El despertar de la magia

Habíamos salido como una exhalación, en los últimos momentos de aquella ciudad maldita y moribunda, asistiendo a sus estertores finales. Aezmir era soterrada bajo la tierra que ya la cubriera hace 1500 años, presa de la prosperidad que quisieron traer, y que se había convertido en infortunio, acabando, como empezara, ligada al destino de su rey e involuntario ejecutor, el rey Malek, y a ese totem que les había conducido a todos a la locura.


Jadeamos por un momento, mirando a nuestro alrededor, por fin a salvo, casi incrédulos, ya en el exterior de la ciudad, por fin libres de su maldición. Rauda me alejé, impulsada por mis alas, una distancia suficiente para no poner al resto en peligro, tenía que ver si realmente había acabado, ¿éramos ya dueños de nuestra magia?


Lancé un conjuro, y funcionó. Luego otro y otro… para hacerme invisible, para protegerme de la energía. Para detectar el futuro, inmunidad al fuego, mejorar mi velocidad, mi visión…

Y respiré, por fin, aliviada, aún con los latidos batiendo en mi pecho. Convencida ya de que la influencia de la señora del infortunio por fin había liberado su presa sobre mi magia. Me había sentido tan desprotegida. Tan inútil. Nuevamente una pequeña hada indefensa, a merced de las circunstancias. Cómo aborrecía esa sensación. Batalla tras batalla había permanecido inerte, inservible, solo oteando los pasillos ante señales de mayor peligro, mientras mis compañeros luchaban, atacaban y sufrían los embates de los golems, o los suplicantes, temerosa de atraer con mi magia más infortunio, y que este pudiera desatarse en una explosión arcana, como ya sucediera, incluso algo peor. Como cuando en batalla con el rey Malek, fuera de sí después de tan largos años de demencia, intentando acelerar a mis compañeros había, por un instante que resultaran largos minutos, simplemente desaparecido, dejando al equipo cuando más me necesitaban, para aparecer cuando todo ya había concluído.


Conjuro tras conjuro la energía arcana crepitaba, vibraba y refulgía intensa ante el recitar de las palabras en dracónico y en silvano, ante los medidos gestos trazando runas y glifos que se materializaban en el aire, antes de entrar en resonancia y crepitar dando lugar a los distintos efectos. Uno tras otro, invocaba todos los conjuros que cada mañana me lanzaba. Conjuración, abjuración, transmutación, ilusión, evocación y adivinación, todas se doblaban a mi voluntad, cubriéndome con su magia cálida y acogedora, como una suave manta me guardaría del frío de una noche de invierno. 


Suspiré, aliviada, descubriendo mis manos temblando del esfuerzo de tamaña sucesión de hechizos. Notaba el zumbido de mis alas en las orejas. Como siempre que estaba nerviosa. Pero la intensidad disminuía, como la cadencia de mi respiración. Desde que había renunciado a mis objetos y asumido el voto de pobreza, ya no me hacía falta, pero casi nunca me acordaba, y la familiaridad de la rítmica del respirar profundamente me daba cierto sosiego. Cada vez que la magia se alteraba, estaba indefensa. Había pasado en las pruebas físicas del Camino de Mhara y sólo los poderes de Naltiria me habían librado de acabar aún peor. Tenía que investigar, solucionando el problema de la única forma que conocía. Con más magia.


Encogí los hombros. Justo estaba pensando que quizá se sentía incluso más especial después de haber estado privada de ella por un tiempo, y algo súbitamente encajó en mi cabeza. Llevaba tiempo bloqueada en el progreso de mis poderes. Después de los saltos del pasado gracias a las enseñanzas de Naltiria, y el entender cómo utilizar mi naturaleza faérica para ayudar a mis conjuros, hacía tiempo que no conseguía mejorías. Notaba cómo a mi alrededor mis compañeros se volvían más fuertes, ya fuera el encanto magnético de Matt, el manejo de las armas de Alix, o la extraña y siniestra forma de Tenar, pero yo me sentía atascada. Intuía en mí un mayor potencial, una mejor perspectiva después de todo lo que habíamos vivido, todo lo que habíamos aprendido: desde las atrocidades de la infraoscuridad, el drama de Damar Fah, la batalla del río Bon y las tramas de Voccisor. Reionae y los archimagos. Hyandora. Aezmir y su maldición; habíamos pasado por tanto…

