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Sesión LXIX. Misión cumplida...


No era fácil trazar un plan para Geglash, pues no sabíamos dónde se hallaba la grieta, y colarnos en la ciudad resultaba harto complicado. Se plantearon opciones como asaltar un barco pesquero para colarnos por el puerto disfrazados de humildes pescadores, o hacer lo propio con una nave militar, mucho más numerosas, para entrar como soldados. Sin embargo, la primera opción parecía poco viable, por haber muy poco tráfico de ese tipo de embarcaciones, y la segunda, se descartó por ser demasiado arriesgada.

Después de haber dejado la idea de entrar en la ciudad aparcada, nos dimos cuenta de que quizá la grieta estuviera en el mar, y no dentro de la ciudad. Naltiria hizo los cálculos y nos teleportó, bastón en mano, al mar al sur de la ciudad. Desde allí, viajamos al norte sobre las aguas, cabalgando en monturas conjuradas por Hildr. Sin embargo, a medida que nos acercábamos a la costa, pareciera que Geglash no se encontraba en nuestro rango de visión, así que tras pedir a Thalion que se concentrase una vez más, señaló de nuevo al sur. La grieta se encontraba, voto a Fortunna, en el mar, y no tendríamos que colarnos en una ciudad con la que Athanae estaba en guerra. El tiempo se agotaba, y Naltiria nos fue llevando hacia el sur en tandas de teletransporte, mientras Thalion iba sintiendo más y más cerca la grieta. Cuando al fin alcanzamos nuestro objetivo, y el archimago Bunrad Fah se disponía a comenzar con sus conjuros, dos naves de guerra hiraneanas comenzaron a rodear la zona en la que estábamos. No podían vernos, gracias a la magia de Zelenya, pero por lo que pudo entender Hildr, ducha en la lengua oriental, buscaban unos “demonios”. Cada minuto que esperábamos, confiados en que los hiraneanos se retirasen, se hacia eterno. Hubo un momento en que un oficial de una de las naves pareció mirar en nuestra dirección, y cuando se disponía a señalar y gritar algo, voto a todo el Olimpo que un martín pescador saltó del mar, derribando al marinero, que cayó al agua. Mientras sus camaradas trataban de rescatarlo, el archimago Fah conjuró tan rápido como pudo, cerrando para siempre la última de las grietas. Apenas confirmó que había concluido, Naltiria nos sacó de allí con su último conjuro de portal del día, y nos aparecimos a las afueras del campamento militar de Brungrado. ¡Victoria!

Creíamos que al cerrar el último de los portales, Thalion podría al fin descansar, pero nada pareció cambiar en la expresión del druida, que continuaba mostrando el tormento en su rostro. Fue Bastian quien primero se acercó para preguntarle cómo se encontraba, y el semielfo confirmó que aún oía aquellas voces en su cabeza. El caballero Von Xavras propuso llevar a Thalion a un templo de Finnalis, lugar idóneo para practicar un exorcismo de ser necesario. Naltiria decidió quitar el collar a Thalion, con la esperanza de que le aliviase, pero no lo logró. Lo único que consiguió la archimaga fue ver a nuestro viejo conocido, Voccisor, que se mostraba encantado de que tuviésemos ahora una forma de contacto. Naltiria ignoró al avatar, y guardó el collar en su bolsa de contención.

La situación del druida no mejoraba, y cuando Hildr, Bastian y un servidor lo llevamos hasta un templo del juez, tampoco resultó ser buena idea. El dolor que Thalion sentía en su mente, comenzó a ser físico, y es que la sola presencia divina en el templo de Finnalis parecía provocar una quemazón insoportable en la piel del semielfo, que incluso comenzó a humear. Salimos del templo, con la promesa del sacerdote que nos había atendido, de que en un par de días podría contactar con un exorcista.

El siguiente paso era presentar nuestro informe a la insigne Emperatriz, que nos recibió en su tienda. Informamos a la mandataria de nuestro éxito cerrando los 11 portales, y aprovechamos la ocasión para agradecerle su ayuda de última hora. Anne I ofreció a las últimas incorporaciones del grupo, unirse a los embajadores imperiales, tendiéndoles las capas correspondientes. Los hermanos Von Xavras las aceptaron casi temblando de la emoción, honrados. Sin embargo, Thalion continuaba con la mirada perdida y el miedo en los ojos, y no reaccionaba a lo que allí acontecía. Como recompensa por nuestro servicio evitando que el Caedeth tuviera acceso al plano material, la Emperatriz nos ofreció una caja con un anillo mágico para cada miembro del grupo, unos anillos denominados “Anillos del héroe olvidado” que sin duda, nos serían útiles.

Tras ello, nos informó de que nuestro siguiente paso era entrar de nuevo en batalla. Parecía ser que Caerdan y sus no-muertos de Funterish estaban avanzando posiciones en la Infraoscuridad athanita, cosa que preocupaba, por ahora, poco a nuestros aliados drow. Cada matriarca que caía favorecía a las demás, que se regocijaban de la desgracia de sus competidoras.

Esa situación hacía parecer más débil la posición de Funterish, y la Emperatriz parecía decidida a reconquistar de una vez por todas todo Fenectas, incluyendo el último enclave de la Niebla. Para ello, los generales del Imperio tenían una estrategia en mente, que consistía en varios ataques coordinados para vencer al Dragón Azul. Era nuestra misión unirnos a uno de estos ejércitos, y comandarlo en la batalla. Tras la batalla del río Bon, de nuevo volveríamos a la guerra en el más estricto sentido de la palabra. Para coordinar esta ofensiva, y preparar nuestras unidades, como la vez anterior, debíamos reunirnos con Edda Viola. Sin embargo, antes de todo ello, necesitábamos arreglar el asunto de Thalion, y Anne deseaba que lo hiciéramos cuanto antes y sin involucrar al Imperio con asuntos de Re-Ionnae, así que habría de hacerse de manera extraoficial.

