1. La Compañía del Arte Ambulante

    Mientras montaban la carpa con la ayuda de la magia, los gemelos Bergomi cantaban canciones populares zhargoshianas, a cada cual más vulgar. Era casi verano, el calor apretaba, y los dos gnomos se secaban el sudor de sus frentes a menudo con un trapo viejo, y cada poco se detenían a echar un buen trago de vino fresco, lo que hizo que las canciones fueran subiendo de tono, y bajando en calidad a medida que clavaban los anclajes en el suelo y levantaban la lona.


    La primavera era especialmente calurosa aquel año en Tyrash, y “La Compañía del Arte Ambulante” esperaba tener una buena asistencia a su feria montada a las afueras de Thanes. La capital bullía de actividad, y los primeros curiosos, sobre todo niños, se habían acercado al descampado donde se iba a ubicar la verbena.

    Además de los Bergomi, que eran magos ilusionistas, y ejercían también de payasos, La Compañía estaba compuesta por unos cuantos miembros más, que viajaban por todo Athanae con sus espectáculos. La directora era Giovanna Benedetti, una humana de mediana edad y aspecto amable, que coordinaba a todos con su don de gentes, llevaba las cuentas, y además tenía buena mano con los animales, lo que la permitía hacer de domadora. Era zhargoshaiana, como los gemelos. También estaba Roggrcz, un minotauro tanacio al que los demás, incapaces de pronunciar su nombre, llamaban Roger, que hacía de forzudo. Para él, no era necesario usar trucos, porque era increíblemente fuerte, y sus compañeros se preguntaban por qué no se había dedicado al mundo de la aventura o se había enrolado en algún ejército; Jana, la bardo halfling estariana, cuentacuentos y cantante; Charlotte, la humana esgrimista, que daba clases de florete, hacía exhibiciones y retaba a nobles locales a combates que siempre ganaba; Natalie, que también era humana y tyrsalita, y hacía de trapecista y malabarista; Sally, la encantadora presentadora, y rostro visible de la compañía, semielfa tyrana de gran belleza; Richard, el pícaro, también humano y tyrsalita, que además de trilero, era escapista; el joven Matt, hijo de estos dos últimos, que había nacido en un barco a mitad de camino entre las patrias de sus padres, y era aprendiz de Jana y Charlotte a partes iguales, y humilde narrador de esta historia; y otro buen número de artistas, payasos, cocineros, vendedores, adivinos y buscavidas de todo tipo que iban y venían. Esencialmente, estos diez formaban el corazón permanente de la Compañía, mientras que el resto cambiaban a menudo.


    Giovanna, a la que los demás llamaban cariñosamente “Gio”, “mamma” o “mamma Gio” era una mujer agradable en el trato, pero en el fondo, estaba de vuelta de todo y no tenía un pelo de tonta. Es más, poseía una intuición verdaderamente formidable, y podía averiguar qué le pasaba a cualquier miembro de la Compañía antes de que abriese la boca. También era buena consejera, y como buena zhargoshiana, tenía a los dioses siempre en la boca, costumbre que, voto a todo el Olimpo, este bardo heredó.
Un par de días más tarde, todo estaba preparado, y además de la carpa del circo, alrededor del mismo había un buen número de puestos de comida callejeros, además de atracciones, tenderetes comerciales con todo tipo de mercancías, no todas ellas legales, rincones donde se desarrollaban apuestas y juegos de azar de todo tipo, y en definitiva, una feria con todas las letras.


    Aquella calurosa noche de viernes, muchos ciudadanos se acercaron a disfrutar de la fiesta, los espectáculos y la comida.


    Aunque la mayoría de los que poblaban la fiesta, subían en los tiovivos y apostaban en peleas de gallos eran gentes sencillas del pueblo llano, había entre ellos alguien que brillaba con luz propia. Era Lady Cheryl Coleridge, que honraba con su presencia y belleza deslumbrantes la humilde feria de La Compañía del Arte Ambulante.    

 

    La noble iba con un nutrido séquito de hombres de armas, que abrían paso entre el populacho a la bella mujer, que miraba a los puestos con curiosidad, escrutándolos, como si buscase uno concreto. El joven Matt la vio a través de la escolta, y aquel rostro se le quedó grabado a fuego en sus jóvenes pupilas. El perfume, dulce y suave, probablemente elaborado con jazmín, llegaba hasta la nariz del muchacho, incluso a través del hedor a sudor, cuero y metal de los guardias que la rodeaban. Matt necesitaba oler aquel aroma más de cerca, directamente del largo y blanco cuello de aquella mujer.


