Fragmentos de un alma perdida, Pensamientos de una mente rota



Posé pie en Re-Ionae. Por segunda vez en mi vida, llegaba a este continente. A pesar de que pensaba que jamás volvería a pisarlo, no después de lo que había sucedido en la anterior ocasión.
Miré al horizonte, donde nos aguardaba el desierto.
"Un juego de niños" -pensé- "después de haber recorrido los páramos de Septennae."
Hyandora nos había prohibido explícitamente utilizar magia de teletransportación para llegar hasta ella. Una pequeña penitencia por los errores cometidos.
Miré a un lado, donde Escribok movía la cabeza de lado a lado, examinando las gentes del lugar.
El pequeño Enano, determinado como siempre, pero serio como nunca, se había hecho un pequeño hueco en mi corazón. Su fidelidad estaba más allá de toda duda. Su semblante, cruzado de de cicatrices, escrutaba a las amables gentes de Re-Ionae que daba la bienvenida al grupo.
Detrás de él bajó Kenshi, el misterioso oriental, que nos seguía por Oceronte sabe qué razón. Lo cierto es que cuando está a mi lado, me siento más seguro. Su capacidad de combate es tan letal como la de cualquier otro samurái, de lejos los mejores combatientes de Athanae. Su serenidad es en ocasiones contagiosa, tanto que a veces me pienso un par de veces lanzarme a hacer alguna locura.
Galidarian bajó la última. Su rostro era un poema triste y bello. Su mirada, perdida, su rictus, insondablemente melancólico, acentuaba su fría belleza. Estuve a punto de abordarla con algún absurdo chiste para animarla, pero finalmente me contuve. Y la verdad es que tampoco se me habría ocurrido ninguno; porque yo mismo estaba demasiado abatido como para tener la chispa de siempre.
Volví a mirar al horizonte, y esbocé una pequeña sonrisa. Meghren y Fenregon ya no estaban con nosotros, y sabía que el camino que nos aguardaba no sería fácil, pero al lado de mis amigos, todo iba a resultar mucho más sencillo.
El camino que lleva a la torre de Marfil se había iniciado unas semanas atrás, con las decisiones que Meghren había tomado. Decisiones que aun me escocían como carbón candente en la cabeza; Convocar a sus caballeros para tomar unas islas en nombre del dragón Rojo, sólo por dinero. Dinero que esperaba usar para pertrecharse en una campaña suicida contra Allanon y sus sicarios. ¡Necio! No había escuchado nuestros consejos.
Y ante todo, había herido a Galidarian en lo más profundo de su ser, porque después de estos últimos acontecimientos, la elfa no había vuelto a ser la misma. Y en el fondo de mi ser, ESO es lo único que no era capaz de perdonarle.
Lo cierto es que al principio había pensado que Meghren, no tenía por qué sacrificar su alma para dar caza a Allanon. Suficientes almas se habían perdido en el camino, incluida la mía, para tener que entregar más. Y la de Meghren, que en un tiempo fue virtuoso y puro de corazón, no era un sacrificio asumible. Por eso había intentado hacer ver a mi amigo lo equivocado de su camino. Sin embargo, todos los esfuerzos eran vanos. En un último intento, íbamos ahora al hogar de Hyandora, a suplicarle su ayuda una vez más.
Estaba convencido del éxito de la campaña que emprendíamos ahora; el optimismo me invadía junto con la pena. Pero estoy acostumbrado a las contradicciones. Luz y sombra. Bien y mal. Fortunna y Shattaret. Tyrsail y Allionas.
-Vamos, el desierto nos espera.

[...]
-¡Galidarian!
Di un par de pasos y cogí con delicadeza a la frágil elfa, que estuvo a punto de trastabillar tras escoger su última carta de la baraja.
-Ni se te ocurra sacar una carta más. Se acabó el jugársela.
-Pero, debo salvarle...
-No a costa de tu vida. Vámonos, Escribok. Gracias por su ayuda, señor...
Pero el misterioso hombre de la baraja ya no estaba donde solo un instante antes mezclaba las cartas.
- Y ahora, Escribok, tu turno. Yo voy a prepararme.
-No, no quiero... no lo merezco...
-¡Calla! Por una vez déjanos hacer y no rechistes.
-Pero...
-¡Pero, nada!
Comencé a murmurar en dracónico una imprecación, y continué con algunas palabras ininteligibles, de las que solo pudo sacarse en claro "no pienso perder ni un alma más" tras lo cual, comencé a ejecutar los sortilegios que habrían de devolver a Galidarian las fuerzas de su deteriorado físico.
[...]
-¿No hay suficiente con un solo alma condenada, mi señora? ¿Por qué tanto sacrificio? ¡Oh, Shattaret! Toma de mi cuanto quieras pero deja que sea Fortunna quien guíe a Galidarian y los demás. Que la sombra me cubra, que tus intrigas me consuman. Pero deja que caiga yo sólo al infierno. ¡No me permitas arrastrar a nadie en mi caída, te lo suplico!

