Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...
Sesión LIII. Una pequeña gran victoria.
Tenar y Naltiria entraron en la torre de la archimaga Astrid, que parecía esperar la visita, o, al menos, no pareció sorprendida. La hechicera llamó poco menos que suicidas a nuestras compañeras, por su intención de aventurarse en el infierno, arguyendo que entrar en tal lugar era también un desperdicio de vidas inocentes. Válganme los dioses, algo de cordura entre el caos. Refiriéndose a Tenar, la hechicera preguntó a la seguidora de Hedenoth si estaba dispuesta a seguir a Naltiria al mismísimo infierno. Una vez terminadas sus advertencias, aseguró que estaba dispuesta a ayudar al grupo… si éramos capaces de aportar un mínimo de posibilidades de éxito a la misión. Si teníamos los medios para ello, deberíamos volver a su torre, para recibir la ayuda prometida.
La siguiente visita era a la torre de Aelya Uwe, una estructura cambiante como la magia de la elfa que la regentaba. La archimaga, tras escuchar las alegaciones de Naltiria, aseguró que no podía ofrecernos ayuda en el infierno, pero que nos podía prestar una espada élfica expulsademonios, arma que sin duda nos vendría bien. Por lo que dijo Aelya, la dueña de tal espada se había retrasado en recogerla. Naltiria decidió que la espada no era suficiente, y que sería mejor buscar a su legítima portadora para reclutarla en la misión. La archimaga Uwe advirtió que ese plan, podía dejarnos sin portadora y sin arma, pues nada obligaba a la poseedora de la espada a seguirnos en nuestra misión. Aun así, Naltiria confiaba en sus dotes de persuasión, y estaba decidida a buscar a la ama del arma.
En busca de más ayuda, nuestra archimaga trató de comunicarse con el enano Skribok, pero sólo pudo hablar con su compañero, el samurái Kenshi. El hiraneano, una vez informado del asunto, quitó importancia a la misión, insistiendo a Naltiria que se preocupase de los Tomos y los Artefactos. Además, la aconsejó que si quería adentrarse en el infierno, buscara seguidores del dios loco, Ashtorgoth, para que la siguieran en su loca empresa.
Después de estas conversaciones, llegó el momento de la logística. Hechas las cuentas de lo que correspondía a cada miembro del grupo, Tenar donó en nombre de Neesa algunos anillos mágicos en los templos locales, para cumplir con el voto de pobreza que el hada había adquirido. Se planteó también la opción de ofrecer algunos khopeshes al archimago Fistro a cambio de su ritual de viaje al infierno.
Mientras, en la fila para visitar a la Emperatriz en Palacio de Marfil, Neesa y un servidor hablaban distendidamente de varios temas, como el amor, voto a Shindalar. Nuestra pequeña compañera deseaba saber si alguna vez había sentido este bardo amor… ¡Amor siento todos los días, Neesa! ¡Amor por la vida, por la aventura, por la música, voto a Barenna! No era esa la respuesta que buscaba Neesa, que parecía sufrir de algún mal de amores, pues suspiraba como ensimismada mientras hacía estas preguntas. El tema fue derivando poco a poco hacia el infierno, lugar al que ninguno de los dos parecíamos querer ir. ¿Quién narraría a vuestras mercedes tal aventura, si este humilde bardo se quedaba atrapado o consumido por los fuegos de tan terrible lugar?
Naltiria y Tenar habían acabado sus entrevistas, y decidieron alquilar una habitación en una posada de N’Daleth, donde poder descansar y preparar sus conjuros para el día siguiente. Durante este asueto, hablaban acerca de posibles aliados, mortales y divinos… y de repente, llegó la Venganza.
En el suelo de la habitación se materializó un símbolo demoníaco, del que surgió el Instrumento de Venganza que habría de perseguirnos hasta darnos muerte. El astuto demonio había aprovechado la división del grupo para aparecerse en busca de sangre. La habitación no contaba con ventanas, pero Tenar logró escabullirse por la puerta. Sin embargo unas cadenas que brotaban del pecho de la terrible criatura infernal se enredaron alrededor del cuerpo de la elfa, impidiéndola huir más allá del pasillo de la posada. Todo parecía perdido para nuestras compañeras, hasta que Naltiria, que murmuraba para sus adentros, chasqueó los dedos, e imbuida de un terrible poder que sólo los dioses saben de dónde salía, hizo que el demonio comenzase a deshacerse, como una vela se deshace al calor del fuego, emitiendo terribles estertores mientras las almas que había reclamado, se liberaban y volaban en un espectáculo caótico. El demonio se había ido para nunca regresar… Pero Naltiria había pagado, como en otras ocasiones un terrible precio. Tras la victoria, la archimaga cayó al suelo, agotada, y lloró, aterrada, sudorosa y temblorosa.
El portal se había cerrado, y Tenar regresó a la estancia, para encontrarse con Naltiria derrumbada. “¿Qué ha sucedido?” quiso saber la elfa, pero Naltiria guardaba, una vez más, sus habilidades. Afirmó que si custodiaba celosa sus secretos, era para proteger al grupo. Había pagado con su esencia misma, pero el demonio no volvería a molestarnos. Una pequeña gran victoria, pero, ¿a qué precio? Uno tan alto, que Naltiria aseguró que lo podría pagar pocas veces más. Y comenzó a narrar como, hacía tiempo, Meghren, Einon y ella habían comenzado sus aventuras… ¿Meghren? ¿Se refería al Rey Meghren de Allionas? Tenar arqueó una ceja, pero no interrumpió a Naltiria que siguió hablando hasta llegar a la conclusión de que, quizá más adelante, podríamos volver a afrontar el reto de la Torre de Mhara, cuando fuéramos un grupo unido y con ideas homogéneas. No estaba muy de acuerdo en este punto Tenar, que veía las pruebas de la Torre como individuales. El caso era que los Tomos y Artefactos volvían a aparecer en escena, y también se habló de posibles aliados en esta búsqueda. “Rechaza cualquier oferta por tu alma, Tenar” aseveró Naltiria en tono grave. Ninguna ayuda merece ese precio. La orgullosa elfa puso una media sonrisa, asegurando que se alzaría por sus medios, sin necesidad de vender su alma.
En Palacio de Marfil, la conversación entre Neesa y un servidor se vio interrumpida por unos guardias, que venían a buscarnos para llevarnos ante Samir Re, capitán de la guardia, que había recibido nuestro mensaje y parecía interesado en escuchar lo que teníamos que decir. Para que Neesa no perdiese su puesto en la cola, me ofrecí para acompañar a los guardias y exponer ante Samir nuestro caso...
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