Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesiones XXI, XXII, XXIII. La batalla del río Bon.

Los bardos solemos ser mentes inquietas, gentes a las que nos gusta picar en todo tipo de artes. Sin embargo cada uno de los que he conocido, y a buen seguro, vuestras mercedes también, se nos da mejor una cosa u otra, y soñamos con destacar en una parcela de nuestro arte, aquella que más nos inspira, aquella que se nos da mejor. Hay bardos que son sublimes tocando instrumentos, y puedo asegurar al querido público, que Kimura Kaito es uno de ellos, pues su destreza con el shamisen no ha conocido parangón. Otros, como nuestra majestad imperial Arduin Voz de Plata, cantan con tal belleza que la mismísima Barenna se gira a escucharlo cuando alza la voz. Otros más modestos, como este servidor, aunque hacen ambas cosas razonablemente, no llegan a los niveles que he descrito. En mi caso, me especializo en narrar historias, escribirlas para las generaciones venideras, y preservar los actos heroicos entre las buenas gentes de Athanae.

Cualquier bardo narrador que se precie, tiene entre su repertorio alguna batalla. No es lo habitual que el narrador pueda contar este tipo de historias de primera mano, aunque este es mi caso, pues en el mes de Maddusander de 1838, este humilde bardo estuvo en primera línea en la batalla del río Bon.

Es una sensación difícil de describir, pues son muchas las emociones que embargan a uno. Nervios, miedo, determinación, orgullo, camaradería. Todo eso y más a una misma vez. Aquel día, tuve el honor de leer a nuestro enemigo las condiciones de nuestra Emperatriz. Como era de esperar, Gilles y sus tyrsalitas no aceptaron la rendición, y entonces me di cuenta de que realmente íbamos a luchar. Dos formidables ejércitos, frente a frente, en un campo de batalla que pronto se teñiría de rojo escarlata.

Habitualmente, una batalla es narrada de manera épica y gloriosa, y trataré de hacerlo a continuación, pero han de saber vuestras mercedes que, en el campo de batalla, las mayores miserias de la humanidad se dan cita, pues la violencia extrema, la furia asesina, la muerte, lo más sucio de hombres, elfos, gnomos, medianos y resto de razas de nuestro mundo, te rodea y embota. El olor de una refriega es algo especial, una mezcla de sangre, sudor, cuero, y metal. Los gritos de guerra al cargar, los de pánico del enemigo derrotado, los de dolor del tullido, los de desesperación del derrotado que suplica por su vida. En una batalla, amigos míos, uno siente junto y hace suyo, lo mejor y lo peor de la civilización.

Pero contemos ya cómo se dio aquella batalla, en la que el mismo Khayradín bajó del Olimpo para presenciar lo que allí ocurrió.

Del lado de Gilles, poderosas caballerías tyrsalitas, Caballeros del Sol Oscuro, que hacen temblar el suelo bajo sus cascos, enlatados en armaduras hasta las cejas, de modo y manera que pareciera que animal y jinete fueran un sólo ser metálico, pesado y temible. También, sus ballesteros campesinos, algunos de los cuales manejaban las viejas pero fiables máquinas de guerra. Algunas unidades de caballería más ligeras, y en el centro del campo de batalla, algunos minotauros, probablemente mercenarios, rugiendo con ira.

Del lado de Anne, comandado por Naltiria de las Grilandias, el ejército compuesto por la terrible caballería Roja de los Von Xavras, demonios montados en demonios, criaturas salidas del mismo infierno para enviar allí a sus enemigos; algunas caballerías ligeras y ágiles, en los flancos.

Unos cuantos regulares de infantería, como unidad de apoyo. Un regimiento de Compañeros del Panteón, con sus sagrados poderes. Destacando en el centro del campo, los escudos plateados, con sus relucientes armaduras reflejando la luz del sol, casi cegando a quien ose mirar sus impertérritas filas. Una compañía de elfos drow, listos para incursionar. Una unidad de amazonas sedientas de sangre, preparadas para empalar a todo hombre que se cruce en su camino. Un trebuchet, con enormes piedras esperando para ser lanzadas, además de un par de balistas, operadas por aguerridos campesinos. También en el flanco derecho, una terrorífica hidra, con sus cuidadores drow.

