sea la misión, que los recuerdos de Dana, Faemir, Zildan, e incluso Judah, me parecen ahora lejanos tanto en el tiempo como en mi cabeza.


La Emperatriz nos espera con su equipo de guerra en el puerto de Tancra, donde aborda la Aguja de Plata, y nos dirigimos de vuelta a Zhargosh, hacia nuestro destino divino. Mirenna nos espera, para llevarnos a nuestro destino…


En la última parada de este viaje, remito este diario por mensajero a la casa de Arduin, en Re-Ionnae.

El Negociador


Coruscant. Consejo Jedi.


- Maestro Yoda, las negociaciones son imposibles con el rey. Por más que le hemos intentado convencer de lo beneficioso que sería retirar sus tropas del planeta vecino, no hemos podido convencerle. - La voz de Koyi Olan suena desesperada e impotente.

El resto de los maestros del consejo se miran entre sí, indecisos. Todos saben cual es el siguiente paso, pero nadie se atreve a tomarlo.


- Debemos enviar a Xavier. Ya ha resuelto situaciones parecidas- interviene el Maestro Alec.



Yoda toma la palabra.



- Ah, tu alumno de maestro de armas enviar quieres. Solución desesperada parece.



-¿Desesperada? Xavier ya ha alcanzado un nivel de éxitos que muchos de los diplómaticos más reputados de esta sala y de toda la orden quisieran a su edad.



- Pero no nos da precisamente buena imagen, Maestro Hae-Shra- interviene Dooku- Sus métodos no dejan de ser como poco... cuestionables.



- Lo sé, Maestro, pero ha demostrado madurez y saber estar, nunca se ha sobreexcedido en su tarea, y jamás- pone especial énfasis en esta palabra mientras recorre al consejo con la mirada- ha tenido que forzar una negociación. Además, la galaxia debe saber que somos fuertes, no sólo un templo de monjes ascetas. Xavier nos da una dimensión...



- Una dimensión que no deseamos aparentar, Maestro Hae-Shra- interrumpe Dooku, de mal humor- debemos aparentar lo que queremos ser, humildes guardianes de la paz en la galaxia.



Yoda se frota la barbilla mientras escucha la conversación, y finalmente toma la palabra de nuevo.



- Guardianes de la paz somos, Maestro Dooku, pero con firmeza debemos actuar si los enemigos de esa paz frenar deseamos. La propuesta del Maestro Alec, acertada me parece. Votemos.



Los miembros del consejo accionan el pulsador correspondiente en su asiento.



- Así sea, pues- declara el Maestro Alec mirando su pantalla- Xavier negociará con el rey. Gracias por tu informe, Maestra Olan. El siguiente tema del día es...



A sólo unos metros, Xavier Muros, caballero Jedi de la Orden, y aprendiz de Maestro de Armas, medita en su habitación, en penumbras. Su ventana da a los jardines del templo, y, con el torso desnudo y sentado sobre sus piernas cruzadas mantiene su concentración, con los ojos abiertos.



- Pasa, Maestro. La puerta está abierta.

El Maestro Alec, una vez ha concluído su sesión en el Consejo, tiene el dedo a escasos centímetros del pulsador de llamada, y al oír a Xavier, sonríe y pulsa el de apertura.

- El Maestro Starbreeze afinó bien tus sentidos, Xavier.

- Fue un gran Maestro.

- Lo sé. Tenemos una misión para tí.

- Negociaciones fallidas, supongo.

- Sí.

- Partiré ahora mismo.

- Ve con cautela. Parte del Consejo desaprueba tus... nuestros métodos, y esperan la mínima oportunidad para apartarte del servicio.

- Sí, Maestro. Llamaré a Xarux.

A bordo del Leviathan One, Xavier vuela hacia su destino. Bromea con Xarux y Ellen, y eso hace que el viaje sea más llevadero.

Cuando alcanza su destino, Xavier sonríe.

