Diario Personal - El comienzo

River Moon


Nos levantamos temprano, la noche anterior tuvimos trabajo hasta bien entrada la noche, así que a Ayshane le va costar levantarse, yo en cambio no he dormido mucho, le doy vueltas a lo que podemos sacar a de esta reunión, o lo que nos puede costar, incluso mientras actuaba el día anterior, pensaba en huir de aquí, a otra ciudad u otro pueblo perdido, donde no nos encontraran, pero se que no pasaría mucho tiempo hasta que comenzásemos a aburrirnos de la vida rural, estoy segura que Ayshane al segundo día acabaría harta de ello y se metería en algún lío solamente por diversión. Así que he decidido confiar en que todo salga bien, aunque no bien sin tomar precauciones.

Son casi las seis de la mañana, antes de salir, hemos hablado de que es mejor que fuera disfrazada, no quiero que sea algún tipo de trampa, ha sido algo improvisado por lo que he tenido que hacer uso de algunos trucos para que pareciera una niña de unos doce años. Todo está listo, esperemos que todo salga bien.

Llegamos puntuales, pero no eramos los primeros, al llegar había cinco personas, reconocimos a Izbrith o a su hermana, no las reconozco bien aún, porque son totalmente idénticas, y parecen disfrutar de tal parecido, pero al final Izbrith se nos acerco al vernos, nos dio la bienvenida, todos estaban perplejos de la presencia de una niña, todos menos un hombre ataviado con ropajes negros, me miro y dijo que dejase los trucos para otro momento. A regañadientes acepté y deshice el disfraz de Ayshane. Otros dos chicos habían llegado mientras esto ocurría, al parecer ya no faltaba nadie por llegar, y todos menos Izbrith, parecían tener algo en común, ninguno sabía exactamente para que estaba allí, así que algo de ventaja teníamos sobre el resto.

El hombre nos condujo por calles y callejones de la ciudad hasta una pequeña torre, alzó una mano sobre la piedra, y nos invitó a pasar, no parecía que nada hubiera pasado, pero uno de los chicos con traje militar se abalanzó sobre la pared sin dudarlo, al traspasarla intente disimular mi sorpresa, nunca había visto un truco similar, me encanta. Traspasé la roca, y unas escaleras conducían hacia arriba, hasta llegar lo que parecía ser un tercer piso donde encontramos una puerta, estaba abierta y en su interior, descubrimos un piso totalmente equipado, dos habitaciones con nueve camas y armarios, un salón de reuniones con cocina y un baño. Las vistas desde la venta eran extraordinarias, podíamos divisar buena parte de la ciudad desde aquí, parecía que estaba situada estratégicamente colocada, para prevenir sorpresas indeseadas

Nos reunimos en el salón, el hombre se presento como Variamo, el resumen de la reunión fue el siguiente, eramos candidatos a entrar en una división del gobierno llamada el SI, la sección de inteligencia de la Comarca, al parecer quieren mantener la estabilidad, pues saben que viven en una utopía y no durara para siempre, que nos van a decir a nosotras, esto esta podrido desde hace tiempo, quizás sea la forma de intentar arreglarlo, además si formamos parte del gobierno, Ayshane sera ciudadana de la Comarca de pleno derecho, al fin sera libre de verdad, pero tendrá que pasar la prueba con sobresaliente, sino esto no servirá de nada, aunque estoy segura de que lo conseguiremos.

La reunión terminó con buenas expectativas para nosotras, y ahora tocaba conocer al grupo, si debemos pasar unas pruebas juntos, la confianza es fundamental, y no puedo dejar que nada estropee este acuerdo, para ello de camino a la posada de Los dos rombos donde decidimos ir a comer, cogí de la mano a Izbrith para retrasarnos un poco del grupo, necesitaba pedirla ayuda, creo que ella tiene tantas ganas de que esto salga bien como yo, además, intuyo que ya forma parte del SI de alguna manera, sino no hubiera conocido nuestra historia y el verdadero motivo de la reunión. La di unos consejos sobre como llevar a Ayshane, ella no funciona bien bajo presión, si lo haces, hará exactamente lo contrario a lo que le hayas pedido, es su forma de expresar que es libre de hacer lo que quiere y cuando quiere, tienes que ganarte su confianza con hechos, no con palabras, si lo consigues, seras su amiga para siempre, y nunca te dejara sola.

Antes de continuar creo que seria bueno presentar al resto de los que vamos a formar este grupo.

Marla, usuaria de magia arcana, es una joven extranjera de cabellos blancos, algo extraño de ver sin duda, su actitud demuestra que está emocionada y con mucha curiosidad sobre lo que vamos a realizar, además sus padres son propietarios de la taberna Los dos Rombos donde ella trabaja como camarera desde los doce o trece años, su familia es de buena reputación, parece buena gente.

Dormud, un monje venido de Bastión Roca Lunar, no ha hablado mucho desde que llegó, ni creo que sepa muy bien porque esta aquí, pero he visto espectáculos de lo que pueden hacer esos monjes, terriblemente disciplinados, hasta entonces ha demostrado ser un compañero que pondrá problemas a la convivencia, su espíritu afable y conciliador, hace que me sienta bien en su compañía.

Toni, miembro del ejercito, perteneciente al cuerpo de exploración, un chico peculiar, que no parece tener muy en cuenta las normas, lo que es de extrañar por su pertenencia a tal cuerpo militar, sus hormonas ha dejado claro sus intereses, cosas de la edad y Ayshane, sabiendo de ello, juega con él como ha hecho con tantos otros, pobre chico, no sabe donde se ha metido, espero que no intente nada raro, el último que lo hizo, acabo desnudo en un establo, atado a una oveja. Aun así parece un joven de buen corazón, espero que no me equivoque.

Argail, al parecer un oficial del ejercito a pesar de su corta edad, vestido de gala, parece justo lo contrario a su compañero Toni,el tipo de persona, que no hace nada sin ordenes de un superior, o si el reglamente lo permite, no se si servirá para este trabajo, pues creo que para poder realizarlo, en muchas ocasiones vamos a tener que pasar por alto algunas que otra norma. De todas formas ha sido unos de los principales responsables para que todos nos conozcamos y empecemos a tener una relación positiva, esa actitud ha despertado un interés en mi.

Helena, hermana gemela de Izbrith, paladina de los siete, sin duda creo que será con la que mas pueda chocar en cuanto a ideas y manera de ver la vida, su rectitud, y falta de miras en algunos aspectos van a derivar en discusiones con miembros de este grupo ,empezando por Ayshane, a la cual ya tiene entre ceja y ceja. No es de extrañar que su hermana le ocultara el motivo de esta reunión. Pero su fervor puede ser provechoso si logra ver que el objetivo de todo esto es el adecuado, esa es una responsabilidad que todos debemos asumir.

Por ultimo Izbrith, sacerdotisa, y al parecer investigadora, mis reticencias iniciales hacia ella, influenciadas sobre todo por el pensamiento de que lo único que quería era expulsar a mi hermana de la Comarca, influenciaba negativamente en mi parecer sobre su persona, ahora veo su determinación y su creencia en esta misión, puede llegar a ser mi mayor aliada si sabemos cooperar.


Pasamos varias horas charlando en la taberna de Marla, conociendonos. Ayshane y yo, actuamos un par de veces para compensar la invitación de los padres de Marla a todas nuestras consumiciones,  nunca me ha gustado deber nada a nadie, y así pasamos la mañana hasta las cuatro de la tarde, hora en la que se nos comunicaría nuestra primera misión, no sin antes pedir ayuda para
trasladar nuestras cosas a la torre, un par de baúles con toda la ropa y pertenencias, habíamos decidido cambiar de vida y no había vuelta atrás.

Eran las cuatro de la tarde..........

Historia Inicial - Helena Lagoluna

Año 2275 después del Concilio. Ciudad de Luna Llena, comarca Lago de Luna. Séptima luna del séptimo mes.

Soy joven para escribir unas memorias, pues mis ojos aún no han visto suficiente y todavía cuento pocas lunas, pero acabo de ser juramentada como Hermana Paladina de la Sagrada Orden de los Siete Dragones y, entre otras cosas, se espera de mí que pueda llevar un registro fehaciente de lo que Siete disponen ante mí. Así que me dispongo a relatar mi historia.

Debo remontarme diecinueve años atrás, a la primavera del año 2256 después del Concilio. Ese fue el año en el que mi hermana y yo, recién nacidas, fuimos abandonadas ante las enormes puertas de la catedral del Claro Nocturno, en la ciudad de Luna Llena.

No tengo recuerdos de aquel día, era demasiado pequeña, pero jamás se nos ocultó nuestro origen y años más tarde nos fue revelado que nadie había visto quién dejó las cestas ni se supo por qué. Aquel invierno había sido duro, y eso quizá pudiera explicarlo, pero son solo suposiciones. Lo único cierto es que dos niñas gemelas de incipiente cabello rojo como el fuego aparecieron ante las puertas de la catedral. Hay quienes lo interpretaron como un gesto divino, dos niñas bendecidas por la llama de Pernás y cuya crianza quedó encomendaba a los sacerdotes, pero nunca se nos trató con privilegios ni de manera distinta al resto. Y digo al resto porque no éramos las únicas en aquella situación. Apenas nos recogieron, fuimos llevadas al orfanato, donde nos criamos junto a otros niños abandonados. En total, una veintena de criaturas desafortunadas sin origen, hogar, ni medios.

Unos días después de aquello se nos dio la Bienvenida a la vida. No recuerdo la ceremonia, pero me han contado que transcurrió de manera natural. Siete chorros de agua fueron vertidos sobre cada una de nosotras y se nos fue dado un nombre. A mí, Helena. A mi hermana, Izbrith. No sabemos quién es la mayor de las dos, pero a Izbrith le gusta pensar que es ella porque fue la primera en ser recibida bajo el amparo de los Siete en el rito de nombramiento.

