Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de un compañero, al que no podemos definir de otra forma que no sea… bestial.


Laertes (II)



Laertes se estableció en el claro una temporada, mientras curaba las heridas de Vronti. Como no disponía de su magia, comenzó a preparar ungüentos y cataplasmas con hierbas medicinales para sanarlo, y le suministraba narcóticos para aliviarle el dolor. Vronti se dejó hacer, y se quedó quieto como si entendiera lo que Laertes le decía; el ex-druida le cambiaba las compresas a menudo, hasta que la herida cerró, y le proporcionaba carne que cazaba en los alrededores.

El hombre había perdido su capacidad para conjurar, pero algo le decía que aquella bestia no era normal. Era bastante más grande que cualquier grifo que hubiese visto antes, y tenía una presencia distinta a todos los demás animales. Había algo en él… mágico. Durante las noches, antes de dormirse, elevaba una silenciosa oración a Cromn, cada vez más convencido que Vronti era la respuesta del dios Cazador a su conversión. No le había dado los conjuros y poderes de druida, pero a cambio, una formidable bestia mágica le miraba con ojillos inteligentes, entendiendo todo lo que le decía.

Pasaron un par de lunas hasta que Vronti se levantó, agitó su ala herida, y pareció satisfecho por las sensaciones. Como impelido por un instinto, Laertes escaló a su lomo y montó, cosa que nunca había hecho antes, y sin embargo, se sintió como si llevara toda la vida haciéndolo. Vronti dio un par de vueltas en círculos alrededor del claro, a media altura, divisó una presa (un cervatillo que bebía en un estanque cercano) y bajó en picado. Atrapó al animal con su pico, que apretó con fuerza, y se oyó en crujir de los huesos. Aterrizó de vuelta al claro y puso al ciervo mansamente en el suelo, esperando a que Laertes bajase de su lomo, y se acercase a animal. Lo empujó con su pico en dirección al hombre, entendiendo Laertes que se trataba de un regalo de agradecimiento. Asintió, acarició a Vronti, y se dispuso a hacer una hoguera para cocinarlo.

Desde que se había establecido para cuidar de Vronti, Laertes había vuelto a cocinar sus presas, liberado del frenesí sangriento. La ira y la venganza seguían ocupando su mente, pero ahora ya era capaz de controlarse, así que apartó un par de buenas tajadas para él, que asó en el fuego, y le dio el resto del animal crudo a Vronti, que se lo comió feliz.

Visto que Vronti estaba recuperado, y con sus pensamientos más en orden, Laertes miró la posición del sol para orientarse, y se encaminó en dirección a Siempriedra. En la ciudad podrían decirle algo acerca del Escorpión morado que poblaba sus pesadillas nocturnas, a cambio de las pieles que había ido recopilando. Sin mediar palabra, Vronti siguió al hombre.

Cuando llegó a la ciudad, le dijo a la bestia que volase un rato por el bosque mientras él se adentraba en la masa de edificios, y notó que Vronti lo agradeció, porque no le gustaban nada aquellos montones de piedras. Recorrió la ciudad de arriba a abajo, pero no obtuvo nada de información. Eso sí, pudo vender su cuero a buen precio, como siempre, y guardó el oro, pues habría de servirle en otra ocasión. Se encaminó a la siguiente ciudad, alejándose de su hogar como nunca había hecho antes, y no sintió la más mínima pena.

No fue tan sencillo como hubiese imaginado. Tardó meses en encontrar la primera pista buena, vagando por todo Tanactos. Un aventurero de paso por Xenandor le informó a cambio de unas monedas que había oído hablar de ese escudo en una de sus aventuras en la lejana Tysalevia, capital del reino de Tyrsail, y debía tratarse de una casa noble menor de los elfos drow, que se dedicaba a traficar con esclavos. Según el aventurero, sólo se sabía que hiciesen compra-venta, aunque Laertes supo de inmediato que el ataque a su pueblo no había sido casualidad. Rezhias mediante, el aventurero no recordaba el nombre de la familia, así que tuvo que seguir sus pesquisas.