Cuando nos retirábamos de la tienda, la mandataria llamó a Naltiria para que se quedase. Una vez más, ofreció a nuestra archimaga la opción de mejorar su bastón mágico, y una vez más, Naltiria prefirió no hacerlo, so pretexto de valerse de sus propios recursos. Naltiria había bajado mucho el tono respecto a otras reuniones, y ofreció a Anne su amistad. Tras lo cual dejó caer que le encantaría entrevistarse con el Emperador consorte, Arduin voz de Plata. Anne puso un gesto casi nostálgico ante la mención de su marido, y le dijo a Naltiria que aquello no sería posible, ya que Arduin se había impuesto una suerte de autoexilio, trabajando para el Imperio lejos de sus fronteras. Naltiria se sintió decepcionada, pero lo ocultó como mejor pudo antes de despedirse y retirarse.

Aunque era de madrugada cuando terminamos de hablar con la Emperatriz, Naltiria nos teleportó al campamento de Edda Viola para tener una entrevista preliminar y echar un ojo a la batalla que habríamos de librar en próximas fechas. La coronel del ejército imperial nos recibió y nos enseñó la maqueta de las posiciones que teníamos que tomar. Se trataba de un puente sobre el río Vena, con fuertes posiciones defensivas, incluyendo torreones con balistas, y un nutrido número de arqueros hiraneanos. El ejército enemigo era muy fuerte en cuanto a poder de armas a distancia se refería, y su general, Azuki Shiungi, probablemente montaría en su monstruoso dragón azul. Además, contaban con una poderosa unidad de samuráis para defender el puente, sin duda formidables en el cuerpo a cuerpo. Era más que probable que el puente contase con todo tipo de obstáculos para estorbar posibles cargas contra la infantería hiraneana.

De nuestro lado, además de las tropas que eligiéramos llevar, un par de poderosos archimagos permanecerían en posiciones de retaguardia manteniendo abiertos dos portales, que podrían traernos refuerzos a lo largo de una batalla que se preveía larga y cruenta.

X’Valla, que se encontraba al lado de Edda Viola, nos advirtió de que su casa era enemiga acérrima de Yako Hana, dirigente Dragón Azul que controlaba el tráfico entre la Infraoscuridad y la Superficie, y por tanto, conocía bien las tácticas de ese clan, aficionados a emponzoñar sus armas. La coronel sugirió entonces que podríamos usar algunas tropas drow aliadas, para contrarrestar aquellas que el enemigo tuviera.

La misión principal era tomar el puente, o bien aniquilar al enemigo, pero tan importante como eso era no destruir las estructuras, tanto el puente mismo como los torreones, así que no podríamos llevar al campo de batalla ni catapultas ni cañones que pudiesen comprometer esos objetivos. Fuera de eso, podíamos elegir libremente entre los efectivos del ejército imperial, además de contar con algunas unidades drow aliadas. Bastian se ofreció inmediatamente a ayudar con la composición del ejército; sin duda deseaba poner en práctica sus estudios acerca de tácticas militares. El caballero nos informó que habríamos de elegirlas con cuidado, ya que la batalla precisaba de estrategias muy concretas.

Nos retiramos a descansar tras aquellas conversaciones, y al día siguiente, Naltiria llevó de vuelta a Re-Ionnae al archimago Bunrad Fah, que afirmó sentirse honrado por haber participado en el cierre de brechas interdimensionales. Se despidieron, y pusimos rumbo a la torre de Taalvarya, la archimaga coleccionista de libros, en busca de asesoramiento para tratar de librar a Thalion de su tortura. La señora de la torre nos dijo que la única manera de revertir el ritual, era, como no, con otro ritual, que, para más regodeo, debía realizarse en el mismo lugar… Aprovechando la ocasión, la archimaga pidió al grupo, que si bajaba de nuevo al Caedeth, se aventurase en la ciudad en busca de un libro que anhelaba. Para rematar la faena, aseguró que conocía a alguien que había realizado algo parecido en el pasado, y el pobre diablo, se había terminado suicidando, incapaz de soportar aquellas voces infernales en su mente. Aciago destino, sin duda. Parecía que los compañeros del que se había quitado la vida eran unos aventureros, de nombres Mandia Zur, Marla Thuchz, además de una agente de la Dulce Miel, Vaaldryra, y un nombre que nos era familiar, Talia Tchknik, aquella maga elfa con la que Alix había tenido sus más y sus menos. Viven los dioses, que si nunca tuve ganas de aventurarme en aquel infierno, bajar de nuevo se me antojaba aun menos tentador si cabía.

No parecía muy rentable volver al infierno, siendo además que estábamos en malos términos con el único que disponía de un ritual para hacerlo, el avaro archimago Fistro, así que empezamos a pensar alternativas. Quizá Hyandora pudiera sanarlo, aunque no era una enfermedad lo que Thalion tenía, en realidad, además del asunto de esperar una cola de semanas. De todas formas, Naltiria entregó un informe detallado del asunto de las brechas a Hildr, que lo envió a Palacio de Marfil a la atención de Samir Re, mano derecha de la Emperatriz. Esperaba que la noticia de que el Caedeth no se fuese a fusionar con el plano material fuese fuente de regocijo para Hyandora, y asimismo, la mención de que Thalion continuaba sufriendo, quizá ablandase el corazón de la Emperatriz… aunque por otra parte, Hyandora era considerada un avatar del dios del sufrimiento, Ilfaath, que siempre veía con buenos ojos superar martirios autoimpuestos.

