El despertar de la magia

Habíamos salido como una exhalación, en los últimos momentos de aquella ciudad maldita y moribunda, asistiendo a sus estertores finales. Aezmir era soterrada bajo la tierra que ya la cubriera hace 1500 años, presa de la prosperidad que quisieron traer, y que se había convertido en infortunio, acabando, como empezara, ligada al destino de su rey e involuntario ejecutor, el rey Malek, y a ese totem que les había conducido a todos a la locura.


Jadeamos por un momento, mirando a nuestro alrededor, por fin a salvo, casi incrédulos, ya en el exterior de la ciudad, por fin libres de su maldición. Rauda me alejé, impulsada por mis alas, una distancia suficiente para no poner al resto en peligro, tenía que ver si realmente había acabado, ¿éramos ya dueños de nuestra magia?


Lancé un conjuro, y funcionó. Luego otro y otro… para hacerme invisible, para protegerme de la energía. Para detectar el futuro, inmunidad al fuego, mejorar mi velocidad, mi visión…

Y respiré, por fin, aliviada, aún con los latidos batiendo en mi pecho. Convencida ya de que la influencia de la señora del infortunio por fin había liberado su presa sobre mi magia. Me había sentido tan desprotegida. Tan inútil. Nuevamente una pequeña hada indefensa, a merced de las circunstancias. Cómo aborrecía esa sensación. Batalla tras batalla había permanecido inerte, inservible, solo oteando los pasillos ante señales de mayor peligro, mientras mis compañeros luchaban, atacaban y sufrían los embates de los golems, o los suplicantes, temerosa de atraer con mi magia más infortunio, y que este pudiera desatarse en una explosión arcana, como ya sucediera, incluso algo peor. Como cuando en batalla con el rey Malek, fuera de sí después de tan largos años de demencia, intentando acelerar a mis compañeros había, por un instante que resultaran largos minutos, simplemente desaparecido, dejando al equipo cuando más me necesitaban, para aparecer cuando todo ya había concluído.


Conjuro tras conjuro la energía arcana crepitaba, vibraba y refulgía intensa ante el recitar de las palabras en dracónico y en silvano, ante los medidos gestos trazando runas y glifos que se materializaban en el aire, antes de entrar en resonancia y crepitar dando lugar a los distintos efectos. Uno tras otro, invocaba todos los conjuros que cada mañana me lanzaba. Conjuración, abjuración, transmutación, ilusión, evocación y adivinación, todas se doblaban a mi voluntad, cubriéndome con su magia cálida y acogedora, como una suave manta me guardaría del frío de una noche de invierno. 


Suspiré, aliviada, descubriendo mis manos temblando del esfuerzo de tamaña sucesión de hechizos. Notaba el zumbido de mis alas en las orejas. Como siempre que estaba nerviosa. Pero la intensidad disminuía, como la cadencia de mi respiración. Desde que había renunciado a mis objetos y asumido el voto de pobreza, ya no me hacía falta, pero casi nunca me acordaba, y la familiaridad de la rítmica del respirar profundamente me daba cierto sosiego. Cada vez que la magia se alteraba, estaba indefensa. Había pasado en las pruebas físicas del Camino de Mhara y sólo los poderes de Naltiria me habían librado de acabar aún peor. Tenía que investigar, solucionando el problema de la única forma que conocía. Con más magia.


Encogí los hombros. Justo estaba pensando que quizá se sentía incluso más especial después de haber estado privada de ella por un tiempo, y algo súbitamente encajó en mi cabeza. Llevaba tiempo bloqueada en el progreso de mis poderes. Después de los saltos del pasado gracias a las enseñanzas de Naltiria, y el entender cómo utilizar mi naturaleza faérica para ayudar a mis conjuros, hacía tiempo que no conseguía mejorías. Notaba cómo a mi alrededor mis compañeros se volvían más fuertes, ya fuera el encanto magnético de Matt, el manejo de las armas de Alix, o la extraña y siniestra forma de Tenar, pero yo me sentía atascada. Intuía en mí un mayor potencial, una mejor perspectiva después de todo lo que habíamos vivido, todo lo que habíamos aprendido: desde las atrocidades de la infraoscuridad, el drama de Damar Fah, la batalla del río Bon y las tramas de Voccisor. Reionae y los archimagos. Hyandora. Aezmir y su maldición; habíamos pasado por tanto…

Las enseñanzas y duras pruebas del capitán Harvey-Sòbéllè Fah me habían permitido coger algo de confianza en mis habilidades más allá del Arte, así como las de Tenar, pero no acababa de resonar con ello. Mi poder real surgía de lo arcano, y su capacidad de alterar la realidad. Y aquella frase inocente, me había recordado la forma en la que Snorri detenía por un instante el flujo de un conjuro, “después de estar deprivado”… armonizaba su resonancia, realimentándose, para cuando era liberado, “se sentía incluso más especial”… su poder reverberaba y crecía, se empoderaba, se incrementaba.