Como carecíamos de apellido, nos otorgaron el que comparten hijos bastardos y niños de padres desconocidos: Lagoluna. Y así comienza mi historia, aunque debo decir nuestra, porque mi destino está ligado, quiera o no, al de mi hermana Izbrith.

Nuestra infancia transcurrió de manera normal, entre el colegio, los juegos infantiles con otros niños y las enseñanzas sacerdotales. Desde bien pequeñas se nos encaminó hacia la vida clerical, pero compaginábamos la ayuda en los oficios y los servicios en la parroquia y en la misma catedral cuando procedía con los estudios comunales en la escuela local.

El orfanato lo dirigía una hermana muy estricta y severa que nos inculcó la importancia del deber y el orden, pero que al mismo tiempo comprendía las necesidades de unos niños que habían sido abandonados. Éramos trece chicas y ocho chicos, y nos llevábamos bastante bien. Jugábamos juntos todos los días, compartíamos comidas y labores, y nos uníamos cuando simulábamos guerras con los niños de otros barrios. De hecho, ese era nuestro juego preferido. Armábamos caballos de madera con palos que colocábamos entre nuestras piernas y simulábamos marchar a la guerra.

Tengo gratos recuerdos de aquellos tiempos, aunque también algunos desagradables, como el día que un niño perdió un ojo por culpa de la astilla de una de las espadas de madera del hijo de un herrero o un carpintero. O el día que recibí una paliza al interponerme entre un niño más pequeño del que unos niños de más edad que yo trataban de abusar. También recuerdo lo incómoda que me sentí en alguna ocasión que mi hermana Izbrith trataba de hacer creer a los demás niños que procedíamos de los Dragones y que el color fuego de nuestro cabello era una prueba. O cuando pretendía que me hiciera pasar por ella para superar alguna de las pruebas físicas que nos obligaban a superar en el colegio. No se le daban bien las actividades físicas. Esa es, diría, una de las características que nos diferencian. Lo suyo eran las ciencias biológicas, las novelas de aventuras y la indiferencia por algunas normas que creía estúpidas. Por supuesto que jamás acepté hacerme pasar por ella, pero Izbrith no dejaba de insistir. Pensaba que debíamos aprovecharnos de nuestra condición, “iguales como dos gotas de agua”, pero quebrantar las normas provocaba que mi vello se erizase.


Esto precisamente fue motivo de grandes discusiones entre nosotras durante la adolescencia. En más de una ocasión, Izbrith se hacía pasar por mí y se citaba con alguno de los chicos con los que yo tenía encuentros más personales. Eran chiquilladas, bromas inocentes con las que ella se reía, pero en su momento provocaba mi exasperación.

No obstante, lo que recuerdo con más nitidez de mis primeros años son los rezos y el estudio de la Fe de los Siete Dragones. Me entusiasmaban las leyendas y las historias. Mientras mi hermana se entretenía con novelas, yo me dedicaba al dogma y a la Fe. Tengo grabado en lo más profundo de mi recuerdo el rezo que compartíamos con el resto de niños del orfanato cada noche:

La mirada de Aedith es justa y honrada,
su luz me guía hacia la larga noche.
El canto de Eminta es sereno e imperturbable,
su sonido apacigua mi sed.
La mano de Murnos es áspera y recia,
su toque calma mi estómago.
El corazón de Pernás es refulgente y amable,
su latido me calienta el alma.
La sonrisa de Nucro es veraz e inocente,
su belleza da forma a mis sueños.
El gesto de Zehena es grácil y desinteresado,
su gracia me trae sustento.
La pisada de Arcazet es firme e infinita,
su huella me ampara en el tiempo.
Su luz me guía hacia la larga noche.

Muy pronto supe que mi camino me llevaría de algún modo de la mano de los dioses. Y así terminamos en la escuela clerical al cumplir los dieciséis y terminar el periodo obligatorio del colegio. Tanto Izbrith como yo ingresamos con la intención de convertirnos en sacerdotisas de los Siete Dragones y poder viajar por el mundo, difundiendo sus enseñanzas y viviendo aventuras. Sin embargo, el destino me tenía reservada otra ruta.

Una noche, apenas una semana después de comenzar el curso en la escuela clerical, mientras realizaba mis rezos, los Siete se presentaron ante mí y me revelaron que debía tomar otra senda, convertirme en paladina de la Sagrada Orden y hacer cumplir su voluntad en la tierra.

Al principio me costó comprender lo que acaba de ocurrir, puesto que nadie más que yo lo había presenciado. Ocurrió en la soledad de mi cuarto y no había testigos que pudieran confirmarme que aquello había sido real, pero dejé de dudar cuando al sujetar mi libro de rezos atisbé un destello distinto en mi anillo de ordenanza clerical. Brillaba con una palidez diferente, como si estuviera imbuido con luz de luna. Apenas fueron unos instantes, pero cuando el brillo se apagó, la superficie metálica del anillo emanaba calor como si acabase de ser forjado. No me quemaba la piel, pero así se sentía.

Salí de mi cuarto a la carrera, me dirigí a los aposentos del padre Farrash, director de la escuela clerical, y le expliqué lo que acaba de ocurrir. Al día siguiente, de su brazo, me presenté ante el complejo de la Sagrada Orden de los Siete Dragones para comenzar mi adiestramiento como paladina. Era el año 2272.

El Gran Maestre me recibió con sobriedad, pero en ningún momento cuestionó mi testimonio. Despidió al padre Farrash, pues nadie que no sea miembro de la Orden Sagrada puede cruzar el umbral, y me guió hasta su despacho. Era (y es) un nombre parco en palabras, pero una sabe por la inteligencia de su mirada que no se le escapa nada. En el despacho me hizo relatarle con detalle mi experiencia divina la noche anterior y, acto inmediato, ordenó a uno de sus ayudantes que me proveyera de alojamiento y me mostrase las instalaciones.

Al día siguiente, ya estaba asistiendo a lecciones de armas y a clases de historia junto a otros cuatro alumnos, todos hombres.

Pertenecer a la Sagrada Orden de los Siete Dragones es un privilegio incuestionable. Los dioses han imbuido a cada uno de sus miembros con su poder para llevar a cabo su voluntad en la tierra, y dominar tales aptitudes requiere mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio. Un paladín debe ser valiente, honorable, leal a sus hermanos de la Orden, fiel a su palabra y defensor de la Fe de los Siete Dragones.

La Orden se fundamenta en torno a cuatro pilares esenciales: honestidad, compasión, honor y protección. Todos los paladines deben ser hábiles con las armas y deben cultivar los aspectos de su personalidad enfocados a ayudar al prójimo y combatir el mal que se cierne sobre nosotros.

No permanecí en reclusión, puesto que no es obligatorio y el vínculo con Izbrith me impelía a que nos viésemos con cierta frecuencia. Ella continuó sus estudios para convertirse en sacerdote, y eso tampoco le impedía que nos encontrásemos. Tampoco a querer aprovecharse de nuestra condición.
Sus travesuras me causaron más de un quebradero de cabeza. En alguna ocasión se hizo pasar por mí para acceder al complejo de la Sagrada Orden e investigar, lo que conllevó sendos castigos y penitencias.

Durante tres años me entrené con pasión y tesón desde que amanecía. Así, me preparé para unirme a mis hermanos de la Orden en la defensa de la Fe de los Siete Dragones y en la lucha contra la oscuridad de la plaga Esfixie.

Y eso me lleva hasta el día de hoy, cuando he prestado juramento y he pasado a ser Hermana Paladina de la Sagrada Orden.

En la sala central del templo de los Siete dentro del complejo de la Orden, ante todos mis hermanos paladines y bajo la tutela de las estatuas de mármol que representan a cada uno de los Siete Dragones, juré enfrentarme a la oscuridad.

El resto de la Orden, compuesta por no más de cincuenta miembros en la actualidad, presenció el juramento. Todos en pie, espada a la altura del pecho, rodeándome en un círculo perfecto. A ellos debía jurarles lealtad.

En el silencio perfecto del templo, solo se escuchaba mi voz:

Sed testigos de mi juramento, hermanos.
Entrego mi vida a la Orden hasta el día de mi muerte.
Juro vivir y morir con honor.
Juro combatir la injusticia y socorrer al necesitado.
Juro, en la paz y en la guerra, tratar a todo adversario con respeto y piedad.
Juro fidelidad a la Orden de los Siete Dragones.
Justo culto a los Siete.
Juro proteger a inocentes y débiles.
Juro asistir a enfermos y moribundos.
Juro buscar la verdad y nunca la gloria.
Juro enfrentarme a la oscuridad.

Tras enunciar el ancestral texto, el Gran Maestre tomó mi espada y posó la hoja en mi hombro derecho al tiempo que pronunciaba las palabras que determinarían el rumbo del resto de mi existencia hasta que llegase la larga noche:

En nombre de Aedith, os encomiendo ser justo/a. En nombre de Eminta, os encomiendo proteger a los débiles. En nombre de Murnos, os encomiendo ser piadoso/a. En nombre de Pernás, os encomiendo castigar a los infames y viles. En nombre de Nucro, os encomiendo servir de luz a los necesitados. En nombre de Zehena, os encomiendo alimentar a los hambrientos. En nombre de Arcazet, os encomiendo doblegaros servir a la Orden hasta que se acabe vuestro tiempo.

A continuación, el Gran Maestre me entregó la capa negra de la Orden, un escudo con el emblema de la Orden grabado (siete dragones entrelazados en torno a un círculo) y un colgante que podía servir como sello en el que se podía ver el mismo dibujo apreciable en el escudo.


