Partida 29

Solpor

La expresión del Gusano permanecía impávida, como era habitual, a pesar de que al hada de su interior se le revolvían las tripas con tal hipocresía. El humano simplemente se colocó un graso mechón de pelo, muy despacio, y subió ligeramente una ceja con las palabras de ese humano Reinita que hacía llamarse Tarik Al-Shariff, un siervo más de la emperatriz.





Los jirones que quedaban del Crisol, discutían ante la petición de la emperatriz de convencer a los defensores de Bloskaia que servirían mejor al imperio dejando la ciudad y poniéndose al servicio de los ejércitos de Von Xavras.


Alix, pistola al ristre, se había debatido durante largos minutos si volarle la cabeza a Naltiria por las atrocidades de Tissen. Haegar maldecía y Akari… Akari simplemente había desaparecido, jurando venganza por el genocidio de su gente.


Y aquí, junto al emisario de la mente detrás de tan vil fechoría, todo eran sonrisas. Emisario y perpetrador, según Naltiria, llorosa, había reconocido en la posada del Trono de Plata, en Brungrado, ante todo el equipo. ¿Eran acaso sinceras esas lágrimas? Ahora todo parecía olvidado. Álix, enfurruñado, pedía simplemente contestaran sus preguntas y escucharan su opinión. Haegar debatía estrategia militar. Tenar parecía, como era costumbre, más que dispuesta a saltar a la oportunidad de nuevamente ser los lacayos atentos a la llamada de la emperatriz. Y la archimaga asentía y argumentaba, a favor de los designios del imperio.


La archimaga, que ni una semana antes le había asegurado abandonaría el servicio de la emperatriz, incapaz de aguantar más las atrocidades que se había visto forzada a llevar a cabo.


¿Acaso era todo mentira? Estrechando los ojos miró a su alrededor. Poco quedaba de aquel grupo de aventureros que haciendo el Giro constituyeron una Compañía de dispares compañeros, que las distintas pruebas irían convirtiendo en colegas, incluso… ¿amigos? El Crisol Plateado, lo habían bautizado. Solo Álix y Tenar sobrevivían de aquellas. ¿Se acordaban alguna vez de los que habían dejado atrás?

Y Naltiria… que había aparecido con sus pruebas y sus medias verdades para testar si eran dignos de acompañarla a buscar los Tomos. En el camino de Mhara, había empezado a mirarla con un renovado aprecio, incluso admiración. Había empezado a considerarla una especie de líder, de maestra. ¿Pero acaso decía alguna vez la verdad entre todos sus secretos y engaños?


Los Tomos eran lo más importante, y el abrir de las Fronteras inminente, habían acordado. Habían de centrarse en ellos, sobre todas las cosas, incluso si aquello significaba dejar a sus amigos atrás, olvidados, perdidos entre la niebla y los muertos de Funterís. Y era capaz de justificar todo, todo esfuerzo, todo sacrificio, como las incontables muertes que sufrieron buscando el coliseo entre las nubes, incluso el exterminio de una ciudad llena de civiles inocentes. Pero una vez más argumentaba que había tiempo para desviarse nuevamente del camino para cumplir los designios de la emperatriz. 


¿Cuál era entonces la verdad? se preguntaba ¿Eran los tomos la prioridad número uno o sólo cuando a ella le interesaba justificar sus atrocidades?


La emperatriz, siempre ella. Desde que Naltiria se cruzara en su camino acababan tropezando una y otra vez en la misma piedra, para descubrirse una vez y la siguiente actuando como sus esbirros, sus sirvientes. ¿Era todo mentira? Ya no podía diferenciarlo. ¿Eran los tomos simplemente la zanahoria que la archimaga les ponía delante para sacrificar todo una vez más, en mayor gloria de un Imperio que sabían medraba bañado en la sangre de inocentes?


Efialtis, Astarión, las minas, los impuestos y ahora Bloskaia ¿Eran acaso algo más que peones en la partida de ajedrez que Von Xavras jugaba con el imperio Hiraneano? ¿Habían obtenido acaso algo a cambio? El mago no creía encontrarse ni un ápice más cerca de conseguir esos Tomos que encerraban el destino del mundo, ni de salvar a los amigos que habían perdido en el camino. Una sombra negra y densa, como nubes de tormenta, comenzó a atenazar su pecho. ¿Era a caso este el plan de Naltiria desde el principio, y todo lo que les decía sino mentiras, usándoles como carnaza para medrar ante la emperatriz, que a ellos decía despreciar y de la que sin embargo no parecía querer separarse?


El humano se encontraba enfrascado entre estas cavilaciones, cuando Tariq se decidía por fin, una vez todos se había comprometido a la discreción, a revelar el plan del imperio: Quitarían fuerzas de Bloskaia para un ataque coordinado en el frente occidental. Así que habrían de convencer a sus defensores reducir las defensas de una ciudad que se encontraría con la mayor amenaza que nunca había enfrentado, por primera vez todos los dragones juntos asaltando sus muros. Quizá un movimiento táctico brillante: la toma de la fortaleza le daría el tiempo para reducir dos frentes a uno, pero con el claro sacrificio de sus habitantes. O acaso alguien pensaba que resistiría a la mayor parte de los ejércitos de los dragones, que se encontraban en el frente oriental, incluso con el apoyo desde el sur del dragón azul que los rodearía.


  • No seas estúpido - le había gritado Tenar, altiva, cuando había expuesto lo que creía evidente. 