    Lady Cheryl era unos pocos años mayor que Matt. Su historia era más o menos de dominio público en Tyrash; había enviudado joven, no hacía mucho tiempo, de otro noble local tras varios años de matrimonio en los que no había habido descendencia. Para asegurar que tenía a quien legar las haciendas de su noble familia, la mujer se había prometido de nuevo con otro barón, un solterón llamado Sir Paul, que ya peinaba canas y era feo como demonio deforme. La boda habría de celebrarse en pocos días, el día del solsticio de verano, en una fastuosa fiesta que reuniría a la flor y nata de la sociedad tyrana. Era improbable que la familia real se dignase a aparecer, pero no estaba descartado que enviaran a algún representante. Al fin y al cabo, si un heredero reunía las propiedades de Lady Cheryl y de Sir Paul, se iba a convertir en un noble especialmente rico, uno que rivalizaría en propiedades y feudos con el mismísimo rey.


    El caso era que la noble buscaba algo, y Matt necesitaba saber el qué. Resultaba imposible acercarse; los soldados había hecho un cordón humano alrededor de Lady Cheryl, impidiendo que nadie se acercase. Los plebeyos trataban de abrirse paso a empellones, excitados, pero los hombres los mantenían a raya, repartiendo golpes y empujones a su vez. Matt era aprendiz de bardo y espadachín, pero también había aprendido algo de Nathalie, que tenía casi su edad, y decidió jugársela. Era necesario que Lady Cheryl supiera que existía.

    Retrocedió unos metros, para coger carrerilla, y comenzó a correr. Ya cerca del tumulto, saltó, y apoyándose en los soldados que formaban el anillo, logró colarse. El tiempo pareció detenerse ante aquella visión. Las ropas eran exquisitas, pero aun más lo era la media sonrisa de la noble, que lo miraba entre sorprendida, curiosa y alerta. El muchacho se incorporó, tomó delicadamente la mano de Lady Cheryl, la besó con galantería mientras hacía una graciosa reverencia, mirándola a los ojos, y dijo:


- Enchanté, madame. Je suis Matthieu, le barde.

    La mujer reaccionó casi por reflejos, contestando cortésmente en perfecto tyrsalita:

- Je suis Dame Cheryl Coleridge. C’est un plaisir, Matthieu.

- Tout le plaisir est pour moi... ma dame.

 

    Ambos mantuvieron contacto visual unos momentos, sumergiéndose cada uno en la mirada del otro: Matt, en los ojos esmeralda de Cheryl; ella, en los zafiro del bardo. Aquello fue más que una simple inspección visual. La conexión que se produjo entre ambos fue eléctrica y ardiente al tiempo, algo íntimo y cautivador. La mujer nunca había sentido aquella sensación, cálida pero incómoda. Él miraba con descaro bajo los modales, hambriento de más. Nadie se había atrevido antes a mirarla con tal franqueza, siempre escondidos bajo una gruesa capa de cortesía, siempre escondiendo intenciones e intereses. Aquel plebeyo, aquel don nadie, la miraba con un anhelo real, bebiéndosela con los ojos. Lady Cheryl deseaba bajar la mirada, avergonzada, mas no era capaz. El momento, que pareció durar una eternidad, apenas duró unos segundos en realidad, los suficientes para que un guardia de la noble reaccionase, agarrando del cuello al muchacho, propinándole un puñetazo en el estómago, que lo dobló, y lanzándolo por encima de la barrera de vuelta al gentío. “Scum” murmuró el guardia mientras se sacudía las manos, y se disponía a pedir disculpas a su señora. La noble alzó delicadamente la mano, deteniendo la excusa de su sirviente, y a pesar del ruido de la muchedumbre, Matt la escuchó decir claramente:

- Vamos, vamos, hay que llegar a la bardo de esta feria antes de que esto se ponga peor.

    Antes de reanudar la marcha, la mujer miró en la dirección en la que Matt había salido volando, y entre las armaduras de sus hombres, vio de nuevo aquellos ojos azules, que la miraban con deseo, casi con lujuria. Lady Cheryl sonrió casi imperceptiblemente, pero Matt supo de inmediato que aquella tunda había merecido la pena.


    Se terminó de incorporar, pero tuvo que volver a encogerse por el dolor del golpe en el abdomen, llevándose la mano a la zona. Reprimió un gruñido, y comenzó a moverse por las calles que se habían formado entre los puestos. Tenía que llegar a Jana antes de que Lady Cheryl y su séquito encontraran su carreta.

