Toni - Historia Inicial



Mi nombre es Antonio Carretero , aunque no me gusta ninguno de los dos, así que todos me llaman Toni . El apellido no tiene mucho misterio, pues mi padre se dedicaba precisamente a eso. Y yo iba para lo mismo.

Nací en Villa Minaoeste, y los primeros recuerdos que tengo de mi familia son a mis padres tiznados de hollín hasta las cejas, riendo al lado de su carreta llena. Mi padre, un respetado Carretero de nombre Martín, transportaba carbón por toda la Comarca, y durante los meses de verano, cuando la demanda bajaba, y yo no tenía escuela, me llevaba con él. La vida era apacible, y yo esperaba con ansia el período estival, tras la fiesta del Solsticio. Justo el día antes era el último de clase, y apenas llegaba a casa, me ponía a preparar el petate para el viaje con mi padre, mientras mi madre Míriam reía. Luego, a escondidas, ella sacaba todas los cachivaches que había metido, y metía cuidadosamente ropa y calzado, y algún juguete escondido en medio.

Cada año hacíamos el mismo recorrido: Primero a Ciudad Crepúsculo, la parada que menos me gustaba: El olor a boñiga me parecía insoportable. Procurábamos parar lo menos posible, pero allí el negocio era bueno, y a veces necesitábamos más de un día. Luego, subíamos a mi parada favorita, Pueblo Lena. Aunque el pedido era mucho más pequeño que el de Ciudad Crepúsculo, como mi padre sabía que me encantaba, al principio nos deteníamos allí una semana, y a medida que pasaron los años, más tiempo. Y es que durante los primeros años, hice amistades allí. Mientras mi padre comerciaba con su carbón, yo me escapaba a un pequeño rinconcito de las fuentes termales, donde más niños de mi edad y otros más mayores, nos bañábamos despreocupados, y jugábamos desnudos. Descubrí el escondite por accidente, siguiendo a otro chico de mi edad, y me enamoré de aquel lugar al instante. Excavado de manera natural en la roca, el agua estaba a una temperatura ideal, la piedra formaba una semicubierta en el pozo, y había varios salientes en las paredes desde donde nos tirábamos al agua de diferentes maneras. Aquella semana era la más feliz para mí, y pasaba el resto del año esperándola.

Luego, dábamos la vuelta, y pasando de largo por Ciudad Crepúsculo, nos dirigíamos a Pueblo del Amanecer, para encaminarnos después a Ciudad Luna Llena. La Gran Ciudad, como la llamaba mi padre, siempre bullía actividad, y había cientos de cosas que ver y explorar. Era mi segunda parada favorita, y era diametralmente opuesta a la semana de Lena. Allí, yo solo, sin amigos, y con mi padre liado varios días, me escabullía
por los rincones de la Ciudad hasta que me la conocí como la palma de mi mano. Cada rincón que descubría era una aventura en mi cabeza, donde derrotaba a cientos de Esfixies con una mano atada a la espalda. Recorría las calles con agilidad, como si hubiese vivido allí siempre. Luego, nos íbamos de la ciudad, y dependiendo del año, en ocasiones íbamos a Villa Minasur, donde solíamos descargar un buen pedido para no tener que regresar al año siguiente, y cada tres o cuatro años, nos dirigíamos a Ciudad Isilme. Allí, los Elfos nos recibían con sonrisas, pero nos registraban de arriba a abajo, y nos escoltaban todo el rato, hasta que llegábamos a las forjas, dejábamos nuestro carbón, y nos volvían a escoltar de vuelta. Nos invitaban a comer sus extrañas viandas, un poco sosas pero muy nutritivas, y nos despedían con la misma sonrisa que nos habían recibido. Nunca me atreví a escabullirme como lo hacía en Luna Llena, pues notaba los ojos de los Elfos clavados en mi nuca.

A la vuelta, y dependiendo de si habíamos ido hasta Isilme o no, algunos años volvíamos a Lena. Mi padre solía calcular el viaje para que yo estuviera dormido cuando llegábamos al cruce que llevaba a casa, para darme una sorpresa cuando llegábamos de nuevo a Crepúsculo. Eso significaba que íbamos de nuevo a Lena, y yo le abrazaba y besaba para agradecérselo.

Fui creciendo, los años eran todos parecidos, y a mis 15, en la parada en Lena, tuve mi primer amor. Ese romance de verano. Ariel. Cómo olvidar su nombre. La conocía de hacía años, pues coincidía con ella en Lena cada verano. Era la única muchacha élfica del grupo. Pero aquel año todo cambió, sería la adolescencia, el sol, las aguas. El caso es que supe lo que era besar a una mujer, y otras cosas que omitiré aquí. Le pedí a mi padre que me dejara en Lena, y me recogiera a la vuelta. Con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa cómplice, aceptó, y a pesar de las mariposas en el estómago que sentía por poder pasar más tiempo con Ariel, sentí un pequeño remordimiento cuando mi padre agitó la mano mientras dejaba el pueblo. Fue un verano mágico, y con ojos de enamorado, todo parecía más bello y feliz.

Pero como todo lo bueno, llegó a su fin, con un último beso dulce y largo, me despedí de Ariel, y subí en el carro de padre, que miraba para otro lado mientras me despedía. Ariel me enseñó las primeras palabras de élfico, el idioma más bello que jamás he oído. Y otras cosas que también omitiré.

