Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de una compañera de grupo, cuanto menos… especial.

Kalanthe (II)

Los Espadas sin Filo podrían haberse llamado “Kalanthe y cía” porque en realidad durante los primeros meses ella fue la única del grupo que permaneció. Los demás iban cambiando en cada nueva aventura según las necesidades o la casualidad, sustituyendo a los que caían o cambiaban de aires.

Tras unas cuantas misiones menores, Kalanthe y sus compañeros se encontraban en la posada del Golem Servicial de Funterish, buscando un nuevo reto para afrontar. Leían con atención los diversos anuncios clavados en el tablón, uno de los cuales estaba firmado por un conde tyrsalita. Sonaba más que interesante, porque la recompensa era generosa, y la misión sonaba peligrosa: Había desaparecido el hijo de susodicho conde, en una zona donde había más desapariciones relacionadas con una tribu de osgos muy agresiva. Cuando Kalanthe estiró la mano para coger el trozo de pergamino que colgaba del panel, una mano, llena de cicatrices y quemaduras, cogió el manuscrito de la otra punta. Anthe miró a su izquierda, donde vio a un hombre embutido en una buena armadura. Sin embargo, el rostro quedaba al descubierto, y como su mano, estaba completamente deformado por las marcas del fuego o el ácido. Hasta que no habló, no pudo reconocerlo.

- Disculpe, yo lo vi primero – dijo la sacerdotisa al tiempo que tiraba del pergamino.

- No lo creo.

Kalanthe abrió los ojos de par en par.

- ¿Waltz?

El guerrero se volvió hacia la enorme mujer, y su mueca de enfado se tornó el terror. Soltó de inmediato el anuncio.

- ¿Anthe? Hija de mil putas, quédate el pergamino. Seguro que ya lo has gafado.

La humana prorrumpió en carcajadas, y apenas pudo hablar por unos segundos. Después, mientras se guardaba el pergamino, dijo:

- Waltz, cariño, ¿no seguirás enfadado por el incidente de dragón? Hace una eternidad, y por lo que veo, saliste de aquello.

- Estuve días inconsciente. Aquel dragón bastardo me metió en su despensa como a una salchicha. Apenas pude escapar cuando desperté. ¡Mírame, por los dioses! Aun me duele todo cada mañana.

- ¡Oh, Waltz! No seas tan quejica. Sigues aquí, en pie, y por lo que veo, buscando aventura. Seguro que encontrarte es cosa… del destino – dijo Anthe, que en realidad pensaba que era Rezhias quien había vuelto a poner al guerrero en su camino – Ven, te invito a algo en la barra, te presento a mis compañeros, y quizá podamos ir juntos a por el hijo del conde.

Waltz la miró con desconfianza, reticente, pero finalmente asintió.

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- Así que tras escapar de la guarida del dragón, entregué mi vida a Ilfaath, y cada día soporto el terrible dolor del ácido en mi cuerpo estoicamente.

- Qué bonita historia, Waltz – dijo Anthe tras vaciar su jarra – y dinos, ¿sigues siendo un buen guerrero?

- Me gano la vida con mi espada, si eso te vale.

- Bueno, pues ¿qué tal si nos vamos a dar una vuelta por Tyrsail a ver al conde este? - dijo Kalanthe, sonriente, mientras agitaba el pergamino en su mano – Podemos conseguir una buena recompensa y disfrutarla, o quizá encontrar una muerte épica en un poblado osgo, probablemente lo segundo – dijo esto último bajando un poco el tono, pero lo suficientemente alto para que todo el grupo la oyera.

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El Conde d’Agant tenía una pequeña hacienda al sur de Arrevignon, y era, como su rango le permitía, un tipo estirado y altivo, pero hacía lo posible por contentar al grupo de aventureros al que sus sirvientes estaban sirviendo té con pastas.

- Al comienzo, eran unos pocos osgos nómadas, que pasaban cerca de mi propiedad de vez en cuando, pero se fueron multiplicando, y eventualmente, se establecieron en mis tierras. Por supuesto, no podía consentirlo, así que envié a mi hijo para que negociara o bien su marcha, o bien un tributo anual acorde con las tierras que ocupaban.