Ya que la única pista que tenía le llevaba al oeste, hacia allí encaminó sus pasos, o aleteos, pues hacía parte de los viajes a lomos de Vronti cuando no había poblaciones cerca que pudiesen confundir al grifo con una amenaza. Durante sus viajes, ambos tuvieron que defenderse de algunos salteadores y ladrones, a los que despacharon con furia. Cruzaron la frontera sin más problema que pagar una tasa a los Caballeros de la Moneda que custodiaban el paso, una tasa que tuvo recargo por pasar un animal “exótico”, dijeron los caballeros. De todas formas, Laertes tenía dinero guardado, y pudo pagar, así que no tuvo problemas en llegar a Tysalevia.

La capital del reino era una gran ciudad, llena de actividades de todo tipo, pero lo importante para Laertes era buscar alguien que supiera algo acerca de tráfico de esclavos; la esclavitud era ilegal en casi todas partes en Athanae, pero como casi todo, si buscabas lo suficiente, podías encontrar prácticamente cualquier cosa. Por supuesto, no fue fácil. Cuando preguntas por algo que está fuera de la ley, nadie quiere saber nada, para no meterse en líos, menos aun cuando en la ciudad imperaba una atmósfera de autoritarismo casi opresiva. Los guardias vigilaban cada paso que daban los ciudadanos, máxime si eras extranjero, para buscar excusas con las que poder darte una paliza o encerrarte en prisión. La mayoría de ellos parecían disfrutar del miedo que inspiraban en los civiles, y abusaban de su posición en cuanto tenía ocasión, así que era prudente andarse con pies de plomo cuando se preguntaba acerca de cosas ilegales, que sin embargo, había en cada esquina.

Le costó más de un mes empezar a enterarse de algo acerca de lo que buscaba; parecía ser que se organizaba una especie de subasta de esclavos de manera periódica, en Alegort. Bueno, no exactamente en Alegort, sino que allí, si uno tenía los suficientes contactos y dinero, se compraba un pasaje para un barco que hacia un viaje de un mes y regresaba al mismo puerto. Allí, en alta mar, lejos de las autoridades, se compraban y vendían todo tipo de mercancías ilegales, incluidos esclavos. Allí se exponían, pujabas, y si lo ganabas, se te entregaba en tierra en el punto que indicaras. Y entre los vendedores, los Lhoereb, el clan del Escorpión. A bordo de aquel barco habría al menos una mercader con su escolta. Laertes debía conseguir un pasaje.

Le costó más de un año empezar a meterse en los círculos del crimen, haciendo toda clase de acciones moralmente dudosas, como secuestros, extorsiones, asesinatos. Ya nada le importaba, sólo lo veía como meras herramientas para lograr su objetivo último de venganza. Sólo veía aquel escorpión lacado en el escudo, sólo veía cenizas y muerte.

Cada pocos días salía de la ciudad, y llamaba a Vronti, estaba un rato con él y cazaban juntos. Era el único momento en que se sentía en paz consigo mismo, dando caza a presas para alimentarse.

Luego regresaba a los suburbios y se sumergía en la oscuridad, hambriento, pero de forma distinta. Un hambre que no podía apagar.

Cuando por fin se puso en camino para Alegort, tenía el pulso acelerado. Sabía que debía ser cauteloso, intentar charlar con la mercader de los Lhoereb de forma casual, sin revelar sus intenciones. Calmar sus instintos asesinos, para lograr la información que le llevaría a su venganza.

Subió al inmenso barco intentando acompasar su respiración. Pronto descubrió que estaba repleto de drows, pues aunque también se traficaba con otros materiales ilegales, la principal mercancía eran los esclavos. Estos estaban en la bodega, encadenados en una enorme jaula comunal, numerados. Allí miraban confundidos a sus posibles compradores; había de todo, desde niños a ancianos, desde gnomos a semidragones; familias enteras, individuos en deplorable estado bien baratos, y poderosos magos a precio de oro. Era un espectáculo dantesco, todos hacinados en aquella suerte de prisión, con apenas unos taparrabos para que se viera bien la mercancía. A veces, un posible pujador pedía a un guardia que le enseñara a uno o varios esclavos; el guardia entraba en la jaula, sacaba aquellos señalados, que eran inspeccionados como si se tratase de ganado, obligándoles a abrir la boca o inspeccionando otras partes de la anatomía más íntimas, sin miramiento ninguno. Después, los devolvían con los demás. En las paredes había unas grandes pizarras, donde otros empleados del barco iban anotando el precio ofrecido por cada uno de los esclavos.

