Alexander - Athanae



Alexander








Alexander, “Alex”, como le llaman sus cercanos, nació en el pueblo pesquero de Tolina, un pequeño asentamiento cercano a la desembocadura del Treno, entre las ciudades de Antica y Astragenta, conocida por sus lanas, alfarería, y especialmente por sus pescadores.

Uno de ellos era Álex, cuya vida siempre había estado ligada al mar, que ponía alimento en su mesa, y mercancía que su madre Aileen vendía en el mercado. Un trabajo duro, pero honesto, que su padre Lander le había inculcado desde niño. Y él era feliz con la caricia de la brisa marina, el olor a salitre en la ropa, e incluso el duro trabajo aderezado con los envites del mar… pero desde pequeño soñaba con algo más.

Su infancia fue tranquila, feliz. Amaba a su familia. De vuelta de su faena en el mar, desde la entrada al puerto, podía ver su casa. Y al verla, su rostro siempre se iluminaba con una sonrisa y su cabeza se llena de recuerdos. Las carcajadas de su madre, Aileen, siempre sonriente e impregnada en olor a azucenas, curándole paciente cada herida mientras oía el relato de sus pequeñas travesuras, “sus grandes hazañas”. Las canciones que les cantaba hasta que se quedaban dormidos las noches de tormenta. Alysa, Evan y la pequeña Io, qué bien lo pasaban juntos cuando todavía podía jugar con ellos .Alysa, responsable inteligente…siempre regañando a Evan, que no paraba de meterse en líos, un verdadero traste. E Io, siempre con su muñeca, tan inocente y tan preciosa…

Tranquila y feliz… pero remando perdido en sus pensamientos muchas veces se encontraba imaginándose un gran líder arengando a sus tropas, un valiente soldado cargando a la batalla, un afamado atleta aclamado por sus logros…hasta que sus quehaceres le devolvían a la realidad. Su padre siempre le decía, “pescadores es lo que somos, lo que siempre seremos”. Incluso cuando empezaron las visiones.

Empezaron como sueños, pero tan lúcidos y definidos que parecieran realidad. Al principio parecían tratarse sólo de pequeñas coincidencias, pero pronto se demostraron mucho más.

De aquellas fue cuando la situación con las Amazonas empeoró. Siempre había habido ciertas tensiones, pero el líder de las cofradías, Guido, había conseguido aplacar los problemas más serios, decían los rumores que con turbios acuerdos.

Con algún tipo de trifulca mercantil los problemas habían empezado a escalar, y la Compañía del Bajo Treno se había dispuesto a mediar, intercediendo por los ciudadanos de Tolina. No se fiaban, por lo que habían pedido ayuda a las cofradías. Pero decidieron no inmiscuirse. Álex había tenido otro sueño, donde veía a las Amazonas descendiendo sobre el pueblo, aceros en ristre, una visión de sangre y fuego, pero su padre, que era el líder de los pescadores, no quería saber nada de visiones.

Dos días después las Amazonas, encabezadas por su líder, una harpía cruel y sanguinaria llamada Antonella, acabaron con la compañía y arrasaron el pueblo. Ahora, ya tarde, su padre y unos pocos valientes se agruparon para resistir, al menos lo suficiente para que las mujeres y niños se pusieran a salvo. Cuida de ellos, Álex, fue lo último que le dijo.

Huyeron, se escondieron. No había podido salvar a su padre, ni a tantos otros. Cuando finalmente llegó otra compañía y las Amazonas se batieron en retirada se había prometido a sí mismo que algún día sería lo bastante fuerte. Si lo fuera no tendría que perder a nadie más.

La compañía que les salvara era la de “Las espadas de Khala”, y cuando llegaron Álex sabía que se marcharía con ellos. Lo había visto. La despedida había sido dura. Cuida de ellos, le había prometido a su padre, y ahora eso quería decir alistarse en una compañía. Una de las más prestigiosas de Zhargosh, por lo que se harían cargo de sobra de la manutención de los suyos. Por otro lado, ellos habían quedado impresionados con las visiones del chaval. Decían que tenía una conexión con la diosa, y a pesar de su familia humilde y no tener experiencia militar, lo reclutaron.