¡Oh, dioses! ¿Podríamos librar a Thalion de su carga, sin tener que regresar al Caedeth? ¿Estaba el druida preparado para afrontar una batalla con el infierno en su cabeza?

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Sesiones LXVII y LXVII. Más grietas.

El tiempo apremiaba, pero los conjuros iban agotándose, al igual que nuestras atribuladas cabezas. Sobre todo la de Thalion, cuya expresión rozaba en la locura. Cada vez que se concentraba, podíamos ver el sufrimiento en su mirada, un sufrimiento que iba más allá de lo físico. No habíamos perdido nuestra alma en el Caedeth, pero quizá el semielfo estuviese empeñando su cordura en esta misión. No obstante, aguantaba como el héroe en el que se había convertido, y nos indicó que había una grieta cerca, así que Naltiria le pidió un esfuerzo, como si estuviera haciendo pocos. Bastian, posiblemente animado por su falta de empatía, azuzaba al druida y al grupo en general a continuar sin desfallecer, como si fuera él quien llevase la carga que Thalion soportaba.

Finalmente se decidió que sería mejor descansar, así que fuimos a Shendolen, ciudad que no olía especialmente bien, sin duda por algún tipo de industria cercana. No obstante, había un templo a Geiath, donde nos dirigimos, esperanzados de que allí Thalion pudiese encontrar descanso.

Como era costumbre, Naltiria evitó entrar al templo, y fue Hildr quien narró al encargado del templo a la Madre Naturaleza nuestra situación, y más concretamente, la de Thalion. Nuestra nueva amiga se sorprendió al ver que la archimaga no pisaba el templo de la diosa, y le epliqué brevemente que Naltiria tenía una relación un tanto especial con los dioses. Othorion, que así se llamaba el seguidor de Geiath, dijo que no podía ayudar a Thalion, y partimos al templo de Vécnuvar para ver si teníamos mejor suerte con la Fértil Madre.

Duria Rojas, la clériga que nos atendió, comulgó con su diosa antes de indicarnos que tampoco podía ayudarnos, y aun más, dijo que aquella batalla, Thalion habría de lucharla a solas. Ni siquiera los dioses podían ayudarlo.

Derrotados en esta pequeña batalla contra el cansancio, Naltiria abrió el portal a su guarida, y nos pusimos a descansar. Voto a Fortunna, que por alguna razón, Thalion logró conciliar sueño, y estoy prácticamente seguro que fue gracias a su férrea voluntad, y por puro agotamiento.

A la mañana siguiente, Naltiria trató de enseñar a nuestro aguerrido druida a meditar, a concentrarse para poder relajarse, y que el proceso de buscar los portales fuera lo menos traumático posible. Trató de hacerlo Thalion, aunque continuábamos sin saber a qué clase de sufrimiento se enfrentaba. Fuera como fuese, comenzó a señalar en una y otra dirección, guiándonos en nuestro siguiente paso.

Allá donde se cortaban las líneas imaginarias que trazábamos sobre el mapa de Athanae, nos dirigimos, y el archimago Bunrad Fah comenzó con su retahíla de conjuros, cerrando una nueva grieta.

El siguiente viaje parecía llevarnos a Villaccia, destino que parecía agradar a Bastian, pues allí había comenzado su carrera militar. Sin embargo, al llegar a la ciudad, no parecía haber ningún portal a la vista de Thalion, y tuvimos que investigar para averiguar que había en la ciudad una antigua villa derruida, perteneciente a los Von Xavras. Naltiria se mostraba convencida de que la grieta se encontraba bajo aquellas ruinas, así que comenzamos a investigarlas, dicho sea todo, con poco disimulo. No tardaron en aparecer un par de guardias, preguntándose qué hacíamos allí, escarbando entre los escombros. Naltiria parecía nerviosa, pero finalmente, mostró su capa de embajadora imperial con el sello de la Emperatriz, lo cual fue suficiente para que los guardias pasaran de una actitud hostil a una solícita. Uno de ellos, de nombre Toni, parecía ansioso por ayudarnos y agradar a Naltiria, para que nuestra líder pudiera dar cuenta a la Emperatriz de sus logros y así poder ascender en la escala militar. Finalmente, y con ayuda de estos dos guardias, encontramos un acceso a las cloacas de la ciudad, que no dudamos en atravesar.

Al poco de estar investigando los pasadizos subterráneos, Naltiria encontró unas extrañas marcas en uno de los muros, marcas, que según ella, señalaban la localización de un antiguo culto a Idhaal. Animados por el descubrimiento, seguimos las indicaciones de aquellas marcas, adentrándonos más y más en el sistema de alcantarillado de Villaccia. Los guardias, conocedores de la ciudad, nos iban indicando debajo de dónde nos íbamos encontrando. No obstante, quien iba el primero en el grupo era Bastian, a quien no fuimos capaces de convencer de lo contrario. El valiente, y temerario, caballero Von Xavras estaba decidido a desactivar con el pecho cualquier trampa que pudiese haber.