Las distintas mercaderes, todas mujeres, de los drow, paseaban satisfechas por las diferentes cubiertas del barco, con sus guardaespaldas. Se miraban unas a otras con una mezcla entre desprecio y altivez. Por fin vio a su objetivo. Era difícil calcular la edad de una elfa, pero Laertes pensó que era más bien madura. Caminaba confiada, seguida a poca distancia por su séquito de guardias con el emblema del escorpión. Laertes quiso ser todo lo cauteloso posible, así que dio los buenos días y no quiso abordarla aun, esperando y observando, por si pudiera sacar alguna información. La elfa ni se dignó a contestar, pues como es costumbre en la sociedad drow, los machos son poco mejores que los esclavos, pero lo miró con interés. Laertes era un tipo apuesto, fuerte, bien formado. Hubiera valido una pequeña fortuna como esclavo… Eso debió pensar la elfa del clan Lhoereb mientras Laertes se alejaba, en dirección a su camarote, humilde pero privado.


  La travesía duraba 30 días, así que tenía tiempo para ir masticando su plan. Se acicalaba cada mañana con esmero, consciente de que había despertado el interés de la elfa, de quien se enteró que se llamaba Maegamp. Charlando en la barra del bar de la primera cubierta, fue enterándose cada noche que Maegamp era una asidua a este barco, ya que era el enlace de su familia con la superficie, donde residía. Cuando tocaba, bajaba a visitar a su clan, subía los esclavos y se embarcaba en el “Libertinaje”, el barco donde ahora se encontraban, para vender su mercancía. Se quedaba con su parte y entregaba el resto del dinero en su siguiente visita.

Maegamp tenía fama de ser un tanto viciosa, aunque esto no era raro entre la cultura drow. Habitualmente, saciaban estos apetitos con los esclavos, a los que utilizaban de las maneras… muy imaginativas para satisfacer sus más oscuros deseos. Los más afortunados eran usados de concubinas, mientras que los menos, morían torturados y mutilados de manera lenta y cruel. Sin embargo, Maegamp encontraba aburrido obligar a un esclavo a proporcionarla placer, así que solía merodear entre los hombres, elegía a quien le placía y lo seducía. Laertes se había asegurado de llamar la atención de la elfa, y aunque le repugnaba la idea de acostarse con una miembro del clan Lhoereb, estaba dispuesto a todo con tal de acceder a la ubicación de su casa. Cada noche, Laertes se deleitaba imaginando el hogar del clan reducido a cenizas, como había sido el suyo, imaginaba con placer los gritos de sufrimiento de los niños drows abrasados y consumidos por las llamas, como habían sufrido los niños de su aldea.

Fingió estar interesado en alguno de los esclavos que vendía Maegamp, e hizo alguna puja simbólica, sabiendo que tenía pocas opciones de ganarlas, pidió a los guardias de la familia examinar los individuos, como hacían los demás compradores, y los maltrató con indiferencia, como el resto. Después de unas cuantas pujas y un par de semanas de viaje, por fin Maegamp se acercó a él mientras observaba a una hembra semielfa, que temblaba ligeramente mientras intentaba mantener la compostura. Le habían quitado su taparrabos para que el cliente pudiera ver con detalle todo cuanto quisiera, y al ver que la drow se acercaba, fingió un poco más de interés en los genitales de la esclava.

- Me pregunto, ¿qué uso le iba a dar a este ejemplar? - inquirió Maegamp.

Laertes frotó a la semielfa en la entrepierna, y ésta ahogó una queja. Maegamp la dio una bofetada.