Así fue como me convertí en Hermana Paladina de la Sagrada Orden de los Siete Dragones, durante la séptima luna del séptimo mes del año 2275.

Historia Inicial - Izbrith Lagoluna

Nuestra historia tiene, ya desde el inicio, visos de convertirse en una de esas grandes novelas de aventuras y acción que inflaman la imaginación de los jóvenes, y que llenan de desesperación a tantas madres cuando ven a estos partir. No en vano, nuestros inicios ya vienen precedidos de un halo de misterio y una espesa bruma matinal, lo justo, dirían algunos, para que nadie viera quién coloco a dos pequeñas bebés, Helena y yo Izbrith, en una cesta pobre a las puertas de la catedral.


La primera en encontrarnos fue la madre superiora, Sor Alelaida, quien siempre recuerda cómo el rocío de la mañana estaba aún presente en nuestros rostros descubiertos, y nuestro pelo rojo brillaba con un fulgor casi divino con los primeros rayos de la mañana, que siempre van a dar a la puerta de la catedral en estas fechas, pintando un cuadro digno de adornar el rosetón de la mismísima catedral. Alelaida recita estas mismas palabras siempre con la misma pasión, como si se las creyera, dotándolas de ese aire de misterio y cuasidivino, que encandila a cualquiera que la escuche. Yo, por otro lado, siempre me he preguntado cuán bueno puede ser abandonar a dos bebés a su suerte en medio de la noche.

Huérfanas, y abandonadas en la catedral, parecía imposible no ser criadas en el orfanato de la misma, con lo cual estaríamos a cargo de la misma monja que nos encontró, Sor Alelaida, una mujer enjuta, destacada por su pequeñez, aunque de nervio vivo, portadora de una energía que se diría sin fin y que jamás, en casi 20 años conociéndola, perdería. No sé si es precisamente por esa energía por lo que le cogí un poco de manía, pero la verdad es que tenía muchos números para no llevarnos bien del todo. Su espíritu excepcionalmente estricto, su terrible persistencia en hacer cumplir las normas y su más que extraordinario don de la oportunidad la convertían en una presencia, cuanto menos, insoportable. Al menos para mí, porque Helena parecía estar encantada la mayor parte del tiempo con sus correcciones y  severidad. Me recuerdo a mí misma mirando a Helena con su cara candorosa de asentimiento mientras Alelaida me abroncaba. Era como mirarse en un espejo y no reconocerse, y es que a pesar de ser gemelas y ser capaces  -casi- de sentir lo mismo aun estando separadas, en esos momentos, parecíamos más primas que hermanas.

La vida en el orfanato era dura, pero tampoco mucho más que la que veía que llevaban el resto de chicos de nuestra edad, por otro lado, el extra de dureza que habíamos de soportar no era sino la voluntad de la madre superiora, que vigilaba como un Halcón que se cumplieran con todos los propósitos de la catedral. Tanto Tera como Vette, dos de las monjas a cargo de Alelaida, tuvieron más de un rifirrafe, y en alguna ocasión, -hastiada del excesivo empaque normativo- salí en su defensa, logrando nada más que una regañina de vuelta hacia mí, así como tareas adicionales.

Hubiera sido todo más penoso si no fuera por los momentos de ocio que compartíamos el resto de huérfanos, jugando al escondite, o a las guerras, con espadas y caballitos de madera. Era muy satisfactorio cuando ganábamos a los niños de otros barrios, aunque siempre nos quedará la espina de no haber ganado al barrio de los leñadores, pero he de decir que la suerte no estaba de nuestro favor, porque esos niños debían de comer algo que el resto no comía, o por lo menos eran mayores de lo que declaraban, por lo que a mi respecta, nunca engañaron a nadie, y es que un niño de nunca le va a sacar tres o cuatro cabezas a otro de su edad, como pasaba con los brutos de los leñadores. Siempre he tenido un espíritu un tanto competitivo, y aunque tampoco me ha gustado estar la primera en cada batalla -eso se lo dejaba a Helena-, me terminaba oponiendo a la idea de hacer una liga batallas en la ciudad, tan solo porque no confiaba en poder ganar a los leñadores. De hecho, uno de los días que nos enfrentamos a ellos, Johnny, y más bruto de ellos, le sacó un ojo a Cato, uno de los nuestros y nuestro chico más ágil -un demonio para unos tipos tan grandotes-. Johnny siempre dijo que fue sin querer, y quizás lo fue, no lo sé, tan solo se que nunca me fie del todo de su palabra, seguramente porque Cato era de los nuestros, y Johnny era muy bruto. Lo suficiente como para ser tan torpe de sacarle un ojo a uno, pero también era un tanto pillo, lo suficiente como para sacarle un ojo y pasar por un accidente. Quizás lo fue, no lo sé, pero nunca me fie. A Cato lo trataron en el templo y le pusieron un ojo de cristal que daba bien el pego. Además el espíritu de Cato, -de movimientos ágiles y rápidos- nunca desfalleció, y estar tuerto no apagó ni un poco su espíritu. Johnny, sin embargo, a pesar de recibir, en mi opinión, el muy leve castigo de diez azotes y trabajos para pagar una pensión a Cato, comenzó a enturbiar su espíritu con amargor. Empezó a volverse huraño y huidizo, además de tratar al resto como a inferiores, sobre todo a los huérfanos. En su adolescencia, decidió irse de aventuras, y yo lo celebré, no quería tenerlo cerca.


Nuestra infancia, a pesar de haber crecido en el orfanato, fue bastante buena, y siempre albergaré grandes y felices recuerdos de la misma. Recuerdo una ocasión que estaba dándomelas de divina con unos chicos de otro barrio, diciendo que Helena y yo éramos hijas del mismísimo Pernás, y por eso teníamos el pelo como el fuego que sale de su aliento. Helena no tardó en chivarse, preocupada por mis palabras, y un hombre delgado pero fuerte, con el pelo bien entrado en canas, salió de la nada y me cogió por los hombros, con una expresión de horror y preocupación en sus ojos.

“¡Qué dices niña! ¡No nombres lo sagrado en vano, estás abriendo las puertas a lo inimaginable!”


Su voz, profunda y rasgada, retumbó en mis oídos como el tambor de una orquesta, el olor ácido a alcohol de su aliento me hizo dudar de él, pero toda la situación me llenó de un cierto pavor. Ese hombre, el padre Farrash, decidió llevarme a la catedral y explicarme algunas cosas. Nunca fue violento ni inquisitivo, pero, por alguna razón, había ciertos temas que le hacían actuar con una seriedad que daba miedo. En mis charlas con él aprendí mucho, y diría que él heredé una cierta curiosidad por saber más. Para él las normas eran secundarias, lo importante era lograr el bien mayor. A menudo eso requería sacrificios, y siempre -esto era inapelable para él- requiere la participación sin demora ni pega de los que desean alcanzar el bien. Llegué a apreciarle casi con devoción, y hubiera cambiado medio Farrash por un millón de Alelaidas sin dudarlo.

El padre Farrash nos acompañaría luego durante todo el colegio, y siempre fue partidario de enseñarnos a pensar por nosotros mismos, pero también a dotarnos de valentía, a enseñarnos que el que algo quiere, algo le cuesta, y que las mayores gestas requieren los mayores sacrificios. En un mundo de paz sin fin, Farrash era ese faro de luz en medio de la oscuridad que recuerda a todos que la oscuridad siempre está presente, y que ha de lucharse contra ella sin descanso. Helena no siempre compartía sus ideales, pero yo no paraba de impregnarme de su filosofía. Gracias a él conseguí leer unos cuantos libros con los que fui aprendiendo idiomas e historias sobre lugares más allá de la Comarca. Sabía de sobra que esos libros no debían estar en mis manos, pero los leía con ansias, devorándolos, uno tras otro.

Conócete a ti misma y conoce a tu enemigo, y saldrás victoriosa de mil batallas”. No era raro que de vez en cuando me encontrase escondida entras las estanterías de la biblioteca, o en su despacho, en un armario, con una vela, y me soltase alguna frase similar, mientras recogía el libro en mis manos con mi expresión patidifusa.

Hoy ya has ganado una. Mañana tendrás más oportunidades de batallar”. Acto seguido me ayudaba a levantarme y me daba una afectuosa -a veces no tanto- colleja y me invitaba a ausentarme del lugar.

Nuestra vida en el colegio era de lo más normal. Nos comportábamos diferente, no obstante. Para mí el colegio no era más que un trámite para lograr un fin. No me interesaba esforzarme y no lo hacía, así que pasaba cada curso justa y si obtenía buenos resultados era porque versaba sobre algo que me apasionaba. Helena estudiaba por sistema. Eso me enfurecía un poco, a menudo me metía con ella diciéndole que yo era la hermana mayor y que por tanto sabía qué era lo mejor para nosotras, y lo mejor era pasear por ahí, leer otras historias, o jugar con otros chicos y chicas. Helena simplemente no lo podía remediar, si no estudiaba, se sentía mal. Yo por otro lado, prefería dedicarme a lo que más me gustaba; escabullirme en las bibliotecas devorando libros a cada cual más oscuro, ‘esparcir’ la palabra de los dioses que acaba de leer en algún sitio – y dándomelas de sabelotodo-, u organizando a nuestros amigos para acometer alguna tarea ‘épica’ de niños, como colarnos en las barracas de los soldados y cogerle la chapa al sargento o algo así. Fechorías infantiles que tarde o temprano nos llevarían a cumplir con algún castigo. En alguna de esas recuerdo el espíritu recto de Helena interponiéndose en el camino de la diversión. Una vez logramos el objetivo de quitarle el heraldo del escudo a un teniente de la guarnición, y no tenían ni idea de quién había sido. Era evidente que habíamos sido nosotros, pero lo habíamos planeado tan bien que no habíamos dejado cabos sueltos. La verdad es que me sentía henchida de gloria. Cuando compartí mis emociones con Helena, ella supo que algo había tramado y estaba en el ajo, así que ella misma se entregó.

