Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesiones LXX y LXXI. Purificación.

    Antes de tomar la decisión final, Hildr propuso llevar a Thalion a un templo de Ifaath. El druida sintió un dolor parecido al que sentía en la capilla de Finnalis, como si millones de agujas se calvaran en su piel. Thalion sentía un miedo atroz a avanzar por el pasillo que llevaba al altar, pero logró avanzar arrastrándose, presa de un dolor indescriptible. Sin embargo, Firas Uwe, sacerdote del dios ciego, así como todos los reunidos allí, lo miraban casi con desprecio. Le dieron, no obstante, oportunidad de explicarse, y aunque no percibieron mentira en las palabras de nuestro compañero, afirmaron que tampoco serían capaces de ayudarlo, ya que, según ellos, había elegido un camino de soledad que habría de recorrer, sólo acompañado por su fe.

    Hildr recogió al druida cuando salió del templo, y regresaron a la guarida, agotada aquella opción; había que descansar, al menos aquellos de nosotros que podíamos hacerlo, porque el druida estaba murmurando palabras ininteligibles, hecho un ovillo, y con los ojos como platos. Decidimos intentar petrificarlo, ya que teóricamente, pasaría a estar inerte mientras el conjuro estaba en efecto. Aquello funcionó a medias, pues al regresar a Thalion a su estado normal, estaba como si el tiempo no hubiese pasado. No había descansado, aunque, voto a Fortunna, tampoco había sufrido… ya que ni siquiera se había enterado de que Timmy, el familiar mono con aires de grandeza, había arrancado un dedo y una oreja de la estatua.

    Empezamos a valorar seriamente dejar petrificado al druida mientras encontrábamos alguna solución para su dolor, y por el momento, lo hicimos mientras se nos ocurría algo mejor.

    Llegó el momento de volver al templo de Finnalis. A la puerta del mismo, despetrificamos a Thalion, que, tras respirar hondo, avanzó. Allí le estaba esperando el exorcista Czcibor Kzick, que recibió a nuestro compañero y nos dijo que ya nos informarían de qué tal iba la cosa.

    A Thalion lo acostaron en una cama de roca, y lo ataron cun cadenas de plata que le abrasaban la piel. Comenzaron a realizar rituales y oraciones, mientras rociaban al druida con agua bendita, pero él no supo nada de eso, porque sólo era capaz de sentir un terrible dolor.

    Fueron muchas horas de espera, tanto como que se nos hizo de noche esperando. El clérigo titular de la capilla, Sandomir, salió bien entrada la madrugada a entregarnos un pergamino, que decía que bajo la autoridad de la Iglesia de Finnalis, se harían cargo de Thalion de ahí en adelante. No había más explicaciones, así que tras mirarnos un poco aturdidos, llamé de nuevo a la puerta. El anciano clérigo se mostró reacio a responder mis preguntas, con contestaciones vagas como “Finnalis proveerá” y cosas del estilo. No había nada más que hacer allí, salvo volver a la mañana siguiente a pregutnar de nuevo.

    De vuelta a la guarida, Naltiria se sentía terriblemente frustrada porque la situación se nos había escapado de control, y ahora todo dependía de la iglesia del Juez, que como vuestras mercedes saben, era poco del agrado de nuestra archimaga. Bastian, por el contrario, se mostraba conforme con la resolución del asunto, en tanto habíamos hecho lo que habíamos hecho con el beneplácito de Thalion, y pareciera una solución tan válida como cualquier otra. Al menos los clérigos de Finnalis parecían dispuestos a intentar algo, todo lo contrario que los de Ilfaath.

    Entretanto, el exorcista había trasladado a Thalion a otro templo del juez, donde aguardaba Alleriana Virta, para purificar el alma de nuestro compañero. Ofrecióle dos opciones: renunciar a la parte manchada de su alma que ahora estaba vinculada en el infierno, cosa que lo convertiría en un desalmado, pero al menos lo dejaría vivo, o ser “purificado”. El druida, siempre convencido de que había hecho lo necesario para salvar al mundo, no quiso renunciar a su alma. Los clérigos no encontraron más opción: atravesaron el corazón de nuestro compañero con sus armas consagradas, de manera que el cuerpo estalló en llamas.