Tras avanzar unos cuantos metros por los intrincados corredores, descubrimos una puerta secreta. Comenzó entonces un pequeño debate, en el que algunos como Hildr abogaban por avisar a la guardia para que nos proporcionase un experto en trampas y similares, y otros, como Bastian, defendían avanzar inmediatamente. Toni, el guardia, dio media vuelta para pedir los refuerzos oportunos, pero Bastian no quería esperarlos, y el caballero trató de abrir la puerta, activando, tal y como sospechábamos, una trampa que hizo saltar unas sierras oxidadas de los muros que le provocaron profundas heridas. Sin embargo, el humano rebuscó en su mochila, sacando una pequeña poción de curación que apenas le cerró un poco de una de ellas al ingerirla, y se sacudió el polvo de la hombrera, con la sangre aun brotando de sus cortes. A pesar de que el Von Xavras lucía símbolos de Haleyt en su coraza, voto a Ashtorgoth si no se comportaba como un temerario.

Hildr comenzaba a temer de veras por la vida de su hermano, y envió un mensaje telepático a Toni para que se diera prisa en enviar los refuerzos… antes de que fuese demasiado tarde para Bastian.

La montura de Bastian, una especie de corcel con rasgos demoníacos, hacía comentarios socarrones acerca de que si su jinete moría “desactivando” trampas, podría comérselo, y Naltiria pareció sorprendida de que pudiese hablar. Miró con curiosidad a la criatura, examinándola y pensando para sí.

Hubimos de esperar a los refuerzos, y Toni nos trajo a María Dipoli, experta en mecanismos de la guardia, que apenas tardó unos momentos en abrirnos la puerta. A partir de aquélla, continuaban unos tortuosos y laberínticos pasillos, que desembocaban en una nueva puerta secreta, que María abrió de nuevo. Allí estaba nuestro objetivo: Una pequeña sala, con los restos esqueléticos de al menos tres infantes, por lo que pudo saber Naltiria, dos enanos y un humano, con símbolos de Idhaal pintados y grabados por doquier. Si había dos niños enanos allí, aquella sala debía tener ya algunos años, puesto que la raza de los robustos humanoides había sido extinguida hacía más de una década por el infame Drek-Torn. Thalion se sintió enseguida abrumado, y es que la grieta en aquel lugar parecía especialmente grande. El archimago Fah procedió de nuevo con los conjuros, y la grieta fue cerrada.

En cuanto el mago reionnita pronunció la última palabra, Thalion puso un gesto de dolor más pronunciado. A medida que cerrábamos portales, el sufrimiento del druida iba en aumento, y algunos, como este humilde bardo, llegamos a pensar que su cabeza explotaría cuando cerrásemos el último, liberando los demonios que campaban a sus anchas en la mente del semielfo. Quisieran los dioses que no fuera ese su destino.

Naltiria deseaba consagrar el suelo de aquel impío lugar, y prometió a Toni que lo nombraría en su informe a la Emperatriz Anne cuando todo aquello concluyese. El guardia se mostró obsequioso y ufano, probablemente imaginándose a sí mismo siendo nombrado capitán de la guardia o algo similar.

Subimos a la superficie desandando el camino, ya que la magia de viaje no funcionaba entre superficies. Una vez de vuelta en las ruinas de la hacienda Von Xavras, decidimos probar suerte en Geglash, al sur de Tanactos, donde también convergían varias líneas. La bienvenida a las afueras de aquella ciudad fue todo lo contrario a cálida, pues no recordábamos que aquella ciudad pertenecía ahora al Dragón Azul de Hiranae, y una ristra de virotes y flechas comenzó a caer a nuestro alrededor apenas nos aparecimos a varios metros de la muralla. Nos teleportamos de vuelta, dejando aquel posible portal para más adelante, cuando pudiéramos trazar un plan. Mientras, nos arrancamos los proyectiles que nos habían acertado, y usé mi modesta magia de bardo para curar un poco a Hildr, que parecía haberse llevado la peor parte.

Optamos entonces por probar suerte al norte de Confina, cerca de la cordillera de Inatis, y allí, Thalion sí nos pudo guiar hasta una nueva brecha, que cerramos. Luego, viajamos hasta el lago Daleby, al norte de Fenectas. Aquel lugar tenía fama de peligroso, y la mayoría de gentes lo evitaban. Sin embargo, nosotros debíamos buscar allí una grieta. Tras recorrer aquel paraje, encontramos un pozo sellado, con doce fisuras alrededor de la forma circular, dispuestas de manera regular, como si de un reloj se tratase. Naltiria parecía interesada, y dijo que en un futuro, habríamos de volver a aquel lugar, pues creía conocer las llaves que abrían aquel extraño pozo, y posiblemente se tratase de una entrada a alguno de los infiernos. ¡Ah, voto a los dioses! ¿Qué tenía esta archimaga con los infiernos, que no podía dejarlos en paz? Encontramos una grieta cerca de aquel pozo, que se cerró sin dilación. El día tocaba a su fin, y todos necesitábamos reponer fuerzas, así que Naltiria nos llevó a Castiglia, para poder trasnochar.

Como el tiempo era tan escaso, algunos miembros del grupo, que requerían menos horas de reposo, se pusieron a trabajar antes que otros, como este narrador, se despertasen. Hildr aprovechó el tiempo antes de dormir para ir en busca de la Emperatriz y poder ponerla al día, y suplicar su ayuda con los portales que restaban. Sobre todo aquellos que se hallaban en territorio enemigo, el de Geglash, por una parte, y otro que sospechábamos, podía encontrarse cerca de Brussia.

La mandataria se encontraba en el campamento del ejército, y los guardias, al ver a Hildr, la cortaron el paso; no se fiaban de ella, al no llevar ningún símbolo oficial. Parecían un tanto paranoicos con los espías, así que supusimos que realmente los había. Entregó su mensaje entonces a los guardias, y se puso a descansar allí mismo, con la esperanza de tener contestación cuando despertase.