La oración


- Ya no hay olor a sal. La tierra está más suelta a cada paso. Los pies comienzan a pesar… pero es el corazón el que está hundido. Mi voluntad está quebrada. Mi moral, abatida. Y mi espíritu vuela disperso, buscando un frío lugar donde reposar y nunca más volver a ver la luz del día.

La elfa permanecía de pié mirando al horizonte. Las dunas de arena comenzaban a salpicar el terreno arbolado. Mañana entrarían en el temido desierto, donde infinitas penurias y fatalidades rondarían sus cuerpos y sus almas durante los próximos tres meses. Los últimos acontecimientos le estaban sobrepasando en todos los sentidos. La mirada clavada en la línea que separaba la arena del cielo. Su melena blanca brillaba a la luz de la luna, como un fantasma etéreo cuya alma se ha quedado atrapada en un mundo inquisidor y lucha por descansar en paz. Sus tres compañeros dormían.

- Ah… El sueño. ¡Qué grato placer sería soñar con un mundo mejor! Hecho a mi medida. Donde no hubiese daño ni sufrimiento. Sois afortunados, vosotros, mortales que tenéis el don de soñar. Aunque solo sea unas horas al día…

Escribok, que yacía sobre las piedras más afiladas que pudo encontrar, había roncado profundamente durante horas. Pero ahora por fin, el silencio era casi absoluto. Roto solamente por el ulular de alguna lechuza y el leve crepitar de unas brasas casi apagadas. Bajo él, pequeños hilos rojos que nacían en su espalda, teñían las piedras de color escarlata, como si el enano durmiese en un lecho de rubíes.
Einon dormía intranquilo apoyado en un árbol. Sus alas le jugaban malas pasadas. Aun no se había acostumbrado a ese peso. Es posible que nunca termine de acostumbrarse al peso de su sangre.
Kenshi era la viva imagen del sosiego. Su imponente figura descansaba al lado de su montura. Era arto complicado adivinar en qué pensamientos estaba sumergido. Siempre sentado en el suelo y abrazando su arma suavemente, pero a la vez, con la firmeza de una montaña.
El aire cambió de dirección. Ahora soplaba con fuerza desde el sur. La melena de Galidariann volaba junto al viento y su vestido azotaba sus pálidos tobillos. La muchacha cayó de rodillas. Pasó sus dedos por el símbolo de una balanza que llevaba bordado en su vestido. Lo perfiló suavemente, notando el hilo con el que estaba hecho. Cuando su mano hubo reconocido todo el símbolo, los labios de Galidariann comenzaron a moverse lentamente en una oración.

- Finallis, juez supremo ejecutor, la luz que todo lo ve, el calor que envuelve al mundo. Escucha mi plegaria.
¿Dónde está el olor de la primavera, el rocío en la hierba y el aroma de las flores? ¿Dónde, las risas de los niños que juegan despreocupados en el parque? ¿Dónde quedaron los largos atardeceres estivales a la orilla del mar?
Las hojas de los árboles caen, el día se transforma en noche, el amigo se vuelve enemigo y la ilusión muere en desesperación…
He de pedirte perdón, mi Dios. Siempre me he mantenido fiel a ti. Mi fe era inquebrantable. Mis ideales eran los tuyos. Pero ahora me avergüenzo de mis actos. He perdido el control. Tenía clara mi misión. Pero cuando he tenido al propio mal delante de mí, he sido incapaz de ejecutar tu voluntad. He sido incapaz de alzar mi mano en su contra… He sido incapaz de destruirlo.
Soy una tonta idealista. Una niña dependiente de sus amigos, incapaz de enfrentarse a la realidad. Una realidad que me ha sobrepasado. Que me ha engullido sin piedad.
Cuando regresamos a Taneo desde Septenae tenía muy claras mis ideas. Sabía lo que tenía que hacer, y cómo conseguirlo. Sabía los pasos exactos que debía dar para lograr mi objetivo. Cuando Mehren regresó, todo cambió. Mi corazón se nubló una vez más. Sabía que el alma de Mehren estaba sucia, contaminada por el desarrollo de nuestros viajes. Pero la esperanza de recuperarle embargaba mi mente y mi espíritu. Mehren estaba de nuevo entre nosotros, había salido vivo de Morg y volvíamos a estar todos juntos, unidos en contra de Allanon, embarcados en la misión de detenerle. Una misión dura y terrible, pero factible, siempre y cuando siguiéramos juntos, como Fénregon dijo en su día.

