Partidas 16 y 17


El Camino de Mhara


Partida 16


En nuestras cabezas todavía le dábamos vueltas a las implicaciones de todo lo que nos habían contado. Aquellos tomos que guiaban a esos artefactos, de los que toda la creación dependía. Muchos los ansiaban, los buscaban, especialmente fuerzas del mal. Si queríamos impedir que seres, tal que el infame Alanon, remodelasen el universo a su voluntad, habríamos de impedirlo. Y el tiempo se acababa.


También retumbaban en nuestros pensamientos las palabras del enano, “quizá este no es el grupo correcto para buscarlos” y razón no le faltaba. Después de los pequeños logros del Giro todo nos había salido mal. En las misiones de calentamiento habíamos perdido a la mitad de la compañía. Y en las de intentar recuperarlos habíamos fracasado.


“Pero los dioses os favorecen como sus elegidos, trayéndoos incluso de la muerte” razonaba la voz de un viejo gnomo en su interior. “Como al de Tolina y Coro, y mira como acabaron” respondió mordaz el gusano.


Y pronto otra deserción en nuestras ya escasas filas. Luca, ese grandullón tan fuerte como osado, no tomaría parte de la búsqueda de los tomos. Arrogante sería pretender rehacer el mundo a su voluntad, razonaba, y temía la influencia que otros tuvieran sobre nuestras acciones. Razón no le faltaba. Se sentía más en su lugar combatiendo el Reionae.


Lamenté verle partir, con nuestras despedidas. Con ese razonamiento y valor sencillo del soldado, del pelear y ganar, me recordaba la halfling que perdimos en otra vida, en Funterís. Confirmé al menos que contestaría nuestra llamada si le requeríamos para recuperar a nuestros compañeros de los muertos.


Alix, haragán como cuando algo trama, me pregunta por los tomos. Que haría este renacuajo en esta misión suicida, que nos queda a todos tan sobre nuestras cabezas. "Vive, niño, vive, descubre, ríe y aprende y llora. Enamórate. Aprende a usar lo que sea que tengas entre las piernas. No quieras morir tan pronto."


- Tú que sabrás - había refunfuñando como respuesta.


Ódiame chaval, no me importa, piensa mientras se aleja. Ódiame y si así vives, el gnomo estaría contento.


Le ronda también a Hagar, que mejores respuestas tendría. También Tenar y Naltiria hablan largo y tendido.  Akari, como de costumbre desaparecida. Daba igual. Tenía mejores cosas que pensar.


Si esos tomos eran tan poderosos, esos artefactos, tenía que hacerme con uno de ellos. Quizá podría traerlos de vuelta. Que los tiranos no se salieran como siempre con la suya. Dejar de ser un gusano asustado de una vez por todas.


Pero para ello tendríamos que conseguir que algo nos saliera bien, por una vez.


La maga y la clériga consiguen escrutar con el conjuro épico la torre de Mara, con sus 226 pisos, y tonos verdes oscuros y dorados, base cuadrada, al estilo de la familia Kamada del dragón verde. Segundos dentro de su dragón, esta familia es conocida por su apego al bushido, su honor, cortesía y deber, siguiendo los dictámenes del emperador al pie de la letra.


Utilizo la magia para otear tiempos pasados y conectar mi mente con el flujo colectivo de mitos y leyendas. Un poema viene a mi mente:


“Un camino mil veces recorrido, por todos conocido, siempre reverenciado, más nunca desentrañado. Uno a uno, peregrinan, monjes, caballeros y hechiceros; uno a uno, desaparecidos terminan; no por los gigantes, dragones rojos ni las bestias, más por los feroces desafíos y trampas, con que la torre, abierta en la montaña, presenta a sus invitados, mas encontrar el camino tiene más que ver con el destino, pues sus nieblas y brumas tan solo harán crecer las dudas”


Partimos, en la búsqueda del camino de Mhara, buscando información y posibles alianzas, a la ciudad estado de Turnelia, una gran ciudad antes de la plaga, cosmopolita, famosa por sus monasterios y monjes, gobernada de aquellas por el alto elfo Flondwen Arias y protegida por los puños de cobre.

Nos teletransportamos a los bosques cercanos, Naltira parecía conocer los más dispares lugares, y Akari, “invitada” por un dragón azul entró la primera. Harto de dejarla ponerse en peligro sola, tiré del grupo en su búsqueda.


La ciudad parecida tan cargada de dragones azules como de la animadversión de los lugareños ante ellos. Las medias verdades y mentiras de la archimaga parecen ofender a Hagar, esto puede ser un problema. Tozudo y miope como solo los clérigos del Justo podían ser, no entendía que imponer la verdad ante inquinos enemigos era como luchar con un brazo a la espalda. ¿Por qué dar ventaja al enemigo que ya la tenía?


Pasamos noche en la Perca Gris, donde volvimos a vivir el resentimiento de los locales ante todos los Hiraneanos, ahora centrado en Akari. Después de algo de comida caliente nos retiramos a nuestras habitaciones. Y durante la guardia, y gracias a Eko, mie pequeño murciélago, descubrí que los Turnelios no solo guardaban resentimiento, sino también planes de rebelión contra sus dirigentes y captores.


No encontraríamos más ayuda o información acerca del camino allí, así que mejor nos valdría empezarlo. Y allí nos llevaron nuestros pasos. Por el camino, Tenar expió a Hagar del gran pecado de ocultar la verdad a nuestros enemigos, y nos sometió a la carga de durante una semana cargar con la misma piedra, y que los contumaces le revelaran alguno de sus secretos.


El camino transcurrió tranquilo, hasta toparnos con un grupo de Kobolts, agazapados en los árboles, con incluso una balista apuntando a los transeuntes, asaltadores de caminos, que bajo excusa de buscar regalos para su patrón, el dragón Glamuroneznax, y soportamos la humillación de ser cuestionados y robados por ellos.


No pude sino pensar en aquellos que compartieron el camino del gnomo y cómo hubiera reaccionado Pequezás, o Snorri, o Korr, o Ah Puch. ¿Quizá los mejores de nosotros, que habían caído y los débiles habíamos sobrevivido? Sin duda los más valientes. ¿Eran los resto de una compañía maltrecha, unos cobardes, la única esperanza de un mundo, de una era condenada un pronto final?


Más valía que en camino de Mhara, si no iluminación, encontráramos al menos el valor que todos parecíamos haber perdido.




Partida 17


16 Vecnuvander 1837


Después de ser aligerados en sus bolsillos por los Kobolts seguidores del dragón Glamuroneznax la compañía del Crisol continúa el camino de Mhara, adentrándose en los bosques, rodeados de tribus de kóbols, gigantes, dragones, trolls y las más distintas criaturas que consiguen ir evitando mientras las montañas a su alrededor van creciendo en tamaño.


