Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar acerca de una compañera de grupo, cuanto menos… especial.

Kalanthe (III)

Durante algún tiempo, Kalante y Waltz se dedicaron en Tysalevia a alquilar sus armas, y las misiones no escaseaban. Casi todas estaban relacionadas con no-muertos, que en las últimas semanas habían multiplicado misteriosamente su actividad. Llegó a la ciudad la “Compañía del Arte Ambulante” y mientras Waltz asistía a un espectáculo de magia de ilusión de los hermanos Bergomi, Kalanthe decidió acudir a ver la actuación de Matthieu el bardo, que contó una trágica historia de amor entre dos jóvenes amantes que no podían materializar su amor. A Kalanthe le gustó el bardo, así que después de su actuación, le invitó a tomar algo en la barra, cosa que él aceptó. Aquella noche se contaron sus respectivas vidas mientras compartían bebida, lecho y aventuras, y el pobre Waltz buscaba a su compañera sin éxito.

La historia de Kalanthe resultó interesante en extremo, y durante las siguientes actuaciones, la añadí a mi repertorio. Pero me estoy desviando de la trama principal.

Tras un par de nuevas misiones, y después de cobrar las respectivas recompensas, Anthe y Waltz se encontraban dilapidando su dinero en alcohol, al punto de que les echaron de la taberna donde habían bebido hasta el agua del abrevadero. Despuntaba ya el alba, y ambos se mantenían en pie apoyándose en el otro. Llegaron hasta una plaza abierta, donde los comerciantes comenzaban a abrir sus negocios.

Kalanthe se dio cuenta de que tenía hambre y se acercó a uno de los panaderos.

- Dame una hogaza, que tengo gushhha.

- 5 monedas de cobre.

- Toma un oro, y no te alegreshhh demashhhiado, que quizá en lo que vashhh a gashhhtarlo shhhea lo que te condene eternamente.

Y entonces comenzó el espectáculo. A voz en grito, la sacerdotisa, tras comer un buen bocado de la hogaza recién hecha, se separó de Waltz y se tambaleó hasta el centro de la plaza.

- ¡Ciudadanoshhh de Tyrshhhalevia! - Kalanthe arrastraba las “s” y le costaba pronunciar – dishhhfrutad de lo que oshhh queda, que eshh poco, todoshhh moriremoshhh, máshhh pronto que tarde!

Waltz se llevó las manos a la cara, sabiendo lo que se avecinaba.

- ¡Todoshhh noshhh convertiremoshhh en pútridoshhh cadávereshhh y nadie shhhe acordará de noshhhotroshhh. Excepto loshhh gushhhanoshhh.

La gente empezó a murmurar, mirando a la enorme mujer.

- ¡El fin shhhe acerca, y voshhhotroshhh aquí, abriendo vuestrashhh inmundashhh tiendashhh…!

Un guardia, que se había acercado sigilosamente por detrás, la tumbó de un certero golpe con su porra.

- ¡En nombre del rey, queda arrestada por agorera, según la ley que lo prohíbe!

De cada calle que desembocaba en la plaza, apareció otro guardia, cosa que hizo que Waltz desistiera de intentar ayudar a su compañera. La llevaron inconsciente, en dirección a la prisión de la ciudad. Waltz siguió a la comitiva.

Cuando despertó, a Kalanthe le daba todo vueltas, y se encontraba en una sucia celda, que compartía con un unas cuantas ratas. Waltz estaba de pie, al otro lado de la reja.

- ¿Qué…?

- Te han encerrado, por agorera.

- Válgame Rezhias, tenía que pasar más temprano que tarde.

- No tengo para pagar tu fianza.

- Pues mala suerte, supongo – consiguió sonreír Anthe.

- Maldita estúpida.

Kalanthe acertó a tirar un beso a su compañero, y se incorporó trabajosamente hasta quedar sentada, tras lo cual se arrastró hasta apoyarse en una de las paredes.

- Yo también te quiero, Waltz.

- Piden un millón de monedas.

Kalanthe miró al guerrero, confundida.

- ¿Un millón? ¿Pero qué..?

- Así son las leyes en este… - Waltz miró a los lados, por si hubiera alguien – estercolero. -Adiós, Kalanthe. Supongo que ya nos veremos.

- ¿Sabes con qué he soñado mientras estaba aquí tirada, maldito bastardo?

Waltz, que ya había dado un par de pasos hacia la salida, se detuvo.

- ¿Con qué?

- Con que Rezhias me decía que estás a punto de irte a la mierda, y con que vas a tener un destino peor que la muerte.

Tras decir esas palabras, Anthe comenzó a reír, como si le acabasen de contar el mejor chiste del mundo. Waltz meneó la cabeza negativamente, y reanudó el paso. La clériga estuvo riendo varios minutos, una risa que jamás terminó de apagarse en la cabeza del guerrero.

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Los días pasaban lentos en la aburrida celda, donde Kalanthe sólo recibía la visita de las ratas, y una vez al día, del enorme carcelero minotauro, que arrojaba un plato con pan mohoso y un puré de aspecto asqueroso a la prisionera, que Kalanthe no tuvo más remedio que empezar a comer al tercer día, si no quería que el estómago se le volviera del revés. Sabía aun peor de lo que aparentaba.

