Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.

Laertes (III)

Dedicó los siguientes meses a explorar minuciosamente los alrededores de Tysalevia, peinando cada centímetro haciendo círculos cada vez más amplios, y finalmente, encontró la entrada que usaban los drow. Asegurándose de recordar exactamente dónde se encontraba, regresó a la ciudad para buscar con quien emprender la aventura. Adentrarse en el Inframundo no es un paseo, y Laertes lo sabía, así que tras indagar en tabernas locales, fue reclutando un grupo capaz con el que emprender su aventura. Cada uno de los miembros tenía sus propias motivaciones para bajar: así, Amy, la guerrera humana de Tyrash, sólo buscaba hacerse un nombre para aspirar a aventuras más importantes. Una incursión a la Infraoscuridad le pareció una buena oportunidad. Para el pícaro Oleg, gnomo allionita, cualquier aventura en la que pudiera demostrarse a sí mismo que era competente, y además pudiera hacerse con botín, le parecía bien. Por último, para Servan, semielfo paladín de Khala estariano, no estaba del todo claro por qué quería aventurarse ahí abajo, aunque el resto del grupo sospechaba que simplemente era una excusa para acompañarlos y darles sermones.


Nadie quería hacer guardia con Servan, una vez se metieron por el acceso, pues no soportaban las interminables peroratas acerca de la virtud, el honor, y la bonhomía. A Laertes le parecían especialmente pesados, más aún cuando el paladín le miraba a los ojos, y le decía:


- Veo la semilla del bien en ti. Muy profunda, enterrada, pero se intenta abrir camino. No la dejas, pero sigue viva.


- Vete a tomar por saco, Servan. Déjame en paz.


- En paz estarías si escuchases a tu corazón.


- No tienes ni idea de lo que mi corazón dice o deja de decir, cansino.


- Quizá lo sepa mejor que tú mismo.


A medida que avanzaban por los pasadizos, se fueron encontrando algunas patrullas, compuestas por drows y gnomos svirfneblin. De algunas tuvieron que esconderse, por ser muy numerosas, y atacaron a otras, más reducidas. Ninguna era de la casa Lhoereb, lo que desilusionó un poco a Laertes. Se aproximaban a la primera población, una pequeña ciudad que no aparecía en los mapas que se habían procurado, aunque eran conscientes de que esto podría suceder, puesto que esos mapas eran muy antiguos y desactualizados. Discutieron acerca de la mejor táctica para pasar esta población, y decidieron que Amy se hiciera pasar por mercader, y el resto serían su escolta. Servan no estaba de acuerdo, pero por el bien del grupo, escondió finalmente su símbolo sagrado. Los drows miraron a los extranjeros con una mezcla de desinterés y desprecio, y les dejaron entrar en la ciudad sin mucho problema, aunque les hicieron pagar un portazgo a la entrada.

Recorrieron las extrañas calles, tan distintas de las de la superficie. Atraían miradas como forasteros que eran, pero enseguida cada cual se volvía a lo suyo. Preguntaron aquí y allá por la familia Lhoereb, pero nadie se dignó ni a girar la cabeza. Ni siquiera cuando ofrecieron dinero.

A Laertes le estaba empezando a hervir la sangre, y Servan le puso una mano en el hombro, tratando de calmarlo. El humano respiró despacio, tratando de contener las ganas de sacar su arma y ponerse a disparar en todas direcciones. Salieron del asentamiento por la puerta contraria a la que habían entrado, y les cobraron un nuevo impuesto. Cuando se alejaron lo suficiente, Laertes explotó, y comenzó a gritar.

- ¡Me los voy a cargar a todos! ¿Me oís? ¡A todos!

- Cálmate, o harás que nos degüellen – dijo preocupado Oleg.

- Sí, cálmate, Laertes. Si te matan aquí abajo, nadie recordará tu sacrificio ahí arriba – dijo Servan con su habitual tono tranquilo, señalando con su dedo a la bóveda de roca y tierra.

- ¡Bah, a la mierda! Vamos a la ciudad que marca el mapa, y espero que siga siendo una ciudad, y no unas ruinas centenarias.

Laertes emprendió el camino, y los demás se encogieron de hombros y le siguieron.

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Tras unas jornadas de viaje, llegaron a la ciudad, que seguía en pie, para alivio de todos. Pagaron el impuesto a la entrada, y tuvieron que esperar a que un perito revisase una a una las monedas, pues los drows no se fiaban de la mercader y su séquito. Recorrieron las avenidas en dirección al barrio noble, en busca del emblema del Escorpión, y finalmente, dieron con la hacienda. No era de las más lujosas, pero la vivienda no era pequeña, y tenía un buen patio. Laertes estuvo a punto de cargar contra el par de guardias que custodiaban la puerta de la verja que delimitaba la propiedad, y de nuevo fue Servan quien lo detuvo justo a tiempo. Arrastraron al ex-druida a una taberna, donde pagaron unas bebidas a un precio bastante inflado, y comenzaron a susurrar.

