Breve ensayo de Divinidad y Universo para Alexander, por Kōji del Dragón Negro



Acerca del autor y destinatario.

Poco importa el autor de esta obra. Kōji es un nombre genérico [literalmente, huérfano] que se asigna a todo monje de un templo que no es Sensei. Somos aprendices hasta que tenemos aprendices.


Respecto a Alexander de Tolina, es un clérigo zhargoshiano, devoto de Khala, diosa del valor, la lealtad y la esperanza, entre otras cosas. Es un muchacho jovial, disfruta de la vida y cree que su fe es el dogma universal del Universo. Como muchos de sus compatriotas, intenta expandir su fe allá donde va y con quienquiera que se encuentre.


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Acerca de los dioses.


No pretende ser este un estudio teológico. Sobre este tema, otras obras mejor documentadas y exhaustivas, algunas de las cuales, este autor conoce, y las cuales sirven de base para este texto, podrán ser de más utilidad en caso de que el lector esté buscando acerca de este tema.


En el momento de escribir este ensayo, se conocen y adoran al menos 35 deidades a lo largo y ancho del mundo. Cada uno de estos poderosos seres, de existencia innegable en tanto interaccionan con el mundo de manera habitual y tangible, tema que se tratará más adelante, tiene ciertos ámbitos de poder y consecuentemente, cierto número de seguidores. Algunas gentes simplemente rezan a sus dioses en momentos de necesidad, otros los nombran cuando una situación tiene que ver con sus ámbitos correspondientes. Muchos otros les dedican oraciones con auténtico fervor, buscando favores y bendiciones, y algunos toman los hábitos, en alguna de sus maneras, consagrando su vida a su deidad. Son estos últimos los que más cerca están de sus tutelares, pues manifiestan, a través de sus oraciones, extraordinarios poderes mágicos concedidos por los dioses a sus fieles más devotos. Estas oraciones, que van desde pequeñas bendiciones de suerte, hasta poderosas curaciones, e incluso, a regresar a los muertos a la vida, sea en su forma mortal o, en el caso de algunos seguidores de deidades oscuras, a formas de no-muerte de una u otra índole.


Esta es la parte más tangible y cercana al mortal de a pie. Una herida mortal se cierra milagrosamente, haciendo que el samurái siga sirviendo a su señor; un discurso enardece a las tropas, haciendo que enarbolen sus katanas más eficientemente. Estos poderes son visibles, y casi cada mortal los ha visto, o los verá, en algún momento de sus vidas. Por tanto, y como se dijo más arriba, es innegable este aspecto de las deidades del mundo, pues sus poderes mágicos, se manifiestan de manera visible, tan reales y poderosos como los más intrincados hechizos arcanos de los magos y hechiceros.


Acerca de la posición en el mundo de los dioses.


El panteón de los dioses no es inmutable. Se sabe de mortales que han ascendido al Olimpo, y de dioses olvidados y caídos en desgracia, que desaparecen, incluso en ocasiones, sin dejar rastro.


Se sabe también que en ocasiones, las divinidades se inmiscuyen en el mundo mortal, más allá de conceder dones y conjuros a sus clérigos y paladines. Algunas de estas intervenciones son más tangibles que otras, como engendrar hijos con mortales, pues se tiene constancia de hijos de dioses, a los que habitualmente se conocen como semidioses; Cada dios parece tener asuntos en el mundo mortal que sirven a sus intereses. Los dioses más poderosos y preponderantes, como Finallis o Maddusse, no dudan en enviar espectaculares avatares con formas humanoides, y canalizan a través de estos y de sus sacerdotes de más alto estatus en su iglesia, poderosa magia divina más allá de la disponible para los clérigos menos poderosos, en aras de influir, inspirar y manipular el mundo mortal a su antojo, dentro de su rango de poder. Si estos dioses se manifiestan de manera visible y grandiosa, hemos de suponer que otros seres divinos, más cercanos a dominios de subterfugio y ocultación, se manifiestan de manera mucho más sutil, operando en las sombras, como corresponde a su dominio y forma de ser.


Llegamos a la irrefutable conclusión, de que cada dios, pues, tiene su personalidad, llena de matices y tan real como la de un mortal; Cada deidad tiene sus intereses, apetitos, y formas de saciarlos y conseguirlos, de tal manera que a los dioses justos como Finallis les place que se imparta justicia, y a los dioses del asesinato como Idhaal, les place que se asesine con alevosía; Y de esta manera reparten favores a sus adoradores, de manera completamente comprensible para los mortales, pues se comportan como mortales… pero administrando un grandioso poder, y a un nivel superior de existencia al de los mortales.