    Jana era una halfling bastante joven para los de su especie, pues no había llegado aun a la cuarentena. Los halflings llegaban a la edad adulta a los 33, así que se podía decir que estaba prácticamente en el rango de edad de Matt, que apenas pasaba la veintena. El chico no sabía muy bien a qué se iba a dedicar en La Compañía, así que aprendía un poco de todo: Malabares con Nathalie, esgrima con Charlotte, canciones y cuentos con Jana, algo de magia con los gemelos… Lo que mejor se le daba era contar historias. También adoraba escucharlas, y la voz melodiosa de Jana era hipnotizadora. Ya habían compartido escenario alguna vez, y se compenetraban bien. Cantaban, bailaban, narraban y actuaban. Para ampliar su repertorio, se encontraban muchas noches para escribir nuevas historias. Comenzaban dando ideas, descartando otras, y a medida que la historia tomaba forma, y la iban escribiendo, se metían más y más en sus papeles. Algunas de aquellas noches, habían acabado inevitablemente en la cama de alguno de ellos al dejarse llevar por la pasión de las historias que creaban.


    La primera vez que sucedió, ambos eran muy jóvenes, apenas unos adolescentes. Estaban muy emocionados escribiendo una historia romántica, y cuando se cogieron de las manos, diciendo a la vez, “y se besaron”, con toda naturalidad, lo hicieron, continuando con la escena. Pero cuando llegó el siguiente beso, y la historia estaba tomando tintes un tanto más serios, ya no pudieron refrenarse, arrancándose las ropas y haciéndose el amor apasionadamente, como los personajes protagonistas de la historia. Era una historia que aun años después estaba en el repertorio de ambos, y no podían evitar acordarse de aquello cuando llegaba el momento de narrarlo.


    Al terminar, se sintieron un poco violentos; ninguno estaba seguro de que aquello estuviese bien, así que dejaron de verse un tiempo. Después, poco a poco, comenzaron a quedar de nuevo, y nuevas aventuras fueron escritas. Volvió a suceder una vez, y otra, hasta que terminaron por asumirlo de manera natural. Surgía sin forzarlo, al compás de las historias, y al igual que si el cuento incorporaba algún pasaje triste, lloraban, cuando incluía algún pasaje tórrido, se amaban. En cada parada, cada cual tenía sus encuentros, y nunca se pidieron explicaciones, pues no las necesitaban. Aquello no era una relación sentimental, si no algo más ligero y profesional.


    Matt se coló por la puerta de atrás de la carreta. Jana estaba leyendo un libro, y se sobresaltó al ver al bardo.

- ¿Qué quieres ahora, rubito?

- Un favor. Uno muy grande. El más grande. Te lo pagaré. Con creces. Te haré lo que quieras.
Al oír aquellas últimas palabras, a la halfling se le encendió la llama del deseo. Sonaba demasiado tentador.

- ¿Qué favor?

- Viene de camino una noble de la ciudad. Creo que te quiere contratar para su boda.

- ¿Genial? – lo miró extrañado la bardo.

- No, no. Dile que estás ocupada, que es imposible, que puedes recomendarle a tu aprendiz, o compañero, o como quieras llamarme.

    Se oía bullicio cercano. Ya llegaban.

- Maldito y encantador muchacho - dijo Jana con aquel acento estariano que tanto gustaba a Matt – no puedes tener la bragueta cerrada ni un día.


    Él sonrió como respuesta, la dio un fugaz beso en los labios, y corrió a esconderse entre las sombras justo a tiempo de no ser visto por Lady Cheryl, que entró en la carreta a solas, dejando a sus hombres fuera.

- ¿La bardo de la feria? – comenzó la noble – necesito de tus servicios.

- Milady – Jana hizo una torpe reverencia, mientras señalaba a la silla destinada a los clientes – Por favor, sentaos. La actuación de esta noche es a las doce.

    Matt observaba desde las sombras la escena, con los nervios a flor de piel. De nuevo el perfume de la noble llegó hasta su nariz, y estuvo a punto de salir de su escondite y besarla allí mismo, casi se imaginó arrancándola aquellas carísimas ropas. Se contuvo a duras penas.

- No, no me interesa eso… Quiero que cantéis en mi boda. En próximas fechas voy a desposarme, por segunda vez. Mi primer marido, el pobre Sir Christopher, murió el año pasado en un accidente ecuestre – la noble dejó una dramática pausa – Además, necesito algunas clases de baile.

- ¿Cuándo será eso, mi señora? – inquirió la halfling.

- El día del solsticio.

- Imposible – dijo la halfling – imposible del todo. Ese día levantamos la feria y tengo la actuación de despedida – y esto era verdad.

- Os pagaré, por supuesto – insistió Lady Cheryl.

- ¿Cuánto?

- Cinco mil.

- Cinco mil por la música del baile. Las clases de baile… Conozco a alguien que puede ayudaros.

- ¿Quién? – inquirió curiosa la noble.

- Matthieu, le barde – dijo, con mal acento tyrsalita.

    Lady Cheryl trató que su rostro permaneciera impertérrito, pero, de nuevo, una ligera sonrisa asomó a la comisura de sus labios.

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