3. El Escándalo

    La lección había durado más de la cuenta, y anochecía. Lady Cheryl se dirigía a sus aposentos, seguida de cerca de su mayordomo, Donald. A pesar de su adusta expresión, se le notaba atribulado.

    Al llegar a su alcoba, la mujer dio un sonoro portazo, dejando a Donald fuera. Sabía perfectamente lo que el anciano criado iba a decir, y ella no deseaba escucharlo. Había visto el beso.

    Se sentó en el taburete del tocador, apoyando los codos en la mesa y sujetándose la cabeza.

- Por los dioses… Bendita Shindalar.

    Aún sentía el rubor en sus mejillas, y poco tenía que ver con las cálidas temperaturas.

- ¡Un baño! – gritó – y luego se levantó, se acercó a la puerta para que Donald la oyese - ¡Preparadme un baño!

    Oyó los pasos del sirviente alejándose, y se dirigió de nuevo a la coqueta, donde comenzó a quitarse la tiara y algunas joyas.

- ¡Steph! – gritó de nuevo.

    Su dama de compañía, Stephanie, llamó tímidamente a la puerta y pasó. No tendría más de 15 años, era rubia y hermosa, y tenía un aire a su señora. Era posible que fuese alguna prima lejana.

- ¡Ayúdame a desvestirme! Voy a tomar un baño.

- Sí, mi señora – asintió la muchacha.


    Entre las dos, fueron retirando joyas, prendedores, y capas de ropa, hasta que por fin Lady Cheryl sólo tenía sus enaguas. Se dirigió a la estancia contigua, donde el servicio ya había llenado la tina con agua tibia y esencias. Se desprendió de su última prenda, y se sumergió en la bañera, agradecida, dejando fuera sólo su cabeza. Ni siquiera aquello fue capaz de calmarla. No podía dejar de pensar en el fugaz beso, que aun le ardía en la boca. Se pasó la lengua por los labios, sintiendo el sabor del bardo, y no pudo evitar morderse. Un impulso casi eléctrico la recorrió desde la boca hasta la entrepierna, y se sintió aun menos relajada. Decidió sumergirse completamente, en busca de la calma que no hallaba. Aguantó la respiración todo lo que pudo, al punto que los criados habían empezado a preocuparse, cuando emergió. Pareciera que aquello finalmente había funcionado, y consiguió terminar de bañarse.

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    Mientras tanto, Matt estaba de nuevo tumbado en su cama, en una situación similar. No podía dejar de pensar en aquel beso fugaz, en aquellos labios carnosos y suaves, en aquel aliento cálido. Para el bardo, era más difícil ocultar su excitación, pues un bulto sospechoso en su pantalón lo delataba. Estaba a punto de aliviarse la tensión, cuando la puerta de su cuartucho se abrió. Donald, el mayordomo, hizo un gesto con la cabeza sin mediar palabra, a dos guardias que lo acompañaban. Los dos hombres no dieron tiempo a reaccionar a Matt. Sacaron dos porras del cinturón, y comenzaron a apalearlo sin piedad mientras el hombre sólo podía intentar que no le alcanzaran en zonas dolorosas, haciéndose un ovillo. Que en aquel momento sólo vistiese pantalón y calzones, no ayudaba. Finalmente perdió el conocimiento tras varios golpes en la cabeza.

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    A la mañana siguiente, Lady Cheryl esperaba en el salón de baile a que llegara su maestro. Practicaba sola, con las manos simulando estar con las de las pareja, mientras tarareaba la canción que Matt había interpretado en su violín, con una sonrisa en su rostro. Sin embargo, Matt se retrasaba por primera vez, y cuando la ausencia llegó a la hora, comenzó a preocuparse.

- Donald, ve a buscar al bardo a sus aposentos y tráelo. Más vale que su excusa sea que se ha quedado dormido.

- Sí, mi señora – dijo el criado al tiempo que se inclinaba, servil, y emprendía la marcha.

    Después de unos minutos, regresó, con estudiada sorpresa en su rostro.

- Mi señora, el bardo ha desaparecido. Los criados que se alojan cerca de su habitación dicen que huyó anoche, con su petate, murmurando algo acerca de no volver jamás.

- Imposible – la sorpresa en el rostro de la noble no era fingida – Mandad a buscarlo.

- Pero mi señora, hace horas que partió… puede estar en cualquier parte.

- ¡Buscadlo, he dicho! ¡Traedlo! ¡Lo haré azotar, lo colgaré por traición! ¡Bastardo!

    El criado intentó ocultar su satisfacción. Quizá, después de todo, aquello saliera bien. Salió del salón de baile, y se dirigió a sus hombres de confianza, los mismos que la noche anterior lo habían ayudado.

- Traedme al muchacho, y aseguraos de que no puede hablar.

Los guardias asintieron, y partieron de inmediato.

    Cuando llegaron a la orilla del río donde habían dejado a Matt tirado la noche anterior, sólo vieron su silueta en el barro, y unas huellas que se alejaban. Había desaparecido. Comenzaron a seguir el rastro.

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    Matt recuperó la consciencia. Abrió despacio los ojos, y vio el cielo estrellado de Tyrash. Se incorporó lentamente, dolorido. La cabeza le dolía como si le hubiesen dado una paliza… Recordó que aquello era así. Dos guardias del palacio de Lady Cheryl lo habían golpeado hasta que había perdido el conocimiento.

