La guardia nocturna


La noche era tranquila, y sólo el aullar del viento y el crepitar de la hoguera rompían el silencio espectral que reinaba en el bosque. Sean y Thredd contemplaban como las llamas devoraban sin piedad los últimos restos de madera en la fogata. Acurrucados y envueltos en mantas, hacía ya un rato que no hablaban, ya que el cansancio de la guardia hacía mella en ellos. El fuego era aliado y enemigo; su calor era imprescidible en el crudo invierno de Kornic, pero podía atraer Orcos o cualquier clase de ratero, o quien sabe que bestias forestales. Sean oyó algo. Una ramita partida tal vez. Lentamente se levantó, dejó caer su manta al suelo y llevó su mano derecha a la empuñadura de su magnífica espada élfica. Hizo un gesto a Thredd, indicándole que se preparara. El hechicero humano se levantó, posó cuidadosamente su manta en el suelo, y, una vez erguido, puso las manos en forma de cuenco, y pequeñas llamas naranjas y azules empezaron a formarse. Tras unos segundos de tensión acumulada, y unos instantes de quietud repentina, unos Orcos, tal vez cinco, saltaron de los matorrales abalanzándose contra Thredd, que salió despedido unos metros y cayó. Pero en su caída soltó una llamarada que envolvió en fuego a su agresor, que comenzó a gritar presa del pánico. La hoja mágica del Elfo se había encargado ya de tres hediondos Orcos. De una de las tiendas, semidesnudo, surgió Cirion, un Rohîr, alto, rubio y corpulento, blandiendo su espada. Con un grito de guerra, y con esa guisa (apenas unos harapos le cubrían) no dio tiempo a reaccionar al penúltimo de los Orcos. Sólo quedaba uno. Retrocedió, gruñó. Observó a Sean, un Elfo Silvano renegado de su raza, que evitaba hacer uso del arco y siempre buscaba el combate cuerpo a cuerpo. Observó a Cirion, que desprovisto de su habitual cota de mallas, dejaba ver sus poderosos músculos en tensión, aferrando su espada con fuerza y delicadeza al mismo tiempo. Observó a Thredd, que yacía en el suelo, inmóvil; y observó también a Agnes, una bella mujer humana, que apenas salió de su tienda, comenzó a conjurar un hechizo sanador sobre Thredd. Durante un fugaz instante, el ligero viento pareció arrastrar la escena a miles de kilómetros, y todos se quedaron inmóviles. Un gesto suave, casi imperceptible, del Elfo, alertó a Cirion de la finta que se disponía a realizar. Cada guerrero por un flanco del Orco, y una espada en el pecho y otra en el abdomen. La amenaza había terminado.
Sin tiempo apenas de que el inerte cuerpo de Orco cayera al suelo, todo el grupo corrió a comprobar el estado de Thredd. La voz de Blackie, el hobbit dormilón del grupo, se dejó oír con inequívocos signos de cansancio. - ¿Qué sucede? Preguntó mientras se frotaba perezosamente un ojo. La mirada de Sean fue aplastante. Sus alegres ojos grises se habían tornado en pozos de trsiteza. El hobbit comprendió, y con gesto triste, entró en la tienda, de la que salió poco después con un par de palas. Thredd, el mago, se había ido para siempre, y sólo la animista Agnes conocía ahora algún conjuro. ¿Sería eso suficiente para afrontar el resto del camino?
09-01-00 by AlecTm

2 comentarios:

AlecTm dijo...

En su día cuando escribí esto (hace ya ocho años) me pareció un relato más o menos bueno, y se podría decir que estaba orgulloso de él. Hoy cuando lo he releido para copiarlo aquí (estaba en un cuaderno) ha perdido mucho de su encanto; me parece mediocre y muy mejorable.

Me basé en la primera partida de rol que jugué en mi vida (Sr de los Anillos dirigida por Sery) y supongo, que como en todo, se va aprendiendo con la experiencia.

Yashiro dijo...

Todos tuvimos nuestros comienzos, esta mu bene ke los tengas en un relato... :D asi podras recordarlos siempre...

Un abrazo...
Cya!!!