Cada uno de los compañeros de los Caminantes sin Rostro nos distribuimos de manera que fuéramos lo más útiles posible; así, Luca y un servidor nos incorporamos a la Compañía del Panteón; nuestro enorme amigo aportaría músculo, mientras yo infundiría ánimos a toda la unidad. Por su parte, Tenar estaba con las amazonas de Zhargosh. Naltiria, a su lado pero fuera de la unidad; Elian y Vronti, formando su propia y temible unidad en el centro; Neesa, sola, al lado de la compañía, dispuesta a utilizar su magia. Alix y Kalanthe, en la unidad de incursores drow, uno para acompañar los disparos de los elfos, otra para aportar fuerza de cuerpo a cuerpo llegado el caso, y finalmente Tisaia… ¿dónde estaba la ruda mujer? Nadie lo supo hasta que no asomó con su arco preparado, escondida en el bosque del territorio enemigo.

Las tropas de Gilles llegaron antes al terreno de batalla, y comenzaron su avance mientras nuestra general terminaba de organizar las suyas. No podíamos ver todos los soldados enemigos, pero rápidamente supimos que además del peligroso dragón que montaba el general enemigo, su esposa Lorraine venía a lomos de una no menos terrorífica mantícora. Ambos cónyuges volaban a toda velocidad por nuestro flanco izquierdo, acercándose a mi unidad y la de Luca. “¡Valor!” grité al ver algunos compañeros dudar ante tan penosa visión.

En el flanco contrario, nuestros caballeros demoníacos maniobraban para intentar no ser alcanzados por los proyectiles y la magia de los tyrsalitas; las máquinas de guerra trataban de derribar la granja donde nuestros ballesteros se apostaban para disparar, con terrible precisión. Los hechiceros enemigos hacían llover fuego y terror sobre nuestras unidades, que aguantaban estoicamente los conjuros de Isobel, Lorraine y Catalina. Apenas pudimos comenzar nuestro avance, Naltiria y Tenar intercambiaron posiciones, y la archimaga utilizó su magia para teletransportar a las amazonas de Zhargosh a la retaguardia enemiga, cerca de sus máquinas de guerra. Tenar, Neesa y Naltiria vaciaban sus reservas de hechizos sobre el enemigo. Llegó entonces nuestro primer éxito, cuando un enorme pedrusco lanzado por nuestro trebuchet cayó sobre la cabeza de Phillippe, que, rodeado de sus caballeros, no pudo esquivarlo a tiempo.

Lo peor para nosotros estaba por llegar: Una carga de los caballeros del sol oscuro acabó con Vronti tratando de huir, pero acorralado, sin poder alzar el vuelo, y fue masacrado sin piedad por los cascos de los caballos tyrsalitas. Los minotauros, apoyados por la caballería de Phillippe, pero ya sin él, cargaron contra los drows de Alix y Kalanthe, casi al mismo tiempo que los compañeros del Panteón recibíamos el impacto de Gilles, Lorraine y sus monturas. La suerte fue desigual para estos dos combates: Los drows y Alix recibieron con una lluvia de virotes a los enormes y furiosos minotauros, pero estos parecían no prestar atención a sus propias heridas, y continuaron avanzando hasta caer sobre la unidad. El impulso combinado de los minotauros y los caballeros, fue demasiado para nuestros héroes, que no tuvieron más remedio que retroceder para no ser aplastados.