Sin embargo, los guardias seguían impertérritos en sus puestos cuando Hildr abrió el ojo un par de horas después, y no parecía que hubiese progresos. La humana intentó que la dejasen pasar intimidando a los guardias, pero no dieron ni un sólo paso atrás.

Más allá de Brussia, al sur de Bloskaya, encontramos un nuevo portal, que cerramos tan pronto como Thalion nos confirmó la ubicación. Luego, tuvimos que cerrar otro cerca de Azenya, y lo hicimos raudos, pues los Dragones Azules nos disparaban con unos artefactos explosivos que parecían peligrosos. Pareciera que sólo quedasen dos: Brussia y Geglash.

El druida estaba al borde del colapso. Su mirada estaba totalmente perdida, como la que tienen aquellos que han perdido la chaveta, con los ojillos moviéndose rápidamente de un lado a otro, sin enfocar en ningún lado. Murmuraba cosas ininteligibles, y parecía a punto de derrumbarse. Cuando peor parecía que estaba, elevó la cabeza y señaló, de nuevo, en las dos direcciones que indicaban nuestro destino. ¡Aguanta, Thalion!

Dada la negativa de los guardias de dejar pasar a Hildr para hablar con la Emperatriz, me pidió que la acompañase. Ante la visión de mi capa de embajador del Imperio, nos permitieron el paso, y pudimos al fin entrevistarnos con la mandataria, que nos pidió 6 horas para mover sus hilos y proporcionarnos ayuda.

Mientras transcurría ese tiempo, en la guarida, Naltiria escudriñaba los dos puntos donde se suponía que estaban las grietas restantes, y comenzamos a preparar disfraces para poder acercarnos sin ser atacados.

Cuando los disfraces estuvieron a punto, el tiempo de ver a la Emperatriz se acercaba. Todo el grupo se dirigió a la tienda de campaña de Anne Von Xavras, donde nos esperaba con toda la ayuda que había sido capaz de reclutar: Jolie Noir, una archimaga, vieja conocida de Naltiria; Helka Von Xavras, una clériga/maga; el hada Zelenya, ilusionista y exploradora, y Jada Dienerkönig, de quien teníamos poca información. Pusimos al día a estos nuevos refuerzos de cómo Thalion era capaz de discernir dónde se encontraban las grietas, tras nuestra incursión al Caedeth.

Al día siguiente, disfrazados de hiraneanos, y con la magia de Zelenya haciendo que fuéramos más difíciles de ser descubiertos, viajamos a las afueras de Brussia. Allí fuera de la ciudad, logramos encontrar una brecha, y antes de que nos alcanzaran los proyectiles que llovían desde la ciudad, huimos de vuelta.

¡Ah, damas y caballeros! Según nuestros cálculos, sólo quedaba una grieta por cerrar, aquella que se encontraba en la ciudad de Geglash. También quizá, fuese la más complicada de alcanzar, en una ciudad que nos era hostil. ¡Oh, Fortunna, sonríenos en nuestra hora de necesidad!

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Sesión LXVI. Grietas.

No hubo tiempo de celebración; las grietas abiertas en nuestro plano esperaban a ser cerradas, ahora que Thalion ostentaba el poder de ubicarlas. Pero antes de eso, y según el ritual, necesitábamos fabricar un collar para el druida, que pudiese canalizar el poder del infierno.

Neesa se sintió indispuesta nada más salir del Caedeth, y llegó a la conclusión que se trataba de escifatosis, una rara enfermedad que algunas hadas tenían cuando pasaban demasiado tiempo alejadas del hogar; sólo regresar junto a los suyos podía curarla, y si permanecía alejada por más tiempo, era probable que muriese. Así pues, Naltiria le proporcionó un portal hasta cerca de su poblado, y el hada se despidió de todos, sin saber cuándo volveríamos a vernos.

Tras ello, Fistro nos pidió que le entregásemos los materiales que figuraban en el contrato, aunque nos dimos cuenta de que el mismo no estaba firmado por nadie de nuestro grupo. El gnomo montó en cólera, acusándonos de tramposos y otras cosas menos agradables, y comenzó a vociferar haciéndose víctima de una ofensa que no existía. Nuestro compañero Bastian se puso del lado del archimago, aduciendo que un acuerdo verbal era tan válido como uno escrito, aunque no estaba nada claro que eso fuera así según las leyes. No obstante, Naltiria, viéndose incapaz de negociar con la baza de los objetos, ya que deseaba que Fistro colaborase con nosotros para el cierre de las grietas, tendió al archimago los objetos, que apenas los tuvo en sus manos, nos echó de su torre de malas maneras, en unos términos que probablemente significasen que nunca más podríamos contratar sus servicios.

Un servidor empezó a recuperar la conciencia ya fuera de la torre del avaricioso gnomo, que los dioses lo maldigan, una buena piedra de infortunio era lo que necesitaba aquel codicioso conjurador como cura de humildad.

Nos dirigimos entonces a la torre de otro de los archimagos, Bunrad Fah, que había prometido su ayuda en la tarea de cerrar las grietas de salir airosos de la aventura infernal, como así había sido. El mago fue fiel a su palabra y dijo que se uniría a nosotros, cosa que Naltiria agradeció sobremanera.