    Estaba semidesnudo, igual que lo habían encontrado en su cama. Miró alrededor, y votó a Fortunna por no haber sido atacado por ningún animal salvaje mientras estaba allí tirado. Se puso trabajosamente de pie, y aprovechó que estaba en la orilla del río para lavarse la cara. Los golpes en la cabeza aun le dolían, y agradeció de nuevo su suerte por tener una tupida melena que taparía los chichones. Miró alrededor. No se veía nada salvo bosque en todas direcciones. Nunca había sido especialmente bueno en orientarse, así que no tenía ni idea si estaba cerca o lejos de Thanes. Tenía que regresar. Tenía que explicarle a Lady Cheryl aquello, tenía que… De repente, su torrente de pensamientos se detuvo. O más bien, viró. ¿Y si había sido ella quien había ordenado aquello? Quizá se había sobrepasado. Besar a una noble de alta cuna, él, un vulgar artista de circo. La idea era completamente lógica, y comenzaba a asumirla como cierta cuando un nuevo pensamiento se cruzó en su mente. No podía ser. Necesitaba su ayuda para el baile. Y la mirada. Aquella forma de mirarlo a los ojos era genuina. Eso no se podía fingir.

    Se frotó las sienes intentando despejarse, y se arrepintió de inmediato al notar una punzada de dolor. Tenía que pensar… Estuvo unos minutos obnubilado incapaz de tener en su mente otra cosa que no fuesen los ojos verdes de Lady Cheryl. Finalmente, la niebla de su cabeza empezó a despejarse.

- ¡Idiota!

    Conjuró. Mentó a Hedenoth mientras lo hacía. A veces se le olvidaba que sabía magia. Algunos de los golpes parecieron encoger, y sintió alivio. Nunca olvidaba lanzarse magia de mejora para incrementar sus dotes sociales y aspecto, pero a lo largo del día, a parte de renovar aquellos conjuros cuando acababan, parecía olvidarse de que podía lanzar una escasa selección de magia, incluyendo una pequeña curación, similar a la de los clérigos. El dolor de la cabeza remitió ostensiblemente, permitiéndole pensar con más claridad. Tenía que regresar a Thanes. Pero, ¿cómo?

    En el río, encallado en una roca, vio su petate. Los asaltantes lo habían arrojado a la corriente con la esperanza de que el agua lo condujese lejos, pensó. Una vez más, agradeció a Fortunna su suerte, pues una piedra enorme había detenido su avance unos metros más allá. Se encontraba en un vado, y pudo llegar a la bolsa sumergiéndose sólo hasta la cintura. Aunque el clima era cálido, el agua estaba helada, y tembló al salir. Abrió su bolsa cuando regresó a tierra, y comprobó que no faltaba nada. Como era mágica, sus pertenencias no se habían mojado. Un golpe de suerte tras otro. Mientras revisaba sus cosas, le pareció ver a alguien entre los árboles, alguien vestido de blanco. Miró allí, pero no había nada. Agitó la cabeza, y sacó algo de ropa para vestirse. Tras ello, miró en todas direcciones, sin saber a dónde ir. Finalmente, se dirigió a donde creía haber visto una silueta.

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    Ya era de día cuando alcanzó la feria a las afueras de la ciudad. Acababa de amanecer y la mayoría de puestos y atracciones estaban aun cerradas. Se encaminó a la carreta de Jana, entró en silencio, y vio que la halfling aun dormía. La besó en la boca, ahogando el gritito de sorpresa de la bardo. Cuando vio que era él, se relajó. El bardo, sin mediar palabra, y poniendo su dedo índice en la boca pidiendo silencio, fue bajando de la boca al pecho a besos, a medida que desabrochaba el camisón de Jana, hasta llegar hasta su entrepierna. Tenía una promesa que cumplir antes de ir al palacio de Lady Cheryl. Utilizó la lengua para dar placer a su compañera, valiéndose de todas las artimañas que conocía para que alcanzase el clímax rápidamente. La bardo se retorció de placer, y no pudo contener algunos gemidos cuando llegó al orgasmo. Tras ello, relajó su cuerpecillo, y Matt supo que había terminado. Sonrió, besó una vez más a su maestra y amiga, que sonreía entre agradecida y confundida, y salió del carro tan rápido como había llegado.

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- No hemos podido encontrarlo, mi señora. Ha debido huir, y debo decir, que gracias a los dioses que lo ha hecho.

- No entiendes nada, Donald. No puedo casarme con Sir Paul. Ya no. Amo a ese bardo.

- Sabía que debíamos alejarlo de vos. Es una mala influencia. Ese maldito plebeyo os ha hechizado…

- Tú no lo comprendes…

- ¡Lo comprendo perfectamente, señora! – dijo Donald hinchando el pecho – ¡Esta casa no puede permitirse el escándalo de que su señora se… se… se vea con un sucio plebeyo tyrsalita!

- ¡No me importa esta casa! ¡Estoy harta de mi apellido, estoy harta de esta vida, estoy harta de ti!

- ¡Mi señora! ¡Qué desfachatez! Es aun peor de lo que pensaba, el veneno de ese vagabundo es aun más fuerte de lo que habíamos previsto. Os llevaré al archimago…

- No la llevarás a ningún sitio, Donald – dijo Matt.

    El bardo había abierto la doble hoja del balcón, y hablaba desde el marco del acceso.


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