    Al día siguiente, cuando entramos en el templo, y Sandomir nos vio, se dirigió a nosotros con un petate: eran las pertenencias de Thalion, que había sido purificado “por su propio bien, dijo. Manera suave de decir que le habían dado matarile como a una cabeza de ganado que habría de servir de alimento. Tomamos los objetos del druida y regresamos a la guarida, donde Hildr enseguida propuso resucitar al semielfo, comprando los servicios de algún otro templo. Naltiria pidió unos momentos a solas, y tras regresar de su meditación o investigación, dijo que estaba segura de que Thalion podría regresar de entre los muertos, con el grave inconveniente de que seguiría sufriendo los tormentos demoníacos. Tras pensarlo un momento, decidimos que era mejor dejarlo muerto mientras encontrábamos resolución al problema de su alma, evitándole sufrimiento innecesario. Por el momento, la única pista que teníamos nos conducía de nuevo al Caedeth, donde el alma del druida estaba atada. La entrada a los infiernos que habíamos visto en el lago Daleby podía ser la clave para regresar al plano natal de Voccissor, puesto que según Naltiria, utilizando aquella entrada, nuestras almas no se consumirían a cada paso. Eso sí, luego habríamos de abrirnos paso entre los diferentes infiernos, hasta dar con el que buscábamos, un plan un tanto inviable sin saber a dónde dirigirnos, y para el que, por el momento, no teníamos efectivos suficientes.

    Naltiria fue a investigar de inmediato, saliendo de la guarida, y yendo por primera vez desde que este humilde bardo la conocía, a un templo, donde consultar los legajos de los clérigos de Hedenoth. Todos la miraron con hostilidad cuando entró en la capilla, pero la archimaga ignoró aquello, centrada como estaba en dar con alguna otra alternativa para abordar el rescate del alma de Thalion.

    Nuestra líder estuvo entre aquellos antiguos documentos hasta que tuvimos que reunirnos con Edda Viola para preparar la ya próxima batalla del río Vena. Bastian y Naltiria estuvieron debatiendo entusiasmados nuestras opciones, discutiendo qué tropas podíamos elegir o cómo afrontar la batalla, moviendo aquellas piezas sobre el tablero.

    Una vez más, la música de tambores, marcando la marcha al campo de batalla, resonaba en el horizonte. ¡Guerra!

5. La Fiesta

     El bardo había alquilado una muda nueva y lujosa para la boda. Nunca antes había estado en un evento de tanto glamour. Se rumoreaba incluso que una de las hijas del rey iba a acudir, probablemente de incógnito. Los juegos de la corte, pensó Matt mientras se acercaba con paso decidido a la hacienda Coleridge.

    En la puerta, varios guardias y sirvientes impedían el paso de la plebe, que se agolpaba alrededor de la fiesta, con la esperanza de ver los vestidos de la nobleza que acudía a la celebración. Cuando Matt llegó hasta la entrada, a pesar de sus elegantes vestimentas, el primer guardia tuvo el impulso de darle un empujón.

- Largo, escoria. Aunque te disfraces, no te dejaré pasar.

    Donald acudió al verlo.

- Deja pasar a este buen hombre – dijo, obsequioso, pero con un tonillo maligno en la voz – trae invitación, ¿no es cierto?

- Por supuesto… - dijo Matt sacando el sobre de su bolsillo.

    El mayordomo pasó el brazo por el hombro a Matt llevándolo dentro de la verja de la entrada. Mientras caminaban hacia la mansión, y fingiendo tener una conversación amable, le soltó:

- Ten mucho cuidado con lo que haces hoy, mequetrefe. No quiero ningún numerito. En cuanto acabe el baile, desapareces, y te vas con tus piojosos amigos, y jamás regresas. Porque si lo haces…

- Si lo hago, mandarás a tus gorilas a matarme. Lo he pillado. No te preocupes, Donald, después de hoy, no volverás a ver esta cara… - dijo, y sonrió, disimulando.