- No tardaré.

- Te creo- contesta Xarux- las negociaciones contigo suelen ser rápidas.

El caballero Jedi se acerca al oído de Xarux, y le susurra.

- He oído que a tres callejones de distancia por el norte hay un chatarrero realmente bueno... y además una tienda de ropa en la que le puedes comprar un detallito a Ellen.

Xavier sonríe, le da una palmada en la espalda a su amigo mientras le guiña un ojo, y baja de la nave.

- Buenas noches. Soy Caballero Jedi de Coruscant, vengo a negociar con su Alteza Fregeg II.

- Siu altieza nio desía negociar con Jedi más- contesta con curioso acento el portero.

- Oh, disculpa, mi identificación debe estar por aquí.

Xavier comienza a palparse por todo el cuerpo despistado, y finalmente abre la capa que le envuelve, dejando ver su colección de Sables láser, mientras adopta una expresión intimidante.

La extraña criatura abre los ojos como platos, y nervioso, abre la puerta de acceso.

-Buenas noches, Alteza. Vengo en nombre del consejo Jedi. Me temo que hemos empezado con mal pie y su Alteza no ha congeniado del todo bien con el anterior emisario del Consejo.

- Nio desío negociar más- la expresión del Rey es altiva y orgullosa- y si nio se miarcha ahiora mismo...

- Como guste su majestad, pero antes, quisiera dejar claro a su Alteza que esta es la última oportunidad de negociar pacíficamente que el Consejo le brinda.

- ¿Prietendes asiustarme? Iuna panda de mionjes quion armas prehistióricas...

- Como éstas- dice Xavier mientras dos sables láser aparecen en sus manos.

- ¡Apresiadle!- Grita el rey a sus robots de combate.

No ha pasado un minuto, y todo lo que queda de los robots de combate es un montón de chatarra humeante. Xavier desactiva sus sables, enfunda los dos que tiene en las manos y atrae hacia sí el tercero que aún vuela por la sala. Sin desactivarlo, lo mira con cara de no haber roto un plato.

- Sería una lástima que tuviéramos que aplicar a rajatabla la Ley de la República, Artículo 45, primera entrada, ¿no es así?- Mira al rey, cuyos ojos desprenden ira, y luego recita- "Está prohibida toda organización militar, viva o cibernética, para uso..."

- ¡Quinozco la ley!- Grita el rey. Piero, ¿quién iba a aplicar iesa ley? ¿Quién destruiría mi ejiército de drioidies armiados? ¿La Orden Jedi?

- No será necesario molestarles a todos- contesta Xavier con parsimonia, y con una rápida finta corta en dos un último droide que se aproxima a él, antes de desactivar la hoja naranja de su sable. Yo lo haré- estas últimas palabras las dice apretando los dientes, con fuego en los ojos, y dirigiendo su mirada directamente a los ojos del rey.

El rey le mira, primero con odio, luego con ira.

-Rietiraré mi ejiército, caballiero Jedi.

- Ha sido un placer negociar con su majestad- dice Xavier mientras hace una profunda reverencia- Informaré al Consejo y al Senado de esto, estoy seguro de que serán benévolos con la multa a aplicar.

Dicho esto se da la vuelta, y emprende el camino de vuelta. Saca el intercumunicador de su cinto, y lo activa.

-Xarux, vete calentando motores, nos vamos.

Fuinmenel - Historia Inicial

 

Fuinmenel



No recuerdo dónde nací. Y esto es un tanto incómodo, porque siempre que conozco a alguien, una de las primeras preguntas casi siempre es “¿De dónde eres?” La explicación es más larga que mentir, así que suelo hacer lo segundo; Eso también tiene un problema, y es que no siempre digo la misma mentira. Pero vamos con la versión larga.