Había que descansar, pero este humilde bardo tenía aun que hacer una última cosa antes del merecido sueño. Me planté en la puerta del templo de Fortunna, que abrí de par en par, y sin mediar palabra, aparté a los aventureros que escuchaban los consejos y bendiciones de Kira Sun. Levanté en volandas a la mediana, y le planté un apasionado beso en los labios, ante de continuar con el agradecimiento que la clériga merecía. No sé si los muchachos a los que atendía fueron o no testigos de lo que sucedió a continuación, pero espero que si lo fueron, tomasen algunas notas. Recuperé tras ello mis notas, que Kira me entregó aliviada, pues no se sentía muy capaz de escribir un epílogo, que, voto a Fortunna, aun no habría de ser redactado.

Por fin nos resguardamos en la guarida de Naltiria a las afueras de Palacio de Marfil, y descansamos entre satisfechos y preocupados. A la mañana siguiente, ya sin la ayuda de Neesa, nos pusimos manos a la obra para fabricar el amuleto que requeríamos. Hildr se encargó de dar las instrucciones al herrero que empezaba a ser nuestro proveedor de confianza, y el collar estuvo listo aquella mañana.

Apenas Thalion se colocó aquella alhaja al cuello, comenzó a escuchar voces demoníacas de nuevo. Su cara se retorció en un gesto de dolor, y Naltiria trató de sujetar con él el conducto, siendo que la archimaga también comenzó a oír aquellas voces infernales, cada vez más altas y chillonas. La humana tuvo que soltar el objeto, puesto que ella no estaba preparada para soportar aquello, sólo Thalion parecía aguantarlo estoicamente. Tras concentrarse un momento, señaló en dirección nor-noreste, y trazando una línea recta en un mapa, pareciera que Castiglia, lugar donde todo empezó, podía ser una gran candidata para comenzar.

La archimaga nos teleportó con su bastón a las afueras de la capital imperial, y allí donde se había ejecutado el ritual, Thalion confirmó que había una grieta. Tras ejecutar los conjuros adecuados, fuimos capaces de cerrarla. Thalion vio a Voccisor aplaudir irónicamente desde un rincón, pero él era el único que podía ver al demonio, y no nos dijo nada al respecto. El druida se limitó a concentrarse de nuevo, señalando esta vez al oeste.

Con unas monturas mágicas convocadas por Hildr, comenzamos a volar sobre el mar al oeste de Zhargosh, pero llegó un momento en que Thalion perdió la conexión con la grieta. Al concentrarse de nuevo, notó tres portales lejanos, y decidimos que podríamos buscar en Leneath. Allí el semielfo no pareció ver nada, así que tras sintonizar de nuevo con el conducto, señaló al norte, lo que nos llevó a la ciudad de Bassen. Allí sí que pudo ver con claridad una grieta, y de nuevo, se ejecutaron los sortilegios que permitieron cerrarla.

Thalion se veía cada vez más cansado, pero de nuevo cerró los ojos y nos indicó, primero al suroeste, y luego al este. Los conocimientos geográficos de Naltiria la llevaron a pensar en Tissen, pero al llegar allí, Thalion no vio ningún portal. Siguiendo sus instintos, la archimaga nos llevó al cráter que un día fue la gloriosa Taneo, y allí tuvimos más suerte, y logramos cerrar una tercera grieta.

El siguiente salto fue a Ninor en Estares, donde no encontramos nada, y Thalion intentó concentrarse de nuevo, señalando en esta ocasión al sureste desde esta ciudad.

No sabíamos cuántas gritas o dónde se podían encontrar, pero el tiempo pasaba, y los conjuros de nuestros magos se iban agotando, al igual que nuestras cabezas. ¿Cerraríamos a tiempo todas las grietas, evitando así que el plano del Caedeth se solapase con el material?

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Sesión LXV. Caedeth.


Reunidos alrededor de los símbolos arcanos preparados por el archimago Fistro en su torre de N’Daleth, Thalion ingirió la cereza que Sheae le entregara días antes. Pocos segundos después, el druida tuvo arcadas y finalmente vomitó una rama que se arraigó en el suelo de la torre, y de ella, apareció la druida para unirse al grupo.

Antes de adentrarnos en el infierno, Naltiria tomó la palabra y trató de inflamar los ánimos, dando un pequeño discurso acerca de los variopintos orígenes de cada uno de los que íbamos a bajar al Caedeth, haciendo hincapié en la fuerza que suponía la unión de pueblos y gentes tan distintas.

Confirmados todos, avancé el último con expresión sombría, mirando a Naltiria a los ojos y, sin mediar palabra, asentí. Astrid Ztavia nos hizo entrega de su artilugio, que habría de protegernos en tan infausto lugar que íbamos a visitar. Naltiria me devolvió la mirada, en la que pude percibir orgullo, determinación… y tanto miedo como el que yo sentía. Los archimagos comenzaron a conjurar con intrincadas palabras y no menos ominosos gestos, listos para enviarnos al plano hogar de Idhaal.

A esa misma hora, en un lejano lugar, un anónimo verdugo ejecutaba para deleite de su dios patrón, a cincuenta reos elegidos por la Emperatriz Von Xavras, de modo y manera que el dios de asesinos asistía extasiado a tal dantesco espectáculo, distraído de nuestra misión.

Los efectos mágicos fueron in crescendo hasta que una vorágine arcana abrió un portal que llevaba al Caedeth. Todos fuimos avanzando dentro de la entrada arcana. Atravesar un portal de teletransporte era una sensación habitual para casi todos nosotros, y eso no fue distinto a otras veces. Sin embargo, al poner pie en el infierno, todo cambió. Es difícil explicar esas sensaciones a vuestras mercedes, pero lo intentaré.