Transcurrieron varias semanas, y el olor de la prisión era cada vez peor. No ya por los excrementos que se acumulaban en un rincón, y que nadie pasaba a limpiar, si no porque por el ventanuco enrejado que tenía la celda, llegaba un hedor insoportable, como a carne putrefacta. Además, el cielo estaba especialmente oscuro, y apenas entraba luz .El carcelero no pasó aquel día, y Kalanthe empezó a sospechar que pasaba algo. Tampoco pasó al siguiente, ni al tercero. No se oía nada en la prisión, salvo el lamento de otros prisioneros a lo lejos.


Al cuarto día, apareció una comitiva completa, encabezada por el carcelero, que llevaba las llaves en las pezuñas, seguido de dos guardias y un escriba.

- ¿Nombre, prisionera? - preguntó el funcionario.

- Kalanthe Holz. ¿Qué mierda pasa?

- Limítese a contestar a las preguntas. ¿Procedencia?

- Fenectas.

- Por la presente, Kalanthe Holz, fenecia, se le ofrece amnistía de su condena, que asciende a cinco años de prisión, por los delitos de desorden público y resistencia a la autoridad, a cambio de su ingreso inmediato en la milicia de Tyrsalevia, para combatir la Niebla. ¿Acepta estos términos?

- Joder, no sé que es eso de la Niebla, pero sí. ¿Me puede explicar alguien que está pasando?

- Sacadla de ahí – señaló el escriba cuando termino de hacer anotaciones en su voluminoso tomo – dadle una comida caliente, aseadla y equipadla según requiera. Ponedla bajo el mando del capitán Jalabert. Él te explicará qué sucede – dijo finalmente dirigiéndose a la prisionera.

El minotauro abrió la celda, y Kalanthe acompañó a los dos guardias por el pasillo. Tal y como había especificado el funcionario, la asearon, la dieron un buen plato de estofado, e incluso la dejaron repetir. Después, pasó por una armería, que no tenía equipo de gran calidad, pero había todo tipo de armaduras y armas. Kalanthe eligió una coraza, un buen mangual a dos manos, una ballesta, y un símbolo sagrado de Rezhias, que cogió de un montón de material. Mientras se vestía, unos soldados entraron con más armas y armaduras, y Kalanthe supo de inmediato que se trataba de objetos recién retirados de cadáveres.

Finalmente la condujeron hasta el tal capitán Jalabert, que era un semielfo con una cicatriz que le atravesaba el rostro desde la frente hasta hasta el mentón, pasando por su cuenca izquierda, donde no había ojo. Vestía una armadura de cuero tachonado negro, y llevaba un par de espadas cortas al cinto.

- Recluta Holz – dijo mientras ojeaba el informe – veo que es clériga.

- Y algunas cosas más. ¿Puedo saber ya qué coño pasa?

- Siéntate – le ofreció el capitán señalando una banqueta frente a la mesa donde posó el pergamino con el informe – trataré de ser conciso.

Kalanthe asintió, pero permaneció de pie.

- Una extraña niebla, que no sabemos de dónde viene, invade la tierra y hace que todo lo que toca se transforme en no-muerto. Ha ido avanzando hasta la ciudad, incluso se llegó a colar en los primeros días, pero gracias al trabajo del archimago y sus acólitos, ha retrocedido hasta extramuros, tanto la niebla como los muertos.

La clériga se sentó, y notó una náusea.

- Ha llegado – dijo.

- ¿El qué ha llegado, recluta? ¿Sabe algo?

- El fin del mundo – dijo sonriendo de repente - ¡el puto apocalipsis!

- No me joda, maldita tronada de Rezhias. Esto es obra de un nigromante, y pronto daremos con él y mandaremos esto a paseo. Mientras tanto, necesitamos gente como usted en primera línea de combate. Descanse un rato, y mañana a primera hora preséntese en la puerta norte.

- ¡Sí, señor! - dijo Kalanthe al tiempo que se incorporaba – ¡vamos a pelear! ¡Y estamos bien jodidos! - la clériga empezó a reír mientras se retiraba, y se encaminó al campamento junto a su escolta.

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- Mañana, mi querido público, el último y emocionante capítulo de la historia de nuestra clériga de Rezhias, que como es habitual en los de su credo, se encontró en el peor momento, en el peor sitio – Matt sonreía a la audiencia, y encontró la mirada de Kalanthe.

La actuación no había sido esta vez en la taberna, si no en medio del improvisado campamento que la milicia había montado en las calles, para organizar la defensa de la ciudad. Matt tuvo que pasear con su sombrero en la mano, mendigando la propina que casi nadie le dio, a pesar de haber tenido varias decenas de milicianos atentos a la historia, distrayéndose del asedio. Cuando se dirigía a Kalanthe, con su mejor sonrisa en la cara, sucedió.

Los zombis empezaron a emerger del suelo, los huesos comenzaron a llover del cielo. Separados por unos metros, Matt y Kalanthe se dedicaron una última mirada de despedida, cada cual desenfundó su arma, y se pusieron a pelear y defenderse. La turba de muertos empujó a cada uno en una dirección, un servidor luchando casi a ciegas por los escombros de la ciudad. Kalanthe nunca tuvo oportunidad de escuchar el último capítulo de su historia…

… Aunque vuestras mercedes lo harán... mañana.

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