Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Elian (II)



 


Elian e Irina hubiesen querido abandonar el cuerpo de Laertes en el bosque para ser devorado por alguna bestia, como mandaba el rito de Cromn, pero no se atrevieron a hacerlo por si el veneno pasaba al animal que comiese de la carne del hombre. Lo más seguro era incinerar el cuerpo, para evitar que algún carroñero lo desenterrara, así que prepararon una pequeña pira con los materiales de la cabaña, y le pegaron fuego.

El cuerpo de Laertes no emitió el típico olor a carne quemada al arder, si no una hedionda peste a podredumbre, probablemente debido al veneno en que se había convertido su sangre. Irina estaba convencida de que el hombre había muerto físicamente hacía tiempo, y sólo el odio lo había mantenido caminando y hablando durante años. Elian observaba con expresión neutra la hoguera. La exploradora dudaba de que el chico hubiese llegado a querer a su padre, es más, dudaba si el muchacho podría llegar a amar alguna vez, ya que nunca había visto ni experimentado el amor más allá del que su madre le hubiese podido despachar en su niñez esclava.

Cuando el cuerpo finalmente estuvo consumido, Irina tendió el arco a Elian.

- Esto ahora te pertenece - dijo la mujer.


  Elian tomó el arco asintiendo, y Vronti graznó, satisfecho.

Los tres abandonaron el lugar en silencio.

- A Cromn no le gustará este funeral – dijo Elian, con enfado.

- Ni a él ni a Geiath les hubiese hecho gracia que ese veneno pasara a los animales, y que luego alguien los cazara, se comiera la carne contaminada, y se generara una plaga. ¿A qué no? -respondió la mujer.

Elian gruñó algo ininteligible, pero no se volvió a quejar.

- Y ahora, ¿qué vas a hacer, Elian?

- ¿Estás insinuando que te vas?

- Por ahora no, chico, pero quiero saber qué te propones.

- Buscar nuevas entradas a la Infraoscuridad, procurarme un grupo mejor que el que hizo padre, tomar venganza.

- Sí, sí, esa parte ya me la sé, muchacho. Me refiero después. Imagina que bajas ahí abajo, con un maldito ejército, capturas a la matriarca, le arrancas la piel a tiras y le obligas a suplicar clemencia en nombre de tu padre y tu pueblo. Luego, ¿qué?

- No lo sé – dijo con expresión sombría Elian – no tengo ni la más remota idea.

- Tan obtuso como tu padre, digno hijo de él – dijo Irina con un deje de burla en la voz. - Pues vete pensándolo, porque si no mueres en tu empeño suicida de una venganza que ni siquiera es tuya, estaría bien que supieras qué hacer con tu vida después.

Elian la miró enfadado, sobre todo porque no tenía respuesta. Caminaron hasta la ciudad más cercana, y Elian comenzó a volcar sus esfuerzos en recopilar información acerca de la Infraoscuridad, preguntando y buscando en antiguos legajos en las bibliotecas, retomando el trabajo que su padre hiciera años atrás. El acceso por el que habían salido en aquella ocasión estaba sellado, y necesitaría uno nuevo. Encontró otro unos meses después, e incursiono con Irina y Vronti, pero parecía un callejón sin salida, pues aunque se adentraba bajo tierra, no parecía llevar más que a un conjunto de cavernas interconectadas entre sí, que no permitían avanzar. Quizá se tratase de una trampa o el camino estaba oculto para ojos poco entrenados, pero el caso es que tras unos días de expedición, habían descubierto que todos los caminos regresaban hasta la gruta principal. Un tanto desanimados, regresaron a la superficie en busca de alternativas.

Tal y como había dicho, Elian también buscó compañeros que estuvieran interesados en ir a la Infraoscuridad, pero no pudo encontrar muchos. Sólo un mediano que se hacía llamar el “Puertas” se les unió. Era experto en trampas y cerraduras, o eso decía, y estuvo con ellos en otro par de intentos, que acabaron de la misma manera que el primero. Los meses pasaban entre investigaciones e incursiones, sin éxito.

Tras unos años, unas pistas prometedoras llevaron al grupo hasta las afueras de Aldavia, donde se suponía que había una entrada que los drows utilizaban para comerciar con esta ciudad. Incluso compraron un mapa, que les costó una pequeña fortuna, que se suponía que habían robado de la última partida de drows que habían pasado por allí, así que Elian estaba emocionado, pues era la mejor pista que habían tenido desde la muerte de Laertes.

- Esta vez sí…

- ¿Y la parte de procurarte un grupo mejor que el de tu padre? - preguntó Irina.

- Podrías ayudarme en lugar de quejarte. - dijo molesto Elian.

