Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesiones LXX y LXXI. Purificación.

    Antes de tomar la decisión final, Hildr propuso llevar a Thalion a un templo de Ifaath. El druida sintió un dolor parecido al que sentía en la capilla de Finnalis, como si millones de agujas se calvaran en su piel. Thalion sentía un miedo atroz a avanzar por el pasillo que llevaba al altar, pero logró avanzar arrastrándose, presa de un dolor indescriptible. Sin embargo, Firas Uwe, sacerdote del dios ciego, así como todos los reunidos allí, lo miraban casi con desprecio. Le dieron, no obstante, oportunidad de explicarse, y aunque no percibieron mentira en las palabras de nuestro compañero, afirmaron que tampoco serían capaces de ayudarlo, ya que, según ellos, había elegido un camino de soledad que habría de recorrer, sólo acompañado por su fe.

    Hildr recogió al druida cuando salió del templo, y regresaron a la guarida, agotada aquella opción; había que descansar, al menos aquellos de nosotros que podíamos hacerlo, porque el druida estaba murmurando palabras ininteligibles, hecho un ovillo, y con los ojos como platos. Decidimos intentar petrificarlo, ya que teóricamente, pasaría a estar inerte mientras el conjuro estaba en efecto. Aquello funcionó a medias, pues al regresar a Thalion a su estado normal, estaba como si el tiempo no hubiese pasado. No había descansado, aunque, voto a Fortunna, tampoco había sufrido… ya que ni siquiera se había enterado de que Timmy, el familiar mono con aires de grandeza, había arrancado un dedo y una oreja de la estatua.

    Empezamos a valorar seriamente dejar petrificado al druida mientras encontrábamos alguna solución para su dolor, y por el momento, lo hicimos mientras se nos ocurría algo mejor.

    Llegó el momento de volver al templo de Finnalis. A la puerta del mismo, despetrificamos a Thalion, que, tras respirar hondo, avanzó. Allí le estaba esperando el exorcista Czcibor Kzick, que recibió a nuestro compañero y nos dijo que ya nos informarían de qué tal iba la cosa.

    A Thalion lo acostaron en una cama de roca, y lo ataron cun cadenas de plata que le abrasaban la piel. Comenzaron a realizar rituales y oraciones, mientras rociaban al druida con agua bendita, pero él no supo nada de eso, porque sólo era capaz de sentir un terrible dolor.

    Fueron muchas horas de espera, tanto como que se nos hizo de noche esperando. El clérigo titular de la capilla, Sandomir, salió bien entrada la madrugada a entregarnos un pergamino, que decía que bajo la autoridad de la Iglesia de Finnalis, se harían cargo de Thalion de ahí en adelante. No había más explicaciones, así que tras mirarnos un poco aturdidos, llamé de nuevo a la puerta. El anciano clérigo se mostró reacio a responder mis preguntas, con contestaciones vagas como “Finnalis proveerá” y cosas del estilo. No había nada más que hacer allí, salvo volver a la mañana siguiente a pregutnar de nuevo.

    De vuelta a la guarida, Naltiria se sentía terriblemente frustrada porque la situación se nos había escapado de control, y ahora todo dependía de la iglesia del Juez, que como vuestras mercedes saben, era poco del agrado de nuestra archimaga. Bastian, por el contrario, se mostraba conforme con la resolución del asunto, en tanto habíamos hecho lo que habíamos hecho con el beneplácito de Thalion, y pareciera una solución tan válida como cualquier otra. Al menos los clérigos de Finnalis parecían dispuestos a intentar algo, todo lo contrario que los de Ilfaath.

    Entretanto, el exorcista había trasladado a Thalion a otro templo del juez, donde aguardaba Alleriana Virta, para purificar el alma de nuestro compañero. Ofrecióle dos opciones: renunciar a la parte manchada de su alma que ahora estaba vinculada en el infierno, cosa que lo convertiría en un desalmado, pero al menos lo dejaría vivo, o ser “purificado”. El druida, siempre convencido de que había hecho lo necesario para salvar al mundo, no quiso renunciar a su alma. Los clérigos no encontraron más opción: atravesaron el corazón de nuestro compañero con sus armas consagradas, de manera que el cuerpo estalló en llamas.

    Al día siguiente, cuando entramos en el templo, y Sandomir nos vio, se dirigió a nosotros con un petate: eran las pertenencias de Thalion, que había sido purificado “por su propio bien, dijo. Manera suave de decir que le habían dado matarile como a una cabeza de ganado que habría de servir de alimento. Tomamos los objetos del druida y regresamos a la guarida, donde Hildr enseguida propuso resucitar al semielfo, comprando los servicios de algún otro templo. Naltiria pidió unos momentos a solas, y tras regresar de su meditación o investigación, dijo que estaba segura de que Thalion podría regresar de entre los muertos, con el grave inconveniente de que seguiría sufriendo los tormentos demoníacos. Tras pensarlo un momento, decidimos que era mejor dejarlo muerto mientras encontrábamos resolución al problema de su alma, evitándole sufrimiento innecesario. Por el momento, la única pista que teníamos nos conducía de nuevo al Caedeth, donde el alma del druida estaba atada. La entrada a los infiernos que habíamos visto en el lago Daleby podía ser la clave para regresar al plano natal de Voccissor, puesto que según Naltiria, utilizando aquella entrada, nuestras almas no se consumirían a cada paso. Eso sí, luego habríamos de abrirnos paso entre los diferentes infiernos, hasta dar con el que buscábamos, un plan un tanto inviable sin saber a dónde dirigirnos, y para el que, por el momento, no teníamos efectivos suficientes.

    Naltiria fue a investigar de inmediato, saliendo de la guarida, y yendo por primera vez desde que este humilde bardo la conocía, a un templo, donde consultar los legajos de los clérigos de Hedenoth. Todos la miraron con hostilidad cuando entró en la capilla, pero la archimaga ignoró aquello, centrada como estaba en dar con alguna otra alternativa para abordar el rescate del alma de Thalion.

    Nuestra líder estuvo entre aquellos antiguos documentos hasta que tuvimos que reunirnos con Edda Viola para preparar la ya próxima batalla del río Vena. Bastian y Naltiria estuvieron debatiendo entusiasmados nuestras opciones, discutiendo qué tropas podíamos elegir o cómo afrontar la batalla, moviendo aquellas piezas sobre el tablero.

    Una vez más, la música de tambores, marcando la marcha al campo de batalla, resonaba en el horizonte. ¡Guerra!