De reprente Tenar les adviernte de cierto olor a rancio y azufre, para descubrir a lo lejos un troll con lo que claramente identifican como huesos de niño, saliendo de su boca. Reaccionando a tal aparición, se esconden y otean los lindes del bosque al norte, para ser sorprendidos por un gran dragón construido de diamantes, que súbitamente aparece con un ¡Bu!


Este dragón tiene un un color intenso y brillante, como si tuviera en su interior una increíble luz. Ojos brillantes, y parece tener un conjunto de cuernos, alas de cristal, lo encuentran encalomado en la roca.


Dice llamarse Speculadrabeth, y les trata con cortesía y simpatía. Insinua que se encuentran perdidos, y que él bien conoce el camino, y sus atajos, para llegar a la Torre de Mhara.

No hay cabeza cuadrada que pase por un aro, argumenta.


El camino largo y cansado, asegura. Y les hace una oferta, de un par de favores que podrían hacer por él para ganar su favor:


Existen muchas tribus de kóbolts por los alrededores, que adoran a diferentes dragones, él se acaba de instalar por aquí, y le gustaría que le consiguieran una tribu de 100 kóbolts que le adoren.


Por otro lado, les cuenta que existe una banda de gigantes de fuego se dedican a criar dragones para sus oscuras tropelías. Secuestraron a su hijo, un dragón blanco que “adoptó” gracias a unos bienintencionados aventureros, su pequeña cría “Peniflarflen”. Quieren utilizarlo para el mal y les pide que lo rescaten.


Ante la pregunta de por qué no rescatarlo él mismo, dice que tiene que atender de sus otra crías, “Grandmolletex”, “Kaskamonias” y “Barriguistán”.


¿Y por qué no hacerlo él mismo mientras los aventureros protegen a las crías? Esto alteraría los equilibrios y podría causar enemistades con los gigantes, otros dragones.


Speculadrabeth les elabora un mapa, que no saben realmente localizar, pero no están muy convencidos. Hagar no quiere desviarse y no quiere saber nada de atajos ni de hacer el camino por sus propios medios, y Tenar desconfía de la sinceridad del dragón.


Deciden despedirse del dragón lo la palabra solamente de que quizá intenten enfrentar a los gigantes si se interponen en el camino.


Durante 93 días recorren el camino, cada vez más inhóspito y frío, enfrentando dragones gigantes trolls. Algunos de ellos caen, incluso varias veces, para ser traídos de vuelta. El destino o los dioses aún no han acabado con ellos.


El 15 Matusander (Abril) los lleva finalmente a poner ojos en la Torre de Mhara, de un estilo insólito, nada a parecido a alguien que vieran antes. Sin puerta. La luz no puede entrar en su interior, donde se vislumbra un suelo de madera, dos braseros de bronce. En absoluto se parece a lo que había visto Naltiria. Se ven unos unos 15 pisos antes de perderse en las nubes.


En la puerta, un gran gigante de fuego, con Jarvad, el Negociador, les espera junto a otros gigantes y dragones. Una vez más quieren aliviarles del peso de sus alhajas. 


Akari intenta negociar que sólo sea el oro que han ganado en el camino, y sus mesadas palabras consiguen ese compromiso para ella, pero no para el resto de los compañeros. Uno a uno consiguen más o menos salir del trance, dejando gran parte de sus pertenencias en el proceso, que al menos el gigante asegura devolverá. Si vuelven, claro. En sus años jamás ha visto a nadie volver, y sólo uno se resistió a dejarle en el camino sus cosas, Mormunokis Mano de Piedra, guarda su recuerdo mientras se agarra con una manaza el hígado.


Pero Onas, cabizbajo murmura para sus adentros: “Katu Txikia Ya está cansado. Harto. De que los poderosos aplasten bajo su yugo infame a todos los que no son lo suficientemente fuertes o osados para plantar cara. De las traiciones, humillaciones y abusos que toda su vida le han hecho sufrir. Los dioses lo habían traído de vuelta. Por algo sería.


Gracias a su magia consigue atravesar el umbral con todos sus objetos.


Un pequeño paso para el hombre. Un gigantesco salto para el hada.


A la entrada Akari había leído.


“Alcanzar la iluminación es la recompensa de una vida de dedicación, esfuerzo y cooperación. Un camino tan elevado no es sencillo de recorrer, ni siquiera de encontrar. Muchos encontrarán dificultades superiores a sus posibilidades tan solo tratando de alcanzar estos escalones de piedra.
Otros estarán a punto de encontrar su máximo desafío.
Esta Torre dispone de varios niveles destinados a poner a prueba a aquellos cuyas aspiraciones son la de alcanzar la Iluminación, o adquirir conocimientos reservados tan solo a los más ambiciosos.
 
He aquí la advertencia: la Torre carece de piedad. Es un juez implacable. Medirá cada faceta de vuestro ser, y no aceptará nada por debajo de la mayor excelencia. Un fracaso en una prueba, es un fracaso en esta existencia, definitivo.
Si os sentís preparados, pasad, adentraos y mostradle a la Torre que sois merecedores de los dones que ambicionáis.”

Se adentran en la torre, para descubrir paredes y suelo de madera, en un estilo oriental. Se oyen como katas y mantras atravesando las paredes, mientras la oscuridad se disipa con sus pasos pero solo a su alrededor, conservando negrura más allá y por donde pasan.


Les esperan los desafíos de la perfección física.


Encaramarse a un palillo, y mantener sobre él equilibrio, mientras monjes aparecidos de la nada les sacuden.


Ascender una cuerda. Mientras los monjes le sacuden.


A duras penas consiguen superar las pruebas. Utilizando todos sus trucos. Las épicas curaciones de Tenar. El nuevo poder de Naltira que permite retroceder en el tiempo. Convertidos en grandes criaturas, parando el tiempo, manipulando el destino.


Hasta el cabezota de Hagar tiene que volar en vez de tirar de la cuerda por un instante para poder llegar a tiempo al final de la prueba.


¿Qué harán ahora, mientras los monjes les sacuden?


Lo que sea, se dicen los miembros de la compañía, con tal de alcanzar la iluminación, y con ella el tomo que piensan aguarda.



Partida 18


Extracto de la conversación de Onas, con Hagar, antes de la tercera prueba de la perfección física en la torre de Mhara, Partida 18.

