Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Elian (III)



Despertó días después. Se encontraba tumbado con Vronti hecho un ovillo a su lado, dormido plácidamente. Estaba en el suelo, pero no directamente sobre el duro adoquinado, alguien había tenido la delicadeza de arrojar un poco de paja antes de posarlo.

- Excusez-moi, ça va?1

- No entiendo – respondió Elian intentado levantarse, pero todo le daba vueltas y volvió a posar la cabeza.

- ¿Se encuentra bien? - volvió a preguntar la misma voz, esta vez en común, con acento tyrsalita.

- He estado mejor.

Apenas terminó la frase, tuvo una náusea, e intentó girarse para vomitar, pero no tenía nada que expulsar. La voz a su lado, que era de mujer, conjuró algo y se encontró mejor. La miró. Aun veía borroso, pero parecía joven, de cabello pelirrojo suelto. La chica le tendió una jarra.

- Bebe.

Elian se incorporó un poco, ya menos mareado, tomó la jarra de peltre y se la llevó a los labios. Parecía leche aguada, y la bebió con ganas.

- Gracias.

- De nada, extranjero. Deberías elevar una plegaria a Fortunna, si rezas a los dioses, o quizá a Ashtorgoth, porque es casi un milagro que viéramos que no eras un muerto y te rescataran de la muralla cuando chocaste con tu bestia.

- Lo haré, lo haré – dijo mientras se frotaba las sienes, intentado calmar el terrible pitido que tenía en los oídos – y, ¿a quién debo mi vida, además de a la Dama Suerte?

La chica rio sin muchas ganas.

- Sólo a ella. Yo sólo soy clériga de Alunne, y me dedico a atender a todos los enfermos y heridos. La Niebla está haciendo estragos.

- ¡La Niebla! - exclamó Elian, recordando todo de golpe - ¿qué es esa Niebla? Mis compañeros…

- Dalos por perdidos, y reza para que así sea – dijo la chica, con tono grave – porque si los encuentras de nuevo, será para mal.

- Llevo una temporada fuera, ¿puedes explicarme lo que ha pasado?


- La verdad que no demasiado – respondió la enfermera – de la nada empezó a rodearnos esa horrible bruma, convirtiendo todo lo que tocaba en muerte. Alaric del Grande, el archimago de la ciudad, ha reclutado a todos los conjuradores arcanos de la ciudad para mantener la cúpula y repeler a los no-muertos. Eres el primer superviviente que vemos llegar a nuestras fronteras que no es un cadáver ambulante o un engendro.

- Pero, ¿cómo…? ¿Quién…?

- Sabemos tanto como tú, extranjero… a todo esto, no sé cómo llamarte.

- Elian.

- Suena exótico – dijo la chica – yo soy Laetitia.

- Gracias, Laetitia – Elian apuró el último sorbo de leche, y le devolvió la jarra a la sacerdotisa.

- Eso es todo cuanto la ciudad y yo podemos ofrecerte, además de refugio, a partir de ahora deberás valerte por ti mismo. Alimentarte a ti va a ser un reto, pero a tu animal – dijo mirando al grifo – va a a ser imposible. Pronto te sugerirán que lo sacrifiques para ahorrar alimento, luego empezarán a pedirte que lo mates para comer su carne. Las cosas se van a poner feas si el asedio no acaba pronto.

- ¿Y va a acabar pronto?

- No tiene pinta – Laetitia sonrió débilmente, se levantó y fue a atender al siguiente paciente.

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Las previsiones de Laetitia se fueron cumpliendo. El asedio se prolongaba sin visos de ir a mejorar, con los magos usando todo su poder sólo para contener a las hordas de no-muertos, que se volvían especialmente agresivas en las horas nocturnas. Algunos de los más desfavorecidos empezaron a señalar a Vronti como innecesario, y más tarde como carne fresca, hartos de la comida mágica convocada por los conjuradores. Ambos tuvieron que utilizar la violencia en más de una ocasión para defenderse de famélicos mendigos, o gente que perdía la cabeza por el encierro y la noche perenne.

Durante un tiempo, estuvo tan ocupado en sobrevivir, que la venganza y los drows quedaron en segundo plano en su cabeza, y sólo cuando iba a dormir, durante unos minutos, recordaba las palabras de su padre en su lecho de muerte, “Tan sólo asegúrate de acabar con los Lhoereb”

Empezó a visitar a Laetitia para poder charlar con alguien mientras ella atendía a los heridos, y descubrió que no era de Aldavia, pero cuando entró en la ciudad, semanas antes de que la niebla llegase, ya no la habían permitido salir, pues el Archimago advertía de un gran peligro que se acercaba y estaba aprovisionando la ciudad; como clériga sanadora, sus habilidades eran muy valoradas. No había templo de Alunne en la ciudad, pero la sacerdotisa se había hecho su propio altar. Como privilegiada que era, le permitían tener una pequeña estancia privada en un edificio cercano. Dedicaba todo el día a atender a los heridos, asegurándose que la niebla y la podredumbre no había entrado en ellos. Si así era, derivaba a esos heridos a otra sección de la ciudad, donde no sabía qué les pasaba, pero no era optimista respecto de su curación, así que sospechaba que los sacrificaban e incineraban.

- Hoy se cumple un año desde que la ciudad se selló y Alaric levantó la cúpula – decía Laetitia, triste – un año que vivimos en una noche eterna. Cada jornada es igual a la anterior. Ahora todos los problemas del pasado parecen tan pequeños…

- ¿A qué te refieres?

- Mi hermano quedó cojo hace años mientras trabajaba de guardia en Tysalevia, estuvimos meses litigando contra la guardia para que pagaran por el tratamiento para curarlo, sin resultados. Por eso me hice clériga – sonrió – Perdí a mi hermano en la Niebla, en una de las primeras batallas, ahora todo aquel asunto de los juicios parece una tontería comparado con… esto.