5. La Fiesta

     El bardo había alquilado una muda nueva y lujosa para la boda. Nunca antes había estado en un evento de tanto glamour. Se rumoreaba incluso que una de las hijas del rey iba a acudir, probablemente de incógnito. Los juegos de la corte, pensó Matt mientras se acercaba con paso decidido a la hacienda Coleridge.

    En la puerta, varios guardias y sirvientes impedían el paso de la plebe, que se agolpaba alrededor de la fiesta, con la esperanza de ver los vestidos de la nobleza que acudía a la celebración. Cuando Matt llegó hasta la entrada, a pesar de sus elegantes vestimentas, el primer guardia tuvo el impulso de darle un empujón.

- Largo, escoria. Aunque te disfraces, no te dejaré pasar.

    Donald acudió al verlo.

- Deja pasar a este buen hombre – dijo, obsequioso, pero con un tonillo maligno en la voz – trae invitación, ¿no es cierto?

- Por supuesto… - dijo Matt sacando el sobre de su bolsillo.

    El mayordomo pasó el brazo por el hombro a Matt llevándolo dentro de la verja de la entrada. Mientras caminaban hacia la mansión, y fingiendo tener una conversación amable, le soltó:

- Ten mucho cuidado con lo que haces hoy, mequetrefe. No quiero ningún numerito. En cuanto acabe el baile, desapareces, y te vas con tus piojosos amigos, y jamás regresas. Porque si lo haces…

- Si lo hago, mandarás a tus gorilas a matarme. Lo he pillado. No te preocupes, Donald, después de hoy, no volverás a ver esta cara… - dijo, y sonrió, disimulando.

- ¡Disfrute de la fiesta, señor! – dijo Donald señalando las mesas con aperitivos.

    El mayordomo volvió a la puerta de acceso, no sin antes darse la vuelta una vez más para echar una última mirada de odio al bardo. Matt le correspondió con una reverencia exagerada, claramente burlona, y una sonrisa encantadora.

    Decidió hacer caso al malicioso criado, y se acercó a la fiesta. Comió algunos aperitivos, sonrió disimuladamente a las sirvientas que encontró atractivas, que se avergonzaban, y también a las nobles que se escondían tras sus abanicos, algunas del brazo de sus maridos. Supuso que ellas también se ruborizaron, aunque no pudo verlo a través del encaje.

    Llegó la hora de trasladarse a la capilla, así que Matt se abrió paso a través de la alta sociedad tyrana allí reunidos, y se quedó en el portón, a esperar a la novia. Se adecentó los ropajes, y puso la pose más digna de que fue capaz. Vio pasar a Sir Paul, con su traje de gala militar del ejército de Tyrash, y un montón de medallas prendidas de su pecho. A pesar de su deformado rostro por las cicatrices, se lo veía feliz. No era para menos, pensó el bardo. Iba a casarse con una mujer excepcional, sólo por su apellido, sus propiedades heredadas, sus gestas militares. Qué injusto era el mundo.

    El carruaje de la novia tardó algo más en llegar. Los sirvientes abrieron la puerta, y Matt avanzó, tendiendo la mano a la criatura celestial que bajaba. Lady Cheryl estaba hermosísima en su vestido de novia. No lucía velo, dejando ver su rostro perfecto. Ella aceptó la mano del bardo, que la sonreía. La noble también pensó que Matt estaba radiante.

- Ma dame.

- Mon professeur.

    Lady Cheryl pasó el brazo por el de Matt, y los plebeyos que veían la escena tras la cadena humana de guardias, prorrompieron en vítores y aplausos.

- ¡Vivan los novios! ¡Viva Lady Cheryl! ¡Viva Sir Paul!

- Creen que eres el novio – dijo sonriendo la noble.

- Déjales que lo crean. Sólo hoy.


    Entraron en la catedral de Maddusse. Los asistentes se levantaron a observar a la novia entrar. La pareja que avanzaba por el pasillo central parecía sacada de un cuento de hadas, hermosos, elegantes. Al llegar al altar, se miraron de nuevo a los ojos. Esmeralda y zafiro. Matt puso la mano cariñosamente sobre la de la novia, y asintió, sonriendo. Ella hizo lo propio, y se volvió hacia el sacerdote.

- ¡Hijos míos, hermanos todos! – comenzó el clérigo - Nos hallamos hoy, en presencia de nuestro Señor Maddusse

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    No volvieron a verse hasta el baile. Matt seguía los pasos de Lady Cheryl, pero ella estaba muy ocupada atendiendo a los nobles invitados. Cuando por fin llegó el momento de bailar, voto a Barenna que Lady Cheryl Coleridge bailó como sólo lo haría un ángel de la Señora de las Canciones. Su marido, sin embargo, parecía un pato torpe en comparación. Nadie se cayó sobre nadie, y los nobles aplaudieron a rabiar a la novia.

    Como era de esperar, había cola para tener el honor de bailar con la novia. Nobles con títulos interminables se presentaban ante la mujer, y bailaban una pieza mientras mantenían una conversación banal. Matt se fue acercando, aunque resultaba complicado entre tanta gente. Además, por el camino, algunas aristócratas, solteras algunas, casadas otras, se ponían en el camino del bardo para obligarlo a pedirlas bailar. Las solteras se insinuaban sin rubor ni vergüenza alguna para encontrarse tras los baños, las casadas lo hacían disimuladamente, con rodeos y palabras en clave, pero de manera igualmente explícita. Si el bardo hubiese atendido a todas las mujeres que se le ofrecieron aquella tarde, aun hoy seguiría teniendo cola para satisfacerlas a todas.

- Válganme los dioses. Voto a Barenna que si pudiera acercarme… - murmuraba Matt mientras apartaba a una nueva mujer descarada que decía algo sobre retocarse el maquillaje.

    Respiró hondo, y al hacerlo, le llegó el aroma a jazmín. Estaba cerca. Ágilmente, esquivó las parejas bailando, y justo cuando un nuevo noble se acercaba a pedir una pieza a Lady Cheryl, se las arregló para ponerse delante.

- Si me hicierais el honor… - comenzó Matt.

- Por supuesto, mon professeur.

    Los invitados hicieron sitio a la novia y su pareja, que se saludaron antes de empezar la danza. Matt guiñó el ojo a Jana, que se encontraba en la banda, y ésta a su vez, ordenó a los demás músicos que tocasen la canción que Matt había tocado para Lady Cheryl en las lecciones de baile.