Escribí a Ariel durante el año, y ella contestó a mis cartas. Y me contó que se había enamorado en Isilme, y que ese año no volvería a a Lena. Estuve triste unos meses, e incluso me planteé no ir con mi padre aquel verano, pero finalmente hice el petate, esta vez con ropa, y subí a la carreta.

Y aquel año volvió a surgir el amor, pero aquella vez fue más extraño. Un muchacho que no había visto otros años, David. Unos juegos inocentes a la luz de una hoguera, que utilizábamos como excusa para intentar besar a chicas. Una broma acerca de a dónde apuntaba la botella, y un beso fugaz entre risas de los demás. Y de repente, estaba sintiendo lo mismo que con Ariel, o incluso más intenso. O quizá lo recuerdo más intenso porque es más reciente. O quizá se me quedó grabado a fuego por lo que vino después. De nuevo, pedí a mi padre quedarme. En esta ocasión no lloró, pero de nuevo vi en sus ojos esa mirada triste de padre que siente que su hijo ya no es un niño, y pronto lo perderá. De nuevo una mano en el hombro, un abrazo, y esa mano agitándose en el aire, mientras me dejaba. Y ya nunca volví a verlo.

David tuvo que irse de vuelta a su casa en Luna Llena, y se suponía qu e mi padre llegaría al día siguiente. Después de un par de días, me empecé a preocupar, y además, el dinero empezaba a escasear. Así que me fui a un guardia y le expliqué la situación. Me acogieron en el ayuntamiento, y me dieron una litera donde dormir, mientras intentaban localizar a mi padre. Y nunca lo consiguieron. Volví a casa gracias a la caridad de la gente, que me llevaba en sus carros y caballos a tramos, según les venía bien en su recorrido, e hice a pie el resto del camino hasta casa. Mi madre y yo lloramos, y dimos por perdido a padre, aunque nunca hemos sabido qué le ocurrió, pues ni él ni su carro aparecieron. Nunca habíamos tenido problema de dinero, pues padre traía suficiente a casa para vivir, pero de repente nos vimos sin trabajo y sin carro. Así que tuve que buscarme un trabajo. Probé como aprendiz en algunos oficios, y aunque algunos no se me daban mal, tampoco conseguía concentrarme. Escribí a David un par de cartas, que no me contestó. Así que tras probar incluso como minero unos días, decidí hacerme el petate e irme a Ciudad Luna Llena, en busca de una oportunidad. Desde allí, si lograba un empleo, intentaría mandar algún dinero a madre, que ganaba unas pocas piezas de plata para sobrevivir, haciendo algunos trabajos de costura para los vecinos.

Recorrí las calles de Luna Llena como cada verano, en busca de una oportunidad. Y entonces la casualidad se cruzó en mi camino. Salía de una callejuela estrecha que daba a una de las vías principales de la ciudad. Tropecé con un hombre que venía corriendo, pero con la cabeza vuelta. Ambos caímos, y otros dos muchachos pasaron corriendo. Y detrás, guardias. Acababa de “cazar” a un peligroso delincuente, que fue detenido y desterrado unas semanas después. El sargento de la guardia que estaba al mando del grupo que perseguía a los criminales, se acercó a mí y, con aliento entrecortado me preguntó si no estaría interesado en alistarme en la milicia. Bueno, y ¿por qué no? Con 17 recién cumplidos, comencé el adiestramiento, y descubrí que se me daba bien manejar la espada y el arco, pero no tan bien pujar las pesadas armaduras de los soldados corrientes. Tras unas cuantas misiones, una noche, un grupo de pequeños rateros salió huyendo de la Ciudad hacia el este, en dirección a Ciudad Marea. Les seguimos hasta llegar al linde del bosque de los Elfos, y comenzamos a  perseguirlos en su interior. Me sentía extrañamente cómodo entre árboles y maleza, y a pesar de que tuve que dejar atrás a algunos compañeros cuyas armaduras empezaron a serles pesadas tras días de persecución, finalmente les conseguimos detener cuando estaban a punto de llegar a Iselme. A la vuelta, el sargento de mi grupo remitió informe a su superior acerca de mí, y me cambiaron de destino: Iba a ser Explorador.

Durante el entrenamiento de explorador en Bastión Roca Lunar, me di cuenta de que eso era lo que quería ser. Aprendí a mejorar mis capacidades para rastrear, ver más allá de lo obvio, y por supuesto, mis habilidades para el combate. No me gustaba mucho la disciplina militar y todo eso, y de hecho tuve algunos encontronazos con mis instructores. Pero bueno, yo quería aprender, así que hacía de tripas corazón e intentaba obedecer lo mejor que podía, que no era mucho, pero era suficiente.
Y de repente un día, cuando estábamos a punto de acabar la instrucción, uno de los jefes de los exploradores, una figura encapuchada que siempre nos observaba desde lejos y al que jamás habíamos visto la cara, se acercó a mí.
- ¿Toni? Acompáñame. Tenemos que hablar acerca de tu próximo destino.

1 comentario:

Ayshane dijo...

Ese Tony, buscando el amor por todo el mundo, espero y deseo que algun dia lo encuentres.

Besos