Claro.


Mis manos surcaron espirales, crepitando con energía eléctrica, mientras repetía los encantamientos en dracónico de aquel conjuro, orbe eléctrico, que aprendiera de Zamrick, el sombrerero original, mi viejo maestro que en la torre de hechicería de Sulyindiel me había enseñado los principios de las 7 escuelas, obviando siempre la nigromancia. Experto en transmutación, también era un gran conjurador.


Como hacía mi antiguo compañero en la torre, Shaakos, el tiefling al que llamaban “bola-de-fuego”, había sobrecargado la energía aportada para maximizar su potencial. A lo largo de las aventuras del Crisol y los Caminantes había aprendido también a acelerar su lanzamiento y ahora había al fin comprendido como potenciarlo todavía más. Apreté los dientes, mientras mis párpados interiores se tornaban. Pero la bola crepitante de electricidad, simplemente se apagó.


En mi interior notaba el potencial de energía arcana para nutrir el hechizo, tenía el conocimiento de cómo ejecutarlo, pero había algo que bloqueaba su flujo.


Mis compañeros hablaban y confundida me acerqué nuevamente a ellos, conectándonos en un enlace telepático. Tenar nos reveló por fin el contenido del libro que tanto deseaba mi maestra, Cien Noches sin Luna, por Leyla Vishnu y nuevamente acabamos debatiendo de lo terrenal y lo divino. De los dioses y sus oscuras maquinaciones. Sus limitaciones y defectos. Y de poderes más allá de ellos, de los tomos y su potencial. 


Cuando fueron a descansar me levanté y me alejé nuevamente.


Una y otra vez intenté desatar esa mejora que creía era capaz de alcanzar. Tenía que conseguirlo. Ya no era un hadita indefensa.  Había sido débil, pero de Naltiria y mis maestros había encontrado conocimiento, del que había conseguido obtener algo de poder. Había sido pequeña, pero la fé y la esperanza que Álex me había mostrado, me hacían soñar con cosas grandes. Y había estado asustada, tan asustada. Había dejado atrás a mis amigos. Pero los que aún me quedaban, y el deseo de protegerles me daban valor.


Repetí el conjuro una y otra vez, pero algo turbaba mis intentos. Llevé los puños a mis sienes, echa una pequeña bola, abrazada por mis alas. Y de algún sitio me vino aquella melodía, que Kaito y Matt me habían ayudado a recordar. Musitando esa nana que mi madre siempre me cantaba al irme a dormir.


Mi mamá. El recuerdo encendió la chispa del dolor, que llenó el fuego de la pérdida y este la tormenta de la rabia.


Susurré las palabras, y con un gesto el conjuro, como si de un ente vivo, se nutrió de la energía de emociones y sentimientos, creciendo, expandiéndose, explorando zonas de mi interior dormidas, olvidadas.


Había estrellado la bola de energía en la pared de la cueva, con un poder como nunca antes hubiese blandido, y recordé dónde y cuándo había visto algo similar: Cuando Imbryl Wynrona había consumido el bosque de Solpor y a sus habitantes con sus llamas. Entre ellos, mamá.


Había amado a ese bastardo, le había dado todo lo que era y tenía, y él me había traicionado, destruyendo todo lo que quería. Destruyéndome a mí en el proceso. Neesa murió.


Murió su risa, sus bromas, sus canciones. Murió su alegría. El cariño de sus amigos y el amor de su familia. Su inocencia y su confianza. Su infancia. Ese día morí y nació Abismo, y Kyūbi y Gusano, y las mil caras que tuve para no ver la mía, la de un cadáver que vagaba esta tierra sin alma ni rumbo.


Pero había vuelto a la vida y era hora de saldar deudas. Ya no era una hadita indefensa. Caerdan. Holgen. Imbryl.


Naltiria se sobresaltó con el sonido de una explosión lejana. Recorrió los pasadizos para encontrar a la pequeña hada, sumida en las tinieblas. Una potente energía arcana surgía de su pecho, en una luz rojiza que consumía toda luz alrededor, con una intensidad que jamás creyó pudiera invocar su joven aprendiz. Su mirada, aún en tinieblas, permanecía fija en una escena ilusoria a sus pies, donde llamas mágicas consumían un bosque, en medio del cual se alzaba un alto elfo de cabellos plateados e intensos ojos azules de metálico fulgor.



Naltiria se apresuró a ayudar a su amiga.


— Neesa, Neesa… ¿estás bien?


— Estoy bien, Naltiria. — dijo la pequeña hada volviendo en sí, cerrando por un instante los ojos y agitando levemente la cabeza. La oscuridad, así como las imágenes habían desaparecido — Siento haberos asustado con tanto estrépito. Practicaba mis conjuros, ahora que volvemos a poder usar la magia libremente, y creo… — una sonrisa iluminó el rostro de Neesa — creo que he conseguido superar los límites de mi metamagia, maestra.