- Un, doux, trois, un, doux, trois – susurró Matt al tiempo que comenzaba a bailar.

- Un, dos, tres, un, dos, tres – contestó Lady Cheryl sonriendo.

    Ambos bailaron con una destreza envidiable, y arrancaron murmullos de admiración de entre los nobles que observaban.

- Un, doux, trois, un, dos, tres – seguían diciendo al compás, perdidos en la mirada del otro, sin ser conscientes de lo que ocurría a su alrededor.


    Esmeralda y zafiro. Los invitados veían un baile perfectamente ejecutado. Matthieu y Lady Cheryl hacían el amor a la vista de todos, pero vestidos y con los ojos.

    Por supuesto, mantuvieron las formas delante de los distinguidos presentes, y ni siquiera acercaron sus rostros más de lo necesario. Al acabar la pieza, se separaron cortésmente, se saludaron, y se despidieron, sabiendo ambos que no volverían a verse jamás.

- Thank you, my lady – se despidió Matt en perfecto tyrano.

- Merci, mon professeur.

    Ambos se dedicaron una reverencia, mientras el público aplaudía el baile. Se miraron una última vez a los ojos. Esmeralda y zafiro.

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Nueve meses después, a finales de Geiathander, Lady Cheryl dio a luz a su heredero. Cuando se lo pusieron en el regazo, y el bebé abrió los ojos, pudo ver que tenía heterocromía. Un ojo esmeralda. El otro, zafiro.  

 4. El Amor

- ¡Tú! ¡Apresad..! – intentó gritar Donald.

    Matt preveía algo así. Había trepado por una cuerda al balcón de la primera planta, y para hacer más fricción, se había envuelto las manos en unos calcetines usados. Los hizo una bola y los introdujo en la boca del mayordomo, ahogando su grito. El criado tuvo dos arcadas antes de caer desmayado.

- ¡Matthieu! -dijo Lady Cheryl arrojándose a los brazos del bardo.

- ¡Madame Cheryl! – contestó Matt.

    Se abrazaron. El bardo sintió de nuevo el perfume de jazmín de la noble, y no pudo resistirse. La besó con pasión en la boca. Ella respondió entusiasmada, y sus lenguas se encontraron. Comenzó a abrir con destreza los botones de la intrincada ropa de la humana mientras continuaban besándose. Ella también se estaba excitando, y apartó momentáneamente al bardo para desabrocharse por su cuenta.

Matt aprovechó ese momento para empujar a Donald con el pie hasta el balcón, y cerró las puertas, por si volvía en sí.

    Ambos amantes terminaron de desnudarse, se miraron a los ojos, y de nuevo, se sumergieron el uno en el otro. Se acercaron lentamente, temblando por la excitación. Se acariciaron suavemente con las manos primero en el rostro, luego el hombro, después el pecho. Se besaron una vez más, abrazándose, apretándose el uno contra el otro, sintiendo el calor de la piel ajena. Ella notó el miembro de Matt erigiéndose, y asintió satisfecha. Se recorrieron el cuerpo con los labios, con la lengua. Finalmente se unieron en uno solo, y mientras hacían el amor, fueron acompasando los movimientos.

- Un, deux, trois, un, deux, trois – comenzó a recitar Matt, perdido en el verde esmeralda de los ojos de Cheryl.

- Un, dos, tres, un, dos, tres – siguió ella, perdida en el azul zafiro, y por fin, entendió el ritmo.

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- Déjame unirme a tu circo ambulante, Matthieu.

- Mi dulce dama, no creo que esa vida esté hecha para vos. No hay criados, ni perfumes caros, ni siquiera baños diarios… ¡Qué digo diarios! Tenemos suerte si nos bañamos una vez al mes…

    Ella arrugó el gesto, asqueada.

- ¿Una vez al mes? Por los dioses…

- ¡Con suerte, mi señora! Los viajes entre ciudades a veces son rápidos y si tenemos suerte, podemos alquilar una habitación con baño en alguna posada, y si no nos pillan, hacemos turnos para asearnos…

- ¿Turnos?

- ¡Oh, madame, cada vez estoy más convencido de que esa vida no es para vos!

- Pero, Matthieu, yo te amo…

- Mon doux amour… Debéis seguir con vuestra vida. Estáis enamorada de una ilusión…

- ¡Estoy enamorada de ti! – dijo incorporándose, dejando sus pechos al descubierto, con expresión indignada.

    Matt notó de nuevo la sangre bajando a su entrepierna, y, votando a Shindalar, se entregó de nuevo al amor.

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    Cuando terminaron, Lady Cheryl iba a insistir en escaparse con el bardo, pero entonces oyeron golpes en la puerta del balcón. Era Donald, que por fin se había recuperado.

- ¡Abrid! ¡Abrid inmediatamente! – gritaba indignado - ¡Guardias! ¡Lady Cheryl! ¡Alguien!

    Matt salió del lecho como un resorte, y comenzó a vestirse.

- Debo marcharme, si quiero ver un nuevo amanecer. Vuestro mayordomo y sus gorilas intentaron matarme anoche.

- ¿Fueron ellos?

- ¿Quién si no? Teme perder su trabajo – dijo Matt subiéndose los calzones a toda prisa, mientras la mujer disfrutaba de la vista de su trasero.

    A su vez, Lady Cheryl se incorporó y se puso un camisón. Abrió un cajón de su cómoda, tomó un sobre sellado con lacre y se lo tendió al bardo.

- Tu invitación a mi boda – dijo, con lágrimas en los ojos.

    Él se volvió y la miró. Se puso la camisa, la besó una vez más (¡Abridme, abridme!) y tomó el sobre.

- Es la decisión correcta.

- Mi padre falleció hace años. Me acompañaréis al altar y me haréis el honor de un baile. Y no es una pregunta.

    De repente, la mujer volvía a parecer una noble de fuerte carácter. Matt asintió, y salió corriendo por la puerta de la estancia. Unos segundos después, ella abrió la puerta del balcón.

- ¡Hay que atraparlo! – gritó Donald entrando atropelladamente en la alcoba.

    Ella lo abofeteó, dejándolo en silencio, y con la mano en la mejilla.

- Hay que preparar una boda. Una boda por todo lo alto. Y no hay tiempo que perder.

- Mi señora…

- No discutas, Donald. Dejarás que mi maestro de baile me lleve al altar, me casaré con Sir Paul, y seré desgraciada el resto de mi vida… Y permitirás que se vaya en paz.

- Yo…

- ¡Júralo! Júralo por Finnalis, Donald. Júralo por el honor de esta casa noble.