- Hay que trazar un plan. Intentar concertar una cita. Que Amy diga que quiere comprar esclavos, o algo así – propuso Oleg.

- No suena mal – contestó la guerrera.

Consiguieron la audiencia para un par de semanas después, así que tuvieron que alojarse en una posada cercana a la finca Lhoereb, desde cuya ventana veían la entrada principal. Laertes apenas durmió esos días, consumido por la impaciencia, la venganza y la emoción. Pronto reclamaría justicia, y poco le importaba si luego toda la ciudad le caía encima y lo descuartizaban. Había de aniquilarlos a todos. No pensaba en nada más allá, convencido de que después todo se acabaría. Moriría en paz. Se dio cuenta de que eso conllevaba sacrificar a sus compañeros, cosa que durante una fracción de segundo lo entristeció, pero al momento la ira ciega ya había borrado aquel fugaz pensamiento.

Para desgracia de Laertes, y como era de esperar, cuando les hicieron pasar a la audiencia, no les recibió la matriarca, si no un secretario que fue haciéndoles preguntas acerca de los negocios que deseaban tener con la señora Lhoereb. El humano, de nuevo como un animal enjaulado, se contenía a duras penas de cargar contra los guardias presentes durante la charla. Amy tenía buena labia y había preparado el guion, así que la negociación fue más o menos bien. Adelantando una generosa suma de dinero, que pensaron, quizá sería a fondo perdido, les citaron de nuevo a un mes vista, esta vez con la matriarca Schzitsva Lhoereb, para llevar a cabo una transacción de una docena de esclavos, que se suponía que el grupo quería comprar. Habían pedido humanoides en buena forma, luchadores, con la idea de romper sus cadenas y que les ayudasen a atacar a los drow y sus guardias, y con la ayuda de esos aliados, escapar después a toda prisa, llevándose todo cuanto pudieran por el camino; Servan dijo que él renunciaba a cualquier objeto saqueado, y guardó silencio acerca del resto del plan. El paladín parecía cariacontecido, y apenas habló durante las siguientes semanas, mientras esperaban su cita.

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Les condujeron por la vivienda hasta el sótano, lo que les pareció un tanto sospechoso. Les hicieron esperar en una sala bastante diáfana, con un escaño de madera recorriendo una de las paredes, un par de antorchas colgadas en los muros y una única puerta de acceso. Era bastante grande, y seguramente se tratase de algún almacén. La puerta se abrió, y entraron dos hombres drow embutidos en armadura negra, con la heráldica del Escorpión en sus escudos. Tras ellos, tres mujeres, la del centro con un gran parecido a Maegamp. Finalmente, otros dos guerreros con armaduras, que cerraron la puerta tras ellos.

- Bien, bien, ¿qué tenemos aquí? - habló la mujer del centro, sin duda, por sus lujosas ropas, la matriarca – un peculiar grupo que dice querer comprarme una docena de esclavos fuertes y listos para luchar.

- Y no los veo por ningún lado – dijo Amy, tomando su papel de líder.

- Ni los verás, querida. Hedéis a chamusquina desde kilómetros. Pero antes de mataros, os voy a dar la oportunidad de que me contéis quienes sois, y si me divierte la historia, quizá os haga sufrir poco.

El grupo fue a echar mano de sus armas, pero una de las otras mujeres conjuró inmediatamente, y el grupo quedó paralizado.

- No, no, no, nada de armas por ahora – dijo Schzitsva moviendo de lado a lado su índice derecho.

- Aniquilaste a mi pueblo, maldita zorra – dijo Laertes, paralizado, pero descubrió que podía hablar – no dejaste más que cenizas.

- Pobre macho, se quedó sin amigos – dijo burlonamente la matriarca, fingiendo lloriquear – Espero que tengáis una excusa mejor para haber venido hasta aquí a morir.

Amy fue a abrir la boca, pero cambió de opinión.

- Habla, querida – dijo Schzitsva con condescendencia – es lo único que puedes hacer.

- Yo sólo quería volver con tu cabeza a Tysalevia para ganar fama.

La matriarca rio sin muchas ganas.

- Pues vaya fracaso. ¿Y tú, pequeño? ¿Qué viniste a buscar aquí abajo?

