Ellen, Iniciada en la Fuerza


Ellen se aburría en la nave. Además, ni siquiera era “su” nave. Kaleen Da-Ar y Xavier estaban en la ciudad investigando para su importante misión en el templo, y Ellen hacía el trabajo sucio con el ordenador.

- Ellen, desencripta esta información.
- Ellen, hackea este ordenador.
- Ellen, busca una entrada.
- Ellen...

“Se creerán que soy un R2. ¿Es que no enseñan nada de informática en el templo?

Lo cierto es que Ellen admiraba a los Jedi, su filosofía y estilo de vida eran seductores; pero creía que pertenecían a otra época, y pocos maestros parecían ser buenos pilotos o expertos informáticos. La Galaxia de hoy en día requiere algo más que un sable láser y una túnica para andar por ahí.

Por eso Ellen admiraba y respetaba especialmente a Alec Hae-Shra, ex-maestro Jedi. Porque él no era un experto informático o un gran piloto, pero siempre tenía la decencia de llevarse un R2 para que le hiciera esos trabajos.

Él era además respetado en la Orden, y fuera de ella. Que Ellen recordase, Alec no tenía enemigos en toda la Galaxia, y había recorrido gran parte de ella en las diversas misiones mientras fue caballero Jedi.

Pero ante todo, Alec era lo más parecido a un padre que Ellen había tenido. Desde el momento en que se conocieron, Alec siempre cuidó de la muchacha, y se preocupaba de ella. Por entonces no sabía que ella tenía ciertos dones para con la Fuerza, pero quizá lo intuía. Y desde que se habá dado cuenta, se había volcado aún más.

Todo cuanto sabía de la Fuerza Ellen, lo sabía de las sabias palabras de Alec. Había aprendido a controlar sus poderes, y sólo los utilizaba cuando era necesario. Aunque la palabra “necesario” podía tener interpretaciones distintas según la ocasión, Ellen se daba cuenta que desde que Alec le había dado un par de lecciones, sus poderes no se desencadenaban por accidente y sí lo hacían, al contrario que antes de eso, en los momentos de tensión, cuando más necesarios podrían ser.

Pensando en todo esto, Ellen se levantó del asiento del piloto de la YT-1150 del E. L. I. que utilizaban, y se fue a la zona de carga. Allí guardaba un pequeño baúl con las pocas pertenencias que había cogido consigo para esta misión. Lo abrió, tomo con delicadeza el pequeño palito que había encima de todo lo demás, y acarició con mimo la ropa que había debajo. LA sacó con mucho cuidado, y tras echar un vistazo alrededor, se quitó su mono de trabajo, y se puso las prendas de cuero negro del baúl.

“ - Pertenecieron a una mujer que era como tú. Tenía poder en la Fuerza, pero en su planeta pensaban que era una enviada de los dioses, una sacerdotisa con poderes divinos. Cuando llegó al templo, abrazó el código, y comenzó a usar estas prendas- Alec sonreía mientras le tendía la ropa- No quiero que tú te conviertas en Jedi, no creo que sea ese tu destino. Pero estoy seguro de que te sentarán bien.”

Ellen sonrió mientras terminaba de ceñirse el traje mientras recordaba aquel día. Tomó el palito del suelo, y con un golpe de muñeca, creció hasta convertirse en un bastón de 2 metros, que Ellen sujetó con destreza por su centro. La madera refulgía tenuemente, y la muchacha se sintió al mismo tiempo extraña y cómoda; Extraña por no estar acostumbrada a esa ropa y ese arma, y cómoda porque en el fondo se preguntaba cómo había podido vivir sin ellos hasta entonces.

Dio un par de golpes al aire, con un estilo envidiable, y con otro gesto de muñeca, el bastón volvió a convertirse en un diminuto palito de apenas 10 centímetros. Lo sostuvo en la mano mientras lo observaba un minuto, y supo que ese bastón y ella habían estado predestinados a encontrarse desde siempre. Y Alec había sido el nexo entre aquella mujer que lo abandonó por un sable de luz, y ella.

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