Si bien cada uno veíamos a los demás, tal y como había anunciado Fistro, como horribles demonios llamados urcejugones, nos percibíamos a nosotros mismos como lo que éramos: meros mortales en un plano ajeno, consumiéndonos por la naturaleza misma del lugar en el que estábamos. Nuestra piel se desprendía por el calor, produciendo una quemazón continua, mitigada por la magia curativa de Sheae, que lograba que, tan pronto los pedazos de carne y piel se separaban de nuestro calcinado cuerpo, se volviesen a su sitio con una sensación de agradable frescor, que inmediatamente era sustituida por el escozor de nuevo. Un ciclo doloroso y placentero al que al poco tiempo te acostumbrabas, pues el Infierno no daba tregua y había que darse prisa, antes de que nuestras mismas almas fueran consumidas.

Sin embargo, era difícil no fijarse en cada detalle de aquel horrible y al tiempo, fascinante lugar; la luna, de la que Fistro nos había hablado, parecía moverse de manera caprichosa por lo que quiera que llamaremos cielo, aunque sabíamos que no era tal. O no tan caprichosa, quizá precisa y premeditada.

Por doquier se oían los lamentos de las almas destinadas a pasar la eternidad en aquel maldito lugar. Cuenta la leyenda que eran los gritos que habían proferido al morir, condenados a repetirlos para siempre. En otro momento, el silencio era sepulcral y tan aterrador como los gritos, y voto a los dioses que la mayoría de los mortales se hubiesen vuelto locos de inmediato, de no haber contado como lo hacíamos, con innumerables y poderosas protecciones mágicas.

No terminamos de llegar a aquel lugar cuando Voccisor se apareció ante el grupo, y pronto supimos que sólo ante nosotros. Nuestros aliados no podían verlo ni oírlo, y tampoco se perdían nada, pues seguía tan dicharachero como la última vez, pronunciando lisonjeras palabras tratando de confundirnos. Rechazamos la ayuda que nos ofrecía, y se pasó el resto de nuestra expedición a nuestro lado, riendo como un demente, disfrutando de nuestro sufrimiento a medida que avanzábamos por aquel lugar desolado.

Fistro avistó cerca nuestro a dos bálor, que parecían jugar con una Piedra Viva del Caedeth, uno de los “souvenirs” que el archimago deseaba conseguir. En el horizonte, una vasta ciudad, retorcida burla de las de los mortales, probablemente habitada por todo tipo de despreciables seres. Avanzamos con sigilo hasta los bálor, y con una habilidad que sólo un golpe de suerte pudo darnos, logramos robar de los demonios la Piedra que el archimago anhelaba, siendo que acusaron a otros demonios cercanos de habérsela arrebatado, comenzando una pelea. Nos alejamos de allí como alma que lleva Tlekhal, aliviados de no haber sido descubiertos.

Poco más adelante, pudimos ver una bella súcubo incitando a cometer, como no, asesinatos crueles a desdichados mortales. En tanto necesitábamos el corazón de una de su especie, se decidió dominarla con los poderes de nuestros conjuradores, aprovechando esa oportunidad para pedir indicaciones a la diablesa, de nombre Texia, que nos indicó que en el Risco del Ahorcado nos aguardaba Kidemontah, un perro infernal guardián que se deleitaba de jugar con aquellas almas que habían sesgado muchas vidas. Se decía de aquel paraje que había sido donde se había ejecutado al primer mortal de forma injusta, y ahora era un lugar sacrílego, destino de peregrinación y culto para las criaturas infernales.

Pudimos ver, en nuestro camino hacia aquel cadalso maldito, cómo la alta alcurnia de Brungrado, metidos en turbios asuntos de robo de dinero para desviarlo a un culto de Fenris, eran ejecutados, algunos de manera injusta, pues no hubo distinción entre justos y pecadores, sólo para que nosotros pudiéramos tener vía libre en el Caedeth. Quizá algunos de aquellos nobles volvieran el día de nuestro juicio final a pedir cuentas, pero hasta que llegase aquel, voto a los dioses, ojalá lejano día, teníamos cuitas más importantes que atender. Llegamos al Risco que la súcubo nos había indicado, encontrando aquel can del infierno guardando una especie de árbol de metal que se retorcía, crecía y se encogía al tiempo. Kidemonath olfateó el aire, mirándonos con curiosidad, y Naltiria avanzó, ofreciéndole sus manos. El chucho lamió con ansia las runas que refulgían en las muñecas de la archimaga, y se dejó hacer caricias y carantoñas el tiempo suficiente para que pudiéramos hacernos con el líquido, similar a la sangre, que brotaba de las raíces, así como un trozo del mismo árbol, de donde pendían incontables ahorcados.

Listos los materiales, buscamos un lugar adecuado para comenzar el ritual, rechazando una vez más la ayuda de Voccisor, que continuaba ofreciéndonos su asistencia mientras reía divertido. Desde nuestro privilegiado punto de vista en la cima del Risco del Ahorcado, pudimos ver un lugar que quizá sirviese a nuestro propósito. Cuando llegamos a la planicie, que Voccisor llamó Llanuras de la Eterna Desolación, comenzamos a preparar los materiales que requeríamos, colocándonos alrededor de Thalion, que asumió la posición central. El druida se hizo un corte en la palma de la mano, dejó que la sangre se deslizase hasta hacer contacto con el suelo, y comenzó a proferir aquella extraña letanía. Apenas la primera palabra salió de sus labios, demonios de todo tipo y condición comenzaron a llegar por doquier. Voto a Fortunna, que me convenciese de ir a aquel horroroso lugar, pues el objeto proporcionado por Astrid Ztavia generaba una cúpula a nuestro alrededor, deteniendo en gran medida los embates de los demonios mientras Thalion recitaba, y los demás hacíamos lo posible por rechazar a los horribles seres que se abalanzaban sobre nosotros. Primero unos pocos, aquellos que se encontraban cerca del lugar. Luego, cada demonio abatido empezó a ser sustituido por otro, y por otros dos, y por otros tres, cada vez más grandes y furiosos. Se apelotonaban unos encima de otros, babeando como animales poseídos por una furia irrefrenable, golpeando con fuerza inusitada la cúpula que nos protegía.

