4. El Amor

- ¡Tú! ¡Apresad..! – intentó gritar Donald.

    Matt preveía algo así. Había trepado por una cuerda al balcón de la primera planta, y para hacer más fricción, se había envuelto las manos en unos calcetines usados. Los hizo una bola y los introdujo en la boca del mayordomo, ahogando su grito. El criado tuvo dos arcadas antes de caer desmayado.

- ¡Matthieu! -dijo Lady Cheryl arrojándose a los brazos del bardo.

- ¡Madame Cheryl! – contestó Matt.

    Se abrazaron. El bardo sintió de nuevo el perfume de jazmín de la noble, y no pudo resistirse. La besó con pasión en la boca. Ella respondió entusiasmada, y sus lenguas se encontraron. Comenzó a abrir con destreza los botones de la intrincada ropa de la humana mientras continuaban besándose. Ella también se estaba excitando, y apartó momentáneamente al bardo para desabrocharse por su cuenta.

Matt aprovechó ese momento para empujar a Donald con el pie hasta el balcón, y cerró las puertas, por si volvía en sí.

    Ambos amantes terminaron de desnudarse, se miraron a los ojos, y de nuevo, se sumergieron el uno en el otro. Se acercaron lentamente, temblando por la excitación. Se acariciaron suavemente con las manos primero en el rostro, luego el hombro, después el pecho. Se besaron una vez más, abrazándose, apretándose el uno contra el otro, sintiendo el calor de la piel ajena. Ella notó el miembro de Matt erigiéndose, y asintió satisfecha. Se recorrieron el cuerpo con los labios, con la lengua. Finalmente se unieron en uno solo, y mientras hacían el amor, fueron acompasando los movimientos.

- Un, deux, trois, un, deux, trois – comenzó a recitar Matt, perdido en el verde esmeralda de los ojos de Cheryl.

- Un, dos, tres, un, dos, tres – siguió ella, perdida en el azul zafiro, y por fin, entendió el ritmo.

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- Déjame unirme a tu circo ambulante, Matthieu.

- Mi dulce dama, no creo que esa vida esté hecha para vos. No hay criados, ni perfumes caros, ni siquiera baños diarios… ¡Qué digo diarios! Tenemos suerte si nos bañamos una vez al mes…

    Ella arrugó el gesto, asqueada.

- ¿Una vez al mes? Por los dioses…

- ¡Con suerte, mi señora! Los viajes entre ciudades a veces son rápidos y si tenemos suerte, podemos alquilar una habitación con baño en alguna posada, y si no nos pillan, hacemos turnos para asearnos…

- ¿Turnos?

- ¡Oh, madame, cada vez estoy más convencido de que esa vida no es para vos!

- Pero, Matthieu, yo te amo…

- Mon doux amour… Debéis seguir con vuestra vida. Estáis enamorada de una ilusión…

- ¡Estoy enamorada de ti! – dijo incorporándose, dejando sus pechos al descubierto, con expresión indignada.

    Matt notó de nuevo la sangre bajando a su entrepierna, y, votando a Shindalar, se entregó de nuevo al amor.

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    Cuando terminaron, Lady Cheryl iba a insistir en escaparse con el bardo, pero entonces oyeron golpes en la puerta del balcón. Era Donald, que por fin se había recuperado.

- ¡Abrid! ¡Abrid inmediatamente! – gritaba indignado - ¡Guardias! ¡Lady Cheryl! ¡Alguien!

    Matt salió del lecho como un resorte, y comenzó a vestirse.

- Debo marcharme, si quiero ver un nuevo amanecer. Vuestro mayordomo y sus gorilas intentaron matarme anoche.

- ¿Fueron ellos?

- ¿Quién si no? Teme perder su trabajo – dijo Matt subiéndose los calzones a toda prisa, mientras la mujer disfrutaba de la vista de su trasero.

    A su vez, Lady Cheryl se incorporó y se puso un camisón. Abrió un cajón de su cómoda, tomó un sobre sellado con lacre y se lo tendió al bardo.

- Tu invitación a mi boda – dijo, con lágrimas en los ojos.

    Él se volvió y la miró. Se puso la camisa, la besó una vez más (¡Abridme, abridme!) y tomó el sobre.

- Es la decisión correcta.

- Mi padre falleció hace años. Me acompañaréis al altar y me haréis el honor de un baile. Y no es una pregunta.

    De repente, la mujer volvía a parecer una noble de fuerte carácter. Matt asintió, y salió corriendo por la puerta de la estancia. Unos segundos después, ella abrió la puerta del balcón.

- ¡Hay que atraparlo! – gritó Donald entrando atropelladamente en la alcoba.

    Ella lo abofeteó, dejándolo en silencio, y con la mano en la mejilla.

- Hay que preparar una boda. Una boda por todo lo alto. Y no hay tiempo que perder.

- Mi señora…

- No discutas, Donald. Dejarás que mi maestro de baile me lleve al altar, me casaré con Sir Paul, y seré desgraciada el resto de mi vida… Y permitirás que se vaya en paz.

- Yo…

- ¡Júralo! Júralo por Finnalis, Donald. Júralo por el honor de esta casa noble.

- Lo juro, mi señora. Por el Juez y ante Él, por el honor de los Coleridge.

    Ella asintió, satisfecha.


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