Onas había pedido a Hagar, el gigantón de Finalis un momento aparte para hablar con él. Parecía receloso, casi inquieto bajo esa máscara de hastío con la que siempre cubría su rostro. Sin embargo había sido directo y claro con el clérigo como nunca antes fuera.

- Tú me preguntaste, allí en la torre de hechicería en Taneo, qué me pasaba, quién era, y quién estaba realmente detrás de esta apariencia, esta persona, distinta a la que conocieras.

Se había detenido un instante, quizá para sopesar el peso de sus palabras, quizá evaluar hasta dónde conducirlas.

- El ser que llevo dentro ha tenido muchos rostros. Alguno de ellos, en otro lugar, en otra vida, albergó sonrisas, besos y canciones. Un recuerdo tan distante, tan extraño, que no recuerda ni su sonido ni su tacto - el gesto, impávido y carente de emociones del menudo y oscuro humano no dejaba traslucir nada más que sus palabras - Y aún no tan lejano, recuerda sí otro. Un rostro sin rostro, una sonrisa sin mirada.

- Con ese rostro, en otra vida, llevó a cabo acciones imperdonables… - se detiene por un instante y aprieta la mandíbula - llevé… tomando vidas, sin preguntas ni remordimientos, con esa sonrisa y las manos manchadas de sangre.


- Pero podemos cambiar, Onas, - contestó el grandullón - yo mismo llevé atrás una vida de excesos, de maldades en el pasado, y eso no quiere decir que pudiera cambiar y redimirme de mis antiguas maneras.


- ¿Y qué te llevó a cambiar?


- La verdad es que tuve una ligera ayuda, por decir algo, de Amber, que no permitía mucho margen de decisión.


- ¿Y merece la pena? Luchar por un bien que nunca llega, cuando a nuestro alrededor el mal se sale rampante con la suya una y otra vez. Mirando por el propio beneficio se aprovechan de resto y en cambio ¿qué espera a nuestros sacrificios? Una vez conocí a un hombre bueno. Por sus acciones perdió su vida y su alma sin haber conseguido sus objetivos, ¿acaso merece entonces la pena?


- No puedes pensar así, amigo. El bien es un camino, no una meta. Lo importante es cómo te hace sentir el tiempo que tenemos, y lo importante es el ahora y lo que decidas hacer con ello. Y ahora tenemos que encontrar la iluminación, aparta esas dudas de tu mente.


- Hmmm - fue la hosca respuesta del mago, mientras bajaba la mirada - Hemos de encontrar la iluminación, y con ella quizá ese tomo, para que por una vez los malvados no se salgan con la suya. Para quizá con su poder ayudar a los nuestros. Incluso para evitar el fin de los tiempos. Nobles metas. Pero estas pruebas nos exigen una perfección física de la que carezco. Al borde de la muerte me he encontrado ya en ambas pruebas, y temo no superaré una tercera. Buscamos la iluminación, con esfuerzo, determinación y cooperación, dijo Naltiria, ¿no habremos acaso de poner todo en su búsqueda, sin guardarnos nada, para poder conseguirlo?


- Claro - contestó el clérigo, sin acabar de hallar su punto - a dónde quieres llegar?


- Esa forma de la que te hablaba, enterrada y olvidada con sus pecados, es también poderosa. Si he de superar las pruebas no puedo guardarme nada en el camino, y la usaré si es necesario.


- El fin no justifica los medios, Onas. Si esa es una criatura malvada te diría que no lo hagas. Un rey puede tener en mente el bien de su pueblo, pero si para ello ha de cometer en el camino tropelías, ¿habría de hacerlo?


- Si con ello beneficia a su pueblo, si le lleva a la paz y a la felicidad… depende del precio, no todo es blanco o negro, Hagar.


- Lo es para mi señor, el Justo. O es bien o es mal.


- Y muchas veces en su nombre, se cometen atrocidades, bajo esa venda de justicia que os ponéis y os ciega, conviriendo en negro lo que sólo es gris. Nuestros enemigos no dudan ante nada en su camino, cómo podremos superarlos si nos ponemos trabas y limitaciones a nosotros mismos. Si quiero superar estos retos, no puedo hacerlo, ahora lo entiendo. Te he de pedir dos cosas, Hagar: Si me transformo en esa criatura no te vuelvas contra mí, recuerda que lo estaré haciendo con los mismos objetivos que tú en mente. Por último, si en algún momento perdiera el control, te pediría que me detengas.


- Me pides cosas muy difíciles, Onas, con las que no estoy de acuerdo. No puedo prometerte que lo haga.


- Hmmm entiendo - el mago asiente, como siempre con ese gesto duro y hosco - y aún así creo que lo harás. No te conozco mucho, pero creo que tú también eres un hombre bueno. A veces me recuerdas a ese que conocí.











Katu Txikia

Partida 11 

Seguimos adentrándonos en las minas bajo la hacienda de Reshenti Lulokov, y múltiples mineros esqueléticos nos atacan. Permanezco en la retaguardia, con Naltiria, y cerca Tenar. Mis ilusiones me permiten conjurar desde una cauta diztancia. Los dos grandullones recién llegados cargan, vamos, lo esperable. Los consagradores mantienen una formación intentando mantener alguno de ellos cerca de todos. Ese enano que cree que soy su abuelo va a la vanguardia con ellos. Mierda chaval, ¿no te das cuenta que te estás jugando el pescuezo? Por alguna razón le tengo cariño a ese niño o niña preguntón y despreocupado, junto a nebulosos recuerdos de otros tiempos, de risas y bromas. Otro rotro, otra vida. Cada día Onas, hosco y distante, se hacía más presente. más fuerte.


Persiguiendo a los muertos, la galería que nos encontramos parece abrirse en un lugar que se concentran, emboscando a los que se adelantan. Junto a los esqueletos aparece una criatura espectral, de ultratumba, que hace que un escalofrío de puro terror nos recorra la espalda. Apretando los dientes resistemos a nuestros sentidos que nos gritan que corramos, para descubrir otra nueva aberración de ultratumba, una extraña criatura, hichada, horrible de ver, compuesta de múltiples cadáveres y que expulsa ácido por la boca, un Bloatig.


He de adelantarme, para mantener contacto visual con mi copia en los sinuosos corredores, mientras potencio las capacidades de mis compañeros, velocidad y coraje, mientras los teleporto de un sitio a otro para ayudarles a rodear a los muertos, o escapar de sus ataques. Tenar alza varias salmodias a su nueva Deidad, y consigue que sus armas brillen refulgentes, consiguiendo así morder profundamente la carne de los no-muertos, incluso aquellos incorpóreos como el especto.


Por alguna razón este se centra en mí, insistiendo en continuos desintegrares, que trato de evitar con un muro de fuerza que también es destruído.