- ¡No te quejes, esclava! Deja que este comprador examine cuanto quiera de lo que quiere adquirir.

La semielfa asintió en silencio mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

- Pues estaba pensando en llevármela como sirvienta por el día, y como concubina por las noches.

- Os servirá bien, eso os lo puedo garantizar – contestó divertida la drow – pero… seguro que no os puede proporcionar tanto placer como merecéis.

Laertes sonrió de medio lado, y señaló la jaula.

- Y, ¿cuál de estas esclavas me satisfaría mejor, según vos?

- Quizá aquella humana – dijo, señalando a una chiquilla que no tendría más de 13 – aún es joven, pero es hija de una prostituta del barrio noble de Tysalevia, y ya sabe algunas técnicas. - Maegamp chasqueó los dedos y trajeron a la niña.

- Desnúdate, esclava, y muéstrale a este macho cuánto placer puedes darle.

La chica, que sin duda era hermosa, se despojó de los harapos, revelando un cuerpo aun por formar, pero bien proporcionado, y cayó inmediatamente de rodillas. Con una habilidad que sólo da la práctica, buscó en la bragueta de Laertes, que, un tanto sorprendido, dio un paso atrás, justo antes de que la muchacha, que ya abría la boca, sacase su verga de los calzones.

- No será necesario…

- ¿No os parece suficientemente atractiva? - Maegamp dio una bofetada a la chica con el dorso de la mano, tirándola al suelo.

- Es hermosa, pero a mí me van un poco más… creciditas – dijo Laertes, intentado aparentar interés en la drow.

Maegamp sonrió, satisfecha.

- Creo que ya entiendo. Dejaré que sigáis inspeccionando la mercancía, entonces – dijo, guiñando un ojo, y acercándose al oído del humano, susurró – Si queréis saber lo que es el auténtico placer, acudid esta noche a mi camarote de la tercera cubierta, 32.

Tras ello, se volvió y regresó junto a sus guardias, que esperaban unos pasos más atrás. A Laertes le costó seguir fingiendo interés por la semielfa, pero se contuvo como mejor pudo, puso una puja un poco más alta por ella que la anterior, y regresó con una enigmática sonrisa a su camarote.

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Nunca reconoció, ni siquiera a sí mismo, que aquella noche tuvo el mejor sexo de su vida, incluso teniendo en cuenta las arcadas que tuvo que vencer al empezar a besar aquella boca negra y ardiente. La elfa sabía de técnicas y posturas que tenían que proceder directamente de los textos sagrados de Shindalar, pues Laertes nunca las hubiese imaginado. Entre orgasmo y orgasmo, pues estuvieron toda la noche ocupados, Laertes procuraba tirar de la lengua de Maegamp, fingiendo curiosidad por el exotismo de los drows, acerca de la Infraoscuridad, acerca de cómo de importante era su casa dentro de los nobles, cómo acudía a recoger esclavos y los traía a vender a la superficie. Por desgracia, la elfa había nacido en la superficie, y sólo viajaba a la infraoscuridad a recoger los esclavos y dar el dinero a su familia, cosa que hacía en un lugar a medio camino entre el acceso y la ciudad donde residía su familia. No era todo lo que esperaba Laertes, pero al menos tenía algo, un nuevo objetivo. Reprimió, con mucho esfuerzo, las ganas de cortar la garganta de la elfa mientras se despedían, aun solos, sin la presencia de sus guardias, pero sabía que si la asesinaba, era muy probable que tampoco abandonase aquel barco con vida. Así que se pasó el resto del viaje intentando aparentar normalidad. Como había planeado, no ganó ninguna puja, así que bajó del barco y se encaminó de vuelta a Tysalevia. Maegamp había dicho que la entrada que utilizaba se encontraba cerca de la capital, aunque tendría que esperar unos meses a que se produjera la siguiente remesa. Mejor, ya que así tendría tiempo de averiguar dónde exactamente se ubicaba aquel acceso. El sabor de la lengua de Maegamp aun permanecía en sus papilas después de semanas, y necesitaba su sangre para quitárselo.

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