Mira, sé que os habéis divertido, pero no es justo que los soldados que nos protegen sientan que cualquiera puede chulearles, su trabajo es muy duro. Ya tenéis lo que queríais así que deberíais entregaros y cumplir con vuestro castigo.” Entonces se quedó pensativa, valorando mi tozudez de no querer entregarme, y resolvió, con felicidad. “Si no os entregáis, me entregaré yo, y cumpliré con el castigo que os corresponde”.

Eso me sacaba de quicio. No podía soportar ver a mi hermana siendo castigada, pero mucho menos por algo que ni siquiera ella había cometido. Me entregué con ella, pero traté de salirme con la mía a mi manera. En el robo habíamos estado implicados varios chicos del orfanato. Llevábamos tiempo pensándolo y fue una verdadera obra de arte, colarnos, extraer el heraldo y salir sin ser vistos. Cuando nos presentaron frente a los soldados, ‘confesé’ nuestra fechoría, pero reimaginé la situación para que los únicos culpables fuésemos ella y yo. Helena se mordió la lengua, porque ella no sabía exactamente cómo había sido, pero ella ya se había implicado, y por mucho que sospechase que había más culpables, no tenía pruebas. Traté de disfrutar de darles en los morros a los soldados con nuestro magnífico plan, digno de los robos más espectaculares, como algunos de las novelas que más me gustaban. Los mandos de los soldados nos miraban decepcionados, pero yo estaba henchida de gloria. Finalmente, decidieron que el castigo justo -además de devolver el heraldo- era de dos latigazos a cada una. Ahí se nos hizo un nudo el estómago y ambas sentimos un escalofrío recorrer nuestra piel, erizando cada pelo de nuestros cuerpos. Cada latigazo lo sentimos como dos, y no sentimos más porque al segundo todo se hizo oscuridad.

Los soldados hicieron cambios en la estructura de su guardia y los barracones y con eso hicieron que su seguridad fuera mucho más eficiente. Yo pensaba que en lugar de dos latigazos debieran haberme dado dos monedas de platino. Al final me salí con la mía, los tarugos de los soldados mejoraron su organización y nadie de mis amigos salió dañado. Salvo mi hermana, por mártir. Un tiempo más tarde -después de que se organizase un cierto revuelo y los rumores circulasen- aparecí de nuevo en los barracones para hablar con el teniente. En mis manos se encontraba un libro de tácticas, en el que había introducido cuidadosamente hojas con correcciones y apuntes de otros libros de táctica que -en mi humilde, aunque estudiada, opinión-  venían a mejorar las suyas propias. El teniente me dio las gracias a regañadientes, además de una recompensa de unas monedas de oro, que reinvertí en comprar ropas nuevas y juguetes nuevos para el orfanato. Con el tiempo, pude observar como algunos de los cambios que había tratado de introducir, estaban comenzando a ser practicados por los nuevos reclutas. Me alegraba de ver que era capaz de ayudar de alguna manera, y contemplando sus ejercicios desde el tejado de una casa, podía esperar sonriendo al atardecer, y sentía como los latigazos cada vez dolían menos.

Desde entonces y a medida que he ido creciendo, Garrus, el Teniente, un hombre entonces joven, fuerte, de rostro cuadrado y mirada penetrante, pelo oscuro y voz ronca, nos ha ido mirando con otros ojos. Una combinación de respeto y precaución. Yo nunca he dejado de sentir orgullo por aquello.

A medida que íbamos creciendo, nuestros intereses se iban ampliando, y aunque ambas siempre compartimos la ambición de ordenarnos sacerdotisas y esparcir la palabra de los dioses más allá de la comarca -compartíamos una gran sed de aventuras-, nuestros espíritus se iban diferenciando también con el tiempo. Digamos que yo me sentía más osada y a mí las normas siempre me importaron menos, aunque nunca tuve una malicia real. Sin embargo Helena se convencía cada vez más de que era necesario cumplir con las normas para evitar caer en el camino del caos o la oscuridad. Me gustaba jugar con esto entre nosotras. Cuando empezamos a salir con chicos, quedaba con ellos a escondidas de Helena, haciéndome pasar con ella, con el único fin de provocar alguna situación que deviniese en discusión posterior entre ellos. La confusión en el rostro de Helena después de cada bronca era indescriptible, pero entonces era cuando mi risa histérica me delataba y ella revelaba el percal. Eso desde luego me granjeaba otra discusión con ella -quien me obligaría a pedir perdón-, pero terminaba arreglándolo luego entre ellos. Eso sí, alguna vez hice esta misma artimaña a propósito para lograr una separación si el chico no me gustaba, solo que entonces mantenía el engaño hasta el final. Después de todo, la gente por nuestra ciudad es de buen corazón, pero no todos son de buen corazón. No en vano, a Helena, que siempre le ha dado más por el atletismo, le han gustado también algunos chicos que lo único que tenían era fuerza y nada de seso ni de corazón. No me perdonaría ver a Helena caer en los brazos de la persona equivocada y no hacer nada por remediarlo.

Esto del atletismo era algo de que yo traté de beneficiarme en alguna ocasión. A mí me encantaba todo lo relacionado con la biología, a Helena, el ejercicio físico. Puesto que muchas pruebas en el colegio eran individuales, traté de tramar un plan mediante el cual cada una sustituiríamos a la otra en cada prueba, pero Helena terminaba echándose para atrás en el último momento.

No eres más boba porque solo entrenas 24 horas al día.” Y le daba una colleja al más puro estilo Farrash, para luego ir y arrastrarme en las pruebas físicas como buenamente podía.

En una ocasión, gracias a la ayuda de Cato, ágil como un gato, capaz de colarse donde fuera, conseguí cambiar los horarios para engañar también a Helena y -de forma efectiva- convencer a todo el mundo del cambiazo. A todo el mundo, menos a Sor Alelaida, quien llegado el momento, descubrió el pastel sin dudarlo. Condenada mujer, era capaz de diferenciarnos detrás de un muro, lo suyo era, por lo menos, mágico. Nadie, -y esto es literal- era capaz de diferenciarnos, incluso vistiendo diferente, nuestro pelo voces estatura y complexión eran iguales, y aun así Alelaida nunca tuvo una sola duda. Eso sí que era digno de estudio o de novelar al respecto.

En cuanto a mis novietes, tampoco han sido relaciones que hayan durado demasiado. Pequeños amores de primavera-verano, supongo. Tan solo sé que creo que todos los chicos con los que he salido han tenido algo especial y que los he querido de verdad, aunque solo fuera un tiempo. De algún modo siempre he sentido que mi lugar no está en la Comarca y tampoco quise iniciar nunca algo duradero como hacían otras parejas en Ciudad de Luna. Siempre me sentí un poco cruel por actuar así, pero nunca pude evitar ser como soy.

Recuerdo con especial cariño algunos momentos con Cato. Siempre estuvimos juntos en el orfanato, y de alguna manera, todos allí nos considerábamos hermanos, -aunque solo Helena y yo lo éramos-. Ese sentimiento de hermandad hizo que la amistad entre nosotros siempre fuese a más. Si no fuera por eso, hubiéramos sido todos muy diferentes. Cato me enseño a trepar por las paredes y subirnos a los tejados de las casas. Yo le enseñé algunos huecos de excepción, desde los que contemplar unas vistas privilegiadas. Y pasamos unas cuantas tardes viendo a Agma desvanecerse en el horizonte.

“Me gusta tu ojo” Le decía con sorna y algo de candor.

“¿El derecho o el izquierdo?” replicó él, divertido “Porque si es el izquierdo, siempre puedo hablar con Johnny y que me los ponga a juego” dijo con total convicción y una pícara sonrisa.

Yo me reí, divertida con semejante ocurrencia.

“¡Qué tonto eres!” sollocé con lagrimillas de diversión.

“Hey, haría lo que fuera por robarte otra sonrisa.” Entonces me miraba a los ojos, con media sonrisa, convencido y su ojo de verdad muy brillante. Nos besamos mientras Agma se despedía de nosotros en silencio, y tan solo nos hacíamos conscientes de su despedida a medida que sus últimos rayos dejaban de calentar nuestros rostros entrelazados en un beso apasionado.

Estuvimos juntos -como novios- todo ese verano. Fue un gran verano. Pero comenzó el nuevo curso y supongo que fue entonces cuando mi arrebato de seriedad para preparar mi camino hacia el sacerdocio y las aventuras lo que precipitó nuestra separación. Nunca dejamos de ser amigos. No creo que podamos dejar de serlo. Quizás un día nos encontremos de aventuras y todo sea diferente.

Cuando terminó el colegio, comenzó el momento de ordenarnos sacerdotisas. Era muy emocionante, y hasta Alelaida preparó algo para despedirnos, puesto que ahora nos alojaríamos en el propio templo. Diría que me sentí sorprendida por ello. Bueno, en realidad, me sentí sorprendida por ello, pero luego me di cuenta de que era casi mandatorio. Una norma más -suspiraba para mis adentros- Esta mujer, es incorregible, un libro de normas y leyes sin fin. La sorpresa aquí llegó cuando Helena determinó haber tenido la visión divina que le obligaba a seguir el camino de los Paladines. Eso me mosqueó un tanto. No quería separarme de mi hermana, pero por otro lado, tantas veces había bromeado con ella sobre que yo era la hermana mayor y que me lo habían dicho los dioses, que no pude si no bromear de nuevo con ello.



eh.. ¿Te recordaron los dioses que soy tu hermana mayor y has de comportarte con respeto y educación ante mi por ser la pequeña?” Le pregunte, divertida. Helena se quedó un poco sorprendida y en seguida trató de responderme, aunque la corté “No, no creo, algo tan trivial, lo darían por supuesto. Después de todo ahora serás su paladina. Enhorabuena, hermanita”.