Las enseñanzas y duras pruebas del capitán Harvey-Sòbéllè Fah me habían permitido coger algo de confianza en mis habilidades más allá del Arte, así como las de Tenar, pero no acababa de resonar con ello. Mi poder real surgía de lo arcano, y su capacidad de alterar la realidad. Y aquella frase inocente, me había recordado la forma en la que Snorri detenía por un instante el flujo de un conjuro, “después de estar deprivado”… armonizaba su resonancia, realimentándose, para cuando era liberado, “se sentía incluso más especial”… su poder reverberaba y crecía, se empoderaba, se incrementaba.


Claro.


Mis manos surcaron espirales, crepitando con energía eléctrica, mientras repetía los encantamientos en dracónico de aquel conjuro, orbe eléctrico, que aprendiera de Zamrick, el sombrerero original, mi viejo maestro que en la torre de hechicería de Sulyindiel me había enseñado los principios de las 7 escuelas, obviando siempre la nigromancia. Experto en transmutación, también era un gran conjurador.


Como hacía mi antiguo compañero en la torre, Shaakos, el tiefling al que llamaban “bola-de-fuego”, había sobrecargado la energía aportada para maximizar su potencial. A lo largo de las aventuras del Crisol y los Caminantes había aprendido también a acelerar su lanzamiento y ahora había al fin comprendido como potenciarlo todavía más. Apreté los dientes, mientras mis párpados interiores se tornaban. Pero la bola crepitante de electricidad, simplemente se apagó.


En mi interior notaba el potencial de energía arcana para nutrir el hechizo, tenía el conocimiento de cómo ejecutarlo, pero había algo que bloqueaba su flujo.


Mis compañeros hablaban y confundida me acerqué nuevamente a ellos, conectándonos en un enlace telepático. Tenar nos reveló por fin el contenido del libro que tanto deseaba mi maestra, Cien Noches sin Luna, por Leyla Vishnu y nuevamente acabamos debatiendo de lo terrenal y lo divino. De los dioses y sus oscuras maquinaciones. Sus limitaciones y defectos. Y de poderes más allá de ellos, de los tomos y su potencial. 


Cuando fueron a descansar me levanté y me alejé nuevamente.


Una y otra vez intenté desatar esa mejora que creía era capaz de alcanzar. Tenía que conseguirlo. Ya no era un hadita indefensa.  Había sido débil, pero de Naltiria y mis maestros había encontrado conocimiento, del que había conseguido obtener algo de poder. Había sido pequeña, pero la fé y la esperanza que Álex me había mostrado, me hacían soñar con cosas grandes. Y había estado asustada, tan asustada. Había dejado atrás a mis amigos. Pero los que aún me quedaban, y el deseo de protegerles me daban valor.


Repetí el conjuro una y otra vez, pero algo turbaba mis intentos. Llevé los puños a mis sienes, echa una pequeña bola, abrazada por mis alas. Y de algún sitio me vino aquella melodía, que Kaito y Matt me habían ayudado a recordar. Musitando esa nana que mi madre siempre me cantaba al irme a dormir.


Mi mamá. El recuerdo encendió la chispa del dolor, que llenó el fuego de la pérdida y este la tormenta de la rabia.


Susurré las palabras, y con un gesto el conjuro, como si de un ente vivo, se nutrió de la energía de emociones y sentimientos, creciendo, expandiéndose, explorando zonas de mi interior dormidas, olvidadas.


Había estrellado la bola de energía en la pared de la cueva, con un poder como nunca antes hubiese blandido, y recordé dónde y cuándo había visto algo similar: Cuando Imbryl Wynrona había consumido el bosque de Solpor y a sus habitantes con sus llamas. Entre ellos, mamá.


Había amado a ese bastardo, le había dado todo lo que era y tenía, y él me había traicionado, destruyendo todo lo que quería. Destruyéndome a mí en el proceso. Neesa murió.


