El legado del padre Hægar



Tomado del diario de un juglar desconocido


Conocí al Hermano Hægar hace ya unos años, y lo primero en que te fijabas era en su impresionante físico; Medía cerca de 2 metros y a simple vista se le podían calcular más de 150 Kg. de peso, en los cuales no había una gota de grasa. A pesar de pasar la cuarentena, el clérigo dedicaba su tiempo sólo a dos cosas: Entrenar y rezar. Se había autoimpuesto una rutina estricta y dura: Levantarse a las 5 de la mañana, correr una hora, rezar las maitines, practicar con el hacha una hora, desayunar, rezar, trabajar el campo del monasterio, entrenar con su hacha, comer, rezar, levantamiento de pesos, rezar, cenar, predicar por la ciudad, realizar una ligera sesión de estiramientos y acostarse antes de que el sol se escondiera, antes de las 10 de la noche.

Si bien puede encajar en un perfil normal de cualquier clérigo de guerra de Finallis, cualquiera que hubiera conocido al hermano Hægar unos años antes no habría podido ni sospechar la vida que había llevado.

Hægar nació en una familia humilde de Septennae, y apenas hubo cumplido la mayoría de edad, partió del hogar en busca de una vida mejor, junto a su hermano Hermann. Dado que ambos poseían un admirable físico, y que se complementaban bien en la lucha, nunca les faltó trabajo.

La vida del hermano Hægar dio muchos giros bruscos e inesperados: Uno se produjo una tarde gris de Mayo, cuando nuestro héroe contaba con 25 años. Se escapaba la lluvia, y el pelotón de mercenarios del ejército tyrsalita se disponía a entrar en combate para aplastar una nueva rebelión de esclavos en aquel país. Hægar y su hermano estaban en primera fila de combate, sonrientes y sedientos de sangre, pensando ya en cómo dilapidar sus pagas que aun no habían recibido.
La carga de la unidad de mercenarios fue devastadora, y aunque los esclavos lucharon con el fervor de quien no tiene nada que perder, sucumbieron ante la superioridad táctica de guerreros experimentados.
-Pan comido, ¿eh, Her?
Hermann esbozó una tímida sonrisa, y un hilillo de sangre brotó de sus labios. Dejó caer su escudo y espada, y Hægar lo tomó en sus brazos mientras se derrumbaba. Una flecha perdida, hecha de manera rústica con una rama retorcida, se alojaba en la garganta de Hermann, y al intentar decir sus últimas palabras, sólo logró que un borbotón de sangre salpicara a su hermano.

Hægar no disfrutó de aquella paga, que gastó íntegramente el hidromiel estano. No derramó una lágrima, pero permaneció en silencio durante 2 meses enteros.

El mercenario continuó alquilando su espada al mejor postor durante algunos años, y sus deambulares, mucho más inestables a causa del alcohol que nunca, dieron con sus huesos en una tribu bárbara del norte de Septennae. Quedó tan impresionado por su estilo de lucha, que Hægar abandonó su espada, se deshizo de su armadura, y adquirió la cultura bárbara, y su estilo de lucha. Se adaptaba perfectamente a él, mucho más agresivo y poco defensivo. Ya no tenía nada que perder, ¿para qué defenderse?

Durante los siguientes años, en los que fue perfeccionando su técnica con un enorme hacha, Hægar estuvo al borde de la muerte en muchas ocasiones y batallas, pero en otras tantas su fortaleza física le impidió abandonar nuestro mundo. Empezó a adquirir cierto renombre como mercenario eficiente y efectivo, aunque no siempre hizo honor a tal fama y no fueron pocas las veces que terminó huyendo de una contienda desequilibrada para salvar el pellejo. En esta época, Hægar se había convertido en un ser huraño, obsesionado con el alcohol, las concubinas, el dinero y la sangre. Solo deseaba ver amanecer un nuevo día para derrochar sus pagas en estos vicios.

Y así fue como el bárbaro mercenario llegó hasta Tyrsalevia, y se unió al ejército del rey Allanon, que le pagó una importante suma por tomar parte en la guerra de Baeronorme, en la que tuvo un papel destacado.

El hecho es que tras esa batalla, el rey de Tyrsail lo reclutó para su guardia personal con promesas de riquezas y poder, y pocas cosas importaban a Hægar tanto como aquello. Pero el rey era un hombre malvado, despiadado e insensible. Sometió a su guardia a enormes peligros, y los trató con desprecio e ignorancia. El gigantón no estaba muy de acuerdo con tal campaña, y terminó por odiar al monarca al que tanto había amado... ¿o había amado su faltriquera del tamaño de un jabalí? El caso fue que decidió abandonar tal empresa en cuanto se le presentara la oportunidad.

Y la oportunidad se le presentó pronto. Amber Irisdefuego, guardián de uno de los semiplanos de Finallis, se cruzó en el camino del grupo, y ofreció a Hægar la oportunidad, no solo de abandonar a Allanon, sino de enderezar su maltrecho camino y volver sus pasos descarriados hacia la luz. Empujado por las circunstancias, Hægar, el bárbaro mercenario, se convirtió en el hermano Hægar de Finallis.

Tras su separación del rey Allanon y su campaña, Hægar la combatió tanto como pudo desde Taneo, su nueva residencia, revelando información a su principal rival, el rey Meghren de Allionas. En esta época fue cuando nuestro clérigo entregó su vida al dios de la luz, y adquirió la rutina que más arriba detallo, y cuando yo le conocí.

