Entrevista en el Cetro - I


Nunca pensé que conseguir un trabajo en una taberna requiriera una entrevista previa, pero ahí estaba, sentada frente al dueño, un enano pelirrojo con una gran barba decorada con grandes broches de Mithril, hablando animadamente de mi pasado y del camino que me había llevado a aquel lugar.



La verdad es que "El Cetro Mágico" es una de las mejores posadas de la ciudad, (del mundo diría su dueño).

Todo el mundo cuando se enteró de que me iba a entrevistar con Kenowy, que así se llama el posadero, me felicitaban y me decían que aquel sería un gran paso en mi carrera.

Es cierto, que es la posada más grande de Sagata, y en su escenario han actuado los mejores artistas, como el famoso Bardo Eldwin, y otros ilustres nombres.

Pero haber recibido una invitación para entrevistarme con Kenowy, me había extrañado, no podía creer que una simple bailarina como yo, hubiera llamado la atención de gente tan importante.

Pensar que hacía no muchos años, tenía que trabajar quitándome la ropa, para poder llevarme un trozo de pan a la boca, y ver como habían cambiado las cosas desde entonces, me daba esperanzas de que todo comenzaría a ir mejor.

Conversábamos desde hacía unos minutos, y quizá por los nervios, o por el ambiente acogedor de aquel lugar, con cada nueva pregunta, mi mente se trasportaba a lugares distantes, tanto en el tiempo, como en la distancia, lugares y sucesos que creía olvidados.

Incluso en algunos momentos, sentía como las lágrimas acudían a mis ojos, o el rubor aparecía en mis mejillas.


- ¿Dónde naciste? ¿De dónde vienes? – Me pregunto con voz amigable.


Mi mente se trasladó a aquella mansión que, hacía las veces de orfanato, donde tantos y tantos niños nos apretujábamos para darnos calor unos a otros…

Sentí el miedo que teníamos en aquella época, cuando llegaban aquellas gentes con capucha y elegían a niños y se los llevaban, en muchas ocasiones enjaulados.

Rápidamente repasaba aquella época, recordando aquellas sensaciones que había dejado atrás. Momentos divertidos jugando con mis amigos, momentos alegres, cuando investigábamos aquel enorme lugar y encontrábamos algún tesoro.

Momentos tristes, cuando se llevaban a algún conocido, y momentos de terror cuando alguien a quien jamás vi la cara me eligió a mí, y me encerró en un carromato con barrotes sin saber nada de mi destino, ni de que sería de mí.

Debí de dar un grito, cuando recordé aquello, porque Kenowy, apoyo su mano en la mía, una cálida mano, que con firmeza me devolvió a la realidad, por unos instantes.

Tras un instante de silencio una nueva pregunta me llevo lejos de nuevo.

- Y después, ¿dónde te llevaron?

Sin saber muy bien cómo, me encontré en aquel barco a donde me llevaron, donde pasé varias semanas de viaje, encerrada en una celda, junto con otras personas.

Hasta que una noche, una tormenta azoto el barco, los vaivenes nos obligaban a agarrarnos fuertemente a los barrotes, hasta que, tras un gran golpe, el agua comenzó a entrar.

El barco se hundía, y nosotros con él. Recordé, como el agua estaba a punto de ahogarme, y justo en ese instante una fuerte explosión resquebrajo el casco y nos expulsó hacia el fondo del mar. Todo se volvió negro.

Agitando la cabeza regrese a la taberna, junto a aquel enano al que me aferraba, como me aferre a la vida aquella noche.

Kenowy me miro con ojos serios, pero llenos de bondad, y casi como un suspiro me pregunto de nuevo.


- ¿Y dónde despertaste?

Cerré los ojos y al volver a abrirlos estaba en una playa, semi desnuda, y dolorida.

Un hombre me encontró y me ayudo. Junto a él, viaje hasta una ciudad llamada Cans, una gran ciudad, como nunca había visto. Me dejo en un orfanato a las afueras, ya que por aquella época yo tendría unos 11 u 12 años.

Y allí viví durante un par de años.

La voz de Kenowy, me devolvió a la realidad.


- ¿Recuerdas algo de aquel hombre?