Tengo vagos recuerdos, en forma de flash, de mi niñez, en la calle de alguna gran ciudad, que no se parece a ninguna de las que he visitado después, con algunos otros niños de mi edad, aunque no recuerdo si quiera si eran elfos también. Jugando, riendo, corriendo. Son recuerdos felices, o al menos siento felicidad al rememorarlos. Son dos o tres. No recuerdo a mis padres, o si alguno de los otros niños era familia mía. Así que, aunque pudiera ser al contrario, siempre digo que no tengo parientes.


Mi memoria se hacen más clara en mi adolescencia, donde recuerdo estudiar en una clase de un colegio religioso de Alunne en la ciudad de Sihk; Como no tenía familia conocida, era interna en aquel colegio, aunque no tengo ni idea de quién pagaba mi manutención. De lo que sí estoy segura, es de que fueron los clérigos de Alunne quienes me dieron mi nombre, pues no recuerdo ningún otro antes. “Fuinmenel”, en élfico, “Cielo nocturno”.


Allí estudié y viví varios años, y me acuerdo, ya más nítidamente, mi vida cerca del puerto. Aquel olor a pescado nunca se irá del todo de mis fosas nasales, a pesar de que hace muchos años que no piso por allí.


Cuando acabé mis estudios, los sacerdotes de Alunne intentaron reclutarme para su orden. A pesar de que era, y aun soy, devota de la diosa, nunca oí la llamada del sacerdocio, así que decliné la amable oferta. Por supuesto, con aquella decisión estaba renunciando también al derecho de seguir viviendo en el templo, así que cogí mis escasas pertenencias, y partí en busca de qué hacer con mi vida.


Las primeras semanas ni siquiera abandoné la ciudad; me alojé algunos días en casas de amigos y conocidos, mientras buscaba un trabajo, y aunque encontré y probé algunos, ninguno parecía estar hecho para mí. Quizá me había acostumbrado a la cómoda vida del templo, y nada parecía llamar mi atención. Convencida de que mi destino se hallaba más allá de mi zona de confort, junté los pocos ahorros que tenía y compré un pasaje en barco, el primero que saliera de la ciudad. Mientras el barco se alejaba del puerto, miré por última vez las brillantes murallas blancas de Sihk.


El pasaje que había comprado era para la capital. El viaje duró casi cinco meses, y durante ese tiempo, hice amistad con mi compañero de camarote, un viejo humano de nombre Claude. Era tyrsalita, aunque decía que iba a Palacio de Marfil a visitar a familiares. Vestía una armadura de cuero gastada, y llevaba un arco siempre consigo, además de un carcaj de factura muy bella. Siempre comíamos juntos, y pasábamos horas charlando en el camarote. Alguna noche subíamos a cubierta y contemplábamos el firmamento (momento que aprovechaba para elevar una pequeña y silenciosa plegaria a Alunne) o las luces de ciudades en la costa. En ocasiones conversábamos, pero otras noches, simplemente mirábamos. Cuando apenas quedaban un par de semanas para llegar a nuestro destino, una de esas noches, Claude no se levantó de su silla, desde donde observaba con una media sonrisa el horizonte. A pesar de que los clérigos a bordo intentaron ayudarlo, el tyrsalita parecía haber muerto de causas naturales. Me entristeció su muerte, pues pasé las dos últimas semanas de travesía muy sola, echando de menos a mi nuevo amigo.


Atracamos en Palacio de Marfil, y desde luego, me quedé sorprendida por la grandeza del susodicho Palacio. Era enorme, una masa de piedra blanca que dejaba pequeño todo lo demás que había visto. Y más sorprendida aún me quedé, cuando fui a recoger mi equipaje, y todas las cosas de Claude estaban junto a las mías. Desde entonces conservo ese Arco, con aprecio.