  • Cállate - había gritado él. No podía permitir esa falta de respeto, una vez más. Creciendo en los bajos fondos de Villaccia había aprendido que el que no se hacía respetar, era pisado, y no podía permitírselo. La archimaga le había traicionado. El chico lo había olvidado. El grandullón no confiaba en él. La elfa le despreciaba.


El respeto se gana con sangre. En un instante, su mente se inundó de los planes que crecían a la velocidad de sus pensamientos. Los pausaría a todos, preparando el entorno. Aislaría a la clériga del resto sin afectar al fluir del tiempo. Una disyunción le quitaría sus defensas, y después tres esferas de destrucc…


  • ¿Qué? - parpadeó un par de veces, sus manos ya crepitaban con la energía arcana, reverberando con los sellos que trazaban con agilidad… - se llevó la mano izquierda a la cara. ¿Qué estaba haciendo? Estos eran sus amigos. Tenar la había curado y ayudado en incontables ocasiones. Y ella no había crecido en Villaccia… Una vez más el Gusano luchaba por tomar el control.


Con la cabeza dándole vueltas, se teleportó fuera, lejos de allí.


Respirando, agitada, se quitó la máscara de Onas. Nunca había conocido a nadie con ese nombre, pero su rostro era de Cucaracha, mezquino y sanguinario. Su temperamento era el de Bastonero, cínico y hosco y tan guarro y maloliente como El Mocos. Había creado este alter ego cuando Tenar la había golpeado, tan iracunda como avergonzada de perder a sus compañeros. Onas Ugel, gusano como se sentía, tenía parte de lo peor de aquellos rufianes que habían hecho su vida imposible en Villaccia. Sería dura y distante como ellos, y nada le afectaría. Y los traería de vuelta.


Pero como en todo, había fracasado. Y ahora parecía que el Gusano la usaba a ella y no al revés.


A las afueras de Brungrado se agarró las manos, temblorosas. Adoptó el único rostro en el que pudo pensar. El rostro atractivo y amable de la halfling Chensica. Su mente vagaba, perdida, y decidió ocuparla con lo único que conocía podía mantenerla concentrada: buscar respuestas. ¿Qué había pasado en la ciudad? Tomó aire, se enjugó las lágrimas que amenazaban inundar sus ojos y salió a encontrar esas respuestas.




Durante unas horas eso calmó el vacío, pero pronto se quedó sin preguntas que responder. 


Había jurado ante los dioses que no volvería a llorar cuando fue exiliada de Albor.  Las llamas que habían consumido su poblado habían secado también sus lágrimas y sus emociones. Sin embargo, Álex y el Coro lo habían cambiado todo. Y con el Crisol había vuelto a sentir. ¿Pero para qué sentir si eso sólo significaba volver a sufrir? Tomó aire y volvió a recordarse. Estoy vivo. No.

“Estoy viva” musitó, y tomó nuevamente aquella forma que despreciaba, de una pequeña hada de grandes ojos dorados y alas rosadas. Una forma pequeña, débil y frágil. Incapaz de defenderse, de conseguir sus objetivos. Una forma que reflejaba justamente lo que era. No era un gusano, era una mariposa. Tan bella como inútil. Pequeña, débil y asustada. Y sola.

Por un instante imploró a los dioses que le devolvieran a aquel chico de Tolina que había amado, y que se habían llevado de una forma tan cruel. Más allá de la tierra y de los cielos, más allá de los dioses, y del bien y el mal, en el olvido del que no se podía volver. Pero los dioses son despiadados e impasibles a los lamentos de los mortales. Ella lo sabía bien.

Pero quizá no estaba sola. Albor había sido incendiado y saqueado, ya nada quedaba allí salvo cenizas y muerte, pero Solpor todavía sobrevivía.

Albor y Solpor habían sido ciudades gemelas, hogar y refugio de hadas y otras criaturas silvanas. Albor al sur, cerca del Antrino en el valle del Tolgui, tenía una especial conexión con la luz del alba, y Solpor al norte, cerca del Cetrino, en el valle del Cotti, una especial conexión con la luz del atardecer. Protegidas ambas por poderosos artefactos, ambas estaban bastante aisladas del mundo exterior, y eran un paraíso de canciones, danzas, flores, plantas medicinales, sabrosas bayas, mariposas, unicornios y toda clase de criaturas de ensueño, hasta que la traición de Wynrona lo cambió todo.


No sabía muy bien qué buscaba en la ciudad de las hadas, sin duda no consuelo, o respuestas, pero no esperaba lo que encontró. Nadie parecía recordar allí su destierro, o si quiera saber quién era, pero fué bien recibida por sus congéneres. O en lo que se habían transformado.



Aquellas hadas le habían dejado sin habla. No ocultaban sus identidades, ni sus rostros. Y aún siendo pequeños seres faéricos, como ella, imponían el respeto y el miedo de todas las criaturas de alrededor. Eran hadas pero no eran pequeñas, ni débiles, por seguro no estaban asustadas. Ni solas. Fuertes, decididas y organizadas, imponían su voluntad ante sus enemigos, a sangre, tortura y muerte.


Neesa estaba cansada ya, muy cansada de ser débil, de tener miedo. “Soy pequeña, débil y estoy asustada” le había dicho a Derozen, la Archihada, Jefa del cónclave de Solpor. “Nosotras te enseñaremos a ser fuerte” le había contestado. Sólo tenía que derrotar a una malvada Amazona.


La duende, asintió - te traeré su corazón - le dijo con la dulce vocecita temblando - Katu Txikia - susurró. Pequezás no tendría miedo, ni Snorri, o Korr, o Ah Puch. Tampoco Alexander.


Por una vez sería valiente.