- Riquezas – lloriqueó Oleg.

- Bueno, de eso sí que hay, pero me gusta donde están – dijo divertida Schzitsva, que parecía regodearse del miedo que sentía en gnomo. Sacó una daga de su cinto y la pasó por la garganta del pequeño pícaro, despacio, sin apretar, a modo de juego, regodeándose en la cara de pánico de Oleg.

- Y, ¿qué tenemos aquí? - dijo volviéndose a Servan – no pareces un guerrero común. Pareces…

- Un paladín de Khala, mi señora – espetó el semielfo, que esperaba el momento – y he venido a acabar con vuestra maldad. Había resistido el conjuro, pero había fingido quedarse paralizado como sus compañeros. Desenvainando su espada bastarda, que refulgió como el sol mismo, todos los presentes quedaron cegados, excepto él, que había cerrado los párpados. Propinó una estocada a la matriarca, que gritó de dolor, mientras caía al suelo. Luego atacó a las otras dos mujeres, encomendándose a su diosa, y una de ellas se desintegró en una explosión de luz, la otra, no obstante, recuperada ya del fogonazo, contraatacó con su magia oscura de Viperuss.

Servan luchó como un valiente, defendiéndose con valor ante un enemigo superior. Abatió a tres de los luchadores, antes de que las heridas infligidas por las espadas venenosas, y los conjuros de la sacerdotisa le hicieran hincar la rodilla. Laertes observaba la escena, sin poder moverse, sintiendo casi que iba a explotar de impotencia y rabia. El combate estaba perdido, y él no podía hacer nada. Vio como la matriarca se levantó del suelo, con una terrible herida en la cara, de la que emanaba luz divina, pero viva. Hundió su daga en la espalda de Servan, que se defendía de los otros dos contendientes, antes de que Laertes pudiera advertirle.

El paladín se volvió a Laertes, y mirándole directamente a los ojos, le dijo, mientras el veneno hacía su efecto:

- Veo el bien en ti, Laertes, no dejes que el mal acabe con tu ser… Siempre hay un camino de vuelta a la luz.

Y haciendo un último esfuerzo, el paladín emitió un terrible grito, y su cuerpo explosionó en energía divina, acabando con la sacerdotisa y el guardia, que estallaron en llamas sagradas. Schzitsva salió despedida contra una pared, y cayó al suelo tras el terrible golpe.

Cuando se despejó la luz de la sala, Laertes ya pudo moverse, al igual que Amy. Sin embargo, Oleg yacía en el suelo, con la cara hinchada y soltando espumarajos verdes por la boca. La malnacida le había herido con la daga. No podían hacer nada por él, así que Laertes asintió, y Amy le cortó la cabeza para acabar con su agonía con su enorme hacha.

El humano dio un paso hacia el cuerpo de Schzitsva, encendido por la rabia. Iba a arrancarle el corazón con sus propias manos y se lo iba a comer allí mismo… Pero de repente el cuerpo se desvaneció, como si fuera etéreo, y desapareció.

- ¡No, no, no! ¡No puede escapárseme ahora!

- Vámonos, imbécil – le espetó Amy – si quieres salir vivo de aquí hay que salir cuanto antes.

Miró al suelo donde Servan se había convertido en luz, y vio el símbolo de Khala intacto. Extendió la mano para cogerlo, pero cambió de opinión en el último momento, y lo dejó allí, mientras Amy tiraba de él.

Abrieron la puerta de la sala y ascendieron a la planta baja. El camino hacia la puerta principal estaba cortado por una pareja de guardias, que les miraron con sorpresa,como si no hubiesen oído todo el jaleo de abajo, y, señalándolos, empezaron a ir a por ellos mientras desenvainaban. Amy y Laertes cambiaron de dirección, y al abrir la puerta de la siguiente sala, se encontraron en una especie de enrome salón repleto de almohadas y velos, y vieron media docena de esclavos con ropas ligeras reunidos frente a la chimenea que hacia de centro de la sala. No había más salidas, ya que las ventanas habían sido tapiadas para proporcionar un ambiente más cálido y oscuro a la estancia, así que no tuvieron más remedio que luchar. Amy se quedó bloqueando la puerta repartiendo hachazos, mientras Laertes disparaba desde atrás. No les costó mucho derrotar a los dos guardias, pero supieron que vendrían más.

- ¡Vámonos, rápido! - dijo Amy haciendo ademanes con la mano en dirección a la salida.

Entonces la vio. Entre los esclavos, Elma. Reconoció al instante a la mujer, que sin embargo, no parecía reconocerlo a él, pues le miraba con los ojos vacíos, como si se tratase de un golem. Se aceró a ella, ignorando a Amy, que continuaba gritando en la puerta. La humana, dio por perdido al ex-druida y huyó de la casa, intentando salvar su pellejo.