En nuestro flanco, mientras tanto, los Compañeros del Panteón aguantamos como un muro la carga del matrimonio de Belouse, y Luca, en duelo singular con Gilles, hizo retroceder al general de los Tyrsalitas, rugiendo como un animal, poseído por el espíritu de batalla. Voto al mismo Khayradín que el ogro aguantó golpes que hubiesen sido capaces de tumbar un edificio, y sin embargo ahí estaba, de pie, agitando su alfanjón, mientras Gilles emprendía la huida, y su mujer lo despedía a gritos de “Cobarde”. Aquel combate estaba destinado a perderse, pero puedo asegurar a vuestras mercedes que resistimos como jabatos a la mantícora de Lorraine durante el tiempo suficiente como para que a Gilles le diese tiempo a recomponerse y cargar nuevamente contra nuestra diezmada unidad. Finalmente, con el regimiento ya prácticamente destruido, los pocos que quedábamos intentamos alejarnos del terrible destino que teníamos, que no era otro que ser devorados por las fauces de uno u otro monstruo, pero no pudimos burlar nuestro sino nada más que por unos segundos de desesperación, sangre, vísceras... y muerte.

El resto de la batalla, como imaginaran vuestras mercedes, lo cuento desde ojos ajenos y con los relatos que llegaron después de mis compañeros supervivientes, porque aunque los dioses tuvieron a bien permitirme vivir una vez más, quizá para cantar y contar esta historia, mi siguiente recuerdo es ya sobre un campo de batalla sembrado de cadáveres, ceniza y destrucción.

Mientras en el flanco izquierdo los Belouse causaban los estragos mencionados, en la zona central del campo de batalla las cosas no iban mucho mejor; a pesar de que un principio la unidad de drows en la que iban Alix y Kalanthe logró reagruparse, una segunda carga combinada de minotauros y caballeros la hizo ponerse de nuevo en huida, y ya no se supo más de ellos hasta unas horas después. Algunos rumores dicen que se les vio tomando cervezas en una conocida taberna de la capital. Por el flanco derecho, las cosas iban algo mejor para los nuestros. A pesar de que la hidra cayó presa de magia y proyectiles, la intensa concentración en ella permitía a las demás unidades ir librando de estos recursos. Los caballeros Von Xavras intentaban trabarse en combate, pero las caballerías ligeras del enemigo daban media vuelta ante su temible presencia, dejándolos en una posición un tanto alejada de las refriegas principales. Más allá, en el extremo derecho del campo, nuestra caballería ligera logró quitarse de en medio una unidad de ballesteros, mientras en la retaguardia de los tyrsalitas, las amazonas causaban estragos en las máquinas de guerra y algunos ballesteros rezagados, apoyados desde el bosque por Tisaia, que lanzaba una lluvia de flechas, mientras aguantaba estoicamente los hechizos enemigos.

Cuando todo parecía perdido para Neesa, pues una unidad de caballeros regulares cargaba contra ella lanza en ristre, el hada esquivó como pudo los feroces ataques de jinetes y monturas, aguantando lo suficiente para que los caballeros Von Xavras cargasen por su flanco.

No debió gustarles mucho la idea, porque salieron huyendo en dirección contraria, poniendo en tres de tres las veces que los caballeros rojos cargaban, y la unidad objetivo salía por piernas, o patas, dejando a Neesa resoplando de alivio en el centro del campo de batalla.

Poco después, sin embargo, lograron por fin probar sangre, al cargar por el flanco a la unidad de caballeros del Sol Oscuro de Gastón, a quien de reconocer un valor y aguante dignos de elogio, pues él y su unidad aguantaron como auténticos guerreros ante nuestros poderosos escudos plateados, luchando con honor y valentía incluso cuando llegaron los Von Xavras por el flanco, soportando la carga y dando tiempo al otro regimiento de soles oscuros a unirse a la refriega. Finalmente cayó, acosado por los temibles caballeros rojos, que lograron poner en huida a toda la caballería pesada tyrsalita.