Acerca de cómo cada dios consiguió este poder, este autor vuelve a insistir en que este tratado no versa acerca de los dioses, pero es necesario establecer una pequeña base divina. Existen tratados de gran interés acerca de ello; baste decir aquí que, según estos estudios, el poder que cada dios posee y maneja, depende en gran medida de la cantidad y devoción de los seguidores que tiene entre los mortales, haciendo de esta manera una relación de círculo vicioso, pues mientras más poder tiene, más influye en el mundo, lo que hace que más gente se convierta, lo que redunda en más poder. De igual manera, al contrario, mientras pierde seguidores, menos poder concede a estos, y más de estos abandonan su fe. Esto incluso ha llevado, como se ha referenciado antes, a la caída en desgracia de alguna deidad.


Queda establecida pues, la existencia de los dioses, sus distintas personalidades, y la condición finita de la condición divina.


Acerca del destino.


Este autor cree firmemente en el destino, fuerza que mueve el universo por encima de las voluntades divinas, y en las siguientes líneas, tratará de explicar por qué.


El universo es un lugar ordenado y predecible, sujeto a reglas específicas invariables; Si uno deja caer un objeto al vacío, sin que intervenga ninguna otra acción o fuerza, el objeto caerá. No sólo esto, si no que caerá siempre de la misma forma y a la misma velocidad, siempre y cuando las condiciones y el objeto sean las mismas. De igual forma, si un ingeniero diseña un mecanismo que abre una puerta al oprimir un botón, siempre que el mecanismo esté en condiciones de funcionamiento, la puerta se abrirá al oprimir el botón, y del mismo modo, si no engrasa y mantiene los engranajes que hacen que esto suceda, sabemos que el mecanismo fallará tras unos determinados ciclos de funcionamiento. Es más, un ingeniero lo suficientemente capaz, sabrá cuántos ciclos pasarán antes de que su mecanismo falle, y cuando deberá sustituir o reparar las piezas correspondientes.


Dos más dos siempre suman cuatro, como regla universal, pues las matemáticas son siempre inmutables, cualquiera que sea el país donde se estudien; Si un campesino siembra arroz, y lo cultiva de determinada manera, tendrá brotes; Si alguien arranca un órgano vital a un ser mortal, éste morirá. A pesar de que los más sabios siguen descubriendo cada día nuevas reglas del universo, pues éste no deja de ser un grandioso mecanismo del que los mortales somos pequeños engranajes. Mientras más se amplía nuestro conocimiento acerca de su funcionamiento, nuevas dudas surgen , que al ser contestadas hacen que nuestra visión se aleje un poco más, comprendiendo un poco más el todo… y planteándonos aun más preguntas que impelen a los mortales a seguir aprendiendo.


En todo este mecanismo, ¿qué papel juegan las divinidades? Para muchos son los maquinistas, aquellos que manejan las reglas a su antojo y juegan con los pequeños engranajes mortales; Yerran. Los dioses son engranajes… más grandes, más importantes, que con sus movimientos, desplazan engranajes más pequeños de acuerdo a sus intereses… para que el universo se coloque de la manera que les conviene o les place. Mientras más poder tiene un dios, más grande es su rueda en el mecanismo universal, y más puede desplazar al resto de engranajes en busca de que el universo conspire y se mueva de acuerdo a sus designios; Pero de igual forma, cada pequeño mortal, es un engranaje de más o menos tamaño según su poder en el mundo. Por supuesto, el tamaño en esta maquinaria de un niño que nace mendigo y muere mendigo en las calles de un pequeño pueblo remoto, es mucho más pequeño y menos importante que el de un joven príncipe, destinado a ser rey, de un gran país. Las decisiones y designios del joven príncipe pueden mover a su antojo cierto número de engranajes, cada cual también grande e influyente, como el de sus consejeros o nobles. Y en esa medida, un dios, puede mover voluntades de reyes y emperadores, de manera que influye de manera decisiva en el devenir del mundo. Sin embargo, y como sabemos, incluso una piedrecita del camino, puede hacer volcar un poderoso carro de guerra, decidiendo el curso de una batalla. De igual modo, un pequeño engranaje que se mueve de manera adecuada puede, poco a poco poner a su favor engranajes más grandes, ganando desde su humilde posición, más influencia, escalando en la pirámide social, o incluso divina; pues como se ha dicho algunos mortales han logrado tal proeza.


Por tanto, los dioses son parte del universo, que juegan dentro de él con ventaja gracias a sus poderes, pero siempre dentro de sus reglas. ¿Quién, entonces, puso esas reglas? Llegamos a la parte más interesante del tema.


