Al principio d los tiempos, Pantos, el Supradios, el Ser Superior, creó el mundo. Al verlo baldío y estéril, lloró. Y de sus lágrimas nacieron los dioses, que con sus poderes, dieron vida al Mundo.

Cada dios racial creó una de las razas de Personas, mientras que otros se dedicaron a crear las plantas, los animales, el Sol y las Lunas, el Bien y el Mal.

Entonces comenzó la Primera Edad del Mundo. La Era de la Luz.

En la Era de la Luz todas las Razas de Personas comenzaron a colonizar el mundo, y se establecieron donde mejor creyeron, desarrollándose cada cual con sus peculiaridades, pero en contacto permanente con sus hermanos, con quienes colaboraban en el desarrollo de la Humanidad*. Toda la población rezaba a los dioses, y éstos les concedían sus dones, haciendo que las cosechas fueran buenas, y todos eran felices. Pero cuando toda la tierra estubo ocupada, comenzó a aparecer la corrupción de las Razas. Cada cual empezó a codiciar los bienes de su vecino, tanto a pequeña escala (entre un agricultor y otro) como a grande (cada Raza ansiaba expandir sus territorios a costa de los de las demás)

La Paz mundial empezó a resqubrajarse poco a poco, y los pobladores comenzaron a usar la magia, divina y arcana, la fuerza y la inteligencia para la su propio beneficio. Estallaron escaramuzas, batallas, Guerras.

Y los dioses, decepcionados con las gentes del mundo, enviaron el Cataclismo. La enfermedad, hasta entonces desconocida, las plagas, el hambre, toda suerte de catástrofes naturales, comenzaron a asolar el mundo, y la civilización primigenia se extinguió consumida por la ira de los dioses. Tras el Cataclismo, los dioses abandonaron el mundo, dejando a los supervivientes a su suerte. Y así, concluyó la primera edad del mundo.

Los supervivientes, escasos, tuvieron que comenzar de cero. Cada pueblo se separó de los demás, y alejados unos de otros, empezaron la Segunda Edad: La Edad de la Oscuridad.

Cada raza, aislada de las demás, se desarrolló lentamente, con el sudor de su frente, y sin ayuda de los dioses. Además, el don de la magia se volvió terriblemente escaso, y fueron poquísimos los niños que nacieron con la Marca en esta Era.

Tras muchos siglos de esfuerzo, cada Raza comenzó a salir adelante, construyendo su civilización con tesón y esfuerzo. Poco a poco, comenzaron a surgir las relaciones comerciales entre algunas de ellas, y Hombres, Enanos, Elfos, Gnomos, Medianos y Orcos comenzaron de nuevo a emerger con fuerza. Y de nuevo, comenzaron las rencillas.

Los Enanos y los Elfos, condenados a no entenderse, comenzaron a tener disputas comerciales, lo que derivó en cierres de fronteras, y más tarde, el Guerra Abierta. La Guerra del Orgullo, la llamaron. Cada raza subestimó a la otra con desdén, y el Orgullo de sus líderes les cegó en el odio. Lucharon durante décadas, hasta casi llegar a la mutua extinción.

Mientras, los Hombres, más fértiles que las demás razas, aprovecharon la distracción de la Guerra para proliferar y progresar. A pesar de que tuvieron, por supuesto, sus propias guerras y escaramuzas, nunca tan fieras y cruentas como la Guerra del Orgullo.

Y fue entonces, cuando el Mal llegó al Mundo. Los Orcos, que hasta ese entonces se habían mantenido alejadas de las demás razas, comenzaron un ataque masivo contra las fronteras de las Civilizaciones. Aliados con Demonios y otras Criaturas del Caos, el ataque fue demoledor.

Sin embargo, no todos los Orcos habían caído en la Oscuridad. La tribu de Glakh el Caudillo, penetró las fronteras de los hombres en son de Paz. Los Orcos de Glakh, conocidos como los Pieles Verdes, juraron por su honor acabar con sus hermanos corruptos, los Orcos Negros.

Enanos y Elfos declararon un armisticio, acosados por el enemigo común, y mandaron mensajeros a los líderes de los Hombres, Gnomos y Medianos. Los dos últimos accedieron inmediatamente a colaborar en la Guerra.