Su confusión siguió en aumento, pero en seguida se sintió algo reconfortada y nos fundimos en un abrazo. Era en estos abrazos cuando sentía algo de eso que dicen de los gemelos. Era como abrazarse a una misma. Sentía que vendrían grandes cambios, pero que estuviéramos donde estuviéramos, estaríamos juntas.

Durante el periodo para ordenarme Sacerdotisa, mi aptitud era bien diferente. Aquí el padre Farrash tenía mucha más mano y seguía de cerca mi evolución. Me habló de los Esfixies, de demonios, sombras, oscuridad. De la luz, ángeles y dragones. Aprendí oraciones, idiomas, historias consideradas ficción, historias ocultas e historias reales. Una oración la recitábamos a diario en el orfanato de la catedral, pero ahora que mi entrenamiento como sacerdotisa cobraba mayor sentido y seriedad, parecía encerrar un sentido diferente.

La mirada de Aedith es justa y honrada,
su luz me guía hacia la larga noche.
El canto de Eminta es sereno e imperturbable,
su sonido apacigua mi sed.
La mano de Murnos es áspera y recia,
su toque calma mi estómago.
El corazón de Pernás es refulgente y amable,
su latido me calienta el alma.
La sonrisa de Nucro es veraz e inocente,
su belleza da forma a mis sueños.
El gesto de Zehena es grácil y desinteresado,
su gracia me trae sustento.
La pisada de Arcazet es firme e infinita,
su huella me ampara en el tiempo.

Como un mantra, todos los feligreses la recitaban con devoción. Contemplaba sus manos entrelazadas, sus labios musitar cada palabra, sentía sus rostros y podía verles sentir la verdad de cada oración. Desde ese momento comencé a sentir como las oraciones encerraban una verdad que antes no había conocido. Podía sentir el toque de los dioses a través de mí. Sentí una gran responsabilidad. Pero sabía que esto era lo mío. A fin de cuentas, estudiar por estudiar no me iba, pero aprender, podía aprender lo que fuera. Farrash no hizo sino motivarme de forma sutil en mis propias pasiones. Me encantaba investigar por mi cuenta, zambullirme en cualquier forma de averiguar información y revelar secretos ocultos. Esto es algo que consiguió traspasar las barreras de lo puramente académico e instalarse en mi personalidad.

Cuando paseaba por las calles de Ciudad Luna Llena, no podía evitar acercar el oído a las conversaciones de la gente. Eso fue tan instructivo para mi desarrollo como penoso por otra parte. Terminé metida en mil líos -algunos seguramente inventados-, con tal de desentramar entuertos y arreglar los problemas de la gente. Como si pretendiera ser una investigadora sagaz de agudo intelecto, buscaba pistas y daba vueltas a los discursos de los implicados, tratando de encontrar la verdad que llevase a la solución de cada problema. Resultó que era bastante más complicado de lo que leía en los libros. No en vano, creo que más de uno y más de dos han resultado decepcionados con mis averiguaciones, aunque, todo sea dicho, es posible que sobreestimase mi capacidad y me vendiese mejor de lo que resultaba ser, incluso cuando mis pesquisas hayan logrado avanzar o desentrañar varios misterios de Ciudad Luna Llena, como aquel caso de las patatas desaparecidas o la ‘plaga de ratas invisibles’. A fin de cuentas, siempre hay algún truhan o canalla aprovechándose de la inocencia o la bondad de los demás, y es que los problemas que no se puedan explicar por la maldad, bien pueden explicarse por la estupidez de los implicados, que no pocos han sido los casos que me han llevado a tales conclusiones.

Es quizás por esta faceta mía, mientras compaginaba mis labores y estudios sacerdotales, la que hizo que el señor Pisea se fijase en mí. Recuerdo haberle visto observándome con demasiada frecuencia. Tanto es así que llegué a pensar que se trataba de alguna especie de violador o algo así. Así que durante un tiempo estábamos siguiéndonos el uno al otro, me temo. Con mucho disimulo, pero merodeando de aquí a allá, sin más que hacer que tomar notas descuidadamente en un pergamino, charlar casualmente con otros transeúntes, sin despegar el rabillo del ojo el uno del otro. Finalmente, con total decisión, no sin antes haber advertido a Helena, decidí enfrentarme a este potencial acosador. Resulta que el señor Pisea estaba gratamente sorprendido de tal encuentro. Hablamos largo y tendido sobre nuestras pequeñas persecuciones, pero, sobre todo, sobre mis investigaciones a nivel local.

Pisea era un hombre más bien alto, aunque no tanto como para destacar, de pelo oscuro y barba de unos días, sin cuidar. Tenía la piel un poco arrugada, pero más por la mala vida y el exceso de sol que por la edad, además de unas ojeras prominentes que le hacían parecer casi un mapache, un tanto cómicas. Dijo trabajar para el propio gobierno, y, siendo gran amigo del Padre Farrash, reconoció que han estado observando ‘mi progreso’ con atención durante mucho tiempo. Yo no entendía demasiado, y la verdad que estaba empezando a parecerme una excusa de pendenciero más que una explicación plausible, no obstante le dejé continuar. Por lo visto, el bienestar de la Comarca pende continuamente de un hilo y se enfrenta sin descanso a la amenaza de la oscuridad.

Los mortales somos débiles, Izbrith. Y la tentación no descansa. Si levantamos la mano un poco más de la cuenta, quizás eso sea más que suficiente para que la luz que brilla hoy día se apague para siempre. Necesitamos gente dispuesta a luchar por mantener lo que tenemos. Te necesitamos a ti.” Dijo Pisea, con una voz encendida y una mirada persuasiva. Era evidente que creía en lo que decía. Eso me impactó.

Decidí escucharle, y le propuse venir conmigo al templo y presentarse ante Farrash para corroborar su historia. Pisea sonrió con picardía, pero se negó.

Creo que he acertado contigo, pero ya lo averiguaremos.” Susurró mientras miraba con atención algo a mis espaldas. Por un momento me giré, anticipando a un compañero suyo de tramas, mientras desenfundaba mi maza, pero no había nadie detrás. A toda velocidad me giré de nuevo-un tanto furiosa- para mirar a Pisea, pero ya no estaba. Guardé mi maza y me reuní con mi hermana, de vuelta hacia el templo. Tan solo le dije que quizás volviese a necesitar su ayuda, pero que de momento este tipo no me daría problemas. Helena afirmó y creo que sospechó que me guardaba algo para mi misma, aunque no le dio más importancia.

Una vez en el templo, Farrash reaccionó con cierta preocupación cuando le comenté la situación. Me llevó a su despacho y rebuscó entre unos libros perdidos en un cajón, para sacar una pequeña petaca, la abrió y le dio un gran trago. No sé que clase de alcohol era, pero era fuerte. Me senté en la silla que tenía más a mano y me puse todo lo seria que pude. Muchos malhablados decían que Farrash era un borracho, aunque lo decían muy a escondidas -a más de uno le he terminado dando más de una colleja-. Es verdad que el alcohol es la debilidad de Farrash, pero nunca le he visto ejercer borracho, nunca. Hoy sería la única excepción.

El mayor error que puede cometer uno es no hacer nada por pensar que tan solo podría hacer un poco.” Dijo casi susurrando, y dio otro trago a la petaca.

Cuántas veces hemos hablado, Izbrith, de la oscuridad que nos rodea. Que el mal tan solo triunfa cuando los hombres buenos no hacen nada por evitarlo. ¿Cuántas?” soltó lánguidamente mientras cerraba la petaca, con su mirada perdida en un horizonte lejano encerrado en la pulcra superficie de roble pulido de su escritorio. Yo me limité a quedarme observándole, un tanto atónita.

Creo que lo que he sido un tanto injusto contigo. He tratado de satisfacer tu curiosidad, de enseñarte todo lo que puedo enseñar, pero hay algo que nunca te había contado, pero que ya no puedo retrasar más. No quiero que pienses que he sido injusto. Tan solo quiero que pienses que siempre he tenido fe en ti.” Farrash me miró a los ojos con cierta severidad y casi algo de tristeza.

Entonces me relató una concienzuda historia sobre una organización paralela al gobierno, el S.I., que se afanaba por reclutar agentes capaces que mantener el orden y el bienestar, pero que también debían luchar por él. A menudo, encontrando traidores o tipos sucios en medio de todo. Descubrí que había estado escarbando por mi cuenta en algunos asuntos que llegaban más lejos de lo que había descubierto, pero sobre todo descubrí que iba a estar a prueba, para formar parte de algo para lo que, quizás, estaba destinada a cumplir. Sentía una gran responsabilidad, pero también sentía que esto era algo que debía hacer y que estaba preparada. Farrash confiaba en mí, y yo confiaba en él. No iba a decepcionarle. No iba a decepcionar a mi pueblo.

Tengo que controlar a un grupo de posibles candidatos, asegurarme de que son de fiar, de que son capaces. He de aprender a colaborar con ellos y conseguir que ellos cooperen. Pero lo más difícil, he de hacerlo sola. Creo que mantener este secreto alejado de mi hermana va a ser extenuante, y ojalá llegue un momento en que pueda liberarme sin falta.
Sin duda, este es el momento por el que tanto tiempo he esperado. Hoy comienzan mis aventuras.

Izbrith Lagoluna.

Viaje a Lago de Luna

Ayshane Moon
Hace ya 8 meses que hemos llegado a la Comarca Lago de Luna, y aun no nos creemos que exista un lugar como este, desde que River me libero, hemos viajado por muchos sitios, hemos actuado en multitud de pueblos, tabernas, y aldeas, algunas pequeñas ciudades e incluso en un par de iglesias.