Llegando desde la espalda del enemigo, las amazonas de Zhargosh se erigieron posiblemente en la unidad más valiosa de la batalla; tras librarnos, como ya narré a vuestras mercedes, de ballesteros y máquinas de guerra, dispararon hasta tumbar a la mantícora de Lorraine, quien corrió a refugiarse en la granja cercana. No obstante, sedientas de sangre, asaltaron el edificio, tomando como trofeo la cabeza de la hechicera. Gilles, furioso por la pérdida de su esposa, intentó vengarse, sólo para estrellarse contra las lanzas de las furiosas guerreras, que redondearon su día de victorias, añadiendo a su palmarés la cabeza del rebelde tyrsalita. Su dragón, privado de jinete, decidió que no pintaba más en la batalla, y agitando sus poderosas alas, abandonó el campo de batalla. Para entonces, los supervivientes ya gritaban de júbilo, con todos los oficiales del ejército enemigo muertos, y casi todas las tropas huyendo. La batalla del río Bon tocaba a su fin, y Tenar me llamó a la vida, y por la gracia de los dioses, pude contestar dicha llamada, y estar hoy ante este querido público, narrando esta historia.

Mientras los vencidos huían, y los vencedores hacían conteo de bajas y recogían su botín, un servidor paseaba entre los restos de la batalla. Los soldados celebraban abrazándose y vitoreando consignas alabando a Khayradín, a Fortunna y a la Emperatriz, y yo mismo tuve oportunidad de volver a abrazar a Luca, que los dioses tuvieron a bien traer también de vuelta.

Habíamos logrado la victoria que habría de servir de advertencia a futuros insurgentes. En el primero de Maddussander de 1838, la Emperatriz Anne Von Xavras, y en su nombre, Naltiria de las Grilandias, venció a orillas del río Bon al conde Gilles de Belouse, poniendo fin a su conato de rebelión contra el Imperio de Athanae, y un servidor estuvo presente el día en que se hizo historia.

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Los parroquianos se iban retirando de la taberna, y dejando sus propinas en el gorro de un servidor. Cuando la taberna estaba prácticamente vacía, se oyeron unos aplausos acompasadamente lentos desde el fondo.

ALIX - Muy bonito, Matt, muy bonito. Tan épico, tan heroico. Mi experiencia en aquella batalla no fue exactamente como la relatas, ¿sabes?

MATT - Claro que lo sé, Alix, pero no es lo que la audiencia quiere escuchar. Ya me alejo bastante de la épica por momentos, intentando ponerme un poco crudo…

ALIX – No lo suficiente, no lo suficiente. Aquello fue horrible, la guerra es horrible.

MATT – Estuve allí, Alix. Recuerdo perfectamente el horror. De todas formas, siéntate conmigo. Quiero que me cuentes de lo que tú te acuerdas. Nuevos puntos de vista pueden servirme para esta historia u otras… o como poco, para conocerte mejor.

Sonreí, señalando el taburete de la barra, e hice una seña al tabernero, que sirvió dos pintas de cerveza.

MATT – Cuéntame todo, Alix, deja que me empape de tu experiencia.

ALIX – ¿Sabes lo que es la congoja que se siente justo antes de entrar en el campo de batalla? Por mucho que vayas a echar un pis seguirás teniendo ganas de ir y, si eres creyente, ya puedes rezar para no mearte encima. Yo que no creo en ningún dios, sólo podía contar conmigo mismo y en mi valentía para mantener los calzones secos. Pero una cosa te digo… valgo más que cualquier puta guerra y además no dejaré que ningún mierda de fanático me ponga la mano encima.

Ya estábamos esperando a que empezara el lío. En mi unidad éramos los drows y la loca. Por las barbas de Samara… a quien se le ocurrió ponerme con ella. La locura de Kalanthe me suele resultar casi entrañable, pero no para de hablar del fin del mundo y que todos vamos a morir, pues yo no pensaba quedarme fiambre allí. Por lo visto, los drows se regocijaban en sus palabras, les encanta el caos, la destrucción y… el olor a miedo proveniente de los calzones. El ejército de “Gilles-De-La-Bouse” estaba en el campo de batalla y enfrente de nosotros se colocaron unas bestias que no parecían muy amigables: unos cuantos minotauros que me podrían haber aplastado con sólo mirarme.

Se los veía escarbando en el suelo con enfado con sus pezuñas traseras, sus colas latigaban el aire haciendo sonar los cencerros atados a sus colas… tragué con dificultad… seguro que a Kalanthe le sonó como las campanas del juicio final, seguro que en aquel mismo momento la emoción de la batalla hizo que tuviera ganas de follar hasta quedar exhausta. Sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Pues, yo no quería morir sin haber conocido mi primer polvo. Ni hablar...

