Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesión XX:

Edda Viola caminaba pasando revista a las tropas, junto a Naltiria.


- Escudos plateados – dijo la archimaga – nos vendrán bien.



Edda asintió, en dirección al jefe de la unidad, que hizo un saludo militar y comenzó a dar órdenes a sus hombres, que con precisión y coordinación sobrenaturales, se movieron al unísono, emprendiendo la marcha, junto a las demás unidades elegidas.


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Las tropas estaban desplegadas, en frente, las fuerzas de Gilles. Casi todo su ejército lo componían poderosas caballerías de uno u otro tipo, además de ballesteros y algunas máquinas de guerra antiguas, pero operativas. Gilles y su esposa, Lorraine, montaban poderosas bestias. Él, un majestuoso dragón rojo, ella, una temible mantícora. Ambos volaron elegantemente hasta el punto intermedio entre los dos ejércitos, y aterrizaron con sus poderosos monstruos, a la espera de sus interlocutores.


Naltiria convocó con su magia unas monturas fantasmales, para Tenar, ella misma y un servidor. Cabalgando bajo el estandarte del parlamento, fuimos al encuentro de los Belouse.


- No van a aceptar estos términos – dije, mientras señalaba el portapergaminos de mi cinturón – Lo sabéis, ¿verdad?


- Lo sabemos, Matt – contestó Tenar cabalgando con su eterna expresión de hastío – pero hemos de cumplir el protocolo.


- En ocasiones, se corta la cabeza del emisario – tragué saliva, intentando pasar el nudo de mi garganta.


- En ese caso – dijo Naltiria muy seria – habrá una afortunada pica para lucir tu marmóreo rostro.


No es que me tranquilizase el intento de broma de la archimaga, pero traté de armarme de valor. Estaba dispuesto a correr el riesgo, con tal de estar en primera línea de la batalla que estaba por venir, y que ahora narraré a vuestras mercedes.


Al llegar, una leve inclinación de cabeza de cortesía entre todos. La mantícora de Lorraine se revolvió inquieta, ante el olor de carne fresca, y dio un par de mordiscos al aire, peligrosamente cerca de Tenar, que, si tenía miedo, no lo demostró.


- Saludos, extranjeros – dijo Gilles, haciendo especial énfasis en esta última palabra – y bienvenidos al río Bon. Espero que estéis disfrutando la estancia en nuestras tierras – y de nuevo enfatizó “nuestras”.


Naltiria me miró, y asintió. Saqué el pergamino de mi cinto, lo desenrollé, y leí:

 

Por la presente, Anne Von Xavras,, Emperatriz de Athanae, primera de su nombre y linaje, azote del Dragón, reconquistadora de Athanae, Benefactora de los Consagradores, y en su nombre, los embajadores del Imperio de Athanae, y yo, Matthieu Phillippe, como su portavoz, hace saber lo siguiente:


Se exige al señor, Gilles, Conde de Belouse, la rendición inmediata de sus fuerzas, la dispersión de su ejército, y su entrega a las autoridades imperiales, aquí representadas por Naltiria de las Grilandias, Archimaga de Taneo.


Asímismo, deberán entregarse su esposa, Lorraine de Belouse, y sus aliados y cómplices, Isobel de Crevicy, Catalina Malionnair, Gastón de Mijon, y Phillippe Crecillon, para ser juzgados por un tribunal imperial, bajo los siguientes cargos:


- Alta traición a la Corona
- Desorden público
- Incitación a la rebelión
- Conspiración
- Difamación a la Corona


Por todos estos crímenes, habrán de comparecer los acusados, en juicio justo, presidido por un tribunal del Juez, en fecha aun por determinar. Entretanto, permanecerán en prisión preventiva, custodiados por la autoridad imperial.


Se ofrecen, las siguientes condiciones:


- Se perdona la vida, y se exonera de su connivencia, a todos los miembros del ejército de Gilles de Belouse, a excepción de los acusados referidos más arriba.
- Se ofrece juicio justo a los acusados, en el que se dictará sentencia según las leyes del Imperio.
- Se advierte a todo aquel que cometiere los mismos actos, que será detenido y juzgado de igual manera.
- En caso de rechazar las condiciones referidas, el ejército de su majestad imperial no tendrá otra opción que presentar batalla, no dando cuartel al enemigo sublevado.