Como un torbellino los recuerdos acudieron a mí, era un hombre negro, fuerte, pero a la vez que ágil, llevaba ropas negras, pero conmigo fue muy amable. Axel recuerdo que se llamaba.

Regrese a la taberna, junto a Kenowy, que asentía mientras me miraba fijamente a los ojos.


- ¿Qué fue de tu vida tras el orfanato? Me pregunto meditabundo.

Viví en aquel lugar un par de años, hasta los 13 o 14 años, cuando ya no pude soportarlo más, era un lugar muy estricto, y sus normas no eran justas, así que una noche decidí escaparme. – Le conteste tranquilamente.

Cuando acabe la frase, mis ojos se clavaron en los suyos, y aquella sensación casi olvidada regreso a mí. Volví a estar en aquel orfanato, en aquel cuarto oscuro, tan familiar para mí, donde me encerraban cuando me portaba mal, o no hacía mis tareas.

No sé cómo sucedió, pero un incendio se había provocado y el humo negro y denso como la noche lo cubría todo. Oí gritos y llantos por todas partes, las Sras. que nos cuidaban se habían despertado e intentaban sacar a los niños y las niñas de sus respectivas estancias. Pero al parecer las salidas habían quedado bloqueadas. De mi se habían olvidado.

Así que supe que tendría que salir de allí yo sola. Me cole por uno de los conductos de ventilación y a tientas, ya que no podía ver nada, llegué hasta una de las aulas que estaba ardiendo, el calor era insoportable, pero de alguna forma, conseguí saltar a través de una ventana y caí a la calle.

Las Sras. habían logrado desatrancar una de las puertas y sacaban a quien podían de allí dentro. Tiempo después descubrí que hubo muchos muertos en aquel incendio.

Yo por mi parte, huí de allí.

Con el ajetreo y la cantidad de gente que comenzó a llegar, pude escabullirme y alejarme, para nunca volver.

Cuando levante la mirada Kenowy me observaba.


- Lentamente me pregunto. ¿Y después de aquello a donde fuiste?

Me encontré caminando de nuevo por muchos caminos, robando la poca comida que podía, para intentar alimentarme. Hasta que un día, sucedió algo que jamás he podido olvidar.

La calle estaba abarrotada de gente, era día de mercado y era un buen día para conseguir algo de comida, me movía buscando un puesto donde poder actuar sin que me vieran.

De repente, oí esa voz, esa melodía, que me guió hacia un callejón, y allí estaba ella.

Una mujer alta rubia, guapísima, con el pelo largo y un violín en las manos, su dulce melodía me había guiado hacia ella.

- Hola pequeña, ¿estás bien?

A duras penas pude asentir con la cabeza.

- Sabes, me recuerdas a ella. – Eres tan cabezota, y estas tan perdida como lo estuvo ella. – Ven sígueme.

Comenzó a caminar, y sin darme cuenta de que mis pies se movían, la seguí. Me guio por varias calles hasta llegar a un teatro, un gran teatro donde se representaban obras famosas y números musicales.

Llamo a la puerta y un señor mayor la abrió de par en par. Vestía con escasa ropa, y extraños vendajes. Además, llevaba la cabeza completamente afeitada.

- Buenas Dum, esta es la chica de la que te hable, necesita un lugar donde vivir. ¿Puedes ayudarla? - Por supuesto, por ti lo que haga falta. – Contesto el hombre calvo.

Se agacho y mirándome a los ojos, me hablo.

- Cuídate mucho Aysha, se valiente en tus decisiones, y se fiel a tu corazón. Aquí siempre tendrás un lugar donde vivir, sin preguntas. Se libre.

Sin más, me dio un beso en la frente, y allí quede junto aquel hombre. Mirando como se alejaba como un ángel bajado del cielo.

La luz me cegó unos instantes y al abrirlos volvía a estar junto a Kenowy en aquella posada.


- ¿Volviste a ver a aquella mujer?

No, tengo como una sensación de que siempre está a mi lado, y aun algo en mi interior espera que cuando el sol brilla en algún callejón aparezca de nuevo. Debo agradecerla lo que hizo por mí.


- ¿Tanto cambio eso tu vida?