- Estás cometiendo los mismos errores que él – dijo, con tono neutro – y bastante ayuda te brindo, que no me he ido y os he abandonado con tu loco plan.

- Preguntemos por Aldavia a ver si a alguien le puede interesar.

- Después de ti. - dijo Irina, cediéndole paso a Elian.

- Yo os espero en la taberna – dijo “Puertas”.

- Tú te vienes, que querrán ver el grupo completo.

- Bah – bufó el mediano – está bien.

Recorrieron tabernas, posadas y otros sitios de reunión de aventureros, y tras vender su expedición como una incursión de poco riesgo a unas ruinas de una ciudad duérgar destruida, para saquear tesoros, se les unió una maga semiorca, de nombre Zoida, un humano alma predilecta de Oceronte, llamado Román, y una guerrera abejal, de nombre un tanto impronunciable, a la que llamaban “Reina”.

Tras pactar un reparto justo del posible botín, y sabiendo que en realidad intentarían llegar tan abajo como pudieran, para hacerse con más información de los Lhoereb, partieron en busca del acceso. El mapa que tenían estaba en lo cierto; encontraron la entrada bien camuflada con un conjuro ilusorio que Zoida pudo disipar sin problemas, y comenzaron su expedición.

Como casi todas las entradas, daba a grutas laberínticas que se introducían poco a poco en la tierra, haciendo cada vez el aire más viciado y la visión más difícil. Cuando se acercaron al primer asentamiento, tuvieron que esconderse de las patrullas de soldados, y los nuevos empezaron a desconfiar.

- Demos la vuelta, no merece la pena arriesgarse tanto por unas ruinas. - dijo “Reina” zumbando.

- Seguro que la ciudad duérgar está cerca, solían aposentarse cerca de los pueblos drow – dijo vehemente Elian, consultando el mapa – un poco más al oeste hay una marca, aquí – dijo, señalando lo que podía ser una mancha de tinta, o una marca.

- Para eso hay que atravesar la ciudad – dijo Zoida, preocupada.

- Pues camúflanos con tu magia, y atravesémosla.

- Podría intentarlo… - la maga conjuró, y de repente, todos se vieron distintos.

- Ahora somos percibidos como miembros de la raza que nos mira – dijo – es decir, yo os veo a todos como semiorcos, y los drows nos ven como…

- Como drows – dijo satisfecho Elian – ¡en marcha!

- Espera, a tu bestia habría que transmutarla en caballo, o en araña o algo de eso – dijo la maga.

- Adelante.

Una vez habían transmutado a Vronti en un palafrén negro, avanzaron decididos, y no tuvieron problema en entrar en la población. Elian buscaba nerviosamente el Escorpión morado, por si se diera la ocasión.

- Vamos a la taberna, quiero preguntar algo – dijo.

- ¿Seguro que es prudente? - dijo Irina, preocupada.

Elian hizo un ademán negativo, y se puso a caminar decidido hacia el establecimiento.

- Espera, idiota, deja que hable yo – dijo Irina, adelantando a Elian – recuerda que esta sociedad es matriarcal.

Entraron en la taberna, y la mujer pidió unos vinos, y preguntó discretamente por los Lhoereb a la camarera. Hablaron unos momentos, y luego, sirvió la botella con los vasos, que Irina llevó a la mesa.

- En esta ciudad no saben nada de ellos – dijo a Elian – estamos muy lejos de su radio de acción.

- ¿De quién habláis? ¿Qué estáis tramando? - preguntó Román, curioso.

- Nada, no te preocupes, asuntos personales. Acabemos esta botella y vayámonos de aquí. - dijo Elian.

- ¿En serio no me lo vais a contar? - se quejó amargamente el seguidor de Oceronte, siempre ávido de conocimiento, mientras salían de la taberna.

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Elian e Irina se las apañaron para mantener engañados durante semanas al resto del grupo, “en la siguiente ciudad” “el mapa debe estar equivocado” “oh, no era por aquí, sino por allá” mientras iban haciéndose con algo de información de los Lhoereb. Lograron escuchar que su líder, conocida ahora como Schzitsva “mediacara” continuaba traficando con esclavos, pero se había mudado de hogar, para evitar ser rastreada, y nadie sabía desde dónde dirigía las operaciones. La drow no se dejaba ver, pues como su sobrenombre indicaba, la herida de Servan nunca había llegado a curar, y su aspecto debía ser un tanto lamentable. De hecho, Schzitsva dirigía el cotarro desde la sombra, y era su hermana, Maegamp, la cara visible de su casa. Ya que se trataba de una casa menor, nadie prestaba demasiada atención a los trapicheos que se traían con la superficie. Todo esto sacaron en claro, además de que corrían rumores de que se habían trasladado al este.