Así se hace saber, a orillas del río Bon, a día Uno de Maddussander, del año 1838.


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A medida que leía el texto, una expresión casi satisfecha crecía en el rostro de Gilles, pero no así de su esposa, que se estaba poniendo roja de ira. Apenas terminé el texto, Lorraine estalló.


- ¡Córtales la cabeza, Gilles! ¡Qué ultraje, qué insulto! ¡Dales de comer a los puercos sus asquerosas cabezas!


La mantícora de la mujer dentelló de nuevo peligrosamente cerca de los tres, y un servidor no pudo evitar dar un respingo. No así Naltiria y Tenar, que permanecían tiesas como ajos, orgullosas, con la expresión neutra, casi altanera.


- Paciencia, querida, parlamentemos un poco antes – apaciguó Gilles levantando la mano en gesto tranquilizador – No podemos aceptar esos términos, pero quizá queráis escuchar los nuestros.


Naltiria sostuvo la mirada del conde unos segundos, escrutando lo más profundo de su ser, analizando sus gestos. Luego asintió.


- No malgastemos vidas de buenos soldados – dijo Gilles, haciendo un arco con su brazo, señalando sus tropas - Decid a vuestra Emperatriz que se reúna conmigo, en el palacio de Tysalevia. Allí, me coronará rey de Tyrsail, reconociendo mi legítimo derecho a ceñir la corona de mi país. Tras ello, firmaremos un tratado de alianza, hincaré la rodilla ante ella, le juraré lealtad, y pondré mi ejército a su disposición. ¿Qué os parecen esos términos?


Las venas de la frente de Lorraine parecían a punto de estallar, y su ira se transmitía a su montura, cada vez más inquieta y agresiva.


- ¿Pero qué…? - consiguió escupir antes de que su marido levantase de nuevo la mano para calmarla.


- Esos son los términos de Tyrsail, embajadores imperiales – cortó a su esposa Gilles, templado.


- No parece descabellado – comenzó a susurrar Tenar, pero en esta ocasión fue Naltiria quien levantó su mano, deteniendo el discurso de la elfa.


- Los términos de nuestra Emperatriz son innegociables, me temo, mi querido Conde – dijo Naltiria en voz bien alta, sosteniéndole la mirada - ¿Os rendís?


- Désolé, qué lástima, qué lástima, me parece que no tenéis intención de llegar a ningún acuerdo.


- El acuerdo de mi señora es el que ha ofrecido, conde Gilles.


- En ese caso, aun tenemos la oportunidad de no convertir esto en un baño de sangre, embajadora imperial. Un duelo de generales, aquí y ahora, vos contra mí.


- ¿Vos contra mí? ¿O vos y vuestro dragón contra mí? - puntualizó puntillosa la archimaga.


- ¿No os habéis traído vuestro dragón, mi señora? Qué lástima – sonrió Gilles.


- En ese caso, tendré que declinar tal duelo, pues sería desigual e injusto.


- Veo que valoráis vuestro pellejo por encima de los hombres que comandáis, una verdadera pena, pero al menos ya sabemos que la situación no es desigual por las monturas, sino por el honor. Pocas opciones me dejáis, embajadores, que no sean la guerra. No habrá pues, piedad este día. Ante los dioses juro – Naltiria no pudo evitar un escalofrío recorriendo su espalda ante esta mención – que en el día de hoy, Anne Von Xavras, emperatriz de Athanae, ha cometido un grave error ninguneando a Tyrsail y sus gentes, y habré de recordárselo enviando vuestras cabezas en cestos.


Tras estas palabras, Gilles escupió al suelo, bien cerca de Naltiria. Ante este ultimátum, por fin, Lorraine sonrió maliciosa y satisfecha, y ambos tyrsalitas levantaron el vuelo, para regresar con sus tropas. Por nuestra parte, Tenar conjuró unos segundos, y volvimos teleportados a nuestras propias filas.


Al verme, Luca, que formaba parte de mi unidad, me miró esperanzado.


- Hoy lucharemos, amigo mío, voto a Khayradín – le informé mientras respiraba hondo.


- Por fin un poco de acción. ¡Khayradín! – rugió satisfecho.

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