Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...

Sesión LXIII. Tragando saliva.

Naltiria parecía ocupada mientras redactaba una lista de los componentes que necesitábamos adquirir para el ritual que había de llevarse a cabo en el Caedeth. Tras ultimar este inventario, acudió a Thalion, para pedirle que fuese el receptor, y al mismo tiempo principal activo, del mismo, de forma que en el infierno de Idhaal, el druida sólo había de preocuparse de recitar unos versos con su auténtico nombre mientras… sangraba de una herida autoinfligida. El semielfo tendría que soportar, mientras hacía esto, horribles visiones demoníacas que iban a poner a prueba su cordura y fuerza de voluntad, pero la archimaga parecía convencida de que Thalion tenía la determinación necesaria. Sin embargo, el druida no parecía tan seguro, y expuso la solución propuesta por este servidor, la de luchar en el plano material una vez se consumara el ritual. Pidió a Naltiria que le permitiese pensarlo un día, ya que necesitaba meditar.

Cuando el druida se hubo retirado, Hildr se dirigió a Naltiria, y pidió a la archimaga que le diera todo lujo de detalles acerca de los rituales que iban a acaecer, tanto el de entrada al infierno, como aquel que tendría que darse una vez estuviéramos en el Caedeth. La archimaga ofreció a Hildr los datos de este último, en el que el dato más preocupante era que si un demonio atravesaba el círculo de plata alquímica que rodeaba al ritualista, todo el ritual se iría al garete y habríamos fracasado. La Von Xavras se mostró preocupada de que Thalion, el que iba a ejercer, teóricamente, de ritualista, no estuviera completamente convencido. Luego, Naltiria tendría que dirigirse a N’Daleth para entrevistarse con Fistro y poder tener los detalles del primero. Antes de ello, la tanacia advirtió que este humilde servidor estaba dinamitando la confianza del grupo, y sería mejor atajar ese problema hablando conmigo.

Haciendo caso de Hildr, fue a buscar a este modesto bardo, para contar una historia acerca de un rey y su consejera, que buscaban un arma en el interior de un lugar tan peligroso como el infierno mismo, lleno de asesinas. A pesar de los peligros que la consejera advirtió a aquel rey, el mandatario entró en el lugar, determinado a hacerse con aquel arma de tremendo poder. La consejera, resignada y abnegada, siguió a su rey, que terminó perdiendo la cabeza en aquel lugar maldito, consumido por el mal. En un último momento de lucidez, se sacrificó por su consejera y amiga, permitiéndole vivir y salir de aquel horrible lugar. La moraleja de toda aquella historia, era que Naltiria me estaba ofreciendo sacrificarse como el rey de la fábula, si todo finalmente se torcía y salía mal. La archimaga me aseguró con total convicción que, si bajaba al Caedeth con el grupo, y en un momento, iba a morir, perdiendo mi alma en el proceso, ella lo evitaría poniéndose en mi lugar. Sacándome del lugar y poniéndome a salvo a cambio de su propia alma y vida. Aquello significaba varias cosas: Que la misión era tremendamente importante para Naltiria, tanto como para empeñar su alma en ella; y por otra parte, que de verdad apreciaba mis habilidades. Le agradecí de corazón que me ofreciese tal sacrificio, pero no estaba dispuesto este servidor a cargar con la muerte de una compañera el resto de sus días si algo salía mal.; y por supuesto, si rechazaba aquella protección, estaba poniendo en juego no sólo mi existencia, que de todas formas estaba destinada a ser efímera en comparación con las edades del mundo, si no mi legado y el del resto de compañeros. Si nadie lograba salir de allí, ¿quién contaría al mundo el valiente sacrificio?

Hablando de sacrificios, Neesa se dirigía al cuartel de la Mano de Ilfaath, aquel dios que tenía tales actos en alta estima. Sin embargo, a pesar de sus mejores esfuerzos, los caballeros de esa orden no estaban dispuestos a ayudar, ya que ni la misma hada parecía confiar al cien por cien en sus compañeros. Sobre todo, con toda lógica, en aquellos que acababan de incorporarse a la compañía, ya que apenas los conocía. La negativa de los seguidores de Ilfaath a ayudarnos en la misión enfadó a nuestra pequeña compañera al punto de que llegó a cuestionar a los caballeros si eran dignos seguidores de su dios, cosa que, obviamente, no les hizo demasiada gracia.

Mientras, nuestro druida “meditaba” a su manera, es decir, tomando setas alucinógenas, que le indujeron un estado narcótico en el que pudo conversar con la serpiente, que en sus visiones, era en realidad una mujer. Aquella misteriosa fémina, dijo a Thalion que podía bajar al infierno si lo deseaba, pero que ella no tenía nada perdido en aquel lugar. Indicó también que Naltiria tenía un “olor” particular, algo que ya habíamos oído en algún otro lado, y ofreció a Thalion la posibilidad de que no sufriera daño alguno en su excursión al Caedeth, pues dijo, “tener recursos”.