— Sabía que lo conseguirías, Neesa, has de confiar más en ti, estoy convencida que todavía guardas más potencial del que sospechas - la humana mostraba una sonrisa en su rostro, pero su gesto se tornó más serio - pero… ¿qué eran esas imágenes que proyectabas? Parecía que…


— Vaya — interrumpió la fata, apartando la mirada — Parece que algunos de mis recuerdos se han materializado sin percatarme mientras conjuraba, nada grave…


— Recuerdos, ¿eh?… — La archimaga se tomó unos instantes tratando de leer las emociones que surcaban el rostro de su alada compañera, emociones que parecía querer suprimir — ¿Quién era ese elfo que se erguía entre las llamas?


— Tan solo una sombra de mi pasado — dijo la duendecillo agitando una manita — Una que aprovecha cualquier momento para acecharme. Pero, sólo una sombra…


Naltiria sopesó la situación y decidió hablar: — Esa sombra que te atormenta… Ya la había visto antes. Y si estoy en lo cierto, la persona a la que presta sus servicios hace tiempo que nos toma ventaja en la búsqueda de los tomos.


El hada parpadeó por un instante, con los párpados interiores, y los exteriores, como despertando de una aparente sueño para descubrir las pesadillas como parte de la realidad.

—Imbryl… — susurró amargamente. Durante un largo, largo instante estudió la mirada de su compañera, debatiéndose internamente. —Maestra, me ha costado. Bastante. Pero empiezo a aceptar quien soy. Qué soy. Sin máscaras ni mentiras. — Neesa miraba sus manos, mientras sus alas zumbaban ligeramente — A confiar en mi magia - ahora sus ojos dorados captaron su mirada, con una tímida sonrisa — A no sentirme tan sola. 

— Pero si quiero cerrar por fin las heridas del pasado, poder mirar al fin al frente, necesito algo. Lo que necesito es — la palabra se resistía a salir — Venganza, creo que lo que necesito es venganza. — durante un largo instante escrutó el rostro de la archimaga —  ¿Me ayudaréis Naltiria?


Naltiria ensombreció su rostro por otra parte impertérrito. Se sentó al lado de su aprendiz mirando al horizonte como tratando de recordar. Adoptó un tono más bajo para imprimir más complicidad a sus palabras. — ¿Sabes? En otra vida mis aspiraciones eran muy diferentes a las actuales. Seguía las doctrinas del Juez al pie de la letra, y se me había augurado un futuro como miembro de su orden de inquisidores. Un futuro que estaba más que dispuesta a abrazar. Erradicar el mal de este mundo… ¡Qué noble meta!... — La archimaga bajó la mirada y las posó sobre sus manos, otrora puras, mas ahora cubiertas de runas arcanas indelebles, recuerdo de la mayor atrocidad que un ser vivo puede cometer. La sangre de millones de inocentes manchaba esas manos con las que pretendía hacer el bien… — Esa vida ha quedado muy atrás y en más de una ocasión yo misma he sentido el deseo “ardiente” de destruir a aquellos que me han hecho daño, he llegado a justificar mis pensamientos violentos hacia esos seres convenciéndome a mí misma de que no son más que animales, y como animales rabiosos que son deberían sucumbir para hacer de este mundo un lugar mejor, una visión que no se aleja demasiado de la forma de pensar de la inquisición. — Naltiria levantó la mirada para fijarla en los grandes ojos de su aprendiz. — Día tras día lucho para contener la rabia, la frustración y las ganas de hacerles pagar con sangre a todos aquellos que creo que se lo merecen. Pero luego pienso que no sería mejor que ellos y de hacerlo, me transformaría en aquello que aborrezco y odio. Es una lucha continua, cada día libro la misma batalla una y otra vez. La mayoría de las veces salgo victoriosa, pero hay algunos días… hummm, esos son días difíciles. Por ese motivo te pedí que fueses mi brújula moral y que me enderezaras en el buen camino si me veías flaquear. Del mismo modo yo te ayudaré a buscar el camino correcto cuando seas tú la que te desvíes. Debemos apoyarnos la una en la otra. Neesa, no puedo alimentar tus ansias de venganza, pero si puedo ayudarte a buscar la forma de que puedas hacer las paces con tu pasado y por fin dejarlo atrás sin crearte más traumas en el proceso. Estoy segura de que tarde o temprano nos volveremos a encontrar con esa “sombra” de tu pasado, y cuando eso ocurra, te juro que estaré allí… a tu lado. Y saldremos de esta situación con la cabeza alta y orgullosas de haber vencido a nuestros demonios un día más.



Neesa se quedó por un momento absorta, masticando las palabras de la archimaga.  — Ahora voy entendiendo esa manía que le tienes a Fi… al Juez.  — con media sonrisa tomó aire, profundo, aire que no le hacía falta pero necesitaba.  — Cuando hablas así me recuerdas a alguien. Alguien preocupado no solo en el qué, sino en el cómo. Alguien fuerte, valiente y bueno. Que anteponía siempre el bien y la justicia. Él me hizo entender que hay bien este mundo, que merece la pena luchar por él  — su rostro se oscureció  — Pero está muerto, su alma consumida. El pago a sus buenas obras.