Murió su risa, sus bromas, sus canciones. Murió su alegría. El cariño de sus amigos y el amor de su familia. Su inocencia y su confianza. Su infancia. Ese día morí y nació Abismo, y Kyūbi y Gusano, y las mil caras que tuve para no ver la mía, la de un cadáver que vagaba esta tierra sin alma ni rumbo.


Pero había vuelto a la vida y era hora de saldar deudas. Ya no era una hadita indefensa. Caerdan. Holgen. Imbryl.


Naltiria se sobresaltó con el sonido de una explosión lejana. Recorrió los pasadizos para encontrar a la pequeña hada, sumida en las tinieblas. Una potente energía arcana surgía de su pecho, en una luz rojiza que consumía toda luz alrededor, con una intensidad que jamás creyó pudiera invocar su joven aprendiz. Su mirada, aún en tinieblas, permanecía fija en una escena ilusoria a sus pies, donde llamas mágicas consumían un bosque, en medio del cual se alzaba un alto elfo de cabellos plateados e intensos ojos azules de metálico fulgor.



Naltiria se apresuró a ayudar a su amiga.


— Neesa, Neesa… ¿estás bien?


— Estoy bien, Naltiria. — dijo la pequeña hada volviendo en sí, cerrando por un instante los ojos y agitando levemente la cabeza. La oscuridad, así como las imágenes habían desaparecido — Siento haberos asustado con tanto estrépito. Practicaba mis conjuros, ahora que volvemos a poder usar la magia libremente, y creo… — una sonrisa iluminó el rostro de Neesa — creo que he conseguido superar los límites de mi metamagia, maestra.


— Sabía que lo conseguirías, Neesa, has de confiar más en ti, estoy convencida que todavía guardas más potencial del que sospechas - la humana mostraba una sonrisa en su rostro, pero su gesto se tornó más serio - pero… ¿qué eran esas imágenes que proyectabas? Parecía que…


— Vaya — interrumpió la fata, apartando la mirada — Parece que algunos de mis recuerdos se han materializado sin percatarme mientras conjuraba, nada grave…


— Recuerdos, ¿eh?… — La archimaga se tomó unos instantes tratando de leer las emociones que surcaban el rostro de su alada compañera, emociones que parecía querer suprimir — ¿Quién era ese elfo que se erguía entre las llamas?


— Tan solo una sombra de mi pasado — dijo la duendecillo agitando una manita — Una que aprovecha cualquier momento para acecharme. Pero, sólo una sombra…


Naltiria sopesó la situación y decidió hablar: — Esa sombra que te atormenta… Ya la había visto antes. Y si estoy en lo cierto, la persona a la que presta sus servicios hace tiempo que nos toma ventaja en la búsqueda de los tomos.


El hada parpadeó por un instante, con los párpados interiores, y los exteriores, como despertando de una aparente sueño para descubrir las pesadillas como parte de la realidad.

—Imbryl… — susurró amargamente. Durante un largo, largo instante estudió la mirada de su compañera, debatiéndose internamente. —Maestra, me ha costado. Bastante. Pero empiezo a aceptar quien soy. Qué soy. Sin máscaras ni mentiras. — Neesa miraba sus manos, mientras sus alas zumbaban ligeramente — A confiar en mi magia - ahora sus ojos dorados captaron su mirada, con una tímida sonrisa — A no sentirme tan sola. 

— Pero si quiero cerrar por fin las heridas del pasado, poder mirar al fin al frente, necesito algo. Lo que necesito es — la palabra se resistía a salir — Venganza, creo que lo que necesito es venganza. — durante un largo instante escrutó el rostro de la archimaga —  ¿Me ayudaréis Naltiria?