Afortunadamente, entre la archimaga, la clériga de Hedenoth y yo conseguimos evitar las múltiples disyunciones que nos lanzan, turnándonos en custodias para poder evitarlos, mientras los espadazos de fuerza descomunal de los clérigos, junto a consagradores y disparos del chaval, dan buena cuenta de nuestros enemigos, el Bloatig, al perecer explota en una inmensa bola de ácido, y Naltiria ha de usar sus velos prismáticos para evitar la muerte de una de las consagradoras. Por su parte, Tenar invoca una fuerza mágica divina inconmensurable, fruto de los estudios que todos ayudamos a financiar y que ahora vemos han sido bien invertidos, pues consigue rodearnos de una épica esencia curativa que consigue cerrar todas nuestras y curar todas nuestras aflicciones.


Avanzamos.


Naltiria me pide que lance mis ojos fisgones, y niego con la cabeza, antes los he consumido todos, y ella se encarga. Sin embargo Akari sigue avanzando entre las sombras, pero es descubierta: otro de los espectros ha conseguido verla. ¿Cómo lo hacen? ni mi invisibilidad me consigue ocultar mi presencia.


Haegar carga y una ingente cantidad de muertos comienzan a aparecer de entre los recobecos de la caverna que sigue extendiéndose, más y más de esos ghouls, junto a varios Bodak, e incluso dos Boatig más.


Sin un plan, sin  refuerzos, temo que esto termine como lo hiciera en Funterís.


EL hacha de Hagar y el alfanjón de Luca despachan a muertos a diestra y siniestra, así como los tiros de Alix, que resuenan por toda la cueva. Akari aparece y desaparece de entre las sombras repartiendo katanazos. Los consagradores aguantan y Tenar ha de recurrir a su poderosa curación una vez más. Es cuando miro a Naltiria y asiento. Preparando el asalto me había enseñado un poderoso conjuro, que conseguía concentrar la fuerza del sol en una explosión que dañaba seriamente a los no muertos. Una explosión… otra… pero los no muertos parecen incontables.


Una Banshee aparece, así como un Huneper. Detengo el tiempo y trato de impedir su avance convirtiendo la piedra del suelo en peligrosas arenas movedizas, pero alguna magia poderosa me impide transmutar el material de la cueva. Maldigo entre dientes, el sudor impregnando mi pelo y el corazón baiendo en mi pecho. Visualizo nuevamente ese momento que se repite todos los días en mis pesadillas, rodeados de muertos, incontables, bajo la mirada inquina de Caerdan, Kor, Snorri, Peke y Ah, rodeados de la luz plateada de Astarión, consumidos por la oscuridad de las hordas inabarcables de Funterís.


Me concentro por un instante. Nunca antes fuera capaz de evocar un conjuro ofensivo, no alcanzaba a conectar con esa parte de la umbra, o algo en mi naturaleza me impedía resonar con la frecuencia, con la agresión, la violencia que requería. Pero Naltiria acababa de lanzarlo. Proyecté mi psique a la umbra buscando las reverberaciones en la Urdimbre de aquella explosión, y allí estaban, recientes e intactas. Toqué con mi magia ese arcano y lo interioricé ampliando su tono y su armonía con mi propia esencia para potenciar su intensidad. 


Una inmensa explosión de una luz brillante y anaranjada como un amanecer barrieron a los muertos menores,  y me encontré sonriendo, una sensación extraña para alguien tan acostumbrado a una mueca de astío, y un pequeño tiefling vino a mi recuerdo. Quizá estuviera orgulloso. También, quizá, un humano pelopincho.


Pero el combate no había terminado. Con Naltiria fuera de alcance una disyunción había alcanzado a Tenar, Akari y Alix, y milagrósamente el reto la habíamos evitado gracias a los velos de la archimaga. Los bloatig y le Huneper parecían ignorar caulquier magia que intetásemos contra ellos.


Luca, Haegar y consagradores, así como Álix y Akari se esfuerzan en terminar con ellos, y la poderosa momia me persigue. Se cierne sobre mí, con poderosos ataques que hacen retorcer mis tripas dentro de mí cons su podredumbre, y solo puedo pensar que demonios hago aquí en esta mina helada plagada de muerte. Huyo de sus golpes al plano etéreo, y el conjuro de teletransporte viene instintivamente a mi mente. En un chasquear de dedos podría estar en Taneo, caliente y seguro en la torre de hechicería.


Pero aunque me joda, no puedo sino admirar a estos locos suicidas que se parten la cara con los muertos, incluso estos recién llegados que de nada nos conocen. ¿Por qué lo hacen? ¿De dónde sacan el valor?


Me recuerdan a otros locos suicidas, que son la razón por la que estoy aquí.


- ¡Katu Txikia! - grito, recordando las aventuras, camaradería, y recíprocas salvaciones de pescuezo con esos tarados del Crisol, suponiendo que son palabras respetadas en Berior de nobleza, de fuerza y coraje.


Sigo con las explosiones, pero no parecen tener mucho efecto. Tenar ha de recurrir a su últma curación. Los consagradores finalmente acaban con el Hunefer, y ahora sí, todos concentrados en los Bloatig, consiguen finalmente despacharlos.


Mil y un locuras. Cero bajas. Casi no me lo creo.


Suelto el aliento, que no se cuanto llevaba reteniendo, y finalmente tomo aire.


  • Estáis como cabras.


Pero victoriosos. Por ahora.




Partida 12


Seguimos avanzando. Akari, como una sombra más en los lóbregos pasillos, exploraba a la vanguardia del grupo nuevas secciones de la cueva. Finalmente llegó su aviso por el vínculo telepático, el pasillo se extendía, a una sala, en la que esperaban más muertos.


Conjuré un ojo arcano, un pequeño ojo mágico invisible que me serviría como espía, y lo envié a invistigar la sala en la que Akari había desaparecido. Apenas con un vistazo de las criaturas que nos agardaban el ojo fue destruido. Miré con rostro severo a mis compañeros, ¿quién quería arriesgarse a teleportarse allí directamente? les consulté telepáticamente.


Haegar, por supuesto. Luca. Los consagradores. Alix.Tenar. Naltiria. Vamos, todos.


Como cabras, pienso. Pero lo cierto es que envalentonados por la victoria anterior nos veía un paso más cerca de Funterís, y el resto del Crisol ¿Cómo enfrentaríamos a Caerdan si no podíamos con un puñado de no-muertos? Apreté los dientes y busqué algo de valor dentro de mí, mientras, cogidos de la mano, nos teletransportaba con manos sudorosas a la otra sala. El pescador nunca tenía miedo. ¿Cómo coño lo hacía?


