Acérquense, damas y caballeros, acérquense a este humilde bardo, para escuchar una nueva historia, acérquense para escuchar cómo me uní a un grupo, cuanto menos, peculiar...
Sesión LXIV. Legado.
Tras esto, un servidor miró de reojo a Naltiria y a Neesa, y con un pequeño comezón, salió de la guarida para encaminarse a hablar con Kira Sun, en la capilla de Fortunna. La mediana, como de costumbre, al verme, despachó rápidamente a los aventureros que la pedían consejo, y me dedicó toda su atención. Como vuestras mercedes sabrán, en la fe de Fortunna no existe confesión, pero aun así, este humilde bardo tenía algo que confesar. A pesar de que mis miedos eran más que fundados, estaba convencido de que rechazar la aventura que teníamos por delante no gustaría a la dama suerte, y, escarmentado por el rencor e ira de los dioses, decidí poner el asunto en conocimiento de la sacerdotisa que tanto nos había ayudado. Tras escuchar mis inquietudes, me animó a aceptar la aventura que teníamos por delante, y se ofreció a hacer público mi legado en caso de que todo saliese mal. Le tendí mis libros y apuntes, que vendría a reclamar si regresaba del infierno, y si no era así, la halfling se encargaría de hacer saber de mi obra y del sacrificio del grupo. Agradecí como mejor supe, una vez más, la ayuda de Kira.
Mientras le brindaba mi agradecimiento a la clériga, Thalion regresó a la guarida tras sus meditaciones, más sucio y desgreñado de lo habitual. Traía consigo un nuevo tótem, y dijo que había encontrado la energía para la tarea infernal que se avecinaba. Neesa le dedicó una sonrisa, afirmó haber aprendido mucho del druida, y ambos se miraron, afirmando estar listos para la aventura.
Al tiempo que Hildr se encargaba de que el herrero que ya nos había ayudado con el tema de Cassia preparase los materiales necesarios para los rituales del infierno, Naltiria recordó que Kalanthe había hablado con un clérigo de Ashtorgoth que regentaba una pequeña capilla en Palacio de Marfil. Así que una vez terminado el recado del herrero, Hildr y Neesa se teleportaron cerca de aquel pequeño templo, donde el sacerdote Mehdi Sun se unió a nuestra comitiva, contento de saber que iba a adentrarse en un infierno.
De regreso a la guarida, Neesa se fue a su alcoba, donde, tomando una daga, cortó su pelo a la altura de las orejas, dejando atrás el peinado de la Emperatriz Hyandora. Miró determinada la imagen que devolvía el espejo, y se dijo que debía ser ella misma. No Onas, no Umrick, no Hyandora. Por fin, Neesa.
Tras ello, el hada se dirigió a un servidor, que acababa de regresar del templo de Fortunna. Sin dejarme tiempo para hablar, comenzó a cantar una canción y a ejecutar un baile acorde, para intentar convencerme por última vez, de bajar al infierno. He de reconocer sin rubor que la canción era pegadiza, y el baile me resultó divertido. Lo que la pequeña hada no sabía era que un servidor ya estaba decidido a no faltar a su promesa silenciosa a Fortunna, sellada en el lecho de Kira Sun. Sin embargo, agradecí el esfuerzo de Neesa en mi corazón, y sin desvelar aun mi decisión, sonreí a Neesa.
Todo el grupo pareció animado por el momento de relajación entre tanta tensión de los preparativos, y aprovechando el ambiente distendido, Naltiria me abordó una vez más. Dijo que no iba a tratar de convencerme de nuevo, y en un aparte, me preguntó por mi pasado. ¿Qué había sucedido a mi anterior compañía? Como vuestras mercedes saben, todos, excepto Nathalie, Charlotte y un servidor habían muerto o desaparecido durante la Niebla; a Charlotte no volví a verla nunca después de la liberación de Arrevignon, y conté a la archimaga que tuve un hijo con Nathalie. Un hijo que no había vuelto a ver desde hacía años, mi pequeño Arnaud. La última vez que los vi, vivían en paz en Taneo, pero tiempo después fui a visitarlos y ya no los encontré allí. Voto a Fortunna que quizá se salvaron de la destrucción de la ciudad. Ante la mención de Taneo, Naltiria apretó los labios y una lágrima resbaló por su mejilla. Tras escuchar atenta mi historia, la archimaga me agradeció la charla, e iba a levantarse, pero la detuve. “¿Qué hay de ti, y de tu anterior grupo?” Me contó acerca de que dos habían muerto, uno, traicionado por su amigo, y otro, por sus propias decisiones. El hechicero Einon vivía recluido en una especie de prisión que los dioses habían dispuesto para él, y Eskribok el enano y Kenshi el samurái continuaban de aventuras por Re-Ionnae. En aquel grupo, dijo Naltiria, se sentía cómoda en tanto no tomaba las decisiones, y no tenía más responsabilidad que aconsejar. Ahora las tomaba, y cada vez que lo hacía, le pesaba en el corazón. Cuando la cuestioné acerca de apostar el todo por el todo en esta misión… me habló de que no se trataba de una apuesta, ya que no había lugar al azar en el trabajo realizado; era una lucha, sí, una lucha con la que dar ejemplo y hacer del mundo un lugar mejor.