Comencé a recordar el olor a Manzanas asadas, que Dum, preparaba todos los domingos.

Recordé aquella cama en la buhardilla donde despertaba con los rayos del sol. Las largas jornadas aprendiendo a leer y a escribir, y las charlas interminables sobre filosofía y teatro.

Dum, me alimentaba y me cuidaba, nunca me pidió explicaciones y muchas veces las merecía, pero nunca me las pidió.

- Realmente sí. – Conteste a Kenowy.

Kenowy se sonrió levemente.


- ¿Y cómo comenzaste a bailar? – pregunto tras unos instantes.

Llevaría un año viviendo en el teatro, cuando una agrupación de bailarines fue contratada para pasar allí una larga temporada actuando.

Como es normal eso llamo mi atención, me pasaba el día con las chicas del ballet. Aprendiendo sus movimientos, imitándolas y descubriendo mis límites.

Comencé a recordar aquellas mañanas con las bailarinas, practicando, aprendiendo movimientos nuevos y descubriendo sensaciones ocultas para mí, hasta el día en que descubrí mis límites y me disloqué el hombro.

Pero aun con el brazo vendado seguí bailando… algo en mi interior había despertado, y aún sigue despierto.

Aunque tuve algunos problemillas también por su culpa.

Mire a Kenowy, con una mirada cómplice.


- ¿Una adolescencia rebelde? - pregunto con una sonrisa.

Mi mente me llevo a mi adolescencia, cuando necesitaba bailar para sentirme viva. Aquella agrupación se había ido, pero para mí la vida había cambiado.

Y como sentía esa necesidad en mi interior, busque la opción más rápida y fácil, además de una que me daba mucho dinero.

Comencé a hacer bailes eróticos.

Había un local llamado “La Dama de Tréboles”, donde tenían un escenario, y las chicas hacían striptease, y bailes eróticos.

Todo comenzó como un juego, pero me gusto. Además, ganaba mucho dinero, y casi nunca me tocaba ningún hombre.

Allí conocí a uno de mis primeros amores, Akinyemi, un chico negro muy guapo, con unos ojos preciosos, que me volvía loca, acudía de vez en cuando por el local, seguramente por negocios, aunque nunca le pregunte.

Recuerdos de lujuria y pasión acudieron a mí, mientras pensaba en Akinyemi, recordaba lo bien que lo habíamos pasado y aquellas mañanas cuando tenía que salir por la ventana de su habitación para que no me descubriera su familia.

Además, gracia a él, conocí a Rolan, eran de la misma pandilla, nos juntábamos casi todas las tardes y nos divertíamos mucho juntos.

Pero Rolan vivía cerca del teatro y muchos días me acompañaba cuando regresábamos, y unas cosas llevaron a otras.

Mi mente me llevo a la noche en la que nos besamos por primera vez, era tarde y volvíamos de haber tomado muchas cervezas, yo me agarraba a él, y le iba desabrochando los botones de su camisa, mientras le preguntaba si tenía los pectorales como los de Akin.

El me miraba, y entre risas me decía que no todo eran los pectorales, que también importaban otras cosas.

- ¿Como cuál? – Le pregunte.

- Como esto… - Me contesto.

Y me beso, uno de los besos más dulces que jamás he recibido.

Volví a sentir la lujuria y pasión que sentí en aquella época.
Aunque también recordé la impotencia y desesperanza que sentí cuando Rolan me dejo, porque no quería que nada le separara de su amigo.

Y las lágrimas acudieron a mis ojos.

Kenowy apretó mi mano, y con la otra saco un pañuelo de seda, y seco mis mejillas.

- Nunca me ha gustado ver a una dama llorando. ¿Qué paso después?

Aunque eran mis amigos, y les tenía mucho cariño, me despedí de ellos y me fui una temporada.

Recordé aquella noche de despedida, tan intensa. Pero a la vez tan triste.

Marche a Bisak, y durante un tiempo me gane la vida bailando en la calle, pero al final la calle da poco dinero, así que encontré otro lugar donde bailar haciendo estriptis.