Aparecimos súbitamente en la sala contigua. Nos esperaban. Un fantasma y un Húnefer, como los que habíamos enfrentado, así como otras dos de esas criaturas hinchadas, Bloatig, así como un espectro de aspecto lastimero, con más muertos menores.


El fantasma lanzó una poderosa disyunción contra nosotros, mi custodia en duelo estaba preparada y la evité, pero aquellas moles amalgamadas lanzaban su aliento ácido. Naltiria estuvo rápida, y levantó uno de sus velos para evitarlo, “es el último” oímos por el enlace.


Nuevamente los muertos se lanzaban sobre nosotros.


El gran hacha de Haegar subía y bajaba, hendiéndose en los muertos, así como el gran alfanjón de nuestro grandullón nuevo aliado, Luca, y las consagradas armas de los cuatro clérigos que nos acompañaban. Akari, imposible de alcanzar, aparecía y desaparecía de las sombras, para hundir sus Katanas en las criaturas, que ignoraban los letales tajos que serían mortales en criaturas vivas. Tenar, nos curaba como podía, ya sin sus conjuros más poderosos. Naltiria, lanzó una poderosa Insolación Solar, que cubrió de llamas a nuestros enemigos, y siguiendo su ejemplo, volví a conectar con la resonancia que todavía permanecía en la urdimbre para imitarla. Además, había conseguido crear un ancho muro de piedra, para retener los posibles refuerzos.


El fantasma, así como el espectro se focalizon en el chaval. “Mierda enano, sal de ahí, grité por el vínculo”, pero era tarde. Sin nadie que pudiera evitarlo, tentáculos oscuros se cirnieron sobre él, cayendo inerte, sin vida, Nooo grité, extendiendo la mano, gritando una poderosa palabra arcana para revertir por un instante su aciago destinto. Nuevamente estos tentáculos hacían presa sobre él, pero conseguía esta vez, en un afortunado guiño del destino, evitar uno de ellos. Sin fuerza ni para mantener su cuerpo erguido, ni razón para entender que pasaba, seguía aferrándose, por los pelos, a la vida. Pronto Tenar, apareció a su lado para intentar con los pocos conjuros que aún tenía disponibles, ayudarle a recueperar sus fuerzas.


Para entonces una Banshee había aparecido, desintegrando el muro, teleportando refuerzos al campo de batalla. Si aún no habíamos podido derrotar a ninguno de los muertos mayores, dos Húnefer más habían aparecido, junto a montones de otros no-muertos menores. Y otro espectro. Quizá no parecía gran cosa, al lado de las otras criaturas, pero el efecto combinado de ambos nos había drenado de nuestras fuerzas, de una forma tan intensa, con un dolor tan lacerante, que apenas si éramos capaces de pensar, de movernos.



Superados por los enemigos, debíamos, una vez más huir.


Intercambiamos miradas, llenas de terror, cuando los consagradores, al unísomo comenzaron a brillar. Con una salmodia, levitaban del suelo rodeados de luz, una luz brillante que por un instante cegó a todos los que les rodeábamos. Al abrir los ojos, los espectros habían dejado de existir, y todos respamos aliviados, sitiéndonos mucho mejor.


Con fuerzas renovadas mis compañeros retomaron la lucha.


Superado, intentaba evocar poderosas llamaradas solares para ayudar a mis compañeros, potentes Lahares de lava y cenizas para consumir y ralentizar a mis enemigos. Quizá funcionaban con algunos de los no muertos menos poderosos, pero Húnefers y Bloatig no parecían ni sentir sus efectos.


Como el gusano que era, quería huir, conservar la vida y escapar al dolor y al sufrimiento.


Pero la voz ronca de un gnomo gritaba que recordara a Ah Puch, a Korr, a Snorri y a Peke.


Naltiria teleportaba compañeros, reajustando el campo de batalla. Karina, la consagradora, se había lanzado a por la Banshee. Yo había conseguido atrapar algunos Bodak y Ghouls en una jaula de fuerza.


Quería escapar, pero Akari se escabullía una y otra vez de las garras de criatruas cinco veces más altas, sin dar cuartel. Salir de ahí, ponerme a salvo, pero Luca, aguantaba estoicamente golpes mortales uno tras otro, caía y volvía a levantarse, testarudo, sin querer entender el significado de la palabra derrota. Haegar no paraba de atacar, así como los consagradores, alternando curas y espadazos. Tenar, intentaba refugiar a Álix de lo peor de la batalla, pero sin retirarse, hasta la archimaga, frágil y débil, aguantaba los golpes ya casi sin conjuros.


Quería marcharme pero estos locos suicidas me recordaban a otro, ese loco de Tolina, que me había hecho cambiar de rumbo.


Yo también quería creer en algo. Aún sin fé, aún sin valor. Si no tenía nada en que creer, creería en la convicción de mis compañeros a no rendirse nunca, a luchar hasta vencer. Luca ya no tenía una pierna, y todavía batallaba por ponerse en pié. Y las criaturas iban cayendo. La banshe, los fantasmas. Hasta aquellas durísimas momias que parecían indemnes a tajos y perforaciones.


Con poco podía ayudarles ya, pero al menos atraíamos los ataques de esas momias que parecían fijadas en los lanzadores de conjuros, carentes de las poderosas armaduras de nuestros compañeros.


Finalmente un Bloatig había conseguido hacer que Luca ya no se levantara, pero había acabado cayendo, también el otro. Finalmente las últimas momias.


Casi no podía creerlo, habíamos vencido otra vez. Rodeando el cuerpo de Luca, Tenar había pedido a su dios que lo trajera de vuelta. Y con una brillante luz que había reconstruído su cuerpo, había vuelto del otro lado. Los dioses sonreían a Crisol una vez más, dando al grandullón la posibilidad de esquivar por lo de ahora la muerte. Muchos de la compañía ya habían vuelto antes. Algo esperaban de nosotros.


Heridos, sin casi fuerzas, volvimos a la entrada, no sin antes descrubir depósitos de adamantita en las minas, así como poderosos objetos en los caídos:



3 anillos

  • protección universal +5

  • resistencia al fuego 30

  • anillo de evasión

2 brazaletes

  • armadura +8

  • armadura natural +4

1 amuleto

  • salud +8 (Con)

11 pergaminos

  • 2 disyunción

  • 4 dedo de muerte

  • 5 campanas fúnebres

1 libro

  • Sabiduría +2

1 capa

  • protección +6


Joyas 127k

45 picos +1

5 picos +5



De vuelta, en la seguridad de una portentosa mansión que Naltiria había creado, no podía parar de darle vueltas. La urdimbre guardaba la esencia de los conjuros que previamente la habían alfectado. Y con ella también la esencia de los magos que los habían lanzado.