Con lágrimas, abrazos y cierto orgullo, había dejado a sus tres hermanos y su madre en Tolina, para empezar el “Giro” con otros once reclutas, “Velas” los llamaban en la compañía, dirigidos por un “Espadón”, Sir Alistair Thorne, “El águila”. En su cuello, el colgante de un pequeño delfín que su madre le había hecho para protegerle en el mar, con el deseo de que también le protegiera allá donde fuera.




Y así recorrieron el país, conociendo otras ciudades, ayudando en los problemas que se topaban. Alistair era justo, pero exigente. Estricto. De los doce candidatos que empezaron, de toda Zhargosh, solo cinco terminarían. Entre ellos uno venía de su pueblo, Atykos, el hijo del boticario. Había demostrado un talento innato para la magia arcana, y en especial todo tipo de pociones y ungüentos, y toda clase de invenciones. Pero introvertido, incluso algo pedante y resabidillo, no encajaba bien con el resto. Los otros chicos, Áyax, Glauka y Pyrena eran de la capital, de reputadas familias de trasfondo militar. Pescadero y boticario, los llamaban. Álex se encontró muchas noches echando de menos su casa, pero también sabía que estaba dónde quería estar, haciendo lo que quería hacer. Siempre con una sonrisa y esfuerzo se fué ganando la confianza del resto, hasta del desconfiado Atykos.

En su primera misión en solitario, los cinco reclutas habían tenido que expulsar un jabalí gigante que estaba causando estragos en los cultivos. Cuando cargó contra él había saltado de forma que cayendo en su grupa, a horcajadas, había rematado al animal. El resto de los reclutas no se lo podían creer. El sí, claro, lo había visto antes, en sus visiones salía despedido cuando el bicho le impactaba con sus colmillos, y había practicado docenas de veces el salto hasta conseguirlo.

Finalmente, y una vez convertidos en Dagas, iniciados de la orden, se incorporan al resto de la compañía. El líder, y gran Maestre, es JayDecob Rich, un curtido clérigo, con conexiones con todos los importantes señores de la región, incluída la Baronesa, aunque la operativa es dirigida por los “Espadones”, más conocidos como los siete, dirigidos por Lady Niera, el Unicornio.








Carismática, decidida y muy bella, Álex se enamora perdidamente de ella. Niera había hecho juramentos a Khala, de pureza, de castidad, y muchos la llamaban, “La doncella”. A cambio la diosa le concedía muchos dones, entre ellos el de la eterna juventud. Todos le decían que está absoluta, y totalmente fuera de su alcance. Pero ni eso conseguía desanimarle.



Junto a la compañía enfrentan cultistas, amazonas, trifulcas entre compañías… y Álex continúa aprendiendo y ascendiendo, hasta que se convierte en miembro de pleno derecho, Espada, ungido con los siete óleos sagrados y pasado el ritual de las siete velas. Después de un principio complicado con Atykos, que se encerraba en su propia coraza de cinismo, se van haciendo más y más amigos, hasta volverse inseparables. Eso sí, quedando ya entre ellos grabados los motes de Boticario y Pescadero. Glauka, finalmente abandona, pero hasta Pyrena y Áyax, que forman parte de su sección, son ahora también sus amigos. A lo largo de la orden empiezan a saber de sus visiones, y su progresión. La orden siempre cuenta con 7 espadones, “Los Filos de la Virtud” unas armas descomunales de inmenso poder, capaces de atravesar metal como si de mantequilla se tratase, cada una consagrada a un animal, marcado en el pomo, y a una de las siete virtudes: Unicornio - justicia, león - fortaleza, elefante - templanza, águila - caridad, rana - esperanza, zorro - prudencia y mariposa - fé.

El filo de la Justicia, el filo de la Fortaleza… el espadón va con el cargo, y este no se elige, es la diosa, a través de la espada quien considera quién es el candidato digno de portarlo, en las manos de cualquier otro se convierte en un mango vacío, mientras el animal del pomo cierra los ojos, que en las manos correctas brillan con el color que cada uno tiene asignado.

Si alguno de los siete se retira, o cae, el filo permanece sin dueño hasta que la diosa elige a otro candidato. Y de aquellas el del elefante permanecía vacante. Los rumores habían empezado. Se decía que sólo otro aspirante había ascendido tan joven, tan rápido: La Doncella.