Vivía en la buhardilla de aquel local, y ayudaba a limpiar a cambio de poder practicar en el escenario durante el tiempo que estuviera cerrado.
Durante casi un año viví en aquella ciudad, y como casi no gastaba dinero, conseguí ahorrar bastante.

Además, conseguí la fortaleza mental suficiente para volver a lo que había olvidado que llamaba hogar. Junto a Dum, y a mis amigos en Cans.

Me sentía feliz, deseaba emprender un nuevo camino, volver a actuar en la calle, y conseguir llegar a un escenario de verdad.

Abrí de nuevo los ojos y miré fijamente a Kenowy.

Él me miro sin decir nada durante unos instantes. Hasta que finalmente volvió a hablar.
- ¿Te apetece comer algo?, Arky, prepara un cordero asado que esta para chuparse los dedos. Después seguiremos, fijo que Obi está deseando que le cuentes como llegaste a hacerte tan famosa.

- ¿Obi?, ¿se refiere al Padre Obi?, ¿el Sacerdote Celeste?

- Si claro, mi hermanito me pidió que hablara contigo. Me ha dicho que, “Sabes muchas más cosas de las que sabes”. A veces dice cosas muy profundas. Pero, sé que, si él lo dice, es verdad.

Tras decir eso, se levantó y me indico que le siguiera hacia la zona privada de la posada, donde Arky y varias voces más conversaban animadamente.

- Luego seguiremos. Creo que nos llevaremos bien. Me da en la nariz.

Comento el enano mientras se tocaba la nariz y soltaba una risotada.




Toni - Epílogo




Toni miraba en silencio a su alrededor, entre incrédulo y triste. La Comarca que había conocido, alegre, feliz, a salvo, era ahora cenizas, un yermo y desolador paisaje en el que apenas nada era reconocible.

Tiznados de hollín, Ayshane, River, Dormud y él mismo, caminaban entre las Cenizas de lo que fuera Ciudad Luna Llena. Ni siquiera sabían qué buscaban, o si en realidad no buscaban nada. Caminaban sin rumbo, y con cada paso, se levantaba una pequeña nube de polvo de ceniza que los ensuciaba aún más.

Toni tenía la mirada perdida. Había permanecido en silencio, como todos, mucho más tiempo que jamás en su vida.

Pensó en sus padres. Hacía tanto que no los veía. Posiblemente, al igual que la mayoría de habitantes de la Comarca, ahora serían cenizas. Después de haber recuperado a su padre, lo había vuelto a perder.

Pensó en Ariel, y en David, y en medio de esos pensamientos, se colaron las tres elfas emisarias de Ciudad Isilme. Fue el único momento en que su gesto de incredulidad desapareció un instante, mientras sonreía pensando en aquella noche; Pero sólo fue un segundo.

Pensó en Pueblo Luna, y en su lago, y en el escondrijo donde jugaba de niño. Y se dijo a sí mismo, mirando la destrucción a su alrededor, que sería mejor no viajar para comprobar en qué estado estaba todo aquello.

Porque todo lo que Toni había conocido hasta entonces, había desaparecido, consumido por Amable, y el Coloso, y sus huestes. Todo se había perdido.

Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, dejando surcos en sus ennegrecidas mejillas a medida que caían. No sabía en qué momento se había acercado, pero River puso la mano en su hombro; Se miraron, y no hicieron falta palabras. Ambos sonrieron, pero no era una sonrisa de felicidad. Era esa sonrisa cansada, esa sonrisa que dice, al menos estamos vivos. Y ahora, ¿qué?

- Ayshane y yo partiremos. Volvemos al camino – dijo River.

- Contad conmigo – respondió Dormud.

Toni miró a los tres, y aún con lágrimas nublando su vista, se sorbió la nariz con la manga, embadurnándose aún más la cara. Antes de contestar, tocó algo con el pie. Era la empuñadura de una espada. La espada de Aragail. Se agachó a recogerla. Cortó el aire con ella, y la sopesó en su mano. Miró de nuevo a sus amigos.





- Ya nada me ata a este lugar – respondió finalmente- Ni a ningún otro. Mis únicos lazos con el mundo sois vosotros, y Marla, allá donde esté.

- La encontraremos – intervino Ayshane.

