2. Clases de Baile
La sala de baile estaba vacía, a excepción de los dos bailarines, un par de sirvientes, uno a cada lado de la doble hoja de la puerta, para abrirlas y cerrarlas, y un mayordomo que aguardaba de pie en uno de los extremos de la sala, por si la señora deseaba algo. Matt levantó un brazo, poniéndolo en horizontal, invitando con el otro a que su acompañante se acercase. Lady Cheryl tomó la mano levantada de su maestro, y apoyó la otra ligeramente en su hombro.
- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – Comenzó a contar al ritmo Matt mientras daba los pasos correspondientes.
En el segundo compás, Lady Cheryl pisó su vestido, y no se dio de bruces en el suelo, porque su acompañante la sujetó.
- No os preocupéis, mi señora. Volvemos a empezar. ¡Un, deux, trois, un, deux, trois!
Esta vez no se tropezó, pero perdió el ritmo poco después. Se separó de su pareja de baile, frustrada. El aroma de su fragancia impregnó, una vez más, el ambiente, embriagando a Matt.
- ¡Nunca podré aprender a bailar a tiempo! – dijo, frustrada.
- Os presionáis demasiado, milady. Sólo debéis dejaros llevar por el ritmo.
- ¿Cuál ritmo? ¡No hay música!
Matt asintió, con una mano frotándose el mentón.
- Es cierto. Quizá deberíamos traer a los músicos. Al menos, alguno. O quizá… - Matt levantó el dedo, y se dirigió a la silla donde había dejado sus cosas.
El bardo sacó su viejo violín de la gastada funda de madera. Por dentro, estaba forrada de terciopelo rojo, también bastante gastado. Se colocó el instrumento en el cuello, y frotó las cuerdas con el arco. Asintió, satisfecho: Estaba afinado.
- Escuchad, milady – dijo, y comenzó a tocar la melodía que en su cabeza sonaba clara, pero que la noble no era capaz de recordar. Las notas sonaron melodiosas a medida que Matt tocaba la canción, y con los pies, iba moviéndose al ritmo.
- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – iba diciendo mientras hacía los pasos. La mujer observaba en silencio.
Cuando finalizó la canción, posó el violín de nuevo en su funda, y volvió a poner postura de baile, frente a su pareja.
- Y ahora, dejaos llevar por la melodía.
El bardo comenzó a tararear la canción, y en lugar de dar el ritmo con números, lo comenzó a hacer con golpes de voz.
- ¡Hmm, hmm, HMM! ¡Hmm, hmm, HMM!
No salió perfecto, pero la pareja aguantó algo más de un minuto llevando el ritmo, si tropezarse.
- ¡Bravo! Ese es un gran comienzo.
- Ah, por fin empiezo a progresar – dijo contenta la noble.
- ¿Por qué es tan importante el baile, milady? – preguntó el bardo.
- En mi primer matrimonio, durante el baile nupcial, me caí encima de mi marido -dijo con rubor Lady Cheryl, bajando la mirada – Todos dijeron que aquello era un mal augurio. Y así fue.
- Ya veo… No creo que un baile tuviese que ver en que vuestro marido, que Finnalis tenga en su gloria, se cayese de un caballo diez años después.
- Quizá no, y quizá sí… Tampoco tuvimos hijos.
- Eso tampoco creo que fuese por el baile, mi señora – dijo Matt mientras cerraba el estuche de su violín – Mañana volveremos a practicar. No os preocupéis, de todas formas, sois buena alumna, y el baile será un éxito. Seguro.
- Tengo buen maestro – dijo la noble, casi escandalizada de sus propias palabras.
Recomponiéndose, hizo una ligera reverencia, y se retiró. Apenas oyó las puertas abrirse, Matt comenzó a cambiarse de ropa. Estaba empezando a sudar y no quería manchar su única muda buena. Se quitó la camisa por encima de la cabeza, y se secó el incipiente sudor con una toalla. Justo antes de que las puertas volviesen a cerrarse, volvió la mirada, y pudo ver como la noble lo miraba por el rabillo del ojo a través del cada vez más pequeño espacio entre las dos hojas, hasta que finalmente se cerraron.
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Le habían proporcionado una cama en la zona del servicio para que se alojase mientras daba clases a la señora de la hacienda. Estaba tumbado boca arriba en el catre, con las manos detrás de la cabeza. Aun notaba el perfume de Lady Cheryl, ese perfume que le hacía perder la razón, que apenas lo dejaba pensar.
“Te vas a meter en un buen lío, Matt” – se dijo. No sabía entonces cuánta razón tenía.
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- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – la noble trastabilló.
- ¡Oh no, no otra vez! – se desesperó Lady Cheryl – Quedan sólo dos días. Va a ser un desastre.
- No, milady, no lo permitiré. Vamos a ensayar hasta que el baile salga perfecto.
- De acuerdo – asintió ella.
- ¡Otra vez! ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – nuevo tropiezo.
- Está bien, un pequeño descanso – dijo el bardo. ¡Agua, por favor!
El calor era bastante sofocante. El mayordomo no se movió hasta que la noble asintió. Al poco, dos muchachos entraron el el salón, con una jarra y unas tazas. Ambos bebieron, agradecidos.
- Muy bien, creo que ya sé dónde está el fallo – dijo Matt, sirviéndose más agua.
- ¿Dónde?
- Miráis al suelo. A los pies.
- ¡Claro, para seguiros el ritmo!
- No, no. El ritmo no se lleva con los pies. El ritmo está aquí – dijo Matt mientras ponía una mano suavemente en el pecho de ella, cerca de su corazón… y de su seno. Enseguida la retiró, aunque ella no había hecho gesto de apartarse.
- No lo entiendo.
- No se trata de los latidos, milady. Se trata de la compenetración con la pareja. De saber qué movimiento va a hacer antes de que lo haga. En realidad, se parece un poco a la esgrima, ¿sabéis? Anticiparse al oponente. Pero en el baile, no hay oponente. Hay compañero, pareja, cómplice. Quizá… se parezca más a… No importa.
Ella asintió, aunque no parecía muy convencida.
- Veréis, os lo demostraré. Vamos allá – dijo, preparándose para bailar de nuevo.
Ella cogió su mano y miró a los pies.
- No. Miradme a los ojos - dijo el bardo, levantando suavemente el rostro de Lady Cheryl con un dedo en su barbilla – Así.
Ambos se sumergieron en la mirada del otro como el día anterior en la feria. Él retiro el dedo, y sosteniendo la mirada de su pareja, comenzó a bailar y a recitar muy bajito.
- Un, deux, trois, un, deux, trois. Un, deux, trois, un, deux, trois. Un, deux, trois, un, deux, trois. Un, deux, trois, un, deux, trois.
Pareció que flotasen sobre la tarima, mientras se miraban. Sin darse cuenta, se fueron acercando, más y más.
- Un, deux, trois, un, deux, trois.
Las puntas de las narices se tocaban.
- Un, deux, trois, un, deux, trois.
Notaban el aliento del otro en la boca.
- Un, deux, trois, un, deux, trois.
Los labios se rozaron.
- Un, deux, trois, un, deux...
Se besaron, apenas un segundo. Lady Cheryl tropezó, y ambos cayeron.
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