Mientras Álex volvía a casa siempre que podía, con los suyos. Alysa, su hermana mayor, siempre tan viva y perspicaz, había dado un paso adelante y aprovechando el prestigio y contactos con la compañía se encargaba ya del puesto de su madre en el mercado, que no dejaba de crecer, el traste de Evan soñaba con unirse también a la orden, siempre con su espada de madera en la mano, y la pequeña Io, la princesita de Álex, se maravillaba de las muñecas que siempre le traía de uno u otro confín del país. Pero su madre le preocupaba, decía que todo bien, pero estaba convencido de que algo le estaba ocultando detrás de esos ojos cansados.

En la compañía, después de algunas trifulcas con piratas del sur, el foco se había concentrado nuevamente en las Amazonas. Después de nuevos asaltos especialmente sangrientos en pueblos y ciudades del este, y esta vez con el apoyo decidido de la Baronesa, se habían encomendado poner fin de una vez por todas a esta amenaza.

Primero se habían defendido los pueblos costeros y expulsado a las atacantes de sus puestos avanzados, para poco a poco ganar terreno hasta expulsarlas a su fortaleza de las montañas alrededor del Cetrino.

Y finalmente llegó el momento que tanto había esperado: el asalto a la guarida de las Amazonas. Por fin se las vería con Antonella. Las siete secciones solían estar dispersas por el país. Para las misiones de más calado se podían juntar dos o tres, pero esta vez se habían juntando las siete (aunque Templanza continuaba sin espadón, era dirigida por una “Llama”). Álex, desde el Giro (de la Caridad - se iba reclutando una vez por cada sección) continuaba asignado bajo Sir Alister, y tendría el honor de ser parte de la vanguardia. Junto a Atykos, Áyax, y Pyrena, junto a Espadas y Dagas siguiendo a su Llama, Matteo.



La batalla rugió con furia, la mayor que hubiera visto en sus 22 años. El gritar de miles de gargantas, el choque cientos de aceros, el silbar de las flechas, las fulgurantes llamas de los conjuros. En sus visiones había visto las trampas, las harpías desde el cielo, pero no esperaban el contingente de mercenarios orcos y trolls que atacaron el flanco izquierdo. La fuerza principal se detuvo a resistir el envite. Sólo el flanco derecho pudo penetrar en las cuevas. Dentro, Alistar enfrentaba un gigante de las colinas mientras les indicaba que avanzaran, cuando finalmente se toparon con ella.




Antonella y sus guardias. Altanera y cargada de desprecio, graznó más que rió al reconocer a los chicos de Tolina de los que de alguna forma había oído hablar. “Sobrevivieron algunas ratas, hora de terminar el trabajo”, había dicho. Pyrena atacaba en furiosas ráfagas con las garras por las que era conocida, mientras Áyax trataba de mantener a raya a los enemigos con su archa y Atykos conjuraba rayos y explosiones. Rápida y letal, Antonella reía frenética como sumida en un trance, mientras se cruzaban golpes, ambos lados alcanzando y recibiendo por igual. Matteo había caído, así como una Daga y varias guardias Amazonas. La criatura parecía obtener ventaja: primero alcanzó a Pyrena, que desde el suelo se agarraba el tajazo del hombro, luego Áyax salió despedido de un golpe de la Amazona, cuando un frasco explotaba en su cara, “somos unas ratas duras” le espetaba Atykos, que no pudo terminar la frase, pues la harpía lo tenía del cuello, ¿qué decías? … empezó burlona…

Pero Álex ya había oído esa frase, en sus sueños, en pequeños momentos de presciencia cuando su mente vagaba, en sus planes… Como tantas veces viera, se encontró gritando “TOLINA”, en un salto mil veces ensayado, espada a dos manos arqueando desde lo alto… para caer, súbita...

Ese era el final de la visión, pero no el final de Antonella… que con un muñón ensangrentado en vez de brazo bramaba furiosa. De repente, Álex tenía que elegir. La criatura huía, pero en su escapada había cortado una cuerda, que a su vez había abierto todas las celdas. Desde donde se encontraban las podían ver en el nivel inferior, mientras de ellas emergían prisioneros, y criaturas… que hambrientas se lanzaban sobre los primeros.