- Lo juro, mi señora. Por el Juez y ante Él, por el honor de los Coleridge.

    Ella asintió, satisfecha.


 3. El Escándalo

    La lección había durado más de la cuenta, y anochecía. Lady Cheryl se dirigía a sus aposentos, seguida de cerca de su mayordomo, Donald. A pesar de su adusta expresión, se le notaba atribulado.

    Al llegar a su alcoba, la mujer dio un sonoro portazo, dejando a Donald fuera. Sabía perfectamente lo que el anciano criado iba a decir, y ella no deseaba escucharlo. Había visto el beso.

    Se sentó en el taburete del tocador, apoyando los codos en la mesa y sujetándose la cabeza.

- Por los dioses… Bendita Shindalar.

    Aún sentía el rubor en sus mejillas, y poco tenía que ver con las cálidas temperaturas.

- ¡Un baño! – gritó – y luego se levantó, se acercó a la puerta para que Donald la oyese - ¡Preparadme un baño!

    Oyó los pasos del sirviente alejándose, y se dirigió de nuevo a la coqueta, donde comenzó a quitarse la tiara y algunas joyas.

- ¡Steph! – gritó de nuevo.

    Su dama de compañía, Stephanie, llamó tímidamente a la puerta y pasó. No tendría más de 15 años, era rubia y hermosa, y tenía un aire a su señora. Era posible que fuese alguna prima lejana.

- ¡Ayúdame a desvestirme! Voy a tomar un baño.

- Sí, mi señora – asintió la muchacha.


    Entre las dos, fueron retirando joyas, prendedores, y capas de ropa, hasta que por fin Lady Cheryl sólo tenía sus enaguas. Se dirigió a la estancia contigua, donde el servicio ya había llenado la tina con agua tibia y esencias. Se desprendió de su última prenda, y se sumergió en la bañera, agradecida, dejando fuera sólo su cabeza. Ni siquiera aquello fue capaz de calmarla. No podía dejar de pensar en el fugaz beso, que aun le ardía en la boca. Se pasó la lengua por los labios, sintiendo el sabor del bardo, y no pudo evitar morderse. Un impulso casi eléctrico la recorrió desde la boca hasta la entrepierna, y se sintió aun menos relajada. Decidió sumergirse completamente, en busca de la calma que no hallaba. Aguantó la respiración todo lo que pudo, al punto que los criados habían empezado a preocuparse, cuando emergió. Pareciera que aquello finalmente había funcionado, y consiguió terminar de bañarse.

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    Mientras tanto, Matt estaba de nuevo tumbado en su cama, en una situación similar. No podía dejar de pensar en aquel beso fugaz, en aquellos labios carnosos y suaves, en aquel aliento cálido. Para el bardo, era más difícil ocultar su excitación, pues un bulto sospechoso en su pantalón lo delataba. Estaba a punto de aliviarse la tensión, cuando la puerta de su cuartucho se abrió. Donald, el mayordomo, hizo un gesto con la cabeza sin mediar palabra, a dos guardias que lo acompañaban. Los dos hombres no dieron tiempo a reaccionar a Matt. Sacaron dos porras del cinturón, y comenzaron a apalearlo sin piedad mientras el hombre sólo podía intentar que no le alcanzaran en zonas dolorosas, haciéndose un ovillo. Que en aquel momento sólo vistiese pantalón y calzones, no ayudaba. Finalmente perdió el conocimiento tras varios golpes en la cabeza.

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    A la mañana siguiente, Lady Cheryl esperaba en el salón de baile a que llegara su maestro. Practicaba sola, con las manos simulando estar con las de las pareja, mientras tarareaba la canción que Matt había interpretado en su violín, con una sonrisa en su rostro. Sin embargo, Matt se retrasaba por primera vez, y cuando la ausencia llegó a la hora, comenzó a preocuparse.

- Donald, ve a buscar al bardo a sus aposentos y tráelo. Más vale que su excusa sea que se ha quedado dormido.

- Sí, mi señora – dijo el criado al tiempo que se inclinaba, servil, y emprendía la marcha.

    Después de unos minutos, regresó, con estudiada sorpresa en su rostro.

- Mi señora, el bardo ha desaparecido. Los criados que se alojan cerca de su habitación dicen que huyó anoche, con su petate, murmurando algo acerca de no volver jamás.

- Imposible – la sorpresa en el rostro de la noble no era fingida – Mandad a buscarlo.

- Pero mi señora, hace horas que partió… puede estar en cualquier parte.

- ¡Buscadlo, he dicho! ¡Traedlo! ¡Lo haré azotar, lo colgaré por traición! ¡Bastardo!

    El criado intentó ocultar su satisfacción. Quizá, después de todo, aquello saliera bien. Salió del salón de baile, y se dirigió a sus hombres de confianza, los mismos que la noche anterior lo habían ayudado.

- Traedme al muchacho, y aseguraos de que no puede hablar.

Los guardias asintieron, y partieron de inmediato.

    Cuando llegaron a la orilla del río donde habían dejado a Matt tirado la noche anterior, sólo vieron su silueta en el barro, y unas huellas que se alejaban. Había desaparecido. Comenzaron a seguir el rastro.

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    Matt recuperó la consciencia. Abrió despacio los ojos, y vio el cielo estrellado de Tyrash. Se incorporó lentamente, dolorido. La cabeza le dolía como si le hubiesen dado una paliza… Recordó que aquello era así. Dos guardias del palacio de Lady Cheryl lo habían golpeado hasta que había perdido el conocimiento.

    Estaba semidesnudo, igual que lo habían encontrado en su cama. Miró alrededor, y votó a Fortunna por no haber sido atacado por ningún animal salvaje mientras estaba allí tirado. Se puso trabajosamente de pie, y aprovechó que estaba en la orilla del río para lavarse la cara. Los golpes en la cabeza aun le dolían, y agradeció de nuevo su suerte por tener una tupida melena que taparía los chichones. Miró alrededor. No se veía nada salvo bosque en todas direcciones. Nunca había sido especialmente bueno en orientarse, así que no tenía ni idea si estaba cerca o lejos de Thanes. Tenía que regresar. Tenía que explicarle a Lady Cheryl aquello, tenía que… De repente, su torrente de pensamientos se detuvo. O más bien, viró. ¿Y si había sido ella quien había ordenado aquello? Quizá se había sobrepasado. Besar a una noble de alta cuna, él, un vulgar artista de circo. La idea era completamente lógica, y comenzaba a asumirla como cierta cuando un nuevo pensamiento se cruzó en su mente. No podía ser. Necesitaba su ayuda para el baile. Y la mirada. Aquella forma de mirarlo a los ojos era genuina. Eso no se podía fingir.