Laertes abrazó a Elma que continuaba como en un trance. El resto de esclavos se apartaron unos pasos, confusos.

- Elma, soy yo, Laertes, ¿no me reconoces?

La mujer entornó los ojos, como volviendo de una ensoñación, y por fin, reaccionó.

- Laertes… no puede ser… estás… tan… cambiado. ¿Qué estás haciendo aquí?

- Vengar a nuestro pueblo – dijo casi como acto reflejo el hombre.

- ¿Vengar? Tú no eres así…

- Me hicieron así, Elma… Pensé que te había perdido…

- Hay algo que quiero contarte – dijo Elma, mientras desviaba la mirada hacia un muchacho de unos 15 años entre los esclavos.

Entonces, la mujer, que había puesto expresión de ternura al mirar a aquel chico, abrió los ojos como platos, y el terror, el dolor, se instalaron en su semblante. Quiso gritar, pero no pudo.

- ¿Elma? ¿Amor mío? - Laertes miraba al rostro de su mujer sin comprender lo que estaba sucediendo. Entonces bajó la mirada, y vio la hoja de una daga asomar en el pecho de la mujer. Reconoció aquella hoja.

- Si no he podido deshacerme de ti, al menos quiero ver cómo sufres – escupió Schzitsva, asomando detrás de Elma, y le asestó otra puñalada, aunque no era necesaria. La hoja volvió a atravesar a la mujer, que agonizó de dolor y cayó sobre sus rodillas.

- Sálvalo – consiguió decir Elma, mirando al chico, a pesar de que la boca se le llenaba de un líquido verduzco, similar al que había visto en Oleg hacía unos minutos – no le arrastres contigo a la oscuridad… - Elma cerró los ojos por última vez.

- Me has arrebatado a mi mujer, dos veces, maldita puta, y ahora, ¡yo voy a arrebatarte la vida! -gruñó Laertes mientras se abalanzaba sobre la matriarca.

Sin embargo, cuando intentó apresarla, la elfa se escurrió entre sus brazos, como si no tuviera huesos, y atacó a su vez al humano. Él desenfundó su espada corta, que casi nunca utilizaba, acostumbrado a su arco. Lucharon, mientras los esclavos miraban entre horrorizados y esperanzados, pues tenían una oportunidad de ser libres… Si Schzitsva perdía, y no parecía claro.

Ambos contendientes eran buenos luchadores, pero Schzitsva parecía más acostumbrada a la pelea cuerpo a cuerpo. Sin embargo Laertes sabía que el contacto con aquella daga era fatal, así que puso todo su empeño en intentar esquivar las puñaladas que la matriarca lanzaba, contraatacando cuando tenía la oportunidad. Empezaron a flaquearle las fuerzas, y la elfa sabía que empezaba a tener ventaja en el combate. Aun así el hombre gritó con rabia y cargó una vez más, con renovadas fuerzas saliendo de su ira. Su hoja resbaló contra el cuero mágico de la armadura de Schzitsva, que se vio ganadora, pues el ex-druida había quedado expuesto tras su impulsivo ataque. Elevó su daga… Y entonces el muchacho que había mirado Elma saltó de entre los demás esclavos, y sujetó la muñeca de su ama, impidiendo la fatal puñalada.

- ¿Qué haces, esclavo? ¡Te torturaré por esto, estúpido macho humano! - bramó la matriarca, presa de la furia, intentando apartar al chico, que empezó a brillar con una luz blanca, del mismo blanco inmaculado en el que había explotado Servan.

- Si no eres capaz de salvarte a ti mismo – habló el chico, pero fue la voz de Servan la que salió de su garganta – al menos ten la decencia de no llevar a tu hijo contigo a la condenación.

Los ojos del chico refulgían en luz y Schzitsva tuvo que cubrirse la cara y aflojar su arma, que cayó al suelo. El chico aprovechó su ventaja momentánea para derribar a la elfa, y corrió hacia Laertes. Le tomó de la mano y lo levantó del suelo, y la voz de Servan volvió a resonar.

- Huye con tu responsabilidad, sabiéndote perdedor de este asalto - El chico rebuscó en sus ropajes y extrajo un pergamino, que comenzó a leer, aún poseído. Justo cuando una explosión de luz destinada a teletransportar a Laertes y al chico, Schzitsva cogió su daga del suelo y la arrojó contra ellos, rozando la mejilla de Laertes justo antes de que ambos desaparecieran.

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