Mis conjuros no conseguía afectar a estas poderosas criaturas. Si ante ellas no podía hacer nada, ¿qué podría hacer en Funterís?, ¿como habría de liberar a mis compañeros?


Mientras hacíamos guardia no podía parar de darle vueltas, ¿cómo podría hacerlos más podersos? Sabía que esa resonancia podría ayudarme, pero cómo. Consultaba libros, manuales… Akari había dicho que había dejado de oir los picos, en las profundidades de la mina. Tendríamos que ir cautelosos, quizá estuvieran preparando otra emboscada…


Usando lo que ya sabían, lo que había pasado antes… 


Claro…


Hice un gesto que podría confundirse con una mueca, pero era una sonrisa, había tenido una revelación:


Los conjuros de los hechiceros provienen de sus capacidades innatas. Su talento. Su habilidad. Sus ancestros. Los lanzadores divinos por otro lado canilizan los poderes de otros, las deidades, ganándose su favor actuando de acuerdo a sus principios y valores.

Sin embargo los magos se basan en el estudio, el descubrimiento, el esfuerzo. Los avances de un mago son logros individuales, pero estos se basan en los conjuros desarrollados por otros. En sus investigaciones, sus notas, sus libros. Su legado. Cada secreto arcano desentrañado, cada criatura mística domada, cada paraje planar descubierto. Conocimiento ganado a base de sangre, sudor y muchos, muchos conjuros. Y quizá alguna lágrima también.


Estos conocimientos, en gran medida transmitidos de generación en generación. De maestros a discípulos. En altas torres de hechicería, y humildes sótanos polvorientos. Esta cultura, compartida y transmitida, permite que generación tras generación logros pasados habiliten a las nuevas generaciones para dar un paso más allá, siempre logrando avanzar gracias al ingenio y esfuerzo de sus predecesores.


“Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes” decían en antiguos manuscritos, otros mucho más sabios y eruditos que yo.


Los Bigby, Tenser, Evard, Leomund, Melf, Otto, Tasha, Mordenkainen…


Todos ellos han logrado que esos estudiosos enclenques, los magos, sean más poderosos que gigantescos bárbaros, venerables sacerdotes o incluso afamados hechiceros de respetados linajes. Y de cada uno de ellos, grandes y pequeños, parte de su Arte, de su intelecto, de su esencia queda todavía como un eco circulando en la Urdimbre, que de una forma tan íntima tocaran en vida, con su propia voz en un gigantesco coro, que sigue reverberando aún mucho después de que abandonen este plano de existencia.


¿Y si pudiera acceder a sus voces, largo olvidadas? A su esencias. ¿Podrían prestarme algo de su genio, de su conexión con la magia?


¿Podría subirme también yo, pequeña como era, a hombros de gigantes?


  •  Katu Txikia - había susurrado. 


Me sentía un paso más cerca de traerlos de vuelta.



 Zangief: Super Street Fighter 4 Character Guide

   Mi nombre es Hägar Nefzen. Nací en una granja, en medio de ninguna parte, al norte de Fevris, donde mis padres malvivían de sus cosechas, ya que apenas podían pagar los impuestos que cada año, los Caballeros de la Moneda venían a recaudar. Fui el sexto de siete hijos, aunque sólo dos llegamos a la edad adulta, mi hermano pequeño Jürgen y yo. Le llevaba dos años, y en cuanto él cumplió los 16, nos largamos a enrolarnos en la milicia de Fevris, en busca de pastos más verdes; nuestros padres podrían vivir más desahogados, y nosotros podríamos al fin disfrutar de algo más que la siembra y la siega.

    Al principio nos costó adaptarnos a la vida militar, aunque pronto aprendimos a obedecer a los superiores, para ahorrarnos castigos. Gastábamos la exigua paga en burdeles y tabernas locales, y éramos más felices de lo que creíamos.

   Cuando nos licenciaron de la milicia, nos fuimos en busca de fortuna como aventureros. No nos fue mal, y estuvimos en varios grupos con más o menos suerte. Ganábamos bastante dinero, tanto como para ir mejorando nuestras armas y armaduras, y probar todas y cada una de las prostitutas que nos encontrábamos.

   La suerte nunca dura eternamente, y un aciago día, después de cinco años de aventuras, tuvimos la mala suerte de cruzarnos con Tarashor, conocido como Rompemontañas. Era un minotauro realmente formidable. Aunque en principio formábamos alianza con él para saquear el tesoro de un dragón, el condenado reptil apareció antes de tiempo. El combate se puso feo para los nuestros, así que decidimos huir. Me avergüenza admitir que traicioné a nuestro compañero, me quedé con su hacha, con la que me corté una oreja y se la arrojé, pues era conocida su costumbre de quedarse con tal trofeo, y conté que fue él quien nos había traicionado, y yo le había derrotado, sólo con el rasguño de la cara. Durante un tiempo, fue la versión oficial, hasta que Tarashor reapareció; se había negado a morir a manos del dragón, y buscaba venganza.

Foto del usuario        La cobró, pero no sobre mí. El pobre Jürgen no era tan astuto como yo, y cayó en la emboscada del minotauro, antes de que pudiera advertirle. Después de aquello, pasé varios meses huyendo de Tarashor, que finalmente pareció desistir de perseguirme. Para entonces, mi huida me había llevado a refugiarme en una tribu bárbara del norte de Allionas, así que decidí adoptar tal cultura, y aprendí a luchar sin la protección del metal, dejándome llevar por los más bajos instintos. Mientras aprendía, guardé luto por Jürgen, quien había dado su vida cuando debió ser la mía la que se extinguiera.Cuando consideré que había aprendido todo cuanto necesitaba, me despedí de aquellas gentes. Estoy bastante seguro de que al menos un par de muchachas de la tribu dieron a luz a bastardos míos, aunque nunca quise volver a comprobarlo.

    De ahí en adelante, mi vida se limitó a vender mis servicios al mejor postor, cobrar la paga, y despilfarrarla en putas y aún más, en alcohol. Creo que estuve varios años consecutivos borracho, encadenando una con otra, sin dejar que bajara, pues mis sentidos embotados no me dejaban sentir dolor por la pérdida… ni ninguna otra cosa.

    El destino me llevó a Tyrsail, donde me enrolé como mercenario en el ejército del Rey Allanon, que pagaba generosamente ante la próxima guerra. Cuando llegó la batalla de Baeronorme, había prácticamente gastado mi paga adelantada, y combatí completamente borracho. Me cuesta imaginar cómo pude mantenerme en pie, supongo que guiado por la furia y por la fuerza que otorga saber que no tienes nada que perder.