- ¿Cobrar impuestos a osgos? - rió Kalanthe - Qué audaz.

- Os ruego que no os riais de mi situación – respondió el conde – mi hijo es mi único heredero, y mi mujer ya es mayor para darme más vástagos.

- Los dioses me libren – dijo, conteniéndose como pudo - y, ¿en qué dirección está ese asentamiento?

- Como a un par de horas de caballo al sudoeste.

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El poblado era más grande de lo que el grupo esperaba. Había una docena de burdas construcciones, incluyendo un par de atalayas de madera, rodeadas por una empalizada sorprendentemente bien construida, alrededor de una cueva natural al pie de una colina, y por lo que habían podido saber, la cueva se adentraba en lo profundo de la montaña en unas grutas bastante largas y laberínticas. Estimaron, escondidos tras unos peñascos mientras observaban, que habría al menos tres decenas de osgos en el exterior, y por lo que pudieron enterarse mientras venían de camino, el poblado era de más de un centenar. Los osgos no eran conocidos por ser unas criaturas especialmente peligrosas por separado, pero los números jugaban en contra de los Espadas sin Filo.

- ¿Qué me dices, Waltz? ¿Cargamos?

El humano fulminó con la mirada a la clériga, que parecía un tanto impaciente.

- Oh, vamos, deja de pensar en el pasado. ¡Vive el presente! Total, el futuro viene jodido…

- Deja de gafarlo.

- ¿Gafarlo? Todos vamos a morir, Waltz. Y ni siquiera es importante cómo ni cuándo. ¿Quién se acuerda de alguien que no haya sido rey o algo así? Es más, ¿a quién le importan los reyes? ¡También se mueren! Mejor nos centramos en lo bueno que tengamos ahora, que lo malo ya viene solo…

- Bueno, y ¿qué hacemos con los osgos?

- Eso, pensemos en qué hacer – dijo Yanir, el explorador del grupo, un gnomo reionita – Son más de cien, están fortificados, tienen vigías…

- Si pudiéramos colarnos sin que nos vieran… - susurró Giovanna, la pícara del grupo, semiorca zhargoshiana – quizá podríamos sacar al muchacho sin que nos vieran.

- O lo que quede de él – dijo con una extraña risilla Anthe.

- Tú y yo podríamos colarnos, Gio – respondió Yanir – pero a estos dos les verán en cuanto salgamos de la cobertura.

- ¡Me gusta el plan! - dijo de repente Anthe, agarrando por los hombros a Waltz y saliendo del escondite - ¡Eh, osgos de pacotilla, aquí! - gritó de repente, a plena vista mientras guiñaba un ojo a sus compañeros.

La humana echó a correr, y un instante después, Waltz la siguió, maldiciendo a todo el panteón. Mientras los osgos de las atalayas disparaban sus arcos cortos, algunos de los guardias de la puerta de la empalizada echaron a correr tras ellos.

Gio y Yanir aprovecharon el momento para colarse sin ser detectados, y comenzaron a explorar la caverna, en busca del hijo del conde. Kalanthe y Waltz salieron lo antes que pudieron del rango de los arcos, e intentando valerse de ventaja en el terreno, despacharon a cuatro osgos gracias a la pericia en combate y la magia de Anthe. Los dos que quedaban dieron media vuelta, tratando de regresar al poblado.

- ¿Dónde vais, osguitos? ¡La diversión acaba de empezar! - gritó Kalanthe, que comenzó a conjurar, al tiempo que Waltz sacaba su ballesta y disparaba a uno de ellos. La clériga apuntó con su magia al otro, que se desintegró al momento.

Cuando hubieron acabado con todos, se encaminaron de vuelta a la empalizada. Volvieron a esconderse a una distancia prudencial, y gracias a su magia, Kalanthe supo que Yanir y Giovanna se encontraban bien.

Pasaron los minutos, que se convirtieron en horas. Kalanthe y Waltz apenas se hablaron en este tiempo. Waltz aun se sentía molesto por no haber sido avisado… de nuevo. Finalmente el guerrero rompió el silencio.

- Nunca más una aventura con una seguidora de Rezhias.