Cuando empezábamos a pensar que aquella batalla estaba perdida, Cassia de Fortunna apareció ante nosotros y con su alegría característica, nos hizo regocijarnos por un momento, dejando con nosotros un pequeño destacamento de Ángeles de Fortunna, que se unieron a la lucha. Su sola presencia nos hizo sentir que la suerte estaba de nuestro lado, y con renovadas fuerzas, hicimos retroceder a los demonios, sólo para ver cómo de nuevo, cada infernal ser caído daba paso a más y más criaturas de Idhaal, que ahora ya llegaban por cientos, teleportándose a nuestra posición desde todos los puntos del Caedeth.

De nuevo pudimos sentir que los dioses no nos habían abandonado. Pues al son de la flauta, un lugarteniente de Barenna, cantando una versión libre de la canción de Neesa, nos trajo también unos pocos Ángeles de la diosa de la música, y sus espadas celestiales nos permitieron aguantar un poco más.

Neesa, en una vorágine de magia, debió sentirse casi en conexión con el plano de Hedenoth, pues los conjuros no dejaban de brotar de sus diminutas manos, haciendo que decenas de demonios cayeran en el campo de batalla en el que las Llanuras de la Eterna Desolación se habían convertido. Pero seguían llegando más y más, incontables criaturas infernales que trataban de superar la cúpula que defendíamos con terrible esfuerzo. Los gritos demoníacos, guturales algunos, chillones otros, producían una cacofonía horrorosa, así que inspirado por los Ángeles de Barenna, elevé mi voz más que nunca, gritando casi más que cantando, pero manteniendo en mi garganta rota la melodía, que acompasó los golpes de los nuestros al ritmo de la canción. Un ritmo tan pegadizo, que incluso algunos demonios menearon sus hediondos traseros al ritmo, tropezando y estorbándose entre ellos, mientras los conjuros y armas les hacían caer y retroceder.

Una última ayuda divina estaba por llegar, y Geiath, premiando la voluntad férrea de Thalion renunciando a entregar su alma, y consagrándose a la Naturaleza, nos cedió un Esporeonte, un elemental de árboles de tremenda fuerza y poder.

La cúpula estaba prácticamente cegada por demonios, pero pudimos más intuir, que ver, la llegada del Heraldo del Caedeth, comandante de las fuerzas del Infierno, que traía consigo todos los demonios restantes, como las horripilantes Erinias.

Por la parte superior de la cúpula, logramos ver la mismísima luna de sangre del Caedeth acudir a la lucha, pues no era si no otro demonio de tamaño colosal, que se dispuso a golpear nuestras defensas con toda la fuerza del Infierno. Haciendo un último y glorioso esfuerzo, los conjuradores impulsamos nuestra cada vez más débil magia hacia la cúpula, que aguantó los golpes del terrorífico demonio, embates que hicieron tambalearse todo aquel plano de horror. De tales desproporcionados ataques, se desprendieron trozos de la luna sangrienta al golpear nuestra protección, restos que Fistro atrapó al vuelo con una agilidad sorprendente para un gnomo de su estatura y profesión.

Al borde de nuestras fuerzas, miramos a Thalion, que justo en aquel preciso instante levantó la mirada del suelo y gritó. No oímos exactamente qué palabras, pero todos supimos que el ritual había concluido. De inmediato, los magos nos llevaron de vuelta al portal que conectaba con la torre de Fistro, donde nos tiramos de cabeza como si nuestra alma dependiera de ello… porque así era.

Los archimagos en la torre, se sorprendieron al vernos ser escupidos por el portal, pues apenas habían pasado unos segundos para ellos, mientras que para nosotros habían sido los minutos más largos de nuestras cortas vidas.

Con las ropas y carnes humeantes, hediendo a azufre, pero con la satisfacción de la misión cumplida, algunos gritaron de alegría o para desahogar tensión, se abrazaron, saltaron, mientras que otros, como un servidor, rieron sin poder controlar sus emociones, hasta caer desmayados, incapaces de procesar aun lo que acababa de suceder.

Aun hoy, años después, sigo sin saber bien qué sucedió en aquellos minutos que fueron segundos en el plano mortal, y sólo puedo agradecer a los dioses que nos permitieran salir con vida, y la misión cumplida de aquel lugar al que, juro ante el Olimpo a vuestras mercedes, no deseo regresar jamás.

Héroes, nos llamaron después. Permítanme confesarles un secreto. No era eso lo que este humilde bardo se sentía tras aquella gesta. No al menos como los héroes se sienten en los cuentos que narro. En aquel momento, cuando recuperé la consciencia, me sentí más pequeño que nunca, más insignificante de lo que jamás me había sentido, ante el terrible poder que acababa de presenciar. Pues a pesar de mis intentos de hacer partícipe a mi querido público de lo que allí aconteció, ningún mortal que no haya sentido como su alma trataba de evaporarse de su cuerpo, puede imaginar lo que esa sensación provoca en su corazón de héroe.