Y ese arco fue el que me ayudó. ¿O fue Claude? El caso es que al poco de desembarcar, me di casi por accidente con una feria local, con sus puestos, atracciones, y demás parafernalia, donde no faltaban pregoneros, mimos, bardos, y los concursos de habilidad. Con el arco de Claude en la mano, un sacerdote de Fortunna se acercó a mí, y sonriendo mientras me cogía del hombro, me llevó al concurso de tiro diciendo algo sobre que mi aventura acababa de comenzar. Casi sin darme cuanta de lo que estaba pasando, quedé segunda en la competición, y gané un premio en metálico que me permitió subsistir los siguientes meses. Nunca volví a ver al sacerdote que me llevó a la prueba, y ni siquiera pude preguntarle cómo se llamaba.


Unas semanas después, me enteré de una nueva prueba de arco en un anuncio en el Quórum de Fortunna, donde iba a menudo a buscar al sacerdote, al que quería agradecer su intervención aquel día. Fui a la dirección indicada, pero en lugar de un campo de tiro con sus dianas, las señas eran de una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad. Cuando estaba a punto de darme la vuelta, segura de haberme equivocado de sitio, la puerta se abrió, y alguien desde dentro me invitó a pasar.


En el interior, tras un escritorio, un alto elfo embutido en una armadura completa, con el yelmo sobre la mesa, y a cada flanco, otros elfos de la misma guisa, pero de pie. Se presentó como el Capitán Lioth, del Concilio Ancestral, y estaba de paso en Palacio de Marfil buscando potenciales reclutas para su orden. Se habían fijado en mis habilidades con el arco el día de la feria, y querían llevarme a Yembo para adiestrarme. Y bueno, tampoco tenía nada mejor que hacer.


Nunca había conocido una ciudad que esté tan lejos del concepto de civilización. Todo parecía caótico, e imperaba la ley del más fuerte. Sólo en el primer año, el líder de la ciudad cambió al menos tres o cuatro veces, aunque era algo que en nuestro campamento, dábamos poca importancia.


Es curioso, que a pesar de que Lioth me había reclutado por mi habilidad con el arco, cuando me presentaron al jefe del destacamento, el General Eldeath, me echó un vistazo, y pronunció una palabra. “Magos.”


Así que durante los siguientes años, me pusieron a estudiar magia, y descubrí que no se me daba mal. Las pequeñas runas de los viejos grimorios y pergaminos parecían bailar ante mis ojos, y los hechizos brotaban de mis dedos con facilidad. De cuando en vez nos sacaban del campamento para pequeñas misiones de entrenamiento, y era Lioth quien estaba al mando de mi grupo. Era un líder capaz, frío calculador, respetable. Todos en la unidad le admirábamos, y soñábamos en convertirnos en algo parecido alguna vez.


En esta nueva época de mi vida, apenas trabé amistad con mis compañeros. Por alguna razón, los reclutas se movían continuamente de campamento, e incluso a mí me tocó pasar alguna temporada en Umbasi. Supongo que era intencionado, quizá los líderes del Concilio no querían que los reclutas desarrolláramos vínculos con nuestros compañeros. Así, el único vínculo real era el de respeto para con tu superior.


Mi problema fue quizá ese. Es decir, yo respetaba mucho a Lioth, pero lo de seguir órdenes y mantener férrea disciplina nunca se me dio muy bien. Y en una misión, la última que hice para el Concilio, Lioth resultó herido de gravedad. En lugar de obedecer su orden – “Retiráos, volved al campamento” – utilicé hasta el último conjuro de mi reserva, hasta la última flecha de mi carcaj, para proteger a Lioth. A duras penas, lo saqué de allí con vida, no sin haber sufrido heridas también. Cuando llegamos al campamento, los sacerdotes curaron a Lioth, y Eldeath me expulsó del Concilio. Oí, tiempo después, que Lioth llegó a ser general y Eldeath había muerto, pero eso son rumores que nunca llegué a confirmar. . .