Aquella noche, Thalion soñó con su serpiente, que volvió a realizar su oferta al druida. Oferta tentadora, sin duda, ya que el animal ofrecía el poder suficiente al semielfo como para garantizar el éxito en su misión en el Caedeth. Para aceptar la propuesta, Thalion se vio a si mismo cortándose la mano, y recitando unas palabras en un idioma que no conocía, en el bosque, tras lo cual, se sentía satisfecho, poderoso, seguro de sí mismo. Despertó sobresaltado, y aun con las palabras resonando en su cabeza, las transcribió lo mejor que pudo antes de acudir a Naltiria con el pergamino en la mano. Aquella letanía hablaba de la luna oscura, la medianoche… Sin duda, Naltiria pudo inferir que se trataba de un contrato en el cual el druida cedía su alma a Vyrtanne, a cambio de poder y protección de aquella diosa, al menos por un tiempo. Thalion no veía nada malo en aceptar aquellas condiciones, ya que era la oportunidad que habían estado esperando para tener más opciones en el infierno. La archimaga advirtió al druida de que si aceptaba, nunca volvería a ser libre.
Mientras Naltiria y Neesa se preparaban después para ir a N’Daleth, y un servidor se ofreció para acompañarlas, Thalion regresó una vez más al templo de Geiath regentado por Vaemira, en busca de orden para su atribulada cabeza. Le dijo a la clériga que había tenido contacto con otras deidades, ya que la Madre Naturaleza no respondía a sus plegarias. Vaemira reprobó con la mirada al druida, y ofreció a Thalion su magia para ponerse en comunión con la diosa, y que esta pudiese contestar a sus inquietudes. No sé si aquellas respuestas resolvieron sus dudas, o por el contrario, sembraron más preguntas en su mente. El caso es que tras aquello, Vaemira le instó a deshacerse de su ego y entregarse a la voluntad de la Naturaleza. Habló con su serpiente una vez más para rehusar la oferta que se le había presentado en el sueño de la noche anterior. Sentía en druida que tenía nuevas esperanzas y determinación, y la serpiente pasó a comportarse como un animal normal tras el rechazo.
En N’Daleth, mientras Naltiria y Neesa ultimaban detalles con Fistro, un servidor se dirigió a la torre de Astrid Ztavia, donde confirmé a la archimaga que me uniría finalmente al grupo en su expedición infernal. Voto a Fortunna para que me protegiese, pues esa podía ser la última decisión que tomase en mi vida mortal. Astrid me mostró una especie de bola de cristal pero fabricada en rubí, y dijo que nos la entregaría al día siguiente antes de bajar al Caedeth.
Cuando fuimos a avisar a los templarios de que al día siguiente el ritual sería llevado a cabo, teníamos una agradable sorpresa allí: Aline Sunsgaard se uniría también a la comitiva, pues llevaba tiempo tras la pista de nuestra historia y deseaba ayudar, pues hacía años que seguidores del sol oscuro habían asesinado a los padres de la Emperatriz, y ahora, ya que tenía buenas relaciones con la familia Von Xavras, quería cerrar aquel círculo.
La que pudo ser nuestra última noche en este mundo, la pasé en solitario. Nadie del grupo atendió a mis indirectas, puesto que quizá estaban demasiado atribulados con lo que se avecinaba. Aunque diré en su defensa, que aun no sabían de mi decisión, así que les perdoné que no acudieran a consolarme.
Una vez más, Thalion soñó con su ofidio, que mutó a la mujer. Se mostró contrariada de que Thalion se hubiese dejado convencer de rechazar su ayuda por Naltiria y Vaemira, y advirtió al druida que la Naturaleza le escucharía, pero no intervendría. Sólo ella podía proteger su alma, dijo. “¿A cambio de pertenecerte?” contestó Thalion. “Me aburres, mortal” espetó la mujer, decepcionada de que el druida no quisiese el poder de ser el más grande en su profesión. “Sólo soy polvo” contestó Thalion, dejando su ego atrás, tal y como le dijese Vaemira. Despertó el semielfo, y lo hizo sin aquella serpiente a su lado.
Naltiria se dirigió al druida, y Thalion confirmó que sería el ritualista. “Serás el más protegido” dijo Naltiria, que luego preguntó por la serpiente. Contestó el druida que había tomado otro rumbo. “Entonces, eres libre” dijo la archimaga. “Nadie lo es realmente” sentenció Thalion.
Aquellas pocas horas que quedaban hasta el mediodía podían ser las últimas que pasásemos en el mundo mortal. ¡Oh, dioses, escuchad a este humilde bardo, y proteged al grupo para que tenga éxito en esta difícil empresa!