 — Si no actuamos, ellos ganan. Si les dejamos salirse con la suya, una y otra vez, volverán a hacerlo. A traicionar, matar, a consumir… y quedaremos todavía menos para oponernos. Si el bien no acaba con el mal, el mal acabará con el bien. Ellos no tienen miedo de hacer lo que haga falta, y mientras nosotras estamos divididas por pequeñas minucias, debatimos filosofía de quién tiene más razón, le damos vueltas y más vueltas a pequeños matices, mientras ellos acaban con nosotros de uno en uno. ¿Qué hace el emperador? ¿Qué ha sido de Dhamar Fah? ¿Dónde está Haegar, o Luca o Scribok? Separados, divididos, ¿cuándo nos enteraremos de la siguiente baja, de la siguiente derrota? ¿Cuántos más tienen que caer para que hagamos algo?  — el hada hizo una pequeña pausa para mirar alrededor. En una oscura cueva, luchando una batalla por el bien de todos, y que a nadie parecía importale.

 —  Si ni en este continente lleno de bondad conseguimos unir fuerzas para parar el fin del mundo  — encogió los hombros  — Y mientras, los traidores, los asesinos, los malvados se hacen con los tomos.Y luego, ¿quién podrá pararlos? No podemos dejar que se sigan saliendo con la suya. Yo también detesto la violencia, ¿pero qué opción nos queda? O su sacrificio habrá sido para nada.

 —  Me alejaré para no molestaros mientras practico mis conjuros, maestra  —  susurró el hada levantándose con mirada pesarosa, la conversación parecía haber ido por derroteros que no había imagiado  —  he de practicar para estar preparada… para lo que venga.







 Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesiones XLV, XLVI, XVVII, XLVIII, IL. Las Ruinas de Aezmir, parte II.

Kharid Shahad estuvo un buen rato paralizado, observando a su alrededor sin creer lo que sus ojos veían. La ciudad, antaño gloriosa y con riquezas por doquier, ahora era sólo una ruina del pasado, sepultada bajo tierra y olvidada. Mientras el archimago iba asumiendo poco a poco la realidad a la que había despertado, tras su vida como criatura inenarrable, los demás intentábamos pensar alguna manera de ayudar al gólem, “Instrumento de Rebelión”, a salir del pozo donde se hallaba el pollo. Cuando nos referimos a él como “Gólem” el archimago pareció volver en sí, y nos dijo que se denominaban “Instrumentos”.

Después de algunas ideas descartadas, finalmente Neesa utilizó su magia y moldeó las paredes del pozo a modo de escaleras, de forma que en menos de una hora, el Instrumento estaba con nosotros. En ese tiempo, nos dio tiempo a especular sobre las verdaderas intenciones de Taelwe Mir, ya que según una idea de este servidor, pudiera ser que el elfo estuviera al corriente de que el tótem “Espíritu de la Prosperidad” que veníamos a buscar, se tratase efectivamente de un tótem de desgracia, y fuese seguidor de la deidad que lo habitaba. Lo cierto era que la idea generalizada en el grupo era que destruir el tótem una vez lo encontrásemos sería la mejor opción, y por supuesto, eso iba a conllevar tener que enfrentarnos a Mir, que lo deseaba para sí.

Otra idea que revoloteaba nuestras mentes era el peculiar flujo de tiempo que teníamos allí metidos. ¿Se habría detenido el tiempo para nosotros, y saldríamos apenas unos momentos después de haber entrado? O por el contrario,saldríamos mucho tiempo después, cuando Voccisor hubiese llevado a cabo sus planes de abrir fronteras? Sólo los dioses lo sabían.

Cuando el gólem, disculpen, Instrumento, por fin emergió del pozo, pusimos rumbo al distrito comercial, con intención de irnos al distrito elevado, donde habríamos de visitar la Catedral a Velereón, donde el archimago esperaba encontrar, bien a Otmana, suma sacerdotisa, o bien alguna pista para averiguar qué había ocurrido exactamente.

Gracias al mapa, pudimos llegar tras algunas horas de viaje a mencionado barrio, y guiados por Kharid, aunque con Jallil en cabeza de la expedición, llegamos a una enorme mansión que bloqueaba el camino. La estuvimos explorando, y aunque estaba prácticamente diáfana, una de las estancias permanecía como anclada en el tiempo, incorrupta y con un mobiliario en perfecto estado. La cama con dosel, claramente lujosa, y el escritorio, permanecían en muy buen estado. En el suelo del dormitorio, el símbolo sagrado de Velereón, que parecía haber protegido la habitación del paso del tiempo y de la maldición que pesaba sobre el resto de la ciudad. Después de investigar a fondo, pudimos encontrar el diario del dueño de la hacienda, Nabil Wahed, noble y comerciante importante de Aezmir, según nos dijo Kharid. En él nos enteramos de que el comerciante había dividido prudentemente sus riquezas y las había sacado de la ciudad antes de la caída, de modo que no perdiese todo si sucedía algo, como así fue. Además se mostraba preocupado porque las clases bajas tuvieran mucho dinero, aduciendo que entonces se acomodarían y dejarían de producir. En capítulos posteriores, describía con lujo de detalles la caída de la ciudad en la ruina, con el platino convirtiéndose en plomo y las joyas en piedras.