- No lo creo, esto es sólo una pausa – dijo Elian – en cuanto esto acabe, reanudaré mi vida anterior.

- ¿Y si no acaba? - dijo amargamente la clériga, mientras ponía unas vendas frías a un enfermo - ¿y si los muertos ganan? ¿Qué importa todo lo demás?

- Sólo espero que no lleguen antes que yo a matar a cierta gente. Que la niebla no me arrebate la venganza.

Laetitia negó con la cabeza, decepcionada.

- Déjame hacer mi trabajo, y ve a planear tu venganza, Elian. A veces pienso si merece la pena salvar a algunos…

El muchacho se sintió ofendido por las palabras de la sacerdotisa, y se marchó enfadado.

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No volvió a visitar a Laetitia en meses, meses que dedicó a buscarse la vida como buenamente pudo. En ocasiones le requerían de la milicia para reforzar posiciones en la muralla, sobre todo por Vronti, que resultaba un recurso valioso por su capacidad de combate. Su arco era mucho menos eficiente contra los muertos que las zarpas y mordiscos del grifo, aunque poco a poco, fue aprendiendo cómo hacerles más daño. Las lecciones de Irina acerca de puntos vitales no se ajustaban a los muertos, pero supo adaptar las lecciones al nuevo enemigo.

La echaba de menos, y pensó que quizá era la única persona que le había tratado con verdadero esmero a parte de su madre. Tragando un poco de orgullo, se encaminó al punto donde se atendía a los heridos, y buscó la melena color fuego de la sacerdotisa, pero no la vio. Se acercó a otro clérigo y preguntó por ella, pero no parecía saber nada de una seguidora de Alunne. Confundido, regresó al día siguiente, y al otro, sin resultados. Era como si se la hubiese tragado la tierra, y dado cómo estaban las cosas, cualquier cosa parecía posible.

Desistió unas semanas después, y continuó luchando en el frente, pues los muertos golpeaban la cúpula mágica cada noche, y a veces conseguían penetrarla por un instante, y eran los soldados los que tenían que contener los cadáveres mientras los magos restablecían la barrera. Las bajas en esos momentos eran grandes, y normalmente se producían esas grietas casi todas las noches. Los muertos no daban tregua, eran un enemigo implacable, indesmoralizable, invencible. Sólo podían aguantar, y la perspectiva de aguantar no era suficiente para elevar mucho la moral, que cada vez estaba más dañada en la ciudad, que sucumbía a la locura, al crimen, y a la desesperación.

Pasaron días, semanas, meses… años. Más de un lustro aguantando los embates de la muerte llamando a las puertas de la ciudad. La depravación dentro de las murallas era casi total, con agoreros vaticinando el fin del mundo, y gentes entregándose a placeres mundanos y crímenes de toda índole, dándolo todo por perdido. Hubo momentos en los que del lado de la milicia, aparecían horribles engendros casi tan abominables como los enemigos, y ya a nadie le preocupaban, sólo querían luchar y vivir una noche más.

Cuando todo parecía irse al carajo, e incluso rumores de rendición e inmolación corrían de boca en boca, llegaron los Consagradores. Arduin, voz de Plata, el mejor bardo del mundo, el Bardo Mendigo, llegó con los estandartes de los Von Xavras ondeando, encabezando a su grupo de aventureros, “El Coro Cegado” liderando a su cohorte de Consagradores, Guerreros Sagrados que disipaban la Niebla a su paso trayendo luz divina. Liberaron la ciudad y se fueron tan rápido como habían llegado, avanzando a una nueva urbe que liberar. La luz del sol acarició el rostro de Elian y del resto de supervivientes por primera vez en años, y todos celebraron el fin de la Niebla.

Elian abandonó la ciudad tan pronto como tuvo oportunidad, recordando de repente las promesas que le habían llevado a ser quien era; la niebla había retrasado sus planes, pero no podía postergarlos más. La última información que tenía era muy vieja, pero era lo único por lo que empezar. Por suerte, viajar al este era tarea sencilla, pues los Consagradores venían de esta dirección, y por tanto, no quedaba apenas niebla hacia allí.

Reanudó las investigaciones de nuevo. Cada ciudad era una oportunidad de hablar con aventureros o investigar en bibliotecas acerca de la Infraoscuridad. Se preguntó si la Niebla habría llegado allí también, y de ser así, cómo la habrían enfrentado los drows. De eso poco o nada se sabía, pero a medida que avanzaba hacia tierras más alejadas de lo que conocía, empezó a encontrarse con que los hiraneanos se habían establecido por todo Athanae, ya que habían ayudado en la lucha contra la Niebla, y a cambio, habían obtenido permisos para quedarse por las tierras devastadas por la plaga, como repobladores. Los Dragones no se conformaban con esto, y su influencia política había crecido, y a menudo, entraba en conflicto con los antiguos pobladores de los territorios en los que se quedaban. Así todo, Elian continuó viajando al este y recopilando pequeñas pistas, de ciudad en ciudad.

Tardó algún tiempo todavía en encontrar una nueva oportunidad de incursionar en la Infraoscuridad. Tras muchas idas y venidas, y algunos fracasos, por fin parecía estar sobre una pista buena, que le llevaba a un barco llamado “La Concha Negra” capitaneado por una tal Ishizaki Hatsume. Así que sin dudarlo mucho, se encaminó al puerto donde se suponía que debía estar esta nave, dispuesto a hacerse con un pasaje, dispuesto a continuar, con su historia de venganza...

1Tyrsal. “Disculpe, ¿se encuentra bien?”

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