- No me puedo creer que esto haya acabado así – continuó Toni, conteniendo el llanto, y alzando su vista al horizonte – Maldita sea. Maldito Argail, maldita Izbrith, maldita Clara. Malditos todos los que con sus decisiones nos han llevado a esto…

El explorador, derrotado, irrumpió finalmente en sollozos, y calló de rodillas mientras soltaba la espada de su antiguo compañero.

- Todos hemos cometido errores, Toni – River se había puesto en cuclillas a su lado – Y todos somos responsables en mayor o menor medida. Pero debes recordar, que fueron Amable y sus secuaces, los principales culpables.

- Y nosotros no supimos detenerles. Nos preocupamos más de nuestras asuntos personales que de salvar esta tierra, nuestro hogar.

- Aprendamos de nuestras malas decisiones. Pero debes levantarte y seguir adelante - River abrazó a Toni mientras contestaba.

- No sé si quiero seguir luchando. Ya no hay nada por lo que quiera luchar. - Toni devolvió el abrazo.

- Viaja con nosotros. Quizá encuentres un nuevo hogar… Y mientras, podrás disfrutar de mis bailes, las canciones de River. - Ayshane se había acercado.

- ¡Y de mi compañía! - dijo Dormud unos metros más allá.

Toni se liberó suavemente del abrazo de River, la miró a los ojos, y en ellos vio esperanza. Miró a Ayshane, que estaba de pie, con una mano en la cadera, mirando a sus dos amigos. Finalmente, dirigió la mirada a Dormud, el monje.

- Y tú, ¿Quién decías que eras?

Los cuatro rompieron a reír, Dormud se acercó, tendió la mano a Toni, que la aceptó, y se levantó de un salto. Echaron a andar entre los restos de la ciudad, dirigiéndose al sur.

Cuando apenas habían dado unos pasos, Toni se llevó la mano al pecho, y se arrancó de cuajo la insignia del SI, dejándola caer al suelo.

- Supongo que este es el fin de La Sombra…

- Todo final es el comienzo de algo nuevo – dijo River.

- Pues hagamos algo mejor.


Toni - Historia Inicial



Mi nombre es Antonio Carretero , aunque no me gusta ninguno de los dos, así que todos me llaman Toni . El apellido no tiene mucho misterio, pues mi padre se dedicaba precisamente a eso. Y yo iba para lo mismo.

Nací en Villa Minaoeste, y los primeros recuerdos que tengo de mi familia son a mis padres tiznados de hollín hasta las cejas, riendo al lado de su carreta llena. Mi padre, un respetado Carretero de nombre Martín, transportaba carbón por toda la Comarca, y durante los meses de verano, cuando la demanda bajaba, y yo no tenía escuela, me llevaba con él. La vida era apacible, y yo esperaba con ansia el período estival, tras la fiesta del Solsticio. Justo el día antes era el último de clase, y apenas llegaba a casa, me ponía a preparar el petate para el viaje con mi padre, mientras mi madre Míriam reía. Luego, a escondidas, ella sacaba todas los cachivaches que había metido, y metía cuidadosamente ropa y calzado, y algún juguete escondido en medio.

Cada año hacíamos el mismo recorrido: Primero a Ciudad Crepúsculo, la parada que menos me gustaba: El olor a boñiga me parecía insoportable. Procurábamos parar lo menos posible, pero allí el negocio era bueno, y a veces necesitábamos más de un día. Luego, subíamos a mi parada favorita, Pueblo Lena. Aunque el pedido era mucho más pequeño que el de Ciudad Crepúsculo, como mi padre sabía que me encantaba, al principio nos deteníamos allí una semana, y a medida que pasaron los años, más tiempo. Y es que durante los primeros años, hice amistades allí. Mientras mi padre comerciaba con su carbón, yo me escapaba a un pequeño rinconcito de las fuentes termales, donde más niños de mi edad y otros más mayores, nos bañábamos despreocupados, y jugábamos desnudos. Descubrí el escondite por accidente, siguiendo a otro chico de mi edad, y me enamoré de aquel lugar al instante. Excavado de manera natural en la roca, el agua estaba a una temperatura ideal, la piedra formaba una semicubierta en el pozo, y había varios salientes en las paredes desde donde nos tirábamos al agua de diferentes maneras. Aquella semana era la más feliz para mí, y pasaba el resto del año esperándola.