Entretanto, Naltiria se abrió camino hasta la torre del archimago Fistro, donde informó al gnomo de la fecha y hora previstas para incursionar en el infierno. El hechicero se mostró un tanto contrariado por el escaso tiempo de antelación, ya que tenía que coordinar al resto de archimagos de la ciudad para que tomasen parte en el ritual. No obstante, se mostró convencido de que no habría problema para ello, e informó además a nuestra compañera, o debería decir, líder, que el proceso haría parecer a aquellos que atravesasen el portal, urcejugones, una especie de demonios glotones que el resto de sus congéneres evitaban, pues su apetito era tan voraz que devoraban sin distinción, mortales, demonios o cualquier tipo de criatura, incluso a sí mismos. Aquello eran buenas noticias, pues hasta que no comenzase el segundo ritual era muy probable que el grupo y sus seguidores pasasen desapercibidos. Naltiria tuvo a bien preguntar cuánto tiempo tardaría en consumirse el alma de un mortal en aquel infierno, y el gnomo, tras realizar sus cálculos, estimó que unos 10 minutos materiales, lo cual no estaba seguro de cómo traducir a tiempo real pasado en el plano de Idhaal. Nuestra líder se mostró satisfecha con estos datos, y se encaminó entonces a la torre de Astrid, donde confesó que un miembro del grupo, como vuestras mercedes saben, yo, no iba a participar de la excursión. La archimaga deseó suerte a su contraparte, pero negó la ayuda, al no haberse cumplido las exigencias. No obstante, aseguró que si en el último momento me unía a la comitiva, ya que iba a ser una de las participantes en el ritual del portal, nos daría aquella ayuda prometida.

A la vuelta, la archimaga tuvo una interesante conversación con Neesa. El hada preguntó a la humana si conocía la expresión “La colina en la que eliges morir” que era, más o menos, aquel punto en el que te plantabas y decidías defender tu postura hasta el final; algo por lo que sacrificarías todo. La colina en la que Naltiria elegía morir era bajar al Caedeth, según Neesa, y el hada deseaba saber por qué aquella determinación tan férrea, por qué estaba tan segura de que aquella decisión era la correcta. “Quizá terquedad” – reconoció Naltiria – pero veía el mundo “desequilibrado” entre las fuerzas del bien y del mal, hacia estas últimas, y aquel gesto, aquella decisión de hacer “lo correcto” pretendía poner un poquito de peso en el plato de la balanza que representaba las buenas acciones. También, dijo, una victoria en aquella misión tan peligrosa y complicada pudiera servir de piedra angular para futuras empresas, algo que nos diese confianza en nosotros mismos y nuestras capacidades. Neesa asintió, y tras reconocer que no creía que aquello fuese la mejor decisión, dijo a Naltiria que bajaría al Caedeth sólo porque ella estaba convencida. La archimaga se mostró agradecida en silencio por la confianza que recibía, y luego, dijo a Neesa que un servidor estaba convencido de que la gente sencilla no podía cambiar las cosas. Por el contrario, Naltiria estaba convencida de que era ese tipo de gente quien estaba al timón del mundo, y no los grandes héroes y reyes.

Con estas palabras resonando en su cabeza, Neesa se dirigió a este humilde bardo, tratando de convencerme por última vez. Intentando apelar a mi sentido de la épica, a lo grandiosa que aquella aventura podía ser, a lo heroico que podría ser salir victoriosos de la adversidad, procurando ser, al fin y al cabo, una bardo inspirando a sus compañeros, no pudo moverme de mi posición, pues yo conocía mejor que nadie aquellos mecanismos, y estoy seguro de que, de haber sido al revés, hubiese podido convencer a Neesa de que bajase al infierno o a otro sitio peor con palabras similares a las que estaba oyendo salir de su boca. Voto a Khalah, patrona de los héroes y valerosos, que yo no era nada de aquello, si no un sencillo artista de circo venido a más, que había tenido la suerte de su lado cuando había hecho falta, permitiéndole sobrevivir hasta aquel momento, y que mis pretensiones no pasaban por convertirme en los uno de los protagonistas de las historias que narraba para sacarme unas monedas. Mi único objetivo era - y sigue siendo a día de hoy - narrar las más grandes historias, no protagonizarlas, y pasar a la posteridad como el mejor narrador de todos los tiempos, una meta nada humilde, pero menos heroica. El hada se retiró cabizbaja y con expresión triste, pues en aquel día no había logrado convencer a nadie de los que había intentado. Quizá, vive Fortunna, sí que necesitaría de mis canciones si quería animarse y triunfar. Quizá.

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