Bueno, pues de nuevo era una vagabunda, aunque con mi fiel arco (al que ya había bautizado como Alma de Claude) y mis conocimientos arcanos, me hice dos promesas. La primera, que con mis conocimientos, iba a dedicar mi vida a la aventura, y la segunda, que algún día habrían de readmitirme en el Concilio Ancestral.


Llegaron algunos años de aventuras itinerantes, de Quórum en Quórum, aceptando trabajos, muchas veces mal pagados, hasta que un nuevo golpe de suerte volvió a dar un giro a los acontecimientos. Por aquel entonces, mis huesos estaban en la ciudad de Ndaleth.


Ndaleth está poblada mayormente por elfos, y quizá mi subconsciente me llevó allí en busca de respuestas acerca de mi pasado, pero nada de lo que había me era familiar. Nadie parecía conocerme, y deambulé por la ciudad curioseando aquí y allí. El ambiente era más bien agradable, así que decidí parar algún tiempo. Alquilé una habitación con vistas al puerto, en una posada bastante decente donde daban una parrillada de pescado deliciosa. Debí de caerle bien al posadero, de nombre Goltan, porque siempre charlaba conmigo en cuanto los parroquianos le daban un respiro, y a pesar de que intenté averiguar algo acerca de mí, ni Goltan, ni su mujer Silta, parecían saber nada al respecto. Así que poco a poco, el tema de conversación se fue desviando hacia mis aventuras y vida reciente. Los posaderos parecían buena gente, y no tuve reparo en contarles la historia de mi arco. Goltan, muy bromista, siempre me decía que el arma desentonaba con mi ajada armadura de cuero, hecha de remiendos, y siempre me decía que tenía que visitar a su amigo, el herrero Galteas, para hacerme con una decente. Tenía dinero para permitirme el alquiler de la habitación y la comida durante algún tiempo, pero desde luego no me alcanzaba para una armadura de un reputado artesano, así que entre broma y broma, le decía a Goltan que otro día.


No creo mucho en el destino, pero creo firmemente que todo sucede por alguna razón. Caminaba un día hacia la posada, el Esturión Feliz, cuando vi a una joven muchacha doblar una esquina a toda prisa con un hombre en brazos. Con ojos llorosos, se dirigió a mí, pues no había nadie más en la calle a esas tardías horas, y me suplicó ayuda. El elfo, pálido y sudoroso, sangraba ligeramente por una herida en su abdomen, y balbuceaba algo ininteligible. No soy buena curandera, así que tomé la última de mis pociones curativas del cinto, y se la hice beber aquel elfo herido. Pareció hacer efecto, pues, aunque se desmayó tras ingerirla, la sangre dejó de brotar de su herida. La chica, que dijo llamarse Dana, me contó entre jadeos de agotamiento, que unos ladrones habían irrumpido en la tienda de su padre, y su padre les había plantado cara. Me ofrecí a acompañar a Dana y a su padre, que llevamos del hombro, hasta el puesto de guardia más cercano, donde se hicieron cargo de la situación. La muchacha me dio las gracias al menos cien veces, antes de asegurarme de que todo estaba bien, y marchase a dormir.


A la mañana siguiente, me sacó de la meditación un delicioso olor a pan recién hecho, y los golpes en la puerta de Silta. Me traía un delicioso desayuno con todo tipo de bollería y dulces mermeladas artesanas, y me comunicó que había alguien abajo, que me enviaba este desayuno, junto con un paquete que estaba junto a la bandeja.


Cuando hube dado cuenta de la deliciosa comida, abrí el paquete con cuidado. Contenía una exquisita cota de malla élfica, que observé anonadada. Me entraba como un guante, y era sorprendentemente liviana. Con ella calzada, bajé las escaleras que daban al salón común, para agradecer el regalo, aunque intuía ya de quién podía ser.


Dana y su padre me esperaban sentados en la barra, charlando animadamente con Goltan. Sí, bueno, quizá a esta altura de relato, ya sabéis que el padre de Dana no era otro que Galteas, el herrero amigo de Goltan. Pero ahí no acabó todo.