Y de repente, ocurrió… el cuerno resonó. Acaricié a Hel y a Balder. Ellos no me fallarían. Los minotauros cargaron hacia nosotros. De sus fosas nasales salía humo, desenfundé mis pistolas y me concentré, calculé… la clave estaba en aguantar. Grité a mi unidad: “¡Aguantad!”. Sentí la excitación de los drows y por un segundo temí que no me obedecieran. “¡Aguantad! ¡Maldita sea!” Apunté y disparé. Primero con Hel, fallé por poco, pero conseguí herir a uno de los minotauros provocando su furor. Luego con Balder: tomé aire, me centré y la bala salió y silbó hasta clavarse justo entre los ojos de otro de los minotauros. Casi me sorprendí al ver al coloso derrumbarse ante mí. Grité: “¡Cargaaaad!” y a partir de allí sólo noté el olor a vaca, a purín, a pis y a sangre, vi entre el barro cuerpos inertes y cuerpos en movimiento, escuché el metal cruzándose, gritos de dolor, de miedo. Sólo me quedaba luchar por mi vida fuera como fuera, me olvidé de todo: de mis valores, de mis objetivos, de mi compañía. Estaba en el suelo, cubierto de barro y todo se detuvo a mi alrededor… excepto una silueta diáfana más alejada de la batalla… Era Lothar… me incorporé evitando sin querer un hacha que se clavaba en el suelo y me alejé titubeando hacia mi visión. Grité con todas mis fuerzas el nombre de mi mentor pero la silueta se alejó. Cuando al fin creí alcanzarla, se desvaneció. Maldita sea. Volví en mí y me asaltó la rabia por haberme alejado de mi cometido. Estaba rodeado de drows que estaban huyendo como ratas. El rumor de la batalla seguía y les grité: “¡Maldita sea! ¿Queréis que os recuerden a vosotros y a todos los de vuestra calaña como a sucios cobardes o queréis que os teman hasta en el mismísimo plano superior? ¿Queréis hacer honor a Vyperuss? ¿Joder, y os lo tiene que recordar un ateo? ¡Demostrad a todo el inframundo que estáis hechos de pasta de héroes!

Mis palabras surtieron efecto: todos, magullados o no, dieron media vuelta hacia el corazón de la batalla. Seguíamos en el ajo: parecía que la batalla se volvía eterna y no sé si estábamos ganando o perdiendo. Sin embargo, a la vista de los caballeros del sol oscuro cambiaron las tornas: tenía la íntima convicción de que estábamos perdidos. Podía adivinar sus caras deformadas por el odio y los volvía aterradores, el eco atronador de su reputación les seguía como su propia sombra. Los drows gritaban huyendo despavoridos y fue cuando me di cuenta que ya no tenía balas, que si me quedaba allí, no conseguiría aguantar otra carga más… “los caballeros del sol oscuro”, tyrsalitas famosos por su falta de piedad y su sed de sangre. No lo repitas pero… noté como mi entrepierna se empapaba… un calor mojado bastante molesto pero en ese momento, ni me importaba, me sentía desnudo, Hel y Balder ya no me podían ayudar. Pensé que estaba perdido de verdad y volví a ver ante mí a Lothar. Me señaló unos cuerpos de minotauros, tumbados, inertes. Decidí esconderme entre esos cuerpos y me hice bola, sollocé como un maldito crío. No pensé que sobreviviría al día de mi decimoquinto cumpleaños… no pensé que sobreviviría al primero de Maddusander y ¿sabes lo único de lo que me arrepentía? No poder olvidar esta batalla entre los brazos calientes de una chica… como un puto hombre.

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Ambos amigos chocaron sus jarras de madera, y apuraron el último trago del espumoso brebaje.

MATT – Por los brazos calientes de las chicas – guiñé el ojo.

ALIX – Por los brazos calientes de las chicas.

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