- ¡Disfrute de la fiesta, señor! – dijo Donald señalando las mesas con aperitivos.

    El mayordomo volvió a la puerta de acceso, no sin antes darse la vuelta una vez más para echar una última mirada de odio al bardo. Matt le correspondió con una reverencia exagerada, claramente burlona, y una sonrisa encantadora.

    Decidió hacer caso al malicioso criado, y se acercó a la fiesta. Comió algunos aperitivos, sonrió disimuladamente a las sirvientas que encontró atractivas, que se avergonzaban, y también a las nobles que se escondían tras sus abanicos, algunas del brazo de sus maridos. Supuso que ellas también se ruborizaron, aunque no pudo verlo a través del encaje.

    Llegó la hora de trasladarse a la capilla, así que Matt se abrió paso a través de la alta sociedad tyrana allí reunidos, y se quedó en el portón, a esperar a la novia. Se adecentó los ropajes, y puso la pose más digna de que fue capaz. Vio pasar a Sir Paul, con su traje de gala militar del ejército de Tyrash, y un montón de medallas prendidas de su pecho. A pesar de su deformado rostro por las cicatrices, se lo veía feliz. No era para menos, pensó el bardo. Iba a casarse con una mujer excepcional, sólo por su apellido, sus propiedades heredadas, sus gestas militares. Qué injusto era el mundo.

    El carruaje de la novia tardó algo más en llegar. Los sirvientes abrieron la puerta, y Matt avanzó, tendiendo la mano a la criatura celestial que bajaba. Lady Cheryl estaba hermosísima en su vestido de novia. No lucía velo, dejando ver su rostro perfecto. Ella aceptó la mano del bardo, que la sonreía. La noble también pensó que Matt estaba radiante.

- Ma dame.

- Mon professeur.

    Lady Cheryl pasó el brazo por el de Matt, y los plebeyos que veían la escena tras la cadena humana de guardias, prorrompieron en vítores y aplausos.

- ¡Vivan los novios! ¡Viva Lady Cheryl! ¡Viva Sir Paul!

- Creen que eres el novio – dijo sonriendo la noble.

- Déjales que lo crean. Sólo hoy.


    Entraron en la catedral de Maddusse. Los asistentes se levantaron a observar a la novia entrar. La pareja que avanzaba por el pasillo central parecía sacada de un cuento de hadas, hermosos, elegantes. Al llegar al altar, se miraron de nuevo a los ojos. Esmeralda y zafiro. Matt puso la mano cariñosamente sobre la de la novia, y asintió, sonriendo. Ella hizo lo propio, y se volvió hacia el sacerdote.

- ¡Hijos míos, hermanos todos! – comenzó el clérigo - Nos hallamos hoy, en presencia de nuestro Señor Maddusse

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    No volvieron a verse hasta el baile. Matt seguía los pasos de Lady Cheryl, pero ella estaba muy ocupada atendiendo a los nobles invitados. Cuando por fin llegó el momento de bailar, voto a Barenna que Lady Cheryl Coleridge bailó como sólo lo haría un ángel de la Señora de las Canciones. Su marido, sin embargo, parecía un pato torpe en comparación. Nadie se cayó sobre nadie, y los nobles aplaudieron a rabiar a la novia.

    Como era de esperar, había cola para tener el honor de bailar con la novia. Nobles con títulos interminables se presentaban ante la mujer, y bailaban una pieza mientras mantenían una conversación banal. Matt se fue acercando, aunque resultaba complicado entre tanta gente. Además, por el camino, algunas aristócratas, solteras algunas, casadas otras, se ponían en el camino del bardo para obligarlo a pedirlas bailar. Las solteras se insinuaban sin rubor ni vergüenza alguna para encontrarse tras los baños, las casadas lo hacían disimuladamente, con rodeos y palabras en clave, pero de manera igualmente explícita. Si el bardo hubiese atendido a todas las mujeres que se le ofrecieron aquella tarde, aun hoy seguiría teniendo cola para satisfacerlas a todas.