Naltiria ensombreció su rostro por otra parte impertérrito. Se sentó al lado de su aprendiz mirando al horizonte como tratando de recordar. Adoptó un tono más bajo para imprimir más complicidad a sus palabras. — ¿Sabes? En otra vida mis aspiraciones eran muy diferentes a las actuales. Seguía las doctrinas del Juez al pie de la letra, y se me había augurado un futuro como miembro de su orden de inquisidores. Un futuro que estaba más que dispuesta a abrazar. Erradicar el mal de este mundo… ¡Qué noble meta!... — La archimaga bajó la mirada y las posó sobre sus manos, otrora puras, mas ahora cubiertas de runas arcanas indelebles, recuerdo de la mayor atrocidad que un ser vivo puede cometer. La sangre de millones de inocentes manchaba esas manos con las que pretendía hacer el bien… — Esa vida ha quedado muy atrás y en más de una ocasión yo misma he sentido el deseo “ardiente” de destruir a aquellos que me han hecho daño, he llegado a justificar mis pensamientos violentos hacia esos seres convenciéndome a mí misma de que no son más que animales, y como animales rabiosos que son deberían sucumbir para hacer de este mundo un lugar mejor, una visión que no se aleja demasiado de la forma de pensar de la inquisición. — Naltiria levantó la mirada para fijarla en los grandes ojos de su aprendiz. — Día tras día lucho para contener la rabia, la frustración y las ganas de hacerles pagar con sangre a todos aquellos que creo que se lo merecen. Pero luego pienso que no sería mejor que ellos y de hacerlo, me transformaría en aquello que aborrezco y odio. Es una lucha continua, cada día libro la misma batalla una y otra vez. La mayoría de las veces salgo victoriosa, pero hay algunos días… hummm, esos son días difíciles. Por ese motivo te pedí que fueses mi brújula moral y que me enderezaras en el buen camino si me veías flaquear. Del mismo modo yo te ayudaré a buscar el camino correcto cuando seas tú la que te desvíes. Debemos apoyarnos la una en la otra. Neesa, no puedo alimentar tus ansias de venganza, pero si puedo ayudarte a buscar la forma de que puedas hacer las paces con tu pasado y por fin dejarlo atrás sin crearte más traumas en el proceso. Estoy segura de que tarde o temprano nos volveremos a encontrar con esa “sombra” de tu pasado, y cuando eso ocurra, te juro que estaré allí… a tu lado. Y saldremos de esta situación con la cabeza alta y orgullosas de haber vencido a nuestros demonios un día más.



Neesa se quedó por un momento absorta, masticando las palabras de la archimaga.  — Ahora voy entendiendo esa manía que le tienes a Fi… al Juez.  — con media sonrisa tomó aire, profundo, aire que no le hacía falta pero necesitaba.  — Cuando hablas así me recuerdas a alguien. Alguien preocupado no solo en el qué, sino en el cómo. Alguien fuerte, valiente y bueno. Que anteponía siempre el bien y la justicia. Él me hizo entender que hay bien este mundo, que merece la pena luchar por él  — su rostro se oscureció  — Pero está muerto, su alma consumida. El pago a sus buenas obras.

 — Si no actuamos, ellos ganan. Si les dejamos salirse con la suya, una y otra vez, volverán a hacerlo. A traicionar, matar, a consumir… y quedaremos todavía menos para oponernos. Si el bien no acaba con el mal, el mal acabará con el bien. Ellos no tienen miedo de hacer lo que haga falta, y mientras nosotras estamos divididas por pequeñas minucias, debatimos filosofía de quién tiene más razón, le damos vueltas y más vueltas a pequeños matices, mientras ellos acaban con nosotros de uno en uno. ¿Qué hace el emperador? ¿Qué ha sido de Dhamar Fah? ¿Dónde está Haegar, o Luca o Scribok? Separados, divididos, ¿cuándo nos enteraremos de la siguiente baja, de la siguiente derrota? ¿Cuántos más tienen que caer para que hagamos algo?  — el hada hizo una pequeña pausa para mirar alrededor. En una oscura cueva, luchando una batalla por el bien de todos, y que a nadie parecía importale.

 —  Si ni en este continente lleno de bondad conseguimos unir fuerzas para parar el fin del mundo  — encogió los hombros  — Y mientras, Allanon y su séquito se hacen con los tomos.Y luego, ¿quién podrá pararlos? No podemos dejar que se sigan saliendo con la suya. Yo también detesto la violencia, ¿pero qué opción nos queda? O su sacrificio habrá sido para nada.

 —  Me alejaré para no molestaros mientras practico mis conjuros, maestra  —  susurró el hada levantándose con mirada pesarosa, la conversación parecía haber ido por derroteros que no había imagiado  —  he de practicar para estar preparada… para lo que venga.







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