    Allí hice un buen amigo, aunque no recuerdo su nombre o aspecto. Sólo sé que tras la batalla, un reclutador real se nos acercó, pues habíamos terminado luchando espalda a espalda, y nos ofreció formar parte de la guardia personal del Rey. La promesa de oro, gloria y aventuras me tenía prácticamente convencido, aunque lo que me llevó a firmar fue la voluptuosa figura de una mujer amazona, de nombre Xelenna, que se había unido también a esta comitiva. Resultó que yo no le interesaba demasiado, pero logré que me comiera la polla. Pero eso es otra historia.

    Después de un par de aventuras, el Rey parecía taciturno, a pesar de los avances que hacíamos buscando unos misteriosos tomos de poder, que albergaban poderes mágicos fabulosos. Sin embargo, no había visto ni una moneda de la paga prometida, así que empezaba a impacientarme. El tal Allanon, niño rico malcriado, daba órdenes en tono despectivo, y esperaba ser obedecido al instante, tal y como estaba acostumbrado con su servidumbre. Llevaba consigo, entre otros, a una despreciable clériga de Maddusse, que le consentía todos los caprichos y parecía adorarlo. Siempre pensé que era su madre, sin embargo ella era elfa y el Rey era totalmente humano.

    Cuando nuestras aventuras nos llevaron a un semiplano de Finnalis, gobernado por su lugarteniente Amber Irisdefuego, ésta me ofreció lo que llevaba tiempo esperando: una vía de escape de este ruinoso grupo, donde no cobraba, y donde ya había muerto y resucitado media docena de veces. No me rentaba en ningún sentido, pues además Xelenna huía de mí como de la peste, así que acepté la oferta de Amber, la verdad sin pensar demasiado en las consecuencias. Tampoco me importó, pues entonces fue cuando descubrí la luz del Justo, e impelido por mi aceptación, me convertí a su fe de inmediato. A cambio, la promesa de poder ejercer justicia sobre Allanon en un futuro, y ser juez de su último día.

    Tras convertirme a la fe de Finnalis, la plaga de Fenris comenzaba a hacer sus primeros estragos, así que decidí que mi presencia en primera línea de batalla sería bienvenida, pues apenas podía conjurar bendiciones, pero sí que podía repartir hachazos a los no-muertos. Eso me llevó a Zhargosh, y a ingresar en la compañía de la Moneda Bailarina tras años en vanguardia sin que la muerte me encontrase.

    Allí serví un decenio, encontrándome a mí mismo, e incluso, tuve la oportunidad de hacer las paces con Tarashor, que ya no parecía interesado en vengarse, no hace mucho tiempo.

    Os recuerdo, el día que aparecisteis a las puertas de Heko, aunque veo que os faltan efectivos. Apaciguado por los años, aquí me hallo, ante vosotros, y ante Finnalis, dispuesto a retomar mi camino de aventuras, pues unos sueños, que no sé si calificar como proféticos, me han traído hasta aquí, en busca de la anterior archimaga, Galidarian. Sin embargo, Naltiria me informa de que Galidarian murió, y es ella ahora la archimaga y heredera de la torre. No sé si sois vosotros a quien he de ayudar, pero he oído que vais a eliminar no-muertos, y ese es un buen pasatiempo mientras valoro si me quedo.


 

No hay lugar como el hogar

CUIDADO, SPOILERS A CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DE UMRICK. SI PREFERÍS DESCUBRIRLOS EN PARTIDA NO CONTINUÉIS.

Canción recomendada :D : https://www.youtube.com/watch?v=I4yK6r6meT0&ab_channel=hypeechan



 


Secando las amargas lágrimas de su rostro, había jurado ante los dioses que no volvería a llorar cuando fue exiliada de Albor. Las llamas habían consumido el poblado y la consumían por dentro: El fuego del dolor era tan intenso que había secado sus lágrimas, sus emociones. Algo se había quebrado en su interior, y había dejado de sentir, de ser. Con un rostro distinto el mundo la miraría diferente, sí, pero su visión del mundo también había cambiado. El dolor se había convertido en odio, el miedo en resentimiento y la inseguridad en hedonismo.


Hasta que había conocido a aquel caballero, siempre sonriente, y su rostro había vuelto a cambiar, con la mirada cansada, tranquila y punto traviesa de un viejo gnomo. En su interior las llamas se habían extinguido, y de sus cenizas había comenzado a crecer algo nuevo. Algo que la despertaba cada mañana y ponía en su cabeza un inmenso sombrero. Quizá lo mismo que la hizo seguir al caballero al este, junto a sus singulares compañeros.


"Estoy vivo", había gritado con todo el aire de sus pulmones junto a soldados de todos los reinos, cuando Arduín, "Lengua de Plata", había preguntado a voz en grito quién todavía, a pesar de todo, aún vivía. Embriagado de la emoción, con la camaradería que encendía los corazones aún allí, en la profundidad de lo más oscuro de la niebla, sentía que cada muerto que devolvía al suelo, limpiaba un poco la sangre de sus manos, los pecados de su conciencia. Quizá eso que había nacido en su interior fuera esperanza, incluso frente al apocalipsis que luchaban.


Así se unió a ese grupo de locos que llamaban Crisol. Y en el tiempo entre discusiones, aventuras y bromas regaba, poco a poco esa esperanza. Lejos de la niebla, de los muertos, casi parecía que se hubiera sumido en un sueño, un sueño distinto a lo que conociera, siendo alguien distinto ¿podría tener entonces, un distinto final? Si soñabas con ser otra persona, ¿te podrías convertir en ella si nadie te despertaba? Hasta las noticias del este le habían parecido como una lejana pesadilla.


Pero la visión de una niña muerta le había arrancado de aquel sueño como un balde de agua fría. Como una bofetada. Aquella que habían llamado Marryn. La Elegida de Finallis. La Santa. Aquella que, en un gran palanquín con los colores de Khala, portando el medallón del Coraje y rodeada de canciones y aguerridos soldados se había adentrado en la niebla, para derrotar a Caerdan, para sin embargo, nunca salir. Esa niña inocente, esos corazones valientes. Símbolos vivientes de la esperanza. Ahora solo más soldados para el ejército de los muertos.


Umrick, el archimago gnomo, había dejado con manos temblorosas el pequeño alfil de Adelajda delante de la puerta de Teenar. Sus respiraciones eran rápidas, superficiales e intensas. Hiperventilaba. Había sentido una arcada en su estómago, que a duras penas reprimió llevándose la mano a la boca. 