- Válganme los dioses. Voto a Barenna que si pudiera acercarme… - murmuraba Matt mientras apartaba a una nueva mujer descarada que decía algo sobre retocarse el maquillaje.

    Respiró hondo, y al hacerlo, le llegó el aroma a jazmín. Estaba cerca. Ágilmente, esquivó las parejas bailando, y justo cuando un nuevo noble se acercaba a pedir una pieza a Lady Cheryl, se las arregló para ponerse delante.

- Si me hicierais el honor… - comenzó Matt.

- Por supuesto, mon professeur.

    Los invitados hicieron sitio a la novia y su pareja, que se saludaron antes de empezar la danza. Matt guiñó el ojo a Jana, que se encontraba en la banda, y ésta a su vez, ordenó a los demás músicos que tocasen la canción que Matt había tocado para Lady Cheryl en las lecciones de baile.

- Un, doux, trois, un, doux, trois – susurró Matt al tiempo que comenzaba a bailar.

- Un, dos, tres, un, dos, tres – contestó Lady Cheryl sonriendo.

    Ambos bailaron con una destreza envidiable, y arrancaron murmullos de admiración de entre los nobles que observaban.

- Un, doux, trois, un, dos, tres – seguían diciendo al compás, perdidos en la mirada del otro, sin ser conscientes de lo que ocurría a su alrededor.


    Esmeralda y zafiro. Los invitados veían un baile perfectamente ejecutado. Matthieu y Lady Cheryl hacían el amor a la vista de todos, pero vestidos y con los ojos.

    Por supuesto, mantuvieron las formas delante de los distinguidos presentes, y ni siquiera acercaron sus rostros más de lo necesario. Al acabar la pieza, se separaron cortésmente, se saludaron, y se despidieron, sabiendo ambos que no volverían a verse jamás.

- Thank you, my lady – se despidió Matt en perfecto tyrano.

- Merci, mon professeur.

    Ambos se dedicaron una reverencia, mientras el público aplaudía el baile. Se miraron una última vez a los ojos. Esmeralda y zafiro.

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Nueve meses después, a finales de Geiathander, Lady Cheryl dio a luz a su heredero. Cuando se lo pusieron en el regazo, y el bebé abrió los ojos, pudo ver que tenía heterocromía. Un ojo esmeralda. El otro, zafiro.  

 4. El Amor

- ¡Tú! ¡Apresad..! – intentó gritar Donald.

    Matt preveía algo así. Había trepado por una cuerda al balcón de la primera planta, y para hacer más fricción, se había envuelto las manos en unos calcetines usados. Los hizo una bola y los introdujo en la boca del mayordomo, ahogando su grito. El criado tuvo dos arcadas antes de caer desmayado.

- ¡Matthieu! -dijo Lady Cheryl arrojándose a los brazos del bardo.

- ¡Madame Cheryl! – contestó Matt.

    Se abrazaron. El bardo sintió de nuevo el perfume de jazmín de la noble, y no pudo resistirse. La besó con pasión en la boca. Ella respondió entusiasmada, y sus lenguas se encontraron. Comenzó a abrir con destreza los botones de la intrincada ropa de la humana mientras continuaban besándose. Ella también se estaba excitando, y apartó momentáneamente al bardo para desabrocharse por su cuenta.

Matt aprovechó ese momento para empujar a Donald con el pie hasta el balcón, y cerró las puertas, por si volvía en sí.