Algunos dicen que hay un dios supremo por encima de los 35 conocidos; algo así como un supradiós omnipotente, que es quien maneja el universo a su antojo. Esta teoría, quedaría fuera de la comprensión mortal; Un ser de esas características, por definición, está por encima de todo conocimiento y estudio; Si además hemos concluido que los dioses son finitos y poseen pasiones mortales, ¿qué impediría a este ser cambiar de la noche a la mañana las reglas de la física o las matemáticas? Sin embargo, esto no ocurre, por lo que podemos argumentar, que o bien este ser, de existir, está por encima de las pasiones mundanas, tales como los caprichos, o bien no se trata de un ser como tal.


Bajemos entonces un nivel; si no es un “ser” aquel que impone las reglas, la pregunta cambia. ¿QUÉ es aquello que hace que la piedra caiga, y que dos y dos sumen cuatro? ¿Qué clase de poder podría ser superior al de los dioses, y les obliga a jugar bajo sus reglas?

No puede haber un ser. El orden de las cosas es inmutable, incluso para los dioses, que en su inmenso poder pueden torcer el destino a su favor… de manera limitada y breve. Incluso cuando los poderes de los dioses se juntan con la más poderosas de las magias arcanas, y se tuerce la realidad y las reglas, todo vuelve a su cauce después. Los mortales hemos aprendido, con nuestro limitado intelecto, a saltarnos determinadas reglas universales; Los dioses, más poderosos e inteligentes, son capaces de saltarse aun más. Pero ninguno de ambos puede hacerlo de manera permanente.


Incluso en los casos en que los mortales y los dioses consiguen saltarse esas reglas, todo gira en torno a un inevitable destino. Es ese destino mismo lo que permite, con un guión prefijado, que las reglas sean saltadas en momentos puntuales, en tanto en cuanto ha de ser así porque así ha estado destinado siempre a ocurrir.


Tanto los mortales como para los dioses tenemos existencias, y mentes, finitas. Algunas más grandes y otras más pequeñas. Intentar entender la existencia de un destino infinito, de una voluntad que ha existido siempre y siempre existirá, es imposible de asumir para nuestras estrechas entendederas. Algunos intentan hacerlo, aquellos más sabios consiguen acercarse, como decíamos antes, al funcionamiento de nuestro universo. Otros, más modestos como este autor, no intenta buscar el por qué o el cómo de ese destino; en su humildad, admite su existencia, que para algunos es tan tangible como la de los poderes divinos, y se da cuenta de que ese poder, ese guion que siempre ha estado escrito y en el que tanto mortales como dioses son sólo personajes que interpretan su papel. Un papel que para algunos está claro como el agua límpida de los estanques. Otros, ajenos a la existencia de este orden infinito, improvisan sus papeles, sin ser conscientes de que así les ha sido asignado, y que finalmente, cumplen también con su lugar en el implacable sistema perfecto. Y algunos, a pesar de que saben de este orden, intentar luchar contra él, ignorantes que su lucha es parte también del designio del destino.


Acerca de la adivinación.


Una prueba más de la existencia este guion, inmutable y prefijado, es el arte de la adivinación y el don de la clarividencia. En ocasiones, sabios oráculos leen el destino y nos lo hacen conocer antes de que suceda; es tan difícil de comprender que la mayoría de las veces las profecías no parecen tener sentido, o se interpretan, con nuestras limitados recursos, de manera incorrecta. En otras ocasiones, incluso, la profecía resulta ser falsa… pues el guion establece que así habría de ser, ya que quizá estaba prefijado que algunos siguieran a falsos profetas; También existen, por supuesto, falsos profetas conscientes de serlo; se sirven de la credulidad de los mortales para sus fines; Quizá incluso este autor sea víctima de una falsa profecía, ya que su destino sea perseguirla y nunca alcanzarla; Sin embargo, su experiencia le dicta que ya ha visto antes profecías cumplidas, y consciente de su humilde posición en el engranaje, debe seguir adelante en pos de su destino, que, quizá le ilumine en la comprensión de este guion, o quizá le sea revelado parte o todo del mismo. Sea como fuere, asume su pequeño papel en el mundo.


Como quiera que se ha sentido inspirado a escribir este texto, y entregar una copia traducida al Idioma Común a su destinatario, este autor asume que el destino así lo ha querido, y de alguna manera influirá en el devenir de los acontecimientos. Quizá incluso no en los que atañen a su destinatario, curiosa palabra cuya raíz es, sin duda, relevante en este texto, si no porque haya de llegar a otro a través de él, de manera escrita u oral.


Termino este pequeño ensayo en la Cordillera de Atalion, a fecha 17 de Geiathander del año 1836, y le hago entrega de su copia traducida a Alexander de Tolina, ante la cueva de Zahgraxmothma.

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