Galidariann apoyó las manos sobre la tierra cerrándolas y apretando la arena con fuerza. Su mirada se tornó temblorosa, alzándola al cielo para ver las estrellas.

- Sabe mi Dios Finallis que intenté abrirle los ojos, sabes bien que trate de guiar su alma por senderos de cordura. Que traté de bloquear el mal que embargaba su espíritu. Lo intenté todo dentro de los límites de tu fe. Incluso sacrifiqué mi propio cuerpo y mi mente, apostando mi vida a una sola carta. Convirtiéndome en una sombra de mi misma. Luchando en contra de un destino que lleva tejido desde el principio de los tiempos. Ahora no me queda rastro de dudas. El Mehren que conocí. Aquel que vi crecer. Aquel que cuidé desde niño y por el que sentía tanto afecto… ha muerto. Ya no existe.




Los ojos de Galidariann comenzaron a inundarse de lágrimas. Brotaban y resbalaban por sus pálidas mejillas. Brillaban como las estrellas que la daban luz. Un grito desgarrador cruzó la noche.






- ¡YO TE MALDIGO, MEHREN ALLEN! ¡TE MALDIGO CON TODA MI ALMA!
Aunque la elfa estaba a una distancia prudencial de sus compañeros, Escribok se despertó sobresaltado. Al contemplar el dolor de la muchacha, apretó su cuerpo contra las piedras, que se clavaron firmemente en su piel. Comenzó a musitar una oración de expiación por el alma de Galidariann.
Einon también abrió los ojos he hizo un ademán con las manos que brotaron en llamas, pero se contuvo al observar la situación. Leves atisbos de sentimientos olvidados intentaron renacer en su corazón al escuchar las lágrimas de ella. Pero como había hecho los últimos años, ahogó su conciencia y permaneció tumbado, tratando de conciliar el sueño de nuevo.
Nada podía perturbar la concentración de Kenshi, que permanecía impertérrito ante los gritos de Galidariann.

- ¡Te lo di todo! ¡Te entregué hasta mi vida! ¡Todos lo hicimos! ¿Y así es como nos pagas? ¡Me has arrastrado a confabular con mi enemigo sólo para salvarte la vida! ¡Alzaste a los nobles caballeros de Airul en mi contra! ¡Has coartado su voluntad!- La muchacha respiró hondo. -¡Has deshonrado la memoria de Airul y todo por lo que él luchó! ¡Has deshonrado la memoria de mis padres que dieron su vida por la causa que ahora tú lideras! ¡Todos los seres buenos de este mundo han dado sus vidas por una causa que tú estás mancillando! ¡YO TE MALDIGO!...- Y bajando el tono de voz como si fuese a pronunciar la blasfemia más grande que pudiese nombrarse…
- …Y te odio…

- Perdóname Finallis, pues mis verdaderos amigos siempre estuvieron a mi lado y no supe verlos. Incluso en mi locura por intentar cambiar el destino han dado todo lo que poseen por salvar mi cuerpo y mi alma de una perdición segura. Escribok es el alma más bondadosa que he conocido a lo largo de mis viajes. Su fe ciega es una inspiración, no solo para los seguidores de Ilfaath, si no para todo el mundo. Mientras el siga con nosotros, la esperanza no morirá en mi corazón.
Kenshi es la personificación de la lealtad y del trabajo duro. Su férrea disciplina ha de ser la base que guíen mis juicios a partir de hoy. Muchos paladines envidiarían la forma de vida de este espadachín.
Einon… nunca pensé que pudiese ser más honrado y leal que Mehren. ¡Lo que son las cosas! Me ha demostrado que es un amigo fiel. Pese a tener una sombra siniestra a su alrededor, algo me dice que su alma buena lucha constantemente por aflorar. No confiaba en él, pero ahora pongo mi vida en sus manos.
Te imploro por el alma de Fénregon, sé que se debe a los designios de su señor pero su lealtad y sus palabras nos mantuvieron unidos en Morg y dejarán en mi mente un grato recuerdo de él. Espero que sepa ver a quién está siguiendo y se libere del yugo que le ata a un destino que nunca debería haber sido suyo.

Galidariann se puso en pié una vez más. Mesó sus cabellos y peinó su melena que ahora le caía entera a lo largo del busto.