También pudimos encontrar una caja fuerte incrustada en el suelo, bajo la cama, con tres ruedas para introducir la combinación, y una única pista en el escritorio: “Velereón, en los momentos de duda, dirige mi compás siempre hacia la dirección del progreso”

Tras probar distintas combinaciones, finalmente averiguamos la correcta, que era apuntar en orden los colores representativos de la deidad a su símbolo sagrado. En la caja descubrimos 2 millones de monedas de platino, además de joyas por valor de otro millón. Viven los dioses si no era cierto que la riqueza fluyó en esta ciudad. En el fondo de la caja, hayamos un papel con unas coordenadas, que en principio no supimos leer, pero pudimos suponer que fueran depósitos donde el señor Wahed había escondido sus riquezas, además de una llave.

Para continuar hacia el sur, camino a la catedral, Jallil optó por salir por la ventana del dormitorio y los demás lo seguimos. La catedral se alzaba orgullosa, prácticamente intacta, y nada más entrar nos recibía un símbolo de Velereón… pero en el color equivocado, pues en lugar del dorado, estaba dibujado en un tono rojizo que recordaba al óxido. Las vidrieras del templo, representaban escenas de riquezas y gentes repartiéndolas y disfrutándolas, … pero en sus rostros no se veía auténtico gozo, si no más bien resignación. Toda una perversión de la fe del amigo del mercader. Aunque Neesa y un servidor veíamos la mano de Vyrtanne, las expertas en dioses del grupo, como Naltiria, Tenar, o Kalanthe veían más bien a Rezhias.

Hallamos el diario de Otmana, que narraba cómo el tótem fue encontrado de manera “demasiado fácil” lo cual la hizo sospechar desde el primer momento, convencida que otras entidades al margen del Amigo del Comerciante, jugaban en los acontecimientos. Incluso los más eruditos de la ciudad, estaban distraídos con las riquezas y bonanza generalizada, haciendo que los aezmires bajaran la guardia sin preguntarse qué ocurría.

Finalmente, Kharid confirmó las sospechas de nuestras estudiosas de los dioses, y tras invocar a la Dama Infortunio, el símbolo sagrado cambió, y tuvimos que salir del templo a toda prisa, pues empezó a derrumbarse. Y entonces llegó la ruina.

De nuestras bolsas repletas de platino y joyas, comenzó a brotar plomo y piedras, de la misma manera que el comerciante Nabil Wahed había narrado en su diario. Aunque durante unos momentos reinó el pesimismo en el grupo, sobre todo en Jallil, que sollozaba como un niño entre las montañas de plomo, pronto nos repusimos como pudimos decididos a continuar. Aciaga broma del destino, o de Rezhias, sin duda, pero el ánimo de este bardo no iba a decaer tan fácilmente. Kalanthe reía satisfecha, murmurando, “os lo dije”.

Y ahora se abría una diatriba con nuestra compañera seguidora de la Dama Infortunio: Si el artefacto que buscábamos, el mal llamado “Espíritu de la Prosperidad” era un objeto vinculado a Rezhias, y nuestro objetivo era destruirlo… ¿Qué iba a hacer Kalanthe al respecto? ¿Iba a permitir tal sacrilegio? Dijo la clériga que quería continuar, por pura curiosidad… pero sin duda deberíamos andarnos con ojo cuando encontrásemos el tótem.

Inspeccionamos entonces el pequeño templo a Fortunna, en ruinas, que estaba a pocos metros de la catedral, sin nada que destacar, a parte de algunas plegarias para intentar espantar la influencia de Rezhias sobre el grupo. En el otro lado de la plaza, había un templo a Geiath, también en ruinas, aunque pudimos oír la respiración de al menos un temible thorila, aquellos simios de 4 brazos que habitaban en las junglas subterráneas de Aezmir.

El siguiente paso lógico pasaba por ir al distrito administrativo, donde antaño, en la cima de un zigurat, se encontraba el objeto que había traído la ruina a Aezmir. Sin embargo, estuvimos un buen rato frente a la portada del templo a la Madre Naturaleza, discutiendo nuestras opciones. El archimago Kharid nos rebeló información valiosa, como que el zigurat donde estaba el tótem estaba rodeado por un campo de fuerza que sólo el gobernante de la ciudad podía desactivar, y que Malek había mandado colocar trampas. Además supimos el nombre del artesano que había creado los “Instrumentos” , Fadl. Por las indicaciones acerca de dónde tenía la forja este artesano, pudimos deducir que habíamos pasado de largo por estar derruida. El establecimiento donde habíamos entrado, y habíamos encontrado armas que resultaron ser, como todo lo demás, falso, pertenecía según Kharid, a Masud, otro artesano de renombre en la fabricación de golems.