Luego, dábamos la vuelta, y pasando de largo por Ciudad Crepúsculo, nos dirigíamos a Pueblo del Amanecer, para encaminarnos después a Ciudad Luna Llena. La Gran Ciudad, como la llamaba mi padre, siempre bullía actividad, y había cientos de cosas que ver y explorar. Era mi segunda parada favorita, y era diametralmente opuesta a la semana de Lena. Allí, yo solo, sin amigos, y con mi padre liado varios días, me escabullía
por los rincones de la Ciudad hasta que me la conocí como la palma de mi mano. Cada rincón que descubría era una aventura en mi cabeza, donde derrotaba a cientos de Esfixies con una mano atada a la espalda. Recorría las calles con agilidad, como si hubiese vivido allí siempre. Luego, nos íbamos de la ciudad, y dependiendo del año, en ocasiones íbamos a Villa Minasur, donde solíamos descargar un buen pedido para no tener que regresar al año siguiente, y cada tres o cuatro años, nos dirigíamos a Ciudad Isilme. Allí, los Elfos nos recibían con sonrisas, pero nos registraban de arriba a abajo, y nos escoltaban todo el rato, hasta que llegábamos a las forjas, dejábamos nuestro carbón, y nos volvían a escoltar de vuelta. Nos invitaban a comer sus extrañas viandas, un poco sosas pero muy nutritivas, y nos despedían con la misma sonrisa que nos habían recibido. Nunca me atreví a escabullirme como lo hacía en Luna Llena, pues notaba los ojos de los Elfos clavados en mi nuca.

A la vuelta, y dependiendo de si habíamos ido hasta Isilme o no, algunos años volvíamos a Lena. Mi padre solía calcular el viaje para que yo estuviera dormido cuando llegábamos al cruce que llevaba a casa, para darme una sorpresa cuando llegábamos de nuevo a Crepúsculo. Eso significaba que íbamos de nuevo a Lena, y yo le abrazaba y besaba para agradecérselo.

Fui creciendo, los años eran todos parecidos, y a mis 15, en la parada en Lena, tuve mi primer amor. Ese romance de verano. Ariel. Cómo olvidar su nombre. La conocía de hacía años, pues coincidía con ella en Lena cada verano. Era la única muchacha élfica del grupo. Pero aquel año todo cambió, sería la adolescencia, el sol, las aguas. El caso es que supe lo que era besar a una mujer, y otras cosas que omitiré aquí. Le pedí a mi padre que me dejara en Lena, y me recogiera a la vuelta. Con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa cómplice, aceptó, y a pesar de las mariposas en el estómago que sentía por poder pasar más tiempo con Ariel, sentí un pequeño remordimiento cuando mi padre agitó la mano mientras dejaba el pueblo. Fue un verano mágico, y con ojos de enamorado, todo parecía más bello y feliz.

Pero como todo lo bueno, llegó a su fin, con un último beso dulce y largo, me despedí de Ariel, y subí en el carro de padre, que miraba para otro lado mientras me despedía. Ariel me enseñó las primeras palabras de élfico, el idioma más bello que jamás he oído. Y otras cosas que también omitiré.

Escribí a Ariel durante el año, y ella contestó a mis cartas. Y me contó que se había enamorado en Isilme, y que ese año no volvería a a Lena. Estuve triste unos meses, e incluso me planteé no ir con mi padre aquel verano, pero finalmente hice el petate, esta vez con ropa, y subí a la carreta.

Y aquel año volvió a surgir el amor, pero aquella vez fue más extraño. Un muchacho que no había visto otros años, David. Unos juegos inocentes a la luz de una hoguera, que utilizábamos como excusa para intentar besar a chicas. Una broma acerca de a dónde apuntaba la botella, y un beso fugaz entre risas de los demás. Y de repente, estaba sintiendo lo mismo que con Ariel, o incluso más intenso. O quizá lo recuerdo más intenso porque es más reciente. O quizá se me quedó grabado a fuego por lo que vino después. De nuevo, pedí a mi padre quedarme. En esta ocasión no lloró, pero de nuevo vi en sus ojos esa mirada triste de padre que siente que su hijo ya no es un niño, y pronto lo perderá. De nuevo una mano en el hombro, un abrazo, y esa mano agitándose en el aire, mientras me dejaba. Y ya nunca volví a verlo.