- Oh, Waltz. Si no escarmentaste a la primera, diría que te gusto, o que en lugar de a Ilfaath, rezas a Ashtorgoth, porque estás mal de la cabeza.

Waltz masculló algo ininteligible.

- O bien que tienes peor suerte que yo – continuó la sacerdotisa – cosa que dudo.

- Cállate, Kalanthe, por los dioses.

La mujer se acercó al guerrero, que la miraba con furia contenida, y lo besó con decisión.

- Si no fuera porque detecto que Yanir y Gio vienen de camino, te iba a poner mirando al Olimpo.

Waltz se quedó confundido, y no pudo articular palabra hasta que los dos compañeros salieron de su camuflaje.

- ¿Y el hijo del conde? - inquirió Waltz.

- Esto es todo lo que hemos podido recuperar – dijo Giovanna al tiempo que sacaba un dedo cercenado, con un sello, de su bolsa.

- Dioses, no creo que vayan a pagarnos la recompensa – contestó el guerrero, torciendo el gesto.

- Probemos a resucitarlo – propuso Kalanthe.

La clériga recitó los versos, pero no sucedió nada.

- Hijoputa con suerte, por Rezhias, no tendrá que soportar más este mundo insulso y condeando. No como su padre - dijo al terminar su conjuro, y elevó una silenciosa plegaria a su Señora.

Se agachó, arrancó el anillo del dedo inerte, que arrojó a unos matorrales cercanos.

- Llevémosle esto al señor conde, al menos querrá saber qué fue de su hijo.

- ¿Seguro que es buena idea? Se podría enfadar, o acusarnos de su muerte – dijo Yanir, cauteloso.

- Maldito gnomo cobarde, vamos. ¿Qué es lo peor que podría pasar, por Rezhias?

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- Así que señor Conde, esto es todo lo que pudimos hacer.

El Conde d’Agant sostenía la sortija, llena de sangre reseca, en su mano temblorosa, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Apretaba los dientes con fuerza.

- Voy a poner precio a vuestras cabezas, desgraciados – masculló.

- Pero mi señor – se adelantó Yanir - hicimos todo lo que pudimos, incluso gastamos un valioso diamante en intentar traerlo de vuelta.

- ¡Diez mil monedas a quien me traiga la cabeza en una pica de cada uno de estos agoreros!

Los Espadas sin Filo salieron por piernas de la hacienda d’Agant.

- ¿Qué es lo peor que podría pasar, eh? - dijo en tono de burla Yanir mientras huían.

- Nos podrían haber cogido, de hecho, pensé que lo harían, al menos a ti, con esas piernas tan cortas.

- Gafe.

- ¡Tapón!

- Necesitamos un mago – dijo Giovanna mientras corrían – para las huidas.

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-Ya ven vuestras mercedes que no les fue demasiado bien en la aventura del Conde d’Agant, y sin embargo, una vez más siguieron adelante, y buscaron nuevos retos, hasta que llegaron a la capital del reino, Tyrsalevia. Corrieron algunas aventuras más, que salieron regular, y el grupo se deshizo una vez más. Sólo Kalanthe y Waltz, que compartían lecho y aventuras, continuaron juntos un tiempo. Hasta que… ¡oh! Pero mirad la hora. El buen posadero tiene que recoger ya.

Se extendió un murmullo entre decepcionado y expectante, pero los clientes se fueron retirando y dejando la propina al bardo. Kalanthe se acercó a Matt.

- Mi historia te está dando para mucho – dijo, sonriente.

- Y bien me la estás cobrando, en especie – respondió el hombre mientras terminaba de recoger sus cosas.

- Quizá debería cobrarte un porcentaje de esas monedas.

- O quizá deberías ir a ver al pobre Waltz, antes de que te eche de menos. ¿Qué tal sigue?

- Bien, bien. Sería una lástima que se enterase de lo nuestro, ¿no crees?

- ¿Me está amenazando, señora Holz?

- Rezhias me libre de tal cosa, señor Phillippe. Sólo expongo la posibilidad de que, por puro azar, llegase a sus oídos.

- Viniendo eso de boca de una devota de la Dama Infortunio, no sé cómo tomármelo.

- Sube de una vez a la habitación, antes de que tropieces y te tenga que subir yo.

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