Los Reyes de los Hombres, de distintos Reinos, se reunieron en el Cónclave Real, y de entre ellos, eligieron al Rey Germán** como primer emperador de su civilización, para representar a toda su raza. Y así Germán I, Emperedor de todos los Hombres, fundó, junto con Elfos, Enanos, Gnomos, Medianos y Orcos la I Alianza de las Civilizaciones. Y con este acontecimiento, finalizó la segunda era del Mundo.

La tercera Era, conocida como la Era de la Alianza, está siendo la Era más sangrienta de todas. Apenas hace 20 años de la fundación de la Alianza, y la Guerra no ha dejado de resonar en alguna parte del mundo ni un solo segundo. A día de hoy, la mayoría de frentes están poco activos, excepto uno, al Este del Imperio, donde a pesar de los esfuerzos de Germán, los orcos y demonios cada vez parecen ser más y más.

En este mundo turbulento, y épico, abandonado de la mano de los dioses, comienza la aventura...

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*. Entiéndase por Humanidad al conjunto de razas, no sólo humanas, sino humanoides.

**. El nombre de Germán es provisional. Acepto sugerencias.

***. Llevaba tiempo dándole vueltas en la cabeza a una posible partida de fantasía. Hoy, currando, me vino la inspiración y he desarrollado esto.

****. Sí, hay cosas que ya conocéis de otros mundos. Pero me mola :P

El eco retumbaba en la caverna subterránea. Dos voces distintas, una chillona y fina, otra más grave y atronadora, discutían airadamente acerca de religión, y aparte de esas voces, el silencio era absoluto.

Un semidragón rojo, con barba de varios meses , hacía grandes aspavientos mientras cambiaba la voz y discutía consigo mismo.

Einon llevaba varios años encerrado en “su” cueva. Finallis había recluído al hechicero en esa gruta como castigo a la herejía del semidragón. Años atrás, durante la Caída del Drek-Torn, Einon había ofendido gravemente al dios de la justicia y el bien con su afilada y bífida lengua. Se había burlando de él, para ridiculizarlo ante su amiga Galidarian, y Finallis había decidido no hacer oídos sordos a las ofensas. Así que en un alarde de ironía, le aplicó la condena de convertirlo en lo que él decía del dios, un títere.

La voz chillona gritaba algo acerca de sombras y sabiduría, con palabras atropelladas y a toda velocidad. Titubeaba, tartamudeaba. La voz grave, mucho más serena y correcta, le contestaba con infinita paciencia algo relacionado con la justicia, el bien y la redención.

“Tu alma, tu, tu, posee tu alma, je, je.”

“Te equivocaste, pero aun estás a tiempo de redimirte.”

“No, no, no. Ella es poderosa. Ella te, te pro... protege, Ella vela por . Siempre lo ha hecho, sí.”

“Rezo a Finallis. Él me perdonará la herejía.”

“Rezo a Shattaret. Ella me, me... Ella... Rezo a Shattaret.”

“Está bien, rezamos a los dos.”

“Tú, Timmy, ¿Qué opinas?” – El semidragón vuelve su mirada hacia un dibujo cutre de un mono, hecho en una de las paredes con una rama quemada. “No, Timmy, el dios mono no me puede ayudar.”

La cueva era un desastre: Restos de comida por todas partes, las paredes pintarrajeadas con dibujos de Finallis, de monos, de engendros de mono gigantes con varias cabezas.

También había manchones negros, que representaban sombras donde Shattaret se escondía.

Shattaret, ¿cómo cumplir tu voluntad, sí, voluntad, desde, desde, desde aquí?” - insistía la voz chillona.

Finallis, ¿cómo cumplir mi papel en la trama de los artefactos? Aun tengo mucho que ofrecer al mundo, perdóname” – respondió la voz seria.

El semidragón alzó la vista hacia el techo de la caverna, donde había utilizado la magia para crear una ilusión de cielo nocturno, con una estrella brillante destacada. Cambió su voz de nuevo, adquiriendo un tercer tono más natural, nada forzado.

Galidariann, ayúdame