Aun siendo iniciado, estalló la guerra en Allionas, que se extendió luego por todo el continente. La horda de no-muertos, encabezados por el señor Fenris, asoló el país, y Hægar, como otros muchos clérigos, fue llamado a filas. Aunque con poca experiencia en la iglesia, y poca desenvoltura lanzando conjuros y oraciones sagrados, el hermano Hægar resultó muy valioso en el campo de batalla por su pericia como guerrero, y fueron muchos los no-muertos que cayeron bajo su hacha. El clérigo vio la luz, y encontró su vocación como clérigo de guerra. "Fue Finallis quien me dio mi fuerza al nacer, quien me llevó por el camino del mercenario para adquirir entrenamiento, y quien finalmente me ha llamado a su lado para combatir el mal"

Fueron casi 9 años de dura lucha, muchos murieron, pero Hægar no fue uno de ellos. Su túnica, antaño blanca como el sol, lucía raída y gris. Pero la hoja de su hacha seguía brillante, a pesar de hender cientos de no-muertos.

Tras la guerra, el hermano Hægar se dedicó a recorrer Allionas ayudando a los más necesitados, y acabando con los últimos reductos del frente, apoyando a los ejércitos provenientes de Hirannae, con los que el rey Meghren había hecho un pacto. Su impresionante figura
destacaba allí donde iba, y aunque resultaba intimidante, su sencillez de palabra, su carácter abierto y su fe inquebrantable terminaban dejando huella. Muchos fueron los supervivientes que se convirtieron a la religión del sol al paso del enorme clérigo.

Fueron casi 15 años de servicios itinerantes los que prestó el clérigo antes de volver a Taneo. Cuando regresó, Hægar pasaba holgadamente de la cincuentena, y su barba, antes del color del oro viejo, lucía blanca, lo que le daba cierto aire más calmado. Me estrechó con su enorme mano cuando me vio, y como era su costumbre, me golpeó con la otra en la espalda, en un gesto que proveniente de cualquier otra persona podría ser una palmada amistosa en la espalda, pero que del gigante suponía casi irse al suelo, mientras me daba la bendición de Finallis.

Poco tiempo de descanso tuvo; el justo para ser nombrado abad mayor del santuario de Taneo por sus servicios. El negro día de noviembre en que estalló la guerra del clero, como se la conoce hoy, fue llamado a filas. Miles de seguidores de Maddusse, encabezados por el Cardenal Ciric, entraron en Allionas exigiendo la rendición de Taneo y su conversión inmediata a una teocracia maddussina. Los templarios y clérigos de Finallis, Khala, y otras deidades del bien, no tardaron en darse cita para organizar la defensa.
El padre Hægar movilizó la milicia popular y el clero de Finallis de Taneo. Ese fue el día que supe que Hægar era un auténtico héroe.
Su discurso aun zumba en mis oídos. Su voz potente, ronca, profunda. Su imponente figura, que aquel día parecía desprender un halo de luz. Sus palabras.

¡Pueblo de Taneo! ¡Seguidores de Finallis! ¡Amigos todos! ¡Hoy hemos sido convocados aquí para luchar, no sólo por nuestra libertad!
¡No sólo por nuestra tierra!
¡No sólo por nuestro hogar!
¡Ni siquiera solamente por nuestras vidas!
¡Hoy, amigos, hemos sido llamados a las armas para luchar contra Maddusse, y contra todo lo que representa!
¡Hoy lucharemos con la bendición de Finallis, porque Él dispone que el mal debe ser erradicado!
¡Hoy lucharemos con la fuerza de Su puño!
¡Con la precisión de Su balanza!
¡Con la determinación de Su ira!
¡Hoy ganaremos esta batalla a la Oscuridad, y desterraremos de nuestro hogar esta mancha negra que empaña el mundo!
¡Hoy daremos a esos perros su merecido en esta vida, y dejaremos que Finallis se lo de en la otra!
¡POR FINALLIS Y SU GLORIA, AVANZAD!

La batalla fue cruenta, y el campo de batalla se tiño de un rojo tan intenso, que aun hoy, quince años después, la tierra de aquella zona es carmesí. El padre
Hægar abatió tantos clérigos oscuros, que nadie pudo hacer la cuenta; Su hacha hendía la carne corrupta de sus enemigos como si una fuerza divina la guiara... y no hay duda de que así era. Entrando en el fragor de la batalla, el Hægar más salvaje, aquel bárbaro que dormía en aquella montaña de músculos, despertaba con toda su ira. Fueron necesarios más de 20 hombres para abatirlo. Aun derrotado, e hincando rodilla a tierra, fue capaz de enviar a Finallis a algún otro enemigo.

Cuando la niebla de la batalla se disipaba, y pude por fin acercarme a él, aun estaba vivo. Tenía heridas por todo su enorme cuerpo, y apenas le quedaba un soplo de vida. Tenía la mirada perdida, y sus ojos azules se habían tornado grises, casi blancos.
-Vencimos, padre.
-Hace tiempo que yo vencí. Vencí a mi egoísmo y a mi ignorancia. Pero sólo ahora veo la luz...
Intentó extender su mano hacia el cielo, intentando tocar algo que estaba fuera de su alcance, y exhaló su último suspiro.

Fue enterrado en una fosa común junto a los otros miles de víctimas, y su nombre se perdió en el olvido, dejando huella imborrable sólo en unos pocos. Un héroe más en una guerra más. En un mundo de héroes, la gente no siempre sabe reconocer a quienes realmente lo son.

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