Decididos a encontrar algo de valor, nos encaminamos al distrito comercial, y ayudados por nuestro Instrumento de Rebelión, nos pusimos a desescombrar la tienda de Fadl, no encontrando nada de valor tras horas de trabajo. Lo que sí encontramos, o más bien nos encontró, fue una patrulla de Instrumentos de cazabrujas que pudimos despachar gracias a los conjuros de nuestros magos y hechiceros.

Habíamos invertido tiempo y esfuerzo en el desescombro, así que decidimos montar guardia y descansar en un rincón del distrito comercial que juzgamos resguardado.

Ya con nuevas energías, nos dirigimos al distrito de los comunes, pues de allí procedía un sonido como de martillo golpeando metal. Cuando llegamos, en efecto, un espectro de un herrero golpeaba con su martillo rúnico, un yunque, fabricando golems sin descanso a través de los siglos.

Aunque el espectro tenía unas proporciones enormes, tenía rasgos de enano, momento que Naltiria aprovechó para contar a Kharid que los enanos del mundo habían sido extinguidos por un ente malvado en el mundo. Esto pareció afectar más a la frágil mente del archimago que el resto de cosas que le contábamos, y decidió que éramos producto de su febril imaginación, teletransportándose en el acto. Mas poco duró la espantada de nuestro archimago, pues al momento regresó, herido y esputando sangre, pues alguno de sus conjuros había salido mal. Voto a Fortunna que no le había pasado algo peor, como reconvertirse en algo… inenarrable.

Resuelto este detalle, Naltiria se acercó con Jallil para ver de cerca al herrero fantasmal, confirmando nuestras sospechas de que el martillo que blandía era completamente material, y sin duda mágico. Un servidor opinaba que aquel artefacto tendría sin duda poder para controlar los golems que fabricaba. Nos plantemos entonces si dejar que el espectral herrero continuase su eterno trabajo, o por el contrario, sería bueno atacar y hacerse con tal objeto, además de dar descanso al alma atormentada del artesano.

Mientras decidíamos, Neesa exploraba los alrededores, y encontró un volumen qye llevaba por título “Purga de la Prosperidad. En este libro, se relataba con todo lujo de detalles cómo los sospechosos de herejía fueron capturados, y posteriormente torturados, en busca de confesión. Aquellos que morían por las torturas sin confesar eran considerados “puros” y sus almas eran, teóricamente, enviadas a una vida más allá de paz. Aquellos que confesaban, eran abrasados hasta la muerte, preámbulo de su eterna condena. La mente de Neesa aguantó a duras penas la lectura, y nos aconsejó que no leyéramos aquel relato.

Éramos conscientes de que si moríamos en combate contra ese tipo de criatura no-muerta, era más que probable que nos levantáramos como un ser parecido, así que Tenar nos protegió con sus conjuros contra ese tipo de efectos. Tras prepararnos para el combate, era momento de avanzar…

Tan pronto como fuimos detectados, el espectro de Fadl nos acusó de herejía, lo que parecía ser un mantra en aquella ciudad ruinosa; agitó su martillo mágico, y los golems que quedaban en la estancia se abalanzaron sobre nosotros.


La estrategia parecía clara; si Fadl controlaba a los golems, había que derrotarlo lo más rápido posible, con la intención de neutralizar a los constructos. Así que volcamos nuestros esfuerzos en atacar al herrero, que al principio, parecía invulnerable a nuestros ataques, hasta que los magos empezaron a lanzar toda su reserva de conjuros sobre él, con el riesgo que eso suponía. Sólo los dioses saben cómo es que ninguno de ellos terminó transformado en una nueva criatura inenarrable, más aun cuando Fadl intentaba devolver algunos de los sortilegios con su martillo al lanzador.

Lo cierto es que finalmente logramos derrotarlo tras una cruenta batalla, dejando tras de sí su martillo. En el momento que el espectro se desmaterializó, los golems dejaron de funcionar, y pudimos investigar con tranquilidad la forja. Según nuestros expertos en magia, esa forja era una especie de filacteria de Fadl, y su alma estaba ligada a ella, lo que nos hizo sospechar, que si no era destruida, el espíritu del artesano regresaría pasadas unas horas. No obstante, también opinaron que desmantelarla podría enfadar a Rezhias, así que optamos por continuar nuestra aventura hacia el distrito financiero, en pos de encontrar al mandatario, o lo que quedase de él, y el tótem que habíamos venido a buscar.