El primer voto de los que Álex había jurado era proteger a los inocentes. Así, mientras Antonella huía, él trataba de salvar a los prisioneros. Así conoció a Ahri, que se encontraba también defendiéndolos. Nunca tuvo claro si había sido una prisionera, parte de las Amazonas, o simplemente pasaba por ahí.




Una criatura curiosa, antigua, juguetona. Una especie de espíritu del bosque que volvería a encontrarse. De aquellas le había dicho su nombre, para desaparecer en la nada cuando el chico había apartado, aún solo un segundo, la mirada, mientras una suave carcajada resonaba en sus oídos.

Aún dura, con bajas y sin Antonella, había sido una gran victoria para la orden. Esa noche hubo una gran celebración. Álex fue ascendido a Llama, el gran banquete llevó a las arengas, a las canciones, risas, cerveza… El de Tolina veía borroso cuando ya en cama Niera había venido a felicitarle… y un cariñoso abrazo había llevado a un beso, y eso a algo más… Confuso, ebrio, enamorado… todo era como un difuso sueño. Hasta que Niera se levantó, y su pelo de repente se tornó oscuro, y parte del cabello se alzó en unas orejas picudas... ¿Niera?, preguntó confundido... una carcajada familiar era lo único que lo acompañaba cuando se levantó. Esa… criatura había jugado con él, no era la doncella la que había aparecido en su cuarto, a pesar de tener su rostro… Ahri… ¿por qué?

Confuso, avergonzado, todavía algo borracho, buscó a la Doncella sin mucho tino ni un plan concreto de qué le quería decir, en ropa interior a oscuras en el barracón… cuando la encontró en una habitación junto al resto de los Espadones, reunidos y preparados… “Vístete, Álex” le había dicho Alistar, “algo grave ha pasado”. Y es que esa noche, había comenzado en Zhargosh la plaga.

La plaga. Junto a esa horrible niebla que se extendía por los reinos, transformando a los vivos en muertos. Nunca habían enfrentado a algo de tales dimensiones. No sólo las 7 secciones, sino todas las compañías del país se habían movilizado, y desplegado al norte para proteger las fronteras de la amenaza.

Despidiéndose de su familia antes de ir al norte, Álex se había intentado mostrar tranquilo, pero realmente no lo estaba. Cuídales, le había prometido a su padre, y ahora esa promesa le llevaba a combatir la peor amenaza que este país hubiera conocido. En el templo había llegado a un acuerdo con su diosa. Él seguiría sus visiones, como siempre había hecho, que le mostraban insistentes un pueblito nevado en las montañas, pero a cambio le rogaba sólo que cuidase de los suyos, que los guardase de todo mal.

Y bien pertrechados y equipados, con todos los recursos de los que la compañía contaba, habían viajado por la costa, liderados por los seis espadones e incluso el gran maestre.

Esta campaña era algo como nunca antes hubieran vivido, enfrentando a criaturas no-muertas de pesadilla a su paso, incluso a los caídos en el combate. Finalmente llegaron a Confina, que se había erigido como base de operaciones de todas las compañías, en su lucha contra la plaga. Dormido y despierto veía una y otra vez, ese pueblo ante sus ojos, la nieve cubriendo los tejados, el templo de Finnalis en el centro, y los muertos rondando la empalizada. Y una niña, de tez pálida y brillantes ojos azules.




Toda la compañía estaba detrás de esta visión. Habían aprendido a confiar en ellas y las consideraban mensajes de la propia Khala. Tres escuadrones se movilizarían al norte, a la cordillera que delimitaba la frontera norte de Zhargosh. Águila, Zorro y Rana, más allá de la ciudad de Faura, a la villa de Valaran, que parecía coincidir con la de las visiones. Frente a ellos, sus tres espadones, y dirigiendo a todos, la propia Niera. Y como Llamas, en Águila (Caridad), Atykos, Áyax y Álex.

Sesenta y siete almas, que se adentraban en las montañas, en la oscuridad… en la niebla. Trece, se perdieron hasta Faura, ascendiendo el valle entre las montañas, acosados por los muertos. Veintiuno, entre los que quedaron en la ciudad, heridos o que cayeron atravesando la cordillera, en los pasos cubiertos por la nieve. Treinta, finalmente pusieron pié en la villa de Valaran, para descubrirla, arrasada.