    Se frotó las sienes intentando despejarse, y se arrepintió de inmediato al notar una punzada de dolor. Tenía que pensar… Estuvo unos minutos obnubilado incapaz de tener en su mente otra cosa que no fuesen los ojos verdes de Lady Cheryl. Finalmente, la niebla de su cabeza empezó a despejarse.

- ¡Idiota!

    Conjuró. Mentó a Hedenoth mientras lo hacía. A veces se le olvidaba que sabía magia. Algunos de los golpes parecieron encoger, y sintió alivio. Nunca olvidaba lanzarse magia de mejora para incrementar sus dotes sociales y aspecto, pero a lo largo del día, a parte de renovar aquellos conjuros cuando acababan, parecía olvidarse de que podía lanzar una escasa selección de magia, incluyendo una pequeña curación, similar a la de los clérigos. El dolor de la cabeza remitió ostensiblemente, permitiéndole pensar con más claridad. Tenía que regresar a Thanes. Pero, ¿cómo?

    En el río, encallado en una roca, vio su petate. Los asaltantes lo habían arrojado a la corriente con la esperanza de que el agua lo condujese lejos, pensó. Una vez más, agradeció a Fortunna su suerte, pues una piedra enorme había detenido su avance unos metros más allá. Se encontraba en un vado, y pudo llegar a la bolsa sumergiéndose sólo hasta la cintura. Aunque el clima era cálido, el agua estaba helada, y tembló al salir. Abrió su bolsa cuando regresó a tierra, y comprobó que no faltaba nada. Como era mágica, sus pertenencias no se habían mojado. Un golpe de suerte tras otro. Mientras revisaba sus cosas, le pareció ver a alguien entre los árboles, alguien vestido de blanco. Miró allí, pero no había nada. Agitó la cabeza, y sacó algo de ropa para vestirse. Tras ello, miró en todas direcciones, sin saber a dónde ir. Finalmente, se dirigió a donde creía haber visto una silueta.

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    Ya era de día cuando alcanzó la feria a las afueras de la ciudad. Acababa de amanecer y la mayoría de puestos y atracciones estaban aun cerradas. Se encaminó a la carreta de Jana, entró en silencio, y vio que la halfling aun dormía. La besó en la boca, ahogando el gritito de sorpresa de la bardo. Cuando vio que era él, se relajó. El bardo, sin mediar palabra, y poniendo su dedo índice en la boca pidiendo silencio, fue bajando de la boca al pecho a besos, a medida que desabrochaba el camisón de Jana, hasta llegar hasta su entrepierna. Tenía una promesa que cumplir antes de ir al palacio de Lady Cheryl. Utilizó la lengua para dar placer a su compañera, valiéndose de todas las artimañas que conocía para que alcanzase el clímax rápidamente. La bardo se retorció de placer, y no pudo contener algunos gemidos cuando llegó al orgasmo. Tras ello, relajó su cuerpecillo, y Matt supo que había terminado. Sonrió, besó una vez más a su maestra y amiga, que sonreía entre agradecida y confundida, y salió del carro tan rápido como había llegado.

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- No hemos podido encontrarlo, mi señora. Ha debido huir, y debo decir, que gracias a los dioses que lo ha hecho.

- No entiendes nada, Donald. No puedo casarme con Sir Paul. Ya no. Amo a ese bardo.

- Sabía que debíamos alejarlo de vos. Es una mala influencia. Ese maldito plebeyo os ha hechizado…

- Tú no lo comprendes…

- ¡Lo comprendo perfectamente, señora! – dijo Donald hinchando el pecho – ¡Esta casa no puede permitirse el escándalo de que su señora se… se… se vea con un sucio plebeyo tyrsalita!

- ¡No me importa esta casa! ¡Estoy harta de mi apellido, estoy harta de esta vida, estoy harta de ti!

- ¡Mi señora! ¡Qué desfachatez! Es aun peor de lo que pensaba, el veneno de ese vagabundo es aun más fuerte de lo que habíamos previsto. Os llevaré al archimago…

- No la llevarás a ningún sitio, Donald – dijo Matt.

    El bardo había abierto la doble hoja del balcón, y hablaba desde el marco del acceso.


 2. Clases de Baile

    La sala de baile estaba vacía, a excepción de los dos bailarines, un par de sirvientes, uno a cada lado de la doble hoja de la puerta, para abrirlas y cerrarlas, y un mayordomo que aguardaba de pie en uno de los extremos de la sala, por si la señora deseaba algo. Matt levantó un brazo, poniéndolo en horizontal, invitando con el otro a que su acompañante se acercase. Lady Cheryl tomó la mano levantada de su maestro, y apoyó la otra ligeramente en su hombro.

- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – Comenzó a contar al ritmo Matt mientras daba los pasos correspondientes.

    En el segundo compás, Lady Cheryl pisó su vestido, y no se dio de bruces en el suelo, porque su acompañante la sujetó.

- No os preocupéis, mi señora. Volvemos a empezar. ¡Un, deux, trois, un, deux, trois!

    Esta vez no se tropezó, pero perdió el ritmo poco después. Se separó de su pareja de baile, frustrada. El aroma de su fragancia impregnó, una vez más, el ambiente, embriagando a Matt.

- ¡Nunca podré aprender a bailar a tiempo! – dijo, frustrada.

- Os presionáis demasiado, milady. Sólo debéis dejaros llevar por el ritmo.

- ¿Cuál ritmo? ¡No hay música!

    Matt asintió, con una mano frotándose el mentón.

- Es cierto. Quizá deberíamos traer a los músicos. Al menos, alguno. O quizá… - Matt levantó el dedo, y se dirigió a la silla donde había dejado sus cosas.

    El bardo sacó su viejo violín de la gastada funda de madera. Por dentro, estaba forrada de terciopelo rojo, también bastante gastado. Se colocó el instrumento en el cuello, y frotó las cuerdas con el arco. Asintió, satisfecho: Estaba afinado.

- Escuchad, milady – dijo, y comenzó a tocar la melodía que en su cabeza sonaba clara, pero que la noble no era capaz de recordar. Las notas sonaron melodiosas a medida que Matt tocaba la canción, y con los pies, iba moviéndose al ritmo.

- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! – iba diciendo mientras hacía los pasos. La mujer observaba en silencio.