David tuvo que irse de vuelta a su casa en Luna Llena, y se suponía qu e mi padre llegaría al día siguiente. Después de un par de días, me empecé a preocupar, y además, el dinero empezaba a escasear. Así que me fui a un guardia y le expliqué la situación. Me acogieron en el ayuntamiento, y me dieron una litera donde dormir, mientras intentaban localizar a mi padre. Y nunca lo consiguieron. Volví a casa gracias a la caridad de la gente, que me llevaba en sus carros y caballos a tramos, según les venía bien en su recorrido, e hice a pie el resto del camino hasta casa. Mi madre y yo lloramos, y dimos por perdido a padre, aunque nunca hemos sabido qué le ocurrió, pues ni él ni su carro aparecieron. Nunca habíamos tenido problema de dinero, pues padre traía suficiente a casa para vivir, pero de repente nos vimos sin trabajo y sin carro. Así que tuve que buscarme un trabajo. Probé como aprendiz en algunos oficios, y aunque algunos no se me daban mal, tampoco conseguía concentrarme. Escribí a David un par de cartas, que no me contestó. Así que tras probar incluso como minero unos días, decidí hacerme el petate e irme a Ciudad Luna Llena, en busca de una oportunidad. Desde allí, si lograba un empleo, intentaría mandar algún dinero a madre, que ganaba unas pocas piezas de plata para sobrevivir, haciendo algunos trabajos de costura para los vecinos.

Recorrí las calles de Luna Llena como cada verano, en busca de una oportunidad. Y entonces la casualidad se cruzó en mi camino. Salía de una callejuela estrecha que daba a una de las vías principales de la ciudad. Tropecé con un hombre que venía corriendo, pero con la cabeza vuelta. Ambos caímos, y otros dos muchachos pasaron corriendo. Y detrás, guardias. Acababa de “cazar” a un peligroso delincuente, que fue detenido y desterrado unas semanas después. El sargento de la guardia que estaba al mando del grupo que perseguía a los criminales, se acercó a mí y, con aliento entrecortado me preguntó si no estaría interesado en alistarme en la milicia. Bueno, y ¿por qué no? Con 17 recién cumplidos, comencé el adiestramiento, y descubrí que se me daba bien manejar la espada y el arco, pero no tan bien pujar las pesadas armaduras de los soldados corrientes. Tras unas cuantas misiones, una noche, un grupo de pequeños rateros salió huyendo de la Ciudad hacia el este, en dirección a Ciudad Marea. Les seguimos hasta llegar al linde del bosque de los Elfos, y comenzamos a  perseguirlos en su interior. Me sentía extrañamente cómodo entre árboles y maleza, y a pesar de que tuve que dejar atrás a algunos compañeros cuyas armaduras empezaron a serles pesadas tras días de persecución, finalmente les conseguimos detener cuando estaban a punto de llegar a Iselme. A la vuelta, el sargento de mi grupo remitió informe a su superior acerca de mí, y me cambiaron de destino: Iba a ser Explorador.

Durante el entrenamiento de explorador en Bastión Roca Lunar, me di cuenta de que eso era lo que quería ser. Aprendí a mejorar mis capacidades para rastrear, ver más allá de lo obvio, y por supuesto, mis habilidades para el combate. No me gustaba mucho la disciplina militar y todo eso, y de hecho tuve algunos encontronazos con mis instructores. Pero bueno, yo quería aprender, así que hacía de tripas corazón e intentaba obedecer lo mejor que podía, que no era mucho, pero era suficiente.
Y de repente un día, cuando estábamos a punto de acabar la instrucción, uno de los jefes de los exploradores, una figura encapuchada que siempre nos observaba desde lejos y al que jamás habíamos visto la cara, se acercó a mí.
- ¿Toni? Acompáñame. Tenemos que hablar acerca de tu próximo destino.