El único edificio que permanecía indemne era el templo de piedra blanca de Finnalis, que dominaba el centro del poblado.



Y allí, entre los cadáveres de todos los sacerdotes, sólo el viejo abad seguía con vida, Alcanur, al borde de sus fuerzas.

“Ella traerá el fin a la plaga, estoy seguro. Defendedla, no importa el precio”, había dicho con su último aliento.



Pues allí se encontraba esa pequeña niña, asustada, con lágrimas en los ojos, llorando la muerte del anciano. Marryn, titubeó a decir que se llamaba, cuando los muertos volvieron a atacar.

“Khala nos guíe”, había dicho Alistair. “Somos los siguientes”, Atykos con una mueca sardónica, siempre había sido un poco cenizo. El mayor ejército de muertos que nunca hubieran visto, rodeaba el templo, ocupando cada calle, cada casa, cada tejado. Zombies, esqueletos, ghouls, de hombres, de ogros, de gigantes… muertos, grandes y pequeños, a decenas, a cientos.. “No si tenemos algo que decir” había respondido Álex.

Los cuatro Filos de la Virtud refulgieron. Los Espadones no solían utilizarlos, apoyándose normalmente en otras armas. Los luminosos filos, cada uno de su correspondiente color, tenían poderes increíbles, y atravesaban con facilidad cualquier material, pero debían consumir parte de la energía de sus portadores. Pero ahora no había nada que guardarse.

Sir Alistair, el águila, voló por los cielos con grandes alas emplumadas, a una velocidad inalcanzable, lanzando devastadoras cargas verticales sobre los enemigos, haciendo llover flechas desde el cielo.

Sir Bertrand, la rana, repartía mandoblazos a diestra y siniestra, rápido y letal, imposible de cazar con sus rápidos y enormes saltos, quebrando edificios con sus impactos.

El zorro, Sir Fabrizzio, había hecho aparecer decenas de copias de sí mismo, volvía locos a sus rivales, apareciendo y desapareciendo, haciendo explotar a los muertos en fuego o rayos, desatando una salvaje lluvia de meteoritos sobre la ciudad.

Y Niera, La Doncella, Unicornio, había levantado su espadón, y siete ángeles celestiales habían aparecido a su lado, prestos para el combate, mientras a todas “las espadas” (miembros de Las Espadas de Khala) las cubría una luz dorada que les había llenado de fuerza y vigor.

Álex sentía que eran invencibles.

Hasta que aparecieron los dragones.

Cuatro inmensos dragones. No podía ser una coincidencia. Blanco, verde, negro y rojo. Cadavéricos, putrefactos… abrieron sus enormes fauces para hacer descender sus alientos combinados.

Alistair fue el primero en caer, pero se había llevado consigo tres de los dragones. La batalla parecía estar tornándose a su favor, cuando la niebla se había extendido, y habían vuelto a levantarse. Y con ellos el Águila. Luego perdieron a Fabrizzio y a Bertrand. Atykos fue el que más le dolió, arrancado de sus brazos por los muertos. Todos caían. A Álex las lágrimas se le juntaban con su sangre en las mejillas, agotado, destrozado, su filo mellado y su alma quebrada.

Los siete ángeles, derrotados, finalmente se habían tomado de las manos para explotar en una bola de luz, rodeando el templo, concediéndoles unos minutos.

¿Por qué, Khala? - se preguntaba el de Tolina. - Nos has dejado a nuestra suerte.

De los sesenta y siete que partieran, junto a él ya solo quedaban Niera, Áyax y la niña, que se refugiaban en el retablo del templo.

Ya no podía más. ¿Cuántas vidas valía la de esa niña? Para qué valían sus visiones si le llevaban a la muerte, la de él y todos los que quería… Con 23 años no estaba preparado para el final. Todavía había tanto que quería hacer…Llevar a Alysa al altar, enseñarle a Evan a blandir una espada, ver crecer a la pequeña Io. Besar a Niera…

Las manos le temblaban, y un nudo atenazaba su estómago. En su cabeza, como flashes, surgían terribles imágenes de Tolina desolada, sus habitantes masacrados, su familia…

Había levantado la vista a la Doncella, Áyax, los últimos amigos en la orden que le quedaban. Áyax ya no podía ni levantarse. mientras agarraba su abdomen ensangrentado. En los ojos del Unicornio, podía ver por primera vez la duda, el miedo. No pensaba dejarles morir también. Agarró a la niña por el brazo “Si esta niña es lo que quieren, la tendrán”.