- No importa las veces que caiga al suelo. No me importan las heridas. No me importa la muerte. Continuaré levantándome una y otra vez. Oh, Dios Finallis. Ante ti, juro que llevaré tu palabra hasta los confines más remotos. Que mi causa será siempre justa y que no permitiré que el mal se apodere de mí y de los míos. Porque la justicia ha de prevalecer. He de salvar la esperanza acabando con Drektor. He de trabajar duro para imponer justicia en la existencia de Allanon. He de plantar la semilla de la amistad a donde quiera que vaya.
Gracias Finallis. Porque en mi infinita ignorancia no me has abandonado. Porque sigues a mi lado a pesar del mal que me rodea. Gracias, porque en ti hallaré las fuerzas para continuar mi camino. Porque darás poder a mi brazo para ajusticiar a aquel que ose oponerse a tus designios.
Cumpliré mi misión. Allanon no se apoderará de más artefactos. Y Drektor morirá.
No he de mirar atrás. Una nueva etapa en nuestro viaje se abre ahora. Y esto no es más que el principio.

La muchacha sacó su daga y la sostuvo con firmeza. Agarró con fuerza su larga melena plateada y pasó el filo de la navaja por debajo de ésta, cortándola a la altura de su cuello. Sus largos cabellos se dispersaron rápidamente en el viento y Galidariann se quedó contemplándolos hasta que desaparecieron de su vista.

Historias en la Sombra

Tattooine, hace 44 años.

Una voz cruel, llena de odio, a voz en grito.

- Yo marcho a arreglar unos asuntos dos meses, ¡SÓLO DOS MESES! - grita a pleno pulmón mientras hace aspavientos - y vosotros dos, mi aprendiz, y mi hermano, no tienen otra cosa en qué pensar. ¡VERGÜENZA! Sois la vergüenza de nuestra familia, y de nuestra orden.

Los dos aludidos, sentados, en el humilde banco de la casa de Tattooine, no alzan la vista. La figura encapuchada que ahora pasea de lado a lado de la pequeña estancia, se lleva un par de veces la mano al cinto, pero luego la retira.

- Tú no mereces llamarte hermano mío. Ya no.

El hombre, que mira humillado al suelo, se lleva de repente las manos a la garganta, y comienza a emitir unos sonidos guturales.

- ¡No, por favor, Maestro! - grita la mujer mientras cae de rodillas ante la figura oscura.

- Tú cállate, escoria. - Sin soltar la presa de la Fuerza sobre su hermano, Darth Manner da una patada con violencia a su aprendiz. - No has aprendido nada. ¡Te he dicho mil veces que la piedad no es una de nuestras causas!

El sonido de la tráquea rompiéndose, mientras exhala su último aliento, acompaña los sollozos contenidos de la mujer.

- En cuanto a ti, miserable, tengo planes para ese hijo que esperas. Pero para ti, ya no.

Se acerca a su aprendiz, pone la mano suavemente en el hombro, y la mujer pierde el conocimiento.

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Unos meses después.

- Lo sentimos, señor, pero su mujer no ha superado el parto. Sin embargo, ha tenido una niña preciosa.

- Es una lástima, pero llevaba en coma medio año. Lo entiendo. Gracias por su ayuda, doctor.

- Duerma aquí hoy. Mañana podrá llevarse a su hija.

- Creo que me la llevaré hoy mismo.

- Pero, señor...

El característico sonido de un sable láser activándose y desactivándose camufla el sonido de la cabeza del médico cayendo al suelo.

- Arregla este estropicio, Jaeth.

- Sí, maestro. ¿Qué vais a hacer con vuestra hija?

-¡No es mi hija, imbécil! La voy a entregar en adopción. Cuando llegue su momento, ya la reclamaré. Tiene su destino escrito desde el mismo momento en que fue concebida.

- Lo siento, Maestro.

La figura encapuchada coge con cuidado al bebé, envuelto en una toalla.

- Sheryl. Veo tu futuro nublado, pequeña, tan tormentoso como tu concepción.

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Jardines del templo Jedi. Hoy.

Dos figuras con túnicas negras observan un monumento funerario, una estatua de un ángel, con dos pequeñas lápidas.

- Mira bien este monumento, mi querido Sidious - dice la figura más alta - pues es nuestro triunfo absoluto.

- ¿Por qué, Maestro?

- Porque los dos caballeros a los que representan, representan el fracaso de los Jedi. Una era una estudiante brillante, con un potencial en la Fuerza digno de los mejores Maestros. Y la inoperancia del entrenamiento Jedi la llevó a una muerte prematura, una muerte que truncó de raíz la posibilidad de una de las mejores versadas en la Fuerza de la Historia.

Ambos observaron la lápida donde se leía "Sheryl, Caballero Jedi, siempre en nuestro corazón".

- Y la otra - continuó Plagueis - representa una parte de mi que los Jedi no supieron mantener de su lado por su ineptitud.

- Comprendo, Maestro.

- Aprende bien esta lección, mi discípulo, pues el mayor triunfo es el fracaso de tus enemigos.