Dana era también estudiante de magia, pero además de aprender a lanzar conjuros, entrenaba también en artes físicas, siendo una gran espadachina. Planeaba partir pronto de aventuras inspirada por los relatos de su padre, aventurero retirado años atrás, para regresar dentro de unos años y heredar la herrería de Galteas. Cuando le conté mi historia, me ofreció presentarme a su mentor, el alto elfo Zildan, antiguo miembro de mi adorado Concilio Ancestral, y Caballero Arcano.


Zildan me tomó bajo su tutela junto con Dana, centrándose en mi habilidad con el arco, al contrario que mi nueva amiga, que continuaba entrenando sus habilidades marciales cuerpo a cuerpo. Lo que iba a ser una estadía de algunas semanas o quizá meses, se convirtió en años, y aunque Dana me llevaba ventaja en las lecciones, decidió bajar el ritmo de su entrenamiento para esperarme, y cuando estuviéramos listas, salir a buscar nuevas aventuras.


Estaba siempre ansiosa de escuchar nuevos relatos de mis viajes, al igual que los de su padre, y le conté todo acerca de mis humildes peripecias. Aun cuando mis relatos tienen poco de épico, Dana escuchaba emocionada, y sus ganas de aventuras crecían día a día.


Por fin llegó el día en que Zildan, con tono ominoso, nos dijo que ya no tenía nada que enseñarnos, así que preparamos nuestro equipo, y nos fuimos emocionadas cual chiquillas al Quórum de Ndaleth, en busca de nuestra primera aventura juntas.


Escoltar un convoy de carretas en un largo y pesado viaje hasta Kanzale por la costa, fue la primera de varias aventuras junto a Dana, con quien trabé la más fuerte amistad que jamás había sentido, hasta el punto de que alguna vez nos fuimos a palabras mayores. Pero bueno, quizá pasar tanto tiempo juntas y solas nos llevó a eso, nunca estuve segura de que lo nuestro fuera algo más que una férrea amistad adornada.


Fuimos inseparables durante casi una década, yendo de aquí para allá resolviendo distintas aventuras sin mucho que contar, con algún susto, pero mayormente sin problemas graves. Durante la recta final de nuestra relación, se unió a nosotros un par de nuevos compañeros humanos, los hermanos Karim y Samir, con quien compartimos el camino algunos meses, pues nuestros caminos coincidían. Formábamos un buen grupo, bien equilibrado, pues Karim era clérigo de Ilfaath, y sanaba las heridas que sufríamos en batalla, mientras que Samir, usaba sus dagas con pasmosa agilidad.


Durante un nublado día de verano, después de una aventura especialmente provechosa, donde conseguimos un buen tesoro, nuestros pasos nos habían llevado de nuevo a Palacio de Marfil, donde había regresado después de varios años. Celebrábamos nuestra victoria, y nos despedíamos de los hermanos. Karim había llegado a su destino, ya que había pedido audiencia con la emperatriz Hyandora por cuestiones de fe, y su hermano, por supuesto, le iba a acompañar. Después de eso, ambos se dirigirían donde Hyandora les ordenase, y probablemente, no coincidiese con nuestro destino.


Me pilló de sorpresa, que a la mañana siguiente, después de acompañar a los hermanos hasta la puerta del Palacio, Dana me soltara de sopetón que iba a marcharse. Había recibido un mensaje de su padre, que parecía haber enfermado, y se iba a volver a Ndaleth. Para nuestro último día juntas, reímos y bailamos en un recital de talentos que se celebraba en la posada de La Luna de Plata, lloramos en nuestra habitación, y con un último beso en la mejilla, nos dijimos adiós. Prometí visitarla algún día.


Tras unos días, me dirigí nuevamente al Quórum de Fortunna, en busca de algún anuncio que pudiera interesarme...