No Álex - le había dicho Niera, con una mirada intensa de su ojos turquesa, cargada de melancolía - ¿vas a dejar que sus muertes sean en balde? Nuestro destino está en manos de la diosa, tenemos que confiar en ella hasta el final.

Sus palabras le habían golpeado como una bofetada. Tenía razón. Si habían entregado sus vidas había sido voluntariamente, por Ella, por todos. Cuida de ellos, le había prometido a su padre. Cuida de ellos, su diosa.

Se golpeó una vez con fuerza la cara, y luego otra el pecho. Khala, dadme valor -musitó - Si he de morir que sea con esperanza, con valor.

La barrera comenzaba a ceder, ante el empuje de cientos de muertos.

Había apretado los puños, el estómago. Tomando aire, profundo, para darse cuenta que sus manos ya no temblaban. “Estoy aquí. Sigo vivo y puedo hacer algo” se había dicho

- Mientras viva la barrera no caerá - su sempiterna sonrisa había vuelto a su cara - Tienes razón, Niera. Lo siento pequeña, ella cuidará de ti. Todo estará bien.

Le había hecho un gesto de fuerza a Áyax, y al besar a Niera en la mejilla ella había movido la cara para encontrar sus labios.

Al menos eso ya no se lo podría quitar nadie, pensó embriagado por el instante, mientras atravesaba el umbral de la puerta.

Por Tolina…¡Por Khala! - había gritado al lanzarse a la carga, atravesando la muralla de luz que los separaba.

Súbitamente tenía un espadón en la mano, pero no era el suyo. Refulgía con una luz verde, con una rana oscura en el mango. ¡El filo de la Esperanza!

El espadón subía y bajaba, cercenando inclemente brazos, cabezas, todo lo que se encontraba a su paso. Dos, diez, cien… ¿cuántos muertos había matado? Pero eran incontables…

Cuando cayó, rodeado, aplastado por decenas de cuerpos muertos, la oscuridad se cernía sobre él cua

ndo un potentísimo haz de luz descendió desde el cielo, primero en el templo, para luego cubrirlo todo.




La blancura inundó el mundo, y pasaron unos cuantos segundos hasta que pudo abrir los ojos, cegado, confundido… todo había desaparecido: Los muertos, la niebla. Se levantó, trastabillando y corrió al templo para descubrir en el retablo como Niera y Áyax, miraban hacia arriba, admirados. Marryn, levitaba a 20 pies del suelo, envuelta en esa luz blanquecina que emanaba de sus ojos, y de un sol radiante que había aparecido en su frente.




Álex había caído de rodillas, con lágrimas en sus ojos. Lágrimas de dolor por sus compañeros caídos, de alegría por la victoria. Lágrimas de esperanza.

Este podría ser el principio del final de la plaga.

Velaron y honraron a los caídos, y con los filos de la esperanza, la caridad y la prudencia a buen recaudo, emprendieron el viaje de vuelta a Confina, pasando primero por Faura donde se unieron cuatro compañeros. Su principal objetivo ahora, y el que pasaría a ser el de toda la orden cuando llegaron a la ciudad, era el de custodiar a la niña, Marryn, “la elegida” “luz del alba” habían empezado a llamarla.

Con la orden reunida y ante la baja de tres espadones más, Niera había planteado al gran Maestre, Jaycob Rich, que Álex fuera ascendido. Consideraba que ya que había blandido el filo de la esperanza, Khala lo había elegido. Pero los siete, que ahora eran sólo tres, junto al gran maestre habían resuelto que el chico era todavía muy joven, y necesitaba primero ser nombrado caballero.

Decidieron entonces que el joven viajaría a hablar con la Duquesa, a darle las noticias de lo que en Valaran transpirara y solicitarle apoyo y consejo. Y que si a bien lo tenía, aceptara su servicio por el tiempo que considerase necesario en pos de convertirse en caballero.

Entonces empezó a soñar con ellos: un grupo variado de personas, con los ojos vendados, entonando una suave y melódica canción. Y con el dragón, que dándose la vuelta traía el final a la plaga.

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