De la que regresaban al acceso a la superficie por el que habían bajado, encontraron, por la gracia de Fortunna, unas ruinas de un asentamiento duérgar arrasado hacía años, posiblemente por el demonio Drek-Torn, quien había aniquilado a todos los Enanos del mundo, y del Inframundo. Lograron saquear algunas piezas de artesanía y armas oxidadas, que en manos de algún herrero hábil, quizá tuvieran algún valor.

Cuando estaban a punto de llegar a la entrada, una comitiva de drows entraba a toda prisa por el acceso, gritando aterrorizados en infracomún, algo acerca de no-muertos y de niebla. No les hicieron mucho caso, y agradecieron que distraídos, corrieran en dirección opuesta a donde se encontraba el grupo. Escalaron por el agujero que debía llevarles a la superficie. Era pasado el mediodía, pero no se filtraba ninguna luz desde la superficie.

La primera en salir a tierra firme fue Reina, que ayudó a Román, y entre los dos, a los demás. Cuando todos estuvieron fuera, se dieron cuenta de que parecía efectivamente, de noche, y se preguntaron si habrían errado los cálculos de tiempo. Apenas se veía más de diez metros, pues además de la oscuridad, una densa niebla lo cubría todo en todas direcciones. Estaban como en el ojo de un huracán, rodeados.

- ¿Por dónde se va a la ciudad? - pregunto Reina.

Irina señaló en una dirección, y la abejal dio unos pasos, y la perdieron de vista. Román se disponía a seguirla, cuando Irina lo detuvo.

- Algo no va bien – dijo la exploradora, olisqueando el ambiente – Huele a muerte.

- ¡Tonterías! - dijo Zoida, y se dispuso a seguir a Reina, cuando esta regresó por donde había venido. Pero ya no era ella. Era un abejal zombificado, con su arma desenvainada, y sin mediar palabra, agitó su mandoble y cortó en dos a la maga semiorca diagonalmente.

Irina y Elian comenzaron a disparar a la que hasta hace un minuto había sido su compañera, y el “Puertas” saltó a su espalda, clavándole sus dagas, pero Reina parecía ignorar las flechas y los puñales del mediano, que se le clavaban en la putrefacta quitina, con un desagradable crujido. Se sacudió a Puertas, y sin dejarlo caer al suelo lo bateó con su enorme espada, saliendo el mediano despedido hacia la niebla. Román se puso a conjurar su magia de custodias contra la muerte, mientras retrocedía y esquivaba los barridos de Reina, y luego sacó su propia arma y se puso a pelear con la abejal. Entre las flechas de los exploradores, los mordiscos de Vronti, y los mazazos de Román, el cuerpo de Reina se fue descomponiendo en trozos cada vez más pequeños, hasta caer derrotada. Los compañeros se miraron confundidos, cuando el cuerpo de Zoida comenzó a unirse de nuevo mientras se levantaba, también convertida en no-muerto, y comenzó a conjurar sus hechizos más destructivos.

- ¡Hay que largarse! - dijo Román, y estas fueron sus últimas palabras al ser alcanzado por el conjuro de Zoida, un Asesino Fantasmal.

La niebla los rodeaba, y no había por dónde huir. Todo parecía perdido.

- ¡Arriba! ¡Por arriba! - señaló Irina.

Elian vio a lo que se refería su mentora. La niebla les rodeaba en forma de cilindro, pero parecía no ser tan densa encima de sus cabezas. Elian montó de inmediato sobre Vronti y tendió la mano a Irina para que subiese. La exploradora la tomó mientras la bestia despegaba batiendo sus alas, que no eran capaces de despejar la densa bruma. Estaban elevándose, cuando la niebla, como si fuese un ser vivo dotado de inteligencia, pareció darse cuenta de su error, y comenzó a cerrarse intentando atraparlos. Irina, que colgaba de la mano de Elian, fue alcanzada por la nube y de repente, su cuerpo se volvió del revés, implosionando su piel y explosionando su esqueleto y órganos. No tuvo ni tiempo de gritar de dolor. Inmediatamente la carne comenzó a cubrir de nuevo los huesos, pero ya no había piel, sólo sanguinolentos músculos que intentaban atacar a Vronti y Elian. Horrorizado, el explorador soltó la mano huesuda de la que había sido su maestra y protectora, que cayó y fue engullida por la oscuridad.

Vronti voló a toda velocidad hacia la ciudad, y cuando se acercaba, empezaron a lloverle proyectiles provenientes de las balistas instaladas en lo alto de las murallas. Una cúpula mágica rodeaba el recinto, y Elian gritó desesperado. Vronti fue alcanzado por uno de los virotes, entró en barrena, y se golpeó con fuerza contra la muralla de Aldavia. Todo se volvió oscuro.

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