Mientras nos acercábamos a esta zona, los rumores de un lugar protegido de los Efixies. Donde las cosas parecían ir bien, cada vez resonaban más fuerte entre la gente. Incluso River aprendió varias canciones sobre lo que sucedía en Lago de Luna. Así que decidimos emprender viaje de nuevo hacia Bastión Roca Luna, una impresionante fortaleza que protege el único acceso a la comarca.

Varios kilómetros antes de llegar a ella, ya la pudimos avistar, y con cada paso que nos acercábamos, más impresionante nos parecía, la verdad, la palabra impresionante se queda corta, jamás pensé que la mano del hombre pudiera construir nada tan grande, poderoso, nada tan colosal. Cuando nos encontramos a los pies de sus murallas, parecíamos hormigas al lado de la pared de una casa, que solo puede imaginarse lo que hay al otro lado.

Sus medidas de seguridad son muy altas, por lo que tuvimos que pedir permiso para acceder a la comarca como artistas, nos comprobaron todas nuestras pertenencias, y eso que no teníamos muchas, viajábamos con un viejo caballo y un par de cofres con nuestras ropas, además de los instrumentos de River. Tampoco dejaban cruzar con armas, y aunque no llevábamos muchas, nos las requisaron al entrar. Las dagas que utilice para matar a mis captores años atrás, estaban escondidas en el fondo de los arcones, donde nos las encontraron, era de esperar, ya que incluso nosotras, sabiendo donde están, necesitaríamos varias horas para desmontar el fondo del arcón, y poder cogerlas. Además, nos hicieron varios test, en los que teníamos que contestar muchas preguntas. Menos mal, que River sabía leer, y entre las dos contestamos a todas, ya que, aunque River me había enseñado a leer, aun me costaba mucho, y lo hacia muy lentamente.

River Moon

Tras todo eso, nos hicieron esperar en una sala con bancos llena de gente, que, como nosotras, estaba esperando a que comprobaran y verificaran los resultados. Estábamos bastante cansadas, tanto del viaje como de toda esa burocracia, pero a River, se la ocurrió amenizar la espera tocando y cantando una canción. Tras un par de estrofas, comencé a acompañarla con los coros, y poco a poco alguna otra persona se nos unió, me levanté y anime a la gente que se nos uniera, sacando a bailar a los niños y niñas, incluso alguna que otra persona también se animó. Y poco a poco, aquello casi se convirtió en una fiesta. La canción era muy conocida por la zona, y mostraba los sueños de todas aquellas personas, así como los nuestros propios, por entrar en Lago de Luna, y comenzar una vida que muchos solo podían soñar.

Advertí la presencia de alguien uniformado que nos vigilaba desde una de las puertas, mientras nos observaba, comento algo con uno de los guardias, y casi cuando terminábamos la canción se marchó.

Unos minutos después, cuando muchos habíamos comenzado ya a hablar unos con otros y a contarnos historias y vivencias, apareció de nuevo con unos papeles en la mano, y nos hizo llamar.

Nos entrego los papeles firmados, que nos daban acceso a Lago de Luna, además, nos comentó que nos había visto actuar, y que le habíamos gustado mucho, (no seria por su cara seria mientras nos veía), que tenia un familiar en Ciudad Luna Llena, que regentaba una Posada, donde se hacían espectáculos, que pasáramos por ella, si queríamos un trabajo.

Se lo agradecimos y accedimos a la Comarca.

Aquello era increíble, había tierras fértiles por todos lados, muchísima gente y la gente parecía feliz. Necesitábamos dinero y un lugar donde vivir, así que decidimos hacer caso a aquel hombre. Buscamos aquella Posada, La Llama Eterna, y tras presentarnos al posadero, un hombre regordete con una larga barba, bastante serio, pero amable y educado, le pedimos trabajo, le comentamos que tocábamos, y bailábamos, y que nos habían recomendado su posada en Bastión, aquel hombre.

Cuando se enteró de nuestra “recomendación”, le cambio la cara y nos propuso actuar un par de noches, y si funcionaba, nos contrataría, y así lo hicimos. Actuamos aquella misma noche, y la noche siguiente. River toco sus mejores canciones y yo me esforcé todo lo que pude en mis coreografías, y parece que funciono, ya que la segunda noche, vino mucha más genta y casi no quedo un hueco donde sentarse.

Con aquella respuesta del público, el posadero decidió contratarnos. Gracias a eso, pudimos solicitar unos permisos de residencia. Con ese permiso, he podido apuntarme a unas clases para seguir aprendiendo a Leer y Escribir. Ya han pasado 8 meses, y por ahora todo parece ir bien, incluso hicimos un viaje a conocer el Lago de la Luna, que da nombre a la comarca, un sitio precioso.

Espero que esto dure mucho tiempo, ya que parece que por fin hemos encontrado un lugar donde podemos descansar, y vivir sin miedo a las pesadillas del pasado.


Historia Inicial - Descubriendo la libertad

River Moon
Hola, mi nombre es River Moon y esta es mi historia...

Empezaré por el principio, tuve una infancia feliz, rodeada de buenas personas, sobre todo mis padre.

Liam y Mercy, eran los propietarios o lideres por así decirlo de una troupe de músicos, bailarines, malabaristas y un sin fin de otros artistas, viajábamos sin parar, veía ciudades y paisajes maravillosos, aprendí a tocar instrumentos, a cantar, a actuar en las obras, a escapar de cadenas que para mí parecían imposibles, era una vida perfecta… Hasta que siempre por alguna razón te estampas de golpe con un muero y te devuelve a la cruda realidad, tenía 14 años cuando mi madre enfermó, estábamos en un viaje en mitad de ninguna parte, y cada día que pasaba la situación iba a peor, recuerdo sus gritos de angustia, manchada en sudor en la cama, rezando porque sus dolores cesaran, mi padre la acompañaba al pie de su cama, día y noche, calmándola y dándole apoyo, hasta que pasada una semana, los dolores dejaron de atormentarla para siempre. Ni siquiera la ayuda de un herborista cercano sirvió de nada.

Desde ese momento la cosa cambio, yo nunca me había preguntado nada acerca de mis orígenes, pero supongo que la edad que tenía reclamaba respuestas, una noche mi padre me contó como llegue a sus vidas, estaban de gira cerca de Ciudad Crepúsculo, acampaban a las afueras, cerca del rio, era de noche y estaban relajándose al calor de una hoguera mientras miraban las estrellas, mi madre oyó un ruido raro cerca de la orilla, se acercaron y allí me descubrieron, en una cesta, arropada y abandonada, tan solo con una Dalia y una nota escrita en una letra preciosa que decía, "Cuídenla por mí, ojala yo pudiera hacerlo". Padre me dijo que Madre pensó que había sido un regalo de los dioses, puesto que ellos no habían podido tener hijos, por más que lo hubieran intentado. Asi que decidieron adoptarme, me llamaron Dalia, por la flor que me acompañaba, ya que seguramente significaría algo para mis verdaderos padres. Desde ese día me cuidaron como su propia hija, y por ello, les estaré eternamente agradecida.

Tras ese día mi padre empezó a tener momentos sombrios, acostumbraba a pasarse mucho rato a solas en su tienda, ahogaba sus penas en la bebida y su humor se había ennegrecido, a la troupe comenzaba a llegar gente que en otros tiempos mis padres no hubieran aceptado, gente que sin duda parecía peligrosa y no eran de fiar, a muchos de ellos tras discusiones con mi padre lograba que los echase al cabo de un tiempo, pero siempre era demasiado tarde, nos metían en tantos líos, que cada vez más a menudo nuestra troupe era peor recibida en algunos lugares, nuestro nombre había perdido su magia.

El punto de inflexión ocurrió hace dos años, no me lo creo, cuanto tiempo ha pasado ya.

Llegaron unos malabaristas de cuchillos, se presentaron a mi padre, y charlaron durante unos minutos aun no sé qué negociaron para que les permitiera quedarse. Hubo otra discusión más, pero esta vez mi padre se negó a escucharme y a echarlos, me dijo que no había elección, que tenía las manos atadas, solo hacia que pensar en mi futuro me dijo, la discusión continúo, pero solo me acuerdo lo último que le dije, "Te has convertido en lo que madre más odiaba, ojalá ella estuviera aquí y no tu." Salí de su tienda sin saber, que esa sería la última vez que vería a mi padre. Tenía 22 años.

Al volver a mi tienda iba tan enfadada que no vi lo que tenía delante, tropecé de bruces con uno de esos hombres, junto con otro porteaban una caja enorme tapada con una lona, perdieron el equilibrio lo suficiente para que la lona se desprendiese lo justo para ver lo que vi, no era una caja, era una especie de jaula donde una muchacha, me miró fijamente, sus ojos gritaban desesperación, su miedo era evidente, y su rostro pedía ayuda. Gire la cabeza para negarme en principio lo que había visto, mientras los hombres volvían a colocar la lona, como si nada hubiera pasado, me vieron alejarme despreocupada mientras mi corazón estallaba de angustia, quería gritar, pero no hubiera servido de nada.

Trate de calmarme, y pensar que podía hacer, si decírselo a mi padre, a la guardia, no sabía qué hacer, así que hice lo que seguramente fue lo más peligroso y absurdo que he hecho en mi vida, actúe sola, y sin decírselo a nadie. Me acerque a las tiendas que mi padre les había asignado, y me quede escuchando fuera. Al principio trataron temas triviales, quien bebía más que quien, quien la tenía más grande, el tipo de cosas que los hombres fanfarronean entre ellos y luego son todas mentira. Siguieron hasta que otro hombre entró en la tienda, nunca le vi la cara, pero oí lo que dijo, y eso fue suficiente para mí, al parecer la chica iba a ser entregada a un noble, y les estaba advirtiendo que ni se les ocurrieran ponerle una mano encima, el noble había pagado mucho dinero por una chica virgen de esa belleza, quería que llegara así hasta mañana a primera hora y no estaba dispuesto a perder el dinero por dos imbéciles como ellos.