    Ambos amantes terminaron de desnudarse, se miraron a los ojos, y de nuevo, se sumergieron el uno en el otro. Se acercaron lentamente, temblando por la excitación. Se acariciaron suavemente con las manos primero en el rostro, luego el hombro, después el pecho. Se besaron una vez más, abrazándose, apretándose el uno contra el otro, sintiendo el calor de la piel ajena. Ella notó el miembro de Matt erigiéndose, y asintió satisfecha. Se recorrieron el cuerpo con los labios, con la lengua. Finalmente se unieron en uno solo, y mientras hacían el amor, fueron acompasando los movimientos.

- Un, deux, trois, un, deux, trois – comenzó a recitar Matt, perdido en el verde esmeralda de los ojos de Cheryl.

- Un, dos, tres, un, dos, tres – siguió ella, perdida en el azul zafiro, y por fin, entendió el ritmo.

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- Déjame unirme a tu circo ambulante, Matthieu.

- Mi dulce dama, no creo que esa vida esté hecha para vos. No hay criados, ni perfumes caros, ni siquiera baños diarios… ¡Qué digo diarios! Tenemos suerte si nos bañamos una vez al mes…

    Ella arrugó el gesto, asqueada.

- ¿Una vez al mes? Por los dioses…

- ¡Con suerte, mi señora! Los viajes entre ciudades a veces son rápidos y si tenemos suerte, podemos alquilar una habitación con baño en alguna posada, y si no nos pillan, hacemos turnos para asearnos…

- ¿Turnos?

- ¡Oh, madame, cada vez estoy más convencido de que esa vida no es para vos!

- Pero, Matthieu, yo te amo…

- Mon doux amour… Debéis seguir con vuestra vida. Estáis enamorada de una ilusión…

- ¡Estoy enamorada de ti! – dijo incorporándose, dejando sus pechos al descubierto, con expresión indignada.

    Matt notó de nuevo la sangre bajando a su entrepierna, y, votando a Shindalar, se entregó de nuevo al amor.

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    Cuando terminaron, Lady Cheryl iba a insistir en escaparse con el bardo, pero entonces oyeron golpes en la puerta del balcón. Era Donald, que por fin se había recuperado.

- ¡Abrid! ¡Abrid inmediatamente! – gritaba indignado - ¡Guardias! ¡Lady Cheryl! ¡Alguien!

    Matt salió del lecho como un resorte, y comenzó a vestirse.

- Debo marcharme, si quiero ver un nuevo amanecer. Vuestro mayordomo y sus gorilas intentaron matarme anoche.

- ¿Fueron ellos?

- ¿Quién si no? Teme perder su trabajo – dijo Matt subiéndose los calzones a toda prisa, mientras la mujer disfrutaba de la vista de su trasero.

    A su vez, Lady Cheryl se incorporó y se puso un camisón. Abrió un cajón de su cómoda, tomó un sobre sellado con lacre y se lo tendió al bardo.

- Tu invitación a mi boda – dijo, con lágrimas en los ojos.

    Él se volvió y la miró. Se puso la camisa, la besó una vez más (¡Abridme, abridme!) y tomó el sobre.

- Es la decisión correcta.

- Mi padre falleció hace años. Me acompañaréis al altar y me haréis el honor de un baile. Y no es una pregunta.

    De repente, la mujer volvía a parecer una noble de fuerte carácter. Matt asintió, y salió corriendo por la puerta de la estancia. Unos segundos después, ella abrió la puerta del balcón.

- ¡Hay que atraparlo! – gritó Donald entrando atropelladamente en la alcoba.

    Ella lo abofeteó, dejándolo en silencio, y con la mano en la mejilla.

- Hay que preparar una boda. Una boda por todo lo alto. Y no hay tiempo que perder.

- Mi señora…

- No discutas, Donald. Dejarás que mi maestro de baile me lleve al altar, me casaré con Sir Paul, y seré desgraciada el resto de mi vida… Y permitirás que se vaya en paz.

- Yo…

- ¡Júralo! Júralo por Finnalis, Donald. Júralo por el honor de esta casa noble.

- Lo juro, mi señora. Por el Juez y ante Él, por el honor de los Coleridge.

    Ella asintió, satisfecha.