Tras atravesar los caminos que comunicaban los distritos, finalmente entramos en el barrio que nos quedaba por explorar. Jallil se puso manos a la obra, indicándonos los pasos seguros evitando las trampas, cosa que no hizo que Neesa, despistada, activase una trampa que nuestro pícaro había visto pero no había desactivado.

A medida que nos acercábamos a nuestro enfrentamiento, suponíamos, final, el archimago Kharid parecía más tenso, y nos advirtió del peligro que representaba Malek. Si seguía, de alguna forma, vivo, sería un ser completamente corrompido por el poder del tótem de la supuesta prosperidad, Además, nos informó que en vida, Malek había sido un gran guerrero.

Instrumentos de Inquisición: Construcción y Mantenimiento,

Antes de llegar al zigurat, tuvimos tiempo de investigar la biblioteca, que estaba llena de tomos ajados que se desintegraban apenas los tocábamos, todos excepto tres, que metimos en la mochila para su posterior lectura: Historia Reciente de Aezmir, por la Cronista Shiharad Alfahid, Instrumentos de Inquisición: Construcción y Mantenimiento, por Baraa Adlmir, y Cien Noches sin Luna, por Leyla Vishnu.

También encontramos la vivienda en ruinas de Malek, que contenía su diario en perfecto estado sobre un pedestal. Neesa tomó el libro, pero en su lugar apareció otro igual, y cuando Naltiria lo cogió, apareció uno más. Convencidas de que se trataba de una trampa, decidieron dejarlos… pero a Neesa la pudo la curiosidad, y abrió su volumen, para encontrarse con un texto con poco sentido que intentó atacar su voluntad, Voto a Fortunna, el hada salió indemne de la trampa.

Enviamos a Jallil a despejar más trampas por el distrito, y en una de las ruinosas viviendas, encontró una nueva Turba de Suplicantes, de la que dimos cuenta, no sin antes arrojarles una cota de malla mágica que devoraron. En el edificio donde estaba la Turba, encontramos unas cuantas monedas de platino. A pesar de que sospechábamos que podrían convertirse el plomo más adelante, Tenar las echó a su saca, por si las moscas.

Después de todo esto, decidimos que era hora de enfrentar a Malek, no sin antes tomarnos un descanso para recuperar nuestros conjuros y habilidades. El asueto transcurrió sin incidencias, y Tenar, que apenas necesitaba descansar por su naturaleza élfica, aprovechó para empaparse de uno de los tomos hallados en la biblioteca, en concreto Cien Noches sin Luna. No la dio tiempo a acabarlo, pero a Naltiria pareció molestarle que la elfa lo hubiese empezado a leer, arguyendo que “ya habría tiempo más adelante”. Apenas estábamos empezando a recoger, el martillo salió disparado de la bolsa de Tenar, dirigiéndose probablemente a su legítimo dueño. Fadl estaba regresando, y el tiempo apremiaba.

Tras levantar el campamento, nos dirigimos al Ziggurat, y al llegar a la plaza donde se encontraba, vimos dibujado el símbolo de Velereón en el suelo; símbolo que no tardó en tornarse el de Rezhias, tan pronto como Malek, o más bien su forma espectral, nos puso la vista encima y nos maldijo llamándonos, no se lo creerán vuestras mercedes, herejes. Parecía especialmente enfadado con el archimago Kharid, al que calificó de desagradecido por su piedad. Válganme los dioses, a cualquier cosa llaman piedad en estos días. Kharid agradeció la cortesía tildando de loco a Malek, y lo que pareciera un asunto personal, pronto nos envolvió a los demás.

El combate dio comienzo, y no tardamos en comprobar las habilidades de guerrero de Malek. Portaba un khopesh, y lo blandía con tremenda destreza, repartiendo ataques a una velocidad absurdamente alta. Además, su túnica emitía pulsos eléctricos que dañaban a quienes estaban cerca de él. Para colmo de males, parecía ser capaz de lanzar un rayo que se vinculaba a uno de nosotros; Nuestras conjuradoras sospechaban que si morías mientras el rayo estaba en contacto contigo, tu alma era absorbida por Malek.

La primera en sufrir tal ataque fue Tisaia, y la mujer, mientras disparaba su arco, se fue acercando a Kalanthe para que la sanase. Descubrimos entonces que si te alejabas lo suficiente de Malek, el vínculo que se rompía, así que tratamos de recolocarnos lo mejor que pudimos alrededor del espectro del mandatario.

Los pulsos eléctricos cambiaron de repente a llamas, y llegamos a la conclusión de que eran las gárgolas del edificio las que emitían esta energía cambiante y dañina, así que ordenamos a nuestro fiel gólem que las destruyese, visto que sus golpes no hacían demasiado daño a nuestro enemigo.