No había mucho tiempo, solo tenía esa noche para poder hacer algo, los hombres seguian bebiendo sin parar, solo tenía que esperar a que se quedasen dormidos, esas horas se me hicieron eternas, parecía que el sol saldría en cualquier momento pero al fin quedaron dormidos o inconscientes, no lo sé, me adentre en la tienda, destape la lona que cubría la jaula, y la chica volvió a mirarme con la misma expresión de antes, pero esta vez me susurro, "Ayúdame por favor", la jaula estaba cerrada, un candado era lo que la separaba de la libertad, busque una llave sin éxito en los cinturones y pertenencias de esos hombres, pero nada apareció, así que algo se me ocurrió, tenía el equipo de escapista de la actuación de la tarde, cogí las ganzúas y lo intente e intente, pero ahora sé porque ese era un candado de verdad y no los que nosotros usábamos, frustrada, mis lagrimas salieron sin parar, apoyada en la jaula sin poder hacer nada, pero en ese instante note sus manos en mi cara, su mirada, aún recuerdo sus ojos, me cogió mis manos y cogió las ganzúas, y en unos pocos segundos abrió ese candado, la ayude a salir de allí, su cuerpo estaba algo agarrotado, supongo que habría estado allí metida varios días, me abrazo y yo la abrace, fue el mejor momento de mi vida, la dije que huyera , que escapara, que regresara a casa, ella me sonrió y me dijo que no me preocupase, que me fuera, que ya había hecho suficiente, ingenua de mi la creí, y regrese a mi tienda, con la esperanza de que cuando el sol saliese, ella estaría lejos de este sitio.

Pero no debí dejarla sola, media hora más tarde, mientras dormía, me despertó su voz, "Por favor ayúdame, les he matado a todos, sácame de aquí, no sé dónde estamos y no tengo a nadie más", tenía las manos y la cara manchadas de sangre, y el vestido roto de algún tipo de lucha. Me levante a la carrera cogí, todo lo indispensable y me la lleve de allí, supe en ese momento que no habría vuelta atrás, que, si me iba, no habría otra oportunidad. Me acusarían a mi también de la muerte de alguien, pero ese riesgo estaba dispuesta a asumirlo, nos fuimos lejos, lo más lejos de esa ciudad y nunca hemos vuelto. Desde ese momento hemos sido inseparables, nos hicimos hermanas, tanto de verdad como el papel que queríamos aparentar, cuidamos la una de la otra, cambiamos nuestro aspecto y nuestro nombre, ahí adopte este nombre, River Moon.

Durante nuestros viajes hablamos mucho, y me conto como su vida había sido muy diferente a la mía. Adah, que así la llamaban, según me conto significaba “Objeto”, en algún lenguaje lejano, y así es como la habían tratado casi todos. No sabía ni su edad, ni sabia quienes eran sus padres, no recordaba casi nada de su niñez, y lo poco que recordaba no era agradable.

Sus primeros recuerdos reales, eran de las calles de una gran ciudad, donde la habían enseñado y obligado a pedir y mendigar por las calles junto con otros niños como ella. No recordaba nada muy concreto, pero sabia que la había usado de cebo para robar a gente o para asaltarla, junto a los niños había jugado y reído, y aunque con una sombra en sus ojos, recordaba aquella época como feliz.

En algún momento, cuando era pequeña, la habían vendido a unos hombres que se la llevaron de la ciudad. Con ellos, había viajado mucho durante varios años, aunque la habían enseñado algunas cosas, siempre estaba bajo su vigilancia, y si en algún momento quedaba sola, la encerraban para que no intentara escapar. De cuando en cuando la obligaban a ayudarles en algún plan, ya fuera para entrar en algún sitio, o engañar a alguna persona, durante los últimos años con ellos, como aparentaba más edad de la que tenía, a veces, la habían dicho que sedujera a algún soldado o comerciante, para luego hacerle chantaje o robarle, incluso en alguna ocasión habían asesinado a algún pobre incauto que tenido la osadía de enfrentárseles.

Hasta que un día uno de esos planes salió mal, y fueron capturados en un poblado, por un lider local, el cual ajusticio a sus captores, pero cuando tenía esperanza de ser libre, descubrió que aquel hombre era casi tan malo con los otros.

La pusieron a servir mesas y actuar, bailando y haciendo algunos trucos con dagas, en el Saloon y Burdel, de aquel pueblo que regentaba “ÉL”, (no me quiso decir quién era “ÉL”) que por lo que fue descubriendo, era un punto de reunión de mercenarios, contrabandistas, y asesinos de toda la zona.

Todos tenían mucho respeto a su captor, y no osaban tocarla ni hacerla nada malo. “ÉL“, siempre decía que era un “Hombre de negocios”, pero que no todos los negocios son del mismo color, y alguien tiene que encargarse de los más oscuros.

Durante varios años habia vivido allí, junto a las chicas que trabajaban en el burdel, que la enseñaron muchas cosas, a vestirse, coser, fijarse en ciertos detalles, y como hablar con un hombre para que suelte el dinero rápidamente. “ÉL”, no la dejaba tontear con los clientes, y la vigilaba muy de cerca, tenía un plan para ella, y no quería que ningún mequetrefe lo tirara por tierra. En aquel lugar, había visto cosas que no me quiso contar, y aunque no era libre, si que tuvo bastante libertad, la enviaban a hacer recados, comprar comida y ropa para las chicas, o llamar al curandero cuando era necesario, ya fuera para las chicas o para algún cliente.

Hacia pocos meses, “ÉL” había recibido un mensaje, y parecía que era algo que llevaba esperando mucho tiempo. La hicieron una maleta y casi sin poder despedirse, la encerraron en la jaula en la que la había encontrado y emprendieron viaje. Una de las chicas, consiguió hablar con ella, ya encerrada y la dijo que si tenia la menor oportunidad escapase, fuera como fuera, porque si llegaba a su destino, estaría perdida. Ella, la creyó.

Junto a dos de sus mejores hombres, “ÉL”, había emprendido el camino que la llevaría junto a mí, su plan era introducirse en nuestra Troupe, y así poder acceder a la ciudad donde nos encontrábamos sin levantar sospecha, nadie registraría nuestras cosas, y la encontrarían a ella. Según me dijo, lo más probable es que hubiera amenazado a mi padre y pagado lo suficiente para que aceptara, y si se negaba, el castigo no iba a ser agradable.

Cuando me vio, las palabras de su amiga, volvieron a su mente. Había rezado a los dioses con todas sus fuerzas pidiendo ayuda. Cuando me vio aparecer en la tienda, sintió algo en su interior que no sabía expresar, algo que no había sentido desde hacía muchísimo tiempo, esperanza.

Tras liberarla, sabía lo que tenía que hacer, cogió las dagas de uno de sus captores, esas que durante tanto tiempo había visto que tan delicadamente afilaba cada día su captor, y le corto el cuello. Justo en ese momento el otro hombre se había despertado, y antes de que pudiera levantarse ella le dio muerte.

Ayshane Moon
Cuidadosamente había buscado el carromato de “ÉL”, con las ganzúas que yo le había dado minutos antes, abrió la cerradura, y entro. Estaba dormido, de un sueño que jamás despertaría.

Según me conto, no solo lo hizo por ella, lo hizo por muchas otras como ella, que en aquellos años habían pasado por aquel lugar, por las chicas que aún estaban allí y por las que, por desgracia, acabarían en sitios similares.

Su esperanza la guio de nuevo a mí, por eso fue en mi búsqueda, no sabía ni donde estaba, ni que hacer ahora, pero esa nueva sensación le decía que todo iría bien si me encontraba y seguíamos juntas.

Y así lo hicimos, seguimos juntas.

No quiso que la llamara Adah nunca más, porque ya no se consideraba un objeto de nadie. Me conto que las chicas del burdel, cantaban una canción de una tal Ayshane, un Ángel Guardian de las mujeres, que las protegía y ayudaba en los malos momentos, y así me pidió que la llamara, Ayshane Moon.



Historia de Sean Miller, Vanguardia del ejército de la Alianza.

Anderson y Udina caminan por la nave, en posición relajada. Charlan mientras lo hacen, con
gesto serio.
- ¿Qué me dices de Miller? Biótico, nacido, expuesto al Eezo y entrenado en Horizon.
Tuvo una carrera militar prometedora. - Udina le tiende una carpeta a Anderson, que la
acepta.
- Lo conozco. Era un tipo de fiar, leal, pero desde que tuvo el incidente con los piratas ya
no volvió a ser el mismo. Creo recordar que llegó a teniente. - Anderson ojea el informe.
- Sí, eso dice ahí. Después de aquello, se le pierde la pista. Ahora lo tenemos localizado en
los sistemas de Terminus. Se gana la vida como mercenario. ¿Tienes idea de qué estuvo
haciendo ese año y medio? - Udina adopta una expresión suspicaz.
- Nadie lo sabe a ciencia cierta. Por eso no me termino de fiar. -Anderson niega
ligeramente con la cabeza mientras deja la carpeta en una mesa cercana.

Ambos se detienen frente a un ventanal.
- Bueno, ¿Qué me dices de Shepard?


- Mil créditos a que no bebes otra. - El salariano empuja un vaso de chupito con un líquido
viscoso marronáceo por la mesa, hacia su interlocutor.
- No bebería otra de esas mierdas ni por cinco mil. - Sean Miller se levanta, se cruje el
cuello a un lado y a otro, tropieza ligeramente con su silla cuando se da la vuelta, y se
encamina a la salida del After Live.
Cuando llega a su departamento en una pensión barata, la compostura de Miller desaparece,
y se abraza a la mugrienta taza de water para echar su primera papilla.