"Es un suicidio", se repitía en su cabeza. "No puedo, no puedo…si voy moriré, muerte es lo único que queda allí, y no estoy preparada para morir. No quiero morir". De repente, como un cuchillo al rojo, la lógica y el razonamiento más carentes de emoción, habían cortado todas las capas con las que se ocultaba. Quizá podría engañar a todos, aunque ni siquiera así era. Las mentiras que hasta sí misma se repetía, sostenían la máscara de aquel gnomo, sabio y confiado, pero aquella niña las había roto, junto a la máscara, hasta llegar a ese incipiente esperanza y convertirla solo en duda, en miedo. Cómo habrían ellos de triunfar, les había dicho a sus compañeros, donde antes otros mejores habían caído. Podría engañar a todos, incluso a sí misma, pero no engañaría a la muerte y su esclava Marryn, ahora tan poderosa como para encontrarles incluso bajo la protección de la torre de Naltiria. Bajo su mirada volvía a ser débil, ingenua e ilusa.


El mago se había calado sobre el rostro el gran sombrero, ocultando los ojos brillantes, el gesto torcido, y con una palabra arcana se teletransportó lejos de la torre, lejos de Taneo. Sin saber donde ir, inseguro, tembloroso. Distintos lugares pasaban por su mente, pero en ninguno se sentía seguro, ninguno lo sientía como un hogar. Sulyindiel donde creció y estudió, pero también donde Wynrona la dió por muerta. Funterish, donde construyó la leyenda del Secreto Oscuro, ahora pasto de los muertos. Villaccia, donde vivió tras el exhilio, guardaba solo enemigos. Instintivamente buscó otro, sin saber ni lo que quería encontrar. Albor. Presa de la ruina y la muerte, su inconsciente la llevó al único verdadero hogar que conociera. Cerca de los humedales del Antrino en Zhargosh,  un valle entre las montañas, en lo más profundo de un bosque milenario, protegido por las montañas y cerca del cauce del río, cerca del bosque encantado de los Sauces Riseños.


Cuando finalmente sus pasos y su magia, la llevaron al desolado bosque, vagó, volando a media altura, entre la destrucción de lo que fueran grandes cúpulas entre los árboles, unidas en forma de pasadizos y puentes por grandes lianas y ramas, decoradas con fragantes flores de brillantes colores. Ahora, las ramas peladas de los árboles se levantaban desnudas al cielo como suplicando ayuda a unos dioses sordos a sus lamentos.


Pasó también por el corazón de los Sauces, el centro de la aldea, otrora cargado de vida, mercaderes, puestos ambulantes, pregones, risas, las danzarinas luces filtradas entre las cúpulas de los árboles en las brillantes alas de cientos de hadas, con su suave zumbido… Ahora solo el viento ululaba entre los troncos cenicientos. Savia, el ayuntamiento, siempre decorado con flores, las Salas de los Recuerdos, cargadas de pasos, de susurros, Corona, el gran centro de reuniones, escenario de bailes y canciones… solo ceniza, muerte y destrucción.


Presa del fuego allá donde viera, vagaba sin rumbo, con su mente evocando tiempos largo pasados de sus pequeñas aventuras, junto a sus amigos y familia, en la que fuera La Joya del Sur, para los suyos. Acabó finalmente en la que había sido su pequeña casa, ahora poco más que un tocón inerte. 


Presa de la impotencia, de la rabia, del miedo gritó al pasaje desolado. Gritaba a sus sueños rotos y su infancia destruída. Gritaba y golpeaba el tocón una y otra vez, con sus pequeñas manos rosadas, una y otra vez. De miedo, de rabia y de impotencia. Le habían arrebatado todo lo que había amado alguna vez. Todo lo que tenía. Todo lo que era.


El dolor que había olvidado volvió a inundarla, como sus ojos de lágrimas. Y del dolor, el odio. Los odiaba a todos. A todos. A su maestro, que la había traicionado. A sus padres, que la habían olvidado. A amigos y vecinos que la habían exiliado. Desconocidos que se habían aprovechado de su inocencia. Malnacidos que habían abusado de su bondad.


A todos.


A Alexander y a Koji, que se habían muerto. A Holguen por matarlos. A Arduín, a Zahir, a Galaeris por no haber hecho nada. A esos malditos artefactos. A Caerdan y sus odiosos muertos. A esa condenada niña que la llenaba del miedo más atroz.


Pero sobre todo, se odiaba a sí misma. Débil, pequeña y asustada. Por haber creído, por haberse enamorado. Por haber regado esa pequeña esperanza ahora pisoteada. Por haberse pensado otra persona.


Y ahora, en la hora de la verdad, siendo el despreciable gusano que era, al darse cuenta que no era capaz, que no era digna.


Solo una inútil y despreciable hada, pequeña, débil y asustada.


Con lágrimas en los ojos, viendo la sangre verde brotar, se dió al fin cuenta. Por primera vez en nueve años volvía a tener esa forma que despreciaba. Una criatura menuda, de poco más de dos piés de alto. Un hada de cabello añil, grandes ojos dorados de pupilas rasgadas, y alas rosadas de mariposa, joven, muy joven y frágil, pero con la mirada dura de aquellos con una edad impropia de sus años.


Se acurrucó, abrazada sobre sí misma, en los restos de lo que fuera su hogar, cubierta por la ceniza, lloró. Después de nueve años rompió su promesa, y entre sollozos, lágrimas incontrolables caían por sus mejillas.


 Por Alexander y por Koji. Por el sueño de un Coro destrozado. Por la Esperanza rota, y sus capitularios esclavizados.


Por una niña Espectro, y por una niña Hada.





Las horas pasaron, y una noche fresca de Khalander, de llanto entre la vigilia y superficiales sueños agitados, dió lugar al sol se levantaba en Albor, encendiendo el rojizo de los árboles que otrora fuera el orgullo de su gente y diera nombre a la aldea.


Con los ojos enrojecidos y las ropas cubiertas del negro de la ceniza, Neesa se frotó los ojos para descubrir, en el tocón quemado del gran arbol que fuera su hogar, como una pequeña flor celeste abría sus pétalos a pesar de toda adversidad.


Enjugando las lágrimas, un viejo gnomo se caló el sombrero, rememorando lo que unos héroes le habían recordado en lo más oscuro del camino hacia Tysen, rodeados por la muerte y la Niebla. Mientras, conjuró una teleportación al que había decidido sería su nuevo hogar, su nueva familia, Tolina, musitó con una leve sonrisa:


  • Estoy vivo.