El combate iba razonablemente bien, pero en un momento determinado, los golpes de Malek fueron tantos, tan fuertes y tan precisos, que varios de nosotros caímos derrotados en pocos segundos. Cuando el alma de este servidor ya se disponía a abandonar el cuerpo, Naltiria ejecutó un poderoso sortilegio, e hizo que regresáramos en el tiempo unos instantes, suficientes para replantearnos nuestras acciones y acometer el ataque de otra forma, de manera que pudimos evitar la muerte. Fue una sensación, voto a Tlekhal, tan cercana a la muerte que aun tengo algunas pesadillas de mi alma escapándose de entre las heridas del combate.

La poderosa magia de Naltiria nos había salvado el día, y gracias a ella, pudimos asestar los últimos conjuros y golpes a Malek, que cayó derrotado, dejando tras de sí su equipo mágico, y liberando un buen número de almas, que se dirigieron lamentándose al tótem de la “prosperidad”. No teníamos mucho tiempo de celebrar la victoria, por los dioses, pues nuestras magas estaban convencidas de que el espectro de Malek pronto regresaría si no lo evitábamos, de modo que nos pusimos inmediatamente a discutir qué hacer con el objeto que había provocado la caída de la ciudad maldita. Neesa, que había desaparecido un minuto antes, reapareció de nuevo en el mismo sitio, un poco desorientada, no sabiendo que Malek ya había caído. Tras recomponerse, y deducir que había viajado unos instantes en el tiempo hacia el futuro, continuamos con el asunto de qué hacer con el tótem.

Naltiria estaba convencida que destruir el objeto enfadaría a Rezhias de por vida, y no deseaba tener la sombra de la Dama Infortunio sobre ella para el resto de sus días. Su opción era custodiarlo por el momento en una de sus cajas de ébano, para contener su magia y decidir cómo desmantelarlo más adelante. Maelwe, nuestro empleador, debería aceptar nuestras explicaciones en lugar del tótem que ansiaba para su pueblo.

Así lo hicimos, y Naltiria introdujo el objeto en la caja. Apenas cerró la tapa, la ciudad, o lo que quedaba de ella, comenzó a retumbar y derrumbarse, sin darnos tiempo de respirar. Tenar, rápida de acción, invocó un portal de teletransporte a la entrada de la ciudad, que todos atravesamos tan rápido como pudimos para evitar ser aplastados por los escombros.

Apenas nos aparecimos en las afueras de Aezmir, las pocas monedas que habíamos recogido tras la llegada al templo se convirtieron en plomo, como era previsible, y tras ello, en polvo. No así los objetos de Malek, que comprendían nuestro exiguo botín, además de las coordenadas obtenidas en la mansión del señor Wahed; confiábamos que cualesquiera riquezas que allí hubiese, pudiesen ser suficientes para nuestro objetivo.

No habíamos terminado de salir de la ciudad, cuando Neesa, con una cara de absoluto vicio, comenzó a conjurarse todo tipo de mejoras, defensas y otros hechizos, suspirando satisfecha con cada efecto mágico que la rodeaba. Voto a Shindalar que el hada parecía no haber tenido nunca una experiencia tan intensa de placer, ni siquiera en el lecho de su amante.

Kharid parecía confundido, a medida que se daba cuenta de que nuestra historia era verdadera, y realmente se iba a enfrentar a un mundo desconocido 1500 años después de su último recuerdo. Decidió que visitaría a Hyandora, ahora Emperatriz, ya que cuando él recordaba, era la heredera de una parte del reino.

Tenar decidió traer de vuelta a Kalanthe, una vez estábamos a salvo. Nuestra aciaga compañera regresó de nuevo a honrarnos con sus poco halagüeños discursos, con su sonrisa poco feliz pintada en la cara.

Entretanto, Naltiria reparó los objetos mágicos de Malek, que formaban un formidable conjunto de guerrero, con capacidades muy apetecibles; sin embargo, ni el arma ni la armadura eran de nuestro tamaño, pero sin duda se podría adaptar. Tenar parecía la más adecuada para portarlos, aunque por el momento, ya que eran el botín, habríamos de calcular qué parte correspondía a nuestro aguerrido pícaro de alquiler.

Cuando estábamos a punto de salir de la Infraoscuridad hacia el desierto, Tenar nos detuvo, y comulgando con el Altísimo, nos informó que fuera era de noche, una noche, que como saben vuestras mercedes, es mortal en el desierto de Re-Ionnae. Decidimos pues montar campamento, y esperar a que amaneciera, según Tenar, en unas 3 horas.

En ese tiempo, Tenar, Naltiria y Neesa, se reunieron alrededor del fuego, y comenzaron de nuevo a elucubrar, por enésima vez, acerca de los Tomos de Poder y los Artefactos a los que llevaban. Voto a los dioses, que cada vez que se tomaba una decisión acerca de ellos, nunca era definitiva…

Y es que Naltiria deseaba a toda costa cambiar el statu quo de nuestro mundo, dividido en mortales y dioses, convencida además de que había un ente no divino haciéndose pasar por un dios importante en el Panteón. Y la única forma de alterar ese orden, parecía pasar por reclamar aquellos Artefactos que una y otra vez, se cruzaban en nuestro pensamiento.