Miller está sin afeitar, con barba de varios días, desgreñado, vestido sólo con ropa interior,
sobre el catre. No sabe cuánto tiempo ha pasado inconsciente, pero alguien que parece tener prisa
aporrea la puerta.
- ¡Sean! ¡Vamos! Tenemos trabajo.


Con su armadura enfundada, que aunque gastada por el uso, aun luce bien, recién afeitado y
aseado, Miller es otro hombre. Camina acompañado mientras se dirigen a la nave.
- Pareces hasta respetable.
- Que te jodan.



- Pero, ¿quién es Sean Miller realmente? Teniente Miller, por lo que veo.
- Ya no.
- ¿Y eso por?
- Porque no. A mí sólo se me falla una vez. Con eso tienes suficiente.



Tras su graduación, Miller ingresó en el cuerpo de Vanguardia del ejército de la Alianza.
Tras unas primeras misiones en su planeta natal, Horizon, y alrededores, Miller es asignado para
Eden Prime. Sin embargo, nunca llega allí. Su nave es atacada por un grupo de piratas Krogan, y
Miller logra salvar el pellejo gracias a la suerte; la refriega le ha dejado inconsciente, con una fea
herida en la cabeza, y los Krogan le dan por muerto. Cuando despierta, tiene amnesia, y no recuerda
quién es. Durante unas semanas, en las que poco a poco va recobrando recuerdos, vaga de un lugar
a otro viajando como polizón o refugiado. Cuando empieza a recordar su adiestramiento militar,
recuerda también las dolorosas sesiones de exposición a Eezo, y de cómo su hermana pequeña,
Beth, le admiraba tanto por haberse ofrecido voluntario para ellas.
- A ti ni se te ocurra, enana. No lo soportarías – Sean le pasa la mano por la cabeza a su
hermana por la cabeza, despeinándola.
- ¿Por qué iba a hacer semejante tontería? - Beth levanta con una mano un enorme fusil de
francotirador – No necesito esas bobadas.
- Más te vale.



Miller avanza por un cuartel militar. Han pasado dos meses desde el ataque pirata, y ya
recuerda quién es. Por eso está ahí. Aun con un llamativo vendaje alrededor de la cabeza, pero sano
en apariencia por lo demás, y uniformado, se detiene ante una puerta, y acciona el llamador.
Alguien abre desde dentro, y Miller saluda con su mano en la frente.
- Capitán.
- ¿Teniente Miller? - responde Anderson, con notorio asombro en su voz, desde el interior
de la estancia – Pase.
- Le creía muerto, teniente – continúa Anderson – Me alegra verle.
- Gracias, señor. Me gustaría reincorporarme al servicio.
- Por supuesto. Nuestros médicos le harán unas pruebas, y en cuanto comprobemos que
todo sigue en su sitio, le pondremos a trabajar.
- Gracias, señor.
- Puede retirarse, teniente.



- Lo siento mucho, teniente. El informe del doctor es claro.
- ¡Pero, señor!
- Lo vamos a licenciar. Con estos documentos, podrá pedir la prestación correspondiente
como veterano de guerra. - Tiende unos papeles a Miller - Al fin y al cabo, todo parece
ser consecuencia del ataque a la nave en la que usted iba. El consejo está estudiando la
opción de concederle el Corazón Púrpura, pero no podrá volver a ejercer.
- ¡Por Dios, métanse la medalla por el culo! Esto es lo único que sé hacer. Y sé hacerlo
bien.
- Vuelva a dirigirse a mí en esos términos, teniente, y le meto un consejo de guerra –
Anderson empieza a perder la paciencia.
Miller parece abrir la boca para replicar, pero una mirada furibunda de Anderson le hace
replanteárselo. Cierra la boca, coge los papeles, se cuadra, y saluda. Lágrimas de rabia se escapan
de sus ojos.
- Gracias, señor – Miller apenas puede escupir las palabras entre sus apretados dientes.
- Retírese.



- ¿Qué coño es esto, Beth? - Sean mira a su hermana atónito.
Beth está tumbada en una cama de hospital, mirando hacia la ventana con ojos vacíos. Está
completamente intubada, conectada a una máquina que le permite seguir viviendo. Su piel está llena
de ampollas blancas, y allí donde no ha salido una, el tono es rojo carmesí.
- ¿Qué te han hecho, joder?
Sean viste su uniforme de gala por última vez. Acaba de recoger su licencia, y le han
informado de dónde encontrar a su hermana. En el hospital militar de Horizon. La puerta de la
habitación se abre, y otro hombre uniformado entra.
- Teniente Miller.
- ¡Capitán! ¿Qué le han hecho a mi hermana? ¿Qué le han hecho? - Sean está fuera de sí,
los ojos llenos de lágrimas.
- Cálmese, teniente. Cuando usted desapareció, y se le dio por muerto, tuvimos que
reponer las bajas. Usted había aguantado las exposiciones a Eezo bien. Supusimos que
su hermana también lo soportaría.
 - ¿Supusieron? Usted me prometió que nunca la harían pasar por eso. ¡Me lo prometió,
capitán! ¿Es esa su palabra? - Sean señala con la mano abierta hacia la cama.
- Algo salió mal. Yo sólo seguía órdenes, Sean. Órdenes. De arriba. De muy arriba.
- ¿Órdenes, Jeremy? Esas órdenes están matando a Beth. A nuestra Beth. Estáis
prometidos, joder.
- ¿Crees que no lo sé? - Jeremy empieza también a gesticular. Ya no hablan dos soldados.
- Haz algo. ¡Haz que se cure, Jeremy!
- No podemos hacer nada. Es cuestión de semanas que la desconecten. Aunque se
repusiera de las quemaduras, nunca volverá a andar. Ni siquiera a hablar.
- Pues haz otra cosa. Dime quién lo ordenó. ¡Dime quién es el responsable de esto!
- Sabes que no puedo.
- Lo único que sé, es que alguien tiene que pagar por esto. Y si tú no quieres decírmelo, te
voy a considerar encubridor del hijo de la gran puta que ordenó esto. ¿Cómo pudiste
permitirlo?
- ¿Qué querías que hiciera, Sean? Somos soldados. Obedecemos órdenes. Tú lo sabes muy
bien. Mejor que bien.
- Yo ya no soy soldado, Jeremy. Ya no. Ni tampoco tu amigo, ni tu cuñado. Ya no soy
nada. Pero algo te diré, Jeremy. Esto no va a quedar así. Alguien va a pagar por esto.
Algún día. Y, creéme. No dudaré un puto segundo en apretar el gatillo. Nunca he
dudado. Antes, como soldado, lo hice cuando me lo ordenaron. Ahora, lo haré cuando
encuentre al responsable de esto. Y apretaré el gatillo tantas veces como sea necesario
para llegar hasta él o ella. Así que espero que no estés en mi camino cuando llegue el
momento.
- Deja de decir gilipolleces, Sean. Piensa...
Miller no deja terminar a Jeremy. Lo empuja violentamente a un lado, y sale de la sala.







Un Miller más joven, de apenas veinte, y Jeremy, que andará a la mitad de la veintena, están
sucios, con un arma en la mano, atrincherados en una improvisada barricada hecha con restos de
una mesa y otros muebles. Se oyen disparos. Los dos amigos son los únicos que quedan. Una
emboscada, les ha pillado con la defensa baja. Un grupo de mercenarios, o soldados, o terroristas.
No se sabe muy bien. Todo ha sido muy rápido. Han llegado a la base, con gran precisión han
desembarcado, y han tomado el cuartel. La unidad que estaba allí se ha defendido valientemente.
Han conseguido abatir a la mayoría de asaltantes. Sean y Jeremy creen que quedan dos o tres. Sean
mueve su casco con sus poderes bióticos por encima de una mesa a unos pasos, y se oye una nueva
ráfaga de fusil. Jeremy aprovecha, se asoma y dispara. Abate a otro.
- Uno menos.
- Está bien, me rindo. La voz procede del fondo de la sala, y ambos amigos se miran
sorprendidos. Les resulta familiar.
Se trata de Josh, que ha arrojado su arma y tiene los brazos en alto. Los tres son amigos
desde que ingresaron en la academia. Sin embargo, Josh viste el uniforme de los asaltantes.



- Las órdenes son las siguientes, soldados. Ejecuten al desertor, y colóquenle su casco.
Déjenlo con el resto de su pelotón. Se trata de un grupo terrorista peligroso. Se llaman
Cerberus, y no podemos permitirnos que se sepa que tenemos simpatizantes entre los
nuestros.
Sean y Jeremy se miran mientras escuchan las órdenes por radio. Josh está de rodillas, con
las manos en la nuca.
- Pero, señor... - Comienza Jeremy.
- Tienen sus órdenes, soldado. Corto.
La transmisión termina. Jeremy mira a Josh, que llora.
- Vamos, chicos. Puedo ser útil. - Apenas puede articular las palabras entre los sollozos –
Nos conocemos desde hace...
Se oye el ruido del seguro de la pistola de Sean abriéndose, y luego un disparo. Los restos de
sangre, de cráneo y de cerebro salpican a ambos.
- Mientras más lo pienses, peor. Ponle el casco, Jeremy.



- Ponle el casco, Jeremy.
Sean despierta por los golpes en la puerta.
- ¡Sean! ¡Vamos! Tenemos trabajo.
Miller se pasa la mano por la cara, esperando encontrar sangre, o restos de cráneo. Pero sólo
siente su barba. Se incorpora, se mira al sucio espejo de su cubículo.
- Ya voy, joder. Necesito afeitarme.