    Cuando finalizó la canción, posó el violín de nuevo en su funda, y volvió a poner postura de baile, frente a su pareja.

- Y ahora, dejaos llevar por la melodía.

    El bardo comenzó a tararear la canción, y en lugar de dar el ritmo con números, lo comenzó a hacer con golpes de voz.

- ¡Hmm, hmm, HMM! ¡Hmm, hmm, HMM!

    No salió perfecto, pero la pareja aguantó algo más de un minuto llevando el ritmo, si tropezarse.

- ¡Bravo! Ese es un gran comienzo.

- Ah, por fin empiezo a progresar – dijo contenta la noble.

- ¿Por qué es tan importante el baile, milady? – preguntó el bardo.

- En mi primer matrimonio, durante el baile nupcial, me caí encima de mi marido -dijo con rubor Lady Cheryl, bajando la mirada – Todos dijeron que aquello era un mal augurio. Y así fue.

- Ya veo… No creo que un baile tuviese que ver en que vuestro marido, que Finnalis tenga en su gloria, se cayese de un caballo diez años después.

- Quizá no, y quizá sí… Tampoco tuvimos hijos.

- Eso tampoco creo que fuese por el baile, mi señora – dijo Matt mientras cerraba el estuche de su violín – Mañana volveremos a practicar. No os preocupéis, de todas formas, sois buena alumna, y el baile será un éxito. Seguro.

- Tengo buen maestro – dijo la noble, casi escandalizada de sus propias palabras.

    Recomponiéndose, hizo una ligera reverencia, y se retiró. Apenas oyó las puertas abrirse, Matt comenzó a cambiarse de ropa. Estaba empezando a sudar y no quería manchar su única muda buena. Se quitó la camisa por encima de la cabeza, y se secó el incipiente sudor con una toalla. Justo antes de que las puertas volviesen a cerrarse, volvió la mirada, y pudo ver como la noble lo miraba por el rabillo del ojo a través del cada vez más pequeño espacio entre las dos hojas, hasta que finalmente se cerraron.

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    Le habían proporcionado una cama en la zona del servicio para que se alojase mientras daba clases a la señora de la hacienda. Estaba tumbado boca arriba en el catre, con las manos detrás de la cabeza. Aun notaba el perfume de Lady Cheryl, ese perfume que le hacía perder la razón, que apenas lo dejaba pensar.

“Te vas a meter en un buen lío, Matt” – se dijo. No sabía entonces cuánta razón tenía.

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- ¡Un, deux, trois, un, deux, trois!la noble trastabilló.

- ¡Oh no, no otra vez! – se desesperó Lady Cheryl – Quedan sólo dos días. Va a ser un desastre.

- No, milady, no lo permitiré. Vamos a ensayar hasta que el baile salga perfecto.

- De acuerdo – asintió ella.

- ¡Otra vez! ¡Un, deux, trois, un, deux, trois! ¡Un, deux, trois, un, deux, trois!nuevo tropiezo.

- Está bien, un pequeño descanso – dijo el bardo. ¡Agua, por favor!

    El calor era bastante sofocante. El mayordomo no se movió hasta que la noble asintió. Al poco, dos muchachos entraron el el salón, con una jarra y unas tazas. Ambos bebieron, agradecidos.

- Muy bien, creo que ya sé dónde está el fallo – dijo Matt, sirviéndose más agua.

- ¿Dónde?

- Miráis al suelo. A los pies.

- ¡Claro, para seguiros el ritmo!

- No, no. El ritmo no se lleva con los pies. El ritmo está aquí – dijo Matt mientras ponía una mano suavemente en el pecho de ella, cerca de su corazón… y de su seno. Enseguida la retiró, aunque ella no había hecho gesto de apartarse.

- No lo entiendo.

- No se trata de los latidos, milady. Se trata de la compenetración con la pareja. De saber qué movimiento va a hacer antes de que lo haga. En realidad, se parece un poco a la esgrima, ¿sabéis? Anticiparse al oponente. Pero en el baile, no hay oponente. Hay compañero, pareja, cómplice. Quizá… se parezca más a… No importa.

    Ella asintió, aunque no parecía muy convencida.

- Veréis, os lo demostraré. Vamos allá – dijo, preparándose para bailar de nuevo.

Ella cogió su mano y miró a los pies.

- No. Miradme a los ojos - dijo el bardo, levantando suavemente el rostro de Lady Cheryl con un dedo en su barbilla – Así.

    Ambos se sumergieron en la mirada del otro como el día anterior en la feria. Él retiro el dedo, y sosteniendo la mirada de su pareja, comenzó a bailar y a recitar muy bajito.

Un, deux, troisun, deux, trois. Un, deux, troisun, deux, trois. Un, deux, troisun, deux, trois. Un, deux, troisun, deux, trois.

    Pareció que flotasen sobre la tarima, mientras se miraban. Sin darse cuenta, se fueron acercando, más y más.

- Un, deux, trois, un, deux, trois.

    Las puntas de las narices se tocaban.

- Un, deux, trois, un, deux, trois.

    Notaban el aliento del otro en la boca.

- Un, deux, trois, un, deux, trois.

    Los labios se rozaron.

- Un, deux, trois, un, deux...

    Se besaron, apenas un segundo. Lady Cheryl tropezó, y ambos cayeron.





 

 1. La Compañía del Arte Ambulante

    Mientras montaban la carpa con la ayuda de la magia, los gemelos Bergomi cantaban canciones populares zhargoshianas, a cada cual más vulgar. Era casi verano, el calor apretaba, y los dos gnomos se secaban el sudor de sus frentes a menudo con un trapo viejo, y cada poco se detenían a echar un buen trago de vino fresco, lo que hizo que las canciones fueran subiendo de tono, y bajando en calidad a medida que clavaban los anclajes en el suelo y levantaban la lona.


    La primavera era especialmente calurosa aquel año en Tyrash, y “La Compañía del Arte Ambulante” esperaba tener una buena asistencia a su feria montada a las afueras de Thanes. La capital bullía de actividad, y los primeros curiosos, sobre todo niños, se habían acercado al descampado donde se iba a ubicar la verbena.

    Además de los Bergomi, que eran magos ilusionistas, y ejercían también de payasos, La Compañía estaba compuesta por unos cuantos miembros más, que viajaban por todo Athanae con sus espectáculos. La directora era Giovanna Benedetti, una humana de mediana edad y aspecto amable, que coordinaba a todos con su don de gentes, llevaba las cuentas, y además tenía buena mano con los animales, lo que la permitía hacer de domadora. Era zhargoshaiana, como los gemelos. También estaba Roggrcz, un minotauro tanacio al que los demás, incapaces de pronunciar su nombre, llamaban Roger, que hacía de forzudo. Para él, no era necesario usar trucos, porque era increíblemente fuerte, y sus compañeros se preguntaban por qué no se había dedicado al mundo de la aventura o se había enrolado en algún ejército; Jana, la bardo halfling estariana, cuentacuentos y cantante; Charlotte, la humana esgrimista, que daba clases de florete, hacía exhibiciones y retaba a nobles locales a combates que siempre ganaba; Natalie, que también era humana y tyrsalita, y hacía de trapecista y malabarista; Sally, la encantadora presentadora, y rostro visible de la compañía, semielfa tyrana de gran belleza; Richard, el pícaro, también humano y tyrsalita, que además de trilero, era escapista; el joven Matt, hijo de estos dos últimos, que había nacido en un barco a mitad de camino entre las patrias de sus padres, y era aprendiz de Jana y Charlotte a partes iguales, y humilde narrador de esta historia; y otro buen número de artistas, payasos, cocineros, vendedores, adivinos y buscavidas de todo tipo que iban y venían. Esencialmente, estos diez formaban el corazón permanente de la Compañía, mientras que el resto cambiaban a menudo.


    Giovanna, a la que los demás llamaban cariñosamente “Gio”, “mamma” o “mamma Gio” era una mujer agradable en el trato, pero en el fondo, estaba de vuelta de todo y no tenía un pelo de tonta. Es más, poseía una intuición verdaderamente formidable, y podía averiguar qué le pasaba a cualquier miembro de la Compañía antes de que abriese la boca. También era buena consejera, y como buena zhargoshiana, tenía a los dioses siempre en la boca, costumbre que, voto a todo el Olimpo, este bardo heredó.
Un par de días más tarde, todo estaba preparado, y además de la carpa del circo, alrededor del mismo había un buen número de puestos de comida callejeros, además de atracciones, tenderetes comerciales con todo tipo de mercancías, no todas ellas legales, rincones donde se desarrollaban apuestas y juegos de azar de todo tipo, y en definitiva, una feria con todas las letras.


    Aquella calurosa noche de viernes, muchos ciudadanos se acercaron a disfrutar de la fiesta, los espectáculos y la comida.


    Aunque la mayoría de los que poblaban la fiesta, subían en los tiovivos y apostaban en peleas de gallos eran gentes sencillas del pueblo llano, había entre ellos alguien que brillaba con luz propia. Era Lady Cheryl Coleridge, que honraba con su presencia y belleza deslumbrantes la humilde feria de La Compañía del Arte Ambulante.    

 

    La noble iba con un nutrido séquito de hombres de armas, que abrían paso entre el populacho a la bella mujer, que miraba a los puestos con curiosidad, escrutándolos, como si buscase uno concreto. El joven Matt la vio a través de la escolta, y aquel rostro se le quedó grabado a fuego en sus jóvenes pupilas. El perfume, dulce y suave, probablemente elaborado con jazmín, llegaba hasta la nariz del muchacho, incluso a través del hedor a sudor, cuero y metal de los guardias que la rodeaban. Matt necesitaba oler aquel aroma más de cerca, directamente del largo y blanco cuello de aquella mujer.


    Lady Cheryl era unos pocos años mayor que Matt. Su historia era más o menos de dominio público en Tyrash; había enviudado joven, no hacía mucho tiempo, de otro noble local tras varios años de matrimonio en los que no había habido descendencia. Para asegurar que tenía a quien legar las haciendas de su noble familia, la mujer se había prometido de nuevo con otro barón, un solterón llamado Sir Paul, que ya peinaba canas y era feo como demonio deforme. La boda habría de celebrarse en pocos días, el día del solsticio de verano, en una fastuosa fiesta que reuniría a la flor y nata de la sociedad tyrana. Era improbable que la familia real se dignase a aparecer, pero no estaba descartado que enviaran a algún representante. Al fin y al cabo, si un heredero reunía las propiedades de Lady Cheryl y de Sir Paul, se iba a convertir en un noble especialmente rico, uno que rivalizaría en propiedades y feudos con el mismísimo rey.


    El caso era que la noble buscaba algo, y Matt necesitaba saber el qué. Resultaba imposible acercarse; los soldados había hecho un cordón humano alrededor de Lady Cheryl, impidiendo que nadie se acercase. Los plebeyos trataban de abrirse paso a empellones, excitados, pero los hombres los mantenían a raya, repartiendo golpes y empujones a su vez. Matt era aprendiz de bardo y espadachín, pero también había aprendido algo de Nathalie, que tenía casi su edad, y decidió jugársela. Era necesario que Lady Cheryl supiera que existía.

    Retrocedió unos metros, para coger carrerilla, y comenzó a correr. Ya cerca del tumulto, saltó, y apoyándose en los soldados que formaban el anillo, logró colarse. El tiempo pareció detenerse ante aquella visión. Las ropas eran exquisitas, pero aun más lo era la media sonrisa de la noble, que lo miraba entre sorprendida, curiosa y alerta. El muchacho se incorporó, tomó delicadamente la mano de Lady Cheryl, la besó con galantería mientras hacía una graciosa reverencia, mirándola a los ojos, y dijo:


- Enchanté, madame. Je suis Matthieu, le barde.

    La mujer reaccionó casi por reflejos, contestando cortésmente en perfecto tyrsalita:

- Je suis Dame Cheryl Coleridge. C’est un plaisir, Matthieu.

- Tout le plaisir est pour moi... ma dame.

 

    Ambos mantuvieron contacto visual unos momentos, sumergiéndose cada uno en la mirada del otro: Matt, en los ojos esmeralda de Cheryl; ella, en los zafiro del bardo. Aquello fue más que una simple inspección visual. La conexión que se produjo entre ambos fue eléctrica y ardiente al tiempo, algo íntimo y cautivador. La mujer nunca había sentido aquella sensación, cálida pero incómoda. Él miraba con descaro bajo los modales, hambriento de más. Nadie se había atrevido antes a mirarla con tal franqueza, siempre escondidos bajo una gruesa capa de cortesía, siempre escondiendo intenciones e intereses. Aquel plebeyo, aquel don nadie, la miraba con un anhelo real, bebiéndosela con los ojos. Lady Cheryl deseaba bajar la mirada, avergonzada, mas no era capaz. El momento, que pareció durar una eternidad, apenas duró unos segundos en realidad, los suficientes para que un guardia de la noble reaccionase, agarrando del cuello al muchacho, propinándole un puñetazo en el estómago, que lo dobló, y lanzándolo por encima de la barrera de vuelta al gentío. “Scum” murmuró el guardia mientras se sacudía las manos, y se disponía a pedir disculpas a su señora. La noble alzó delicadamente la mano, deteniendo la excusa de su sirviente, y a pesar del ruido de la muchedumbre, Matt la escuchó decir claramente:

- Vamos, vamos, hay que llegar a la bardo de esta feria antes de que esto se ponga peor.

    Antes de reanudar la marcha, la mujer miró en la dirección en la que Matt había salido volando, y entre las armaduras de sus hombres, vio de nuevo aquellos ojos azules, que la miraban con deseo, casi con lujuria. Lady Cheryl sonrió casi imperceptiblemente, pero Matt supo de inmediato que aquella tunda había merecido la pena.


    Se terminó de incorporar, pero tuvo que volver a encogerse por el dolor del golpe en el abdomen, llevándose la mano a la zona. Reprimió un gruñido, y comenzó a moverse por las calles que se habían formado entre los puestos. Tenía que llegar a Jana antes de que Lady Cheryl y su séquito encontraran su carreta.

    Jana era una halfling bastante joven para los de su especie, pues no había llegado aun a la cuarentena. Los halflings llegaban a la edad adulta a los 33, así que se podía decir que estaba prácticamente en el rango de edad de Matt, que apenas pasaba la veintena. El chico no sabía muy bien a qué se iba a dedicar en La Compañía, así que aprendía un poco de todo: Malabares con Nathalie, esgrima con Charlotte, canciones y cuentos con Jana, algo de magia con los gemelos… Lo que mejor se le daba era contar historias. También adoraba escucharlas, y la voz melodiosa de Jana era hipnotizadora. Ya habían compartido escenario alguna vez, y se compenetraban bien. Cantaban, bailaban, narraban y actuaban. Para ampliar su repertorio, se encontraban muchas noches para escribir nuevas historias. Comenzaban dando ideas, descartando otras, y a medida que la historia tomaba forma, y la iban escribiendo, se metían más y más en sus papeles. Algunas de aquellas noches, habían acabado inevitablemente en la cama de alguno de ellos al dejarse llevar por la pasión de las historias que creaban.


    La primera vez que sucedió, ambos eran muy jóvenes, apenas unos adolescentes. Estaban muy emocionados escribiendo una historia romántica, y cuando se cogieron de las manos, diciendo a la vez, “y se besaron”, con toda naturalidad, lo hicieron, continuando con la escena. Pero cuando llegó el siguiente beso, y la historia estaba tomando tintes un tanto más serios, ya no pudieron refrenarse, arrancándose las ropas y haciéndose el amor apasionadamente, como los personajes protagonistas de la historia. Era una historia que aun años después estaba en el repertorio de ambos, y no podían evitar acordarse de aquello cuando llegaba el momento de narrarlo.


    Al terminar, se sintieron un poco violentos; ninguno estaba seguro de que aquello estuviese bien, así que dejaron de verse un tiempo. Después, poco a poco, comenzaron a quedar de nuevo, y nuevas aventuras fueron escritas. Volvió a suceder una vez, y otra, hasta que terminaron por asumirlo de manera natural. Surgía sin forzarlo, al compás de las historias, y al igual que si el cuento incorporaba algún pasaje triste, lloraban, cuando incluía algún pasaje tórrido, se amaban. En cada parada, cada cual tenía sus encuentros, y nunca se pidieron explicaciones, pues no las necesitaban. Aquello no era una relación sentimental, si no algo más ligero y profesional.


    Matt se coló por la puerta de atrás de la carreta. Jana estaba leyendo un libro, y se sobresaltó al ver al bardo.

- ¿Qué quieres ahora, rubito?

- Un favor. Uno muy grande. El más grande. Te lo pagaré. Con creces. Te haré lo que quieras.
Al oír aquellas últimas palabras, a la halfling se le encendió la llama del deseo. Sonaba demasiado tentador.

- ¿Qué favor?

- Viene de camino una noble de la ciudad. Creo que te quiere contratar para su boda.

- ¿Genial? – lo miró extrañado la bardo.

- No, no. Dile que estás ocupada, que es imposible, que puedes recomendarle a tu aprendiz, o compañero, o como quieras llamarme.

    Se oía bullicio cercano. Ya llegaban.

- Maldito y encantador muchacho - dijo Jana con aquel acento estariano que tanto gustaba a Matt – no puedes tener la bragueta cerrada ni un día.


    Él sonrió como respuesta, la dio un fugaz beso en los labios, y corrió a esconderse entre las sombras justo a tiempo de no ser visto por Lady Cheryl, que entró en la carreta a solas, dejando a sus hombres fuera.

- ¿La bardo de la feria? – comenzó la noble – necesito de tus servicios.

- Milady – Jana hizo una torpe reverencia, mientras señalaba a la silla destinada a los clientes – Por favor, sentaos. La actuación de esta noche es a las doce.

    Matt observaba desde las sombras la escena, con los nervios a flor de piel. De nuevo el perfume de la noble llegó hasta su nariz, y estuvo a punto de salir de su escondite y besarla allí mismo, casi se imaginó arrancándola aquellas carísimas ropas. Se contuvo a duras penas.

- No, no me interesa eso… Quiero que cantéis en mi boda. En próximas fechas voy a desposarme, por segunda vez. Mi primer marido, el pobre Sir Christopher, murió el año pasado en un accidente ecuestre – la noble dejó una dramática pausa – Además, necesito algunas clases de baile.

- ¿Cuándo será eso, mi señora? – inquirió la halfling.

- El día del solsticio.

- Imposible – dijo la halfling – imposible del todo. Ese día levantamos la feria y tengo la actuación de despedida – y esto era verdad.

- Os pagaré, por supuesto – insistió Lady Cheryl.

- ¿Cuánto?

- Cinco mil.

- Cinco mil por la música del baile. Las clases de baile… Conozco a alguien que puede ayudaros.

- ¿Quién? – inquirió curiosa la noble.

- Matthieu, le barde – dijo, con mal acento tyrsalita.

    Lady Cheryl trató que su rostro permaneciera impertérrito, pero, de